
Virginia lleva nada más y nada menos que 14 años en Cancún, trece de los cuales ha vivido tan intensamente su trabajo como directora de hotel que apenas me puede recomendar una playa o un buen restaurante. Su vida ha estado dedicada en cuerpo y alma por y para su trabajo, enfocada a sus clientes, sin apenas fines de semanas libres ni vacaciones de Navidad. Es el lado oscuro de vivir en el Caribe, especialmente si te dedicas a la hostelería. Pero como me decía hace unos días, lo que la empujaba cada día a salir por la puerta con la capa de los súper poderes era la pasión por el trabajo bien hecho y no suponía sacrificio alguno. Sólo que un día algo cambió, se agotó la pasión, ya no compensaba. Lo que ocurrió es que ese motor se paró y dejó de funcionar.
Cuando nos conocimos supimos que íbamos a congeniar, pues ambas nos encontramos al filo de los cuarenta –una más que otra- y hemos dado un vuelco a nuestras vidas. Después de veinte años trabajando hemos decidido bajarnos de los tacones, desterrar los trajes chaqueta cual Melanie Griffith en Armas de Mujer y volver a estudiar para reinventarnos.

¿Quién dijo que la valentía no es exclusiva de los que apuestan por el “carretera y manta”? Estaba en lo cierto, porque hay muchas decisiones en la vida que no requieren mudarse de casa. La cuestión es no creer que las obligaciones que se han ido adquiriendo a lo largo de la vida han sido heredadas desde el nacimiento y tener claro que habrá que renunciar a muchas cosas y a ciertas comodidades. Precisamente el mayor logro del hombre moderno es poder elegir el camino a seguir. Incluso te permite cambiar de sendero si sientes una mañana que te has equivocado de lugar.
Inevitablemente siempre acabamos hablando de lo mismo, de la satisfacción de hacer lo que nos gusta pero, cuántos peros y cuántos miedos. Porque incluso las súper heroínas tenemos miedos alguna vez, especialmente miedo a confesarlos.
Por un lado es innegable que podemos sentirnos afortunadas por haber tenido la oportunidad de elegir. No perdimos nuestros trabajos bien remunerados, nadie nos invitó a abandonar el barco, y eso es lo más increíble hoy en día, tomamos la decisión por nosotras mismas. Una mañana te levantas y, cansada de darle vueltas al mismo tema durante semanas, meses e incluso años, decides que se acabó, que quieres recuperar tu vida, que sientes que el tiempo se escapa y que tu salud va a agradecer un tiempo muerto. Pero ¿para qué? Para cerrar los ojos, respirar pausadamente y pensar dónde estamos y dónde nos gustaría estar dentro de diez años. Dicen que si pones mucho empeño en algo al final sale. Soy menos de rezar y más de diseñar estrategias para que las cosas sucedan, así que manos a la obra.
Es innegable que para poder iniciar nuestros planes es importante empezar por una base sólida, no se puede empezar la casa por el tejado si queremos que el plan llegue a buen puerto. Las condiciones tienen que ser favorables, y no siempre es fácil conseguirlo porque tomar decisiones requiere esfuerzo, como dejar el trabajo en plena crisis, vivir en espacios más pequeños que el vestidor de tu antigua casa, renunciar a ciertas comodidades normalmente asociadas a los bienes de consumo, sobrevivir sin estrenar modelito cada semana, prescindir del coche último modelo o de las cenas semanales en los mejores restaurantes de la ciudad. Sorprendentemente éste es el paso donde la mayoría de la gente se queda contemplando el fondo de la piscina porque no es capaz de discernir si tiene agua o no, o aún viendo la piscina llena se preguntan si realmente saben nadar. Porque renunciar a las comodidades y costumbres adquiridas no apetece.
El segundo paso es uno de los más complejos y de los que nadie te habla. Aceptar que ya no produces, o bien vives de tus ahorros o te vuelves económicamente dependiente de tu pareja, lo cual no gusta nada cuando has sido independiente desde que te emancipaste hace ya tanto tiempo. Y lo que es peor, nadie te ha educado para levantarte por la mañana y no ir a trabajar. Entonces es cuando se pone a prueba tu fuerza de voluntad y la organización para poner en marcha ese plan que has diseñado al tomar la decisión de rehacer tu vida. La estrategia es formarte y establecer una nueva red de contactos para redirigir tu vida laboral hacia aquello que realmente te motiva y que a los 18 años al acabar el instituto no sabes ni de qué te están hablando. Otra decisión que requiere esfuerzo por parte de los hijos pero también de los padres, motivarlos y motivarse para hacer lo que realmente te gusta y no lo que toca. Pero cuando te acercas a los 40, eres mujer y quieres rehacer tu vida la cosa se complica. Porque aunque tu plan esté bien diseñado y pongas toda la carne en el asador, nuestra educación nos recuerda que vamos a encontrar numerosos obstáculos por el camino, desde una familia que quizás no te entienda ni te apoye a la crítica social más feroz por haber salido de lo establecido. Pero esa batalla no sólo es secundaria sino intrascendente, porque lo único que realmente importa es qué piensas de ti misma y de la decisión que has tomado. Nadie va a decirte si va a salir mal o bien, es imposible saberlo. Nadie te asegura que al acabar tu formación vayas a encontrar trabajo, ni cuánto vas a ganar, ni si habrás acertado con el camino elegido. No sabes si vas a ser competitiva más allá de los cuarenta en un mundo cada vez más global y multicultural. Así que toca explorar todas las posibilidades, todas las alternativas y no perder nunca la ilusión. Me hablaba una amiga del miedo al fracaso, de la vergüenza de volver a casa si su plan no funcionaba, a lo que pregunté ¿y qué tienes que perder? ¿un trabajo que odias? ¿tu orgullo? Los que te quieren te recibirán con los brazos abiertos, y quienes no te apoyan hoy es porque o bien sienten envidia o porque te quieren tanto que se preocupan por ti y no saben cómo expresarlo. A cambio ganas una experiencia que no tiene precio y que a la vuelta siempre marcará una diferencia entre quienes lo intentaron y los que se quedaron en casa delante del televisor.
Todo es relativo, como que yo me sienta culpable si un día no rindo todo lo que debiera porque mi marido trabaja doce o catorce horas al día y yo siento que debo producir lo mismo, y me entrego ocho horas al día al estudio, me exijo sacar las mejores notas, me ocupo de la casa, de hacer la compra y de cocinar todos los días; soy ama de casa y estudiante universitaria.
Pero entonces es cuando de repente un día Virginia me llama un lunes por la mañana y me dice, basta de auto exigirse tanto, basta ya de fustigarnos. Vamos a aprovechar las ventajas que tiene vivir en el Caribe. Y así es como compensamos que hemos estudiado toda la semana, sábado y domingo incluidos dado que nuestros maridos trabajaban, y decidimos regalarnos un día libre, como cuando hacías campana en el instituto y te saltabas unas clases porque te habías juntado con el grupo de los malos.

Bikini puesto y toalla en mano nos subimos al ferry rumbo a Isla Mujeres, una travesía de apenas 15 minutos desde casa para darnos el capricho de estar en uno de los lugares más turísticos del mundo en pleno lunes y por el módico precio de un billete de ida y vuelta. Un maravilloso día que nos regalamos para mimarnos, con un ojo rojo en la mano, una hamaca, baños en un mar de aguas turquesas, un masaje bajo la palapa de la playa, un pescado fresco para recuperar energías y muchas horas de confidencias. Porque las súper heroínas, de vez en cuando, también necesitamos quitarnos la capa y vomitar nuestros miedos.
(*) Agradecimientos a Pedro Carmona Ortegón (web) por sus fantásticas y exclusivas ilustraciones para las Working Girls 😉
Laurita, Facebook me recuerda hoy este post qué colgué hace un tiempo ya. No es mío obviamente, pero me lo apropio y lo comparto con permiso de su creadora. Me ha parecido qué iba bastante acorde con tu post de hoy. Fíjate en el Sindrome y dime si no te sientes identificada. Yo después de 5 mudanzas de un lado a otro y de 15 plus años de exilio ( voluntario, eso sí.. ) siempre me da un poco de vértigo cuando las cosas van bien. Como si la prudencia me impidiese hasta cierto punto relajarme y disfrutar al 100 por cien de nuestros pequeños logros. Y lo de qué detras de un gran hombre hay siempre una gran mujer.. Qué te voy a contar qué ya no sepas!? Mi marido me lo recuerda cada día el bendito! Yo lo qué tengo claro es qué hacemos un gran equipo y eso sí que no me da pena contarlo y disfrutarlo 😛
Bueno, ahí va el post: http://clubdemalasmadres.com/detras-de-una-buena-expatriacion-hay-una-gran-mujer/
Un besito y sigue compartiendo tus historias. Sabes qué me encanta leerte! Xx
Fantástico enlace Flora, muchas gracias por compartirlo, pero creo que para responderte voy a escribirte directamente un nuevo post 😉
Que las súper heroínas -referido a todas las mujeres- también tenemos miedos es una metáfora que hace referencia precisamente a la incertidumbre de si estamos haciendo lo correcto al mismo tiempo que nos sentimos plenamente realizadas. Es como si… soy tan feliz que no puede ser verdad. Así lo siento yo. Mira, jamás había querido hablar de ciertas cosas por no parecer engreída, pero tú y el post me habéis sugerido muchas cosas, así que voy a empezar a escribir.
Te debo una 😉 (o mejor dicho, te debo otra).
¡¡¡Un beso enorme ciberamiga de aventuras!!!!
Laura.
Siempre dándole al coco Hahaha somos como lavadoras! Siempre centrifugando :-p Estoy deseando leerlo ya y aún no lo has escrito! Vas a tener qué empezar a publicar dos veces por semana, por lo menos! Xx
Porque me han interrumpido con llamadas y visitas, porque lo tengo a medias, jajajajajajajajajajaja!!!!
Ei Sargantana! Voy a dejar de lado el transfondo reflexivo y trascendental (y es no que haya poco) para recordarte que por aquí los brazos siguen abiertos esperando vuestra visita estival. Besotes dobles
La visita estival va a tener que ser a la inversa este año, Sa Roqueta tendrá que venir a nosotros, os esperamos con los brazos abiertos y la puerta de casa abierta 😉