
¡No quiero irme de México lindo! Repito una y otra vez después de nueve maravillosos días en el país que lo tiene todo. Mi marido me mira sonriendo mientras me increpa que digo lo mismo cada vez que regresamos de un viaje. Que me enamoro de todos los lugares que visitamos o de los países en los que hemos vivido. Me recuerda que incluso echo de menos Qatar. Se ríe.
No puedo pegar ojo, ya en mi cama, en la República Dominicana donde sé que me va a costar readaptarme otra vez. Esta vez es diferente, le digo, porque ya hemos vivido en México, no ha sido descubrir un lugar exótico, nuevo, diferente. De hecho hemos continuado nuestra ruta maya que iniciamos tres años atrás en la península de Yucatán.
“Hay una especiede magia cuando nos vamos lejos y, al volver, hemos cambiado” (Kate DouglasWiggin).
No puedo dejar de sentirme triste esta mañana, extraña en una casa que hace dos semanas llamaba «mi hogar». Ni siquiera me apetece dar esos largos paseos por la playa que prometí recorrer todos los días por todos aquellos en los que no tuve la oportunidad y por los días futuros que no tenga la fortuna de vivir tan cerca del mar.
Este viaje a México ha sido más que una ruta por la región de Chiapas. Mucho más que una visita fugaz a la alegre Veracruz y la experiencia de compartir alegría y tequilas con la familia mexicana.
Este último viaje ha sido mi reconciliación con México, con el lugar que una vez me hizo llorar. Hace tres años vivía en Cancún que, para mí, hace honor a su significado en la lengua maya “nido de serpientes” tal y como escribí en el post del mismo nombre donde terminaba diciendo «soy yo la que debe adaptarse al entorno que se me antoja como un nido de trampas».
Por aquel entonces había pasado por la experiencia de vivir en las antípodas, crucé el océano Pacífico desde Nueva Zelanda para vivir el sueño del Caribe mexicano. Pero la experiencia resultó ser todo lo contrario a lo esperado. Hostilidad, incomprensión, choque cultural, puede que falta de empatía por ambas partes.
Lo cierto es que México me dejó mal sabor de boca cuando a los seis meses me mudaba por cuarta vez en tres años rumbo a la República Dominicana desde donde escribo estas líneas. Sabor agridulce justo cuando empezaba a ocupar mi lugar y a descubrir la belleza y riqueza cultural de un país que nunca deja de sorprenderte.

“Sé que es una frivolidad caprichosa, que hablo como el viajero que devora curiosidades históricas y no tiene en cuenta el contexto ni la vida cotidiana del lugar que visita” (Sergio del Molino)
Como escribe Sergio del Molino en su obra Lugares fuera de sitio, “sé que es una frivolidad caprichosa, que hablo como el viajero que devora curiosidades históricas y no tiene en cuenta el contexto ni la vida cotidiana del lugar que visita”. Ahora pienso si la que estuvo fuera de sitio durante tanto tiempo fui yo, como una esquina doblada en el mapa.
Esta vez he mejorado en la empatía con el pueblo mexicano cuando me increpan el pasado conquistador del no menos remoto imperio español del cual no me siento partícipe.
He sido capaz de distinguir el acento veracruzano del chiapaneco. He tenido la oportunidad de ver en un solo día cocodrilos, monos aulladores y monos araña. Aunque los muy afortunados pueden ver incluso quetzales y jaguares.
Algo que no hice durante mi pasado en Cancún, he salido de la ruta establecida para encontrar auténticas joyas paisajísticas y gastronómicas. He cometido la temeridad de recorrer la carretera fronteriza entre México y Guatemala ante la atenta mirada del ejército local.
He dormido en lugares que no salen en los mapas y no me ha importado comer en taquerías en las que nunca antes me hubiera atrevido a entrar. Me he cebado con los copiosos desayunos mexicanos llegando a comer tres huevos rancheros de una tacada sin ningún pudor antes del café.
Es lo que tiene el paso del tiempo, asientas experiencias y conocimientos, te has preocupado por conocer a la gente que habita los lugares que visitas. Abres tu mente para dejar de mirarte el ombligo.
“Las ciudades se leen como libros, pero cada ciudad está escrita en un alfabeto distinto que hay que descubrir” (Sergio del Molino)
Tampoco puede decirse que una conozca México porque haya vivido en una región. México es aún más variada y rica culturalmente que España. No sólo es vasta en tamaño, sino amplia cultural y lingüísticamente.
Pasear y escuchar los diferentes dialectos maya no es algo que se tenga la oportunidad de disfrutar todos los días. Descubrir que no es una reminiscencia del pasado sólo apto para los mayores, y es que también los hablan los más jóvenes porque se habla en familia y se enseña en las escuelas.

“Ningún impero es eterno. Pero mientras se desvanece, es hermoso entrecerrar los ojos y sentir cómo la historia cruje y se reacomoda en un espacio tan breve” (Sergio del Molino)
Me he ido con la conciencia de no entender aún muy bien al pueblo mexicano y poniendo en evidencia la larga brecha cultural que nos diferencia. Al mismo tiempo me voy con la tranquilidad de haberlo intentado, de haberme acercado más en apenas una semana que en los seis meses que residí en tierras yucatecas.
Recorrer Chiapas ha sido mucho más que visitar lugares hermosos, unos más turísticos que otros. Ha sido descubrir una región variada donde puedes encontrar paisajes que bien pareciera que estás en los grandes lagos canadienses como de pronto encontrarte con una joya del arte mudéjar del siglo XVI.
No sólo se trata de recorrer las grandes ciudades mayas como Palenque o Yaxchilán, es descubrir la exuberante Selva Lacandona o el sincretismo religioso de San Juan Chamula. Incluso descubrir los cafetales mexicanos que no sabía que existían en Veracruz y Chiapas.
También me hago consciente de la diferencia que supone compararse con lo más próximo. Viniendo esta vez de la República Dominicana, de pronto las poblaciones me parecen limpias, los servicios excelentes y agradezco la falta de efusividad desmedida, incluso aprecio el silencio.
“Sonrío todo lo que sé sonreír y suavizo mis movimientos como si fuera un antropólogo que contacta con una tribu del Amazonas y utiliza su lenguaje corporal para mostrarse amistoso” (Sergio del Molino)
Ha sido entender, de una vez por todas, la gastronomía mexicana y darme cuenta de que sólo debía poner un poco de interés. No es lo mismo almorzar o cenar que ir a comer antojitos. Distinguir los tacos de las fajitas, confirmar mi pasión por las tostadas, consolidar mi amor por los chilaquiles, o descubrir los huaraches y los salbutes.
Todo ello sin dejar de pensar que se trata de los mismo ingredientes sólo que en diferente disposición (me disculpen amigos mexicanos). La comida mexicana es increíble: todo lleva tortilla, queso, crema, salsa, pollo, le puedes poner frijoles… Monólogo Sofía Niño de Rivera.
Por supuesto me he enchilado con la salsa habanera y los camarones a la diabla. He saboreado el pescado y marisco de Veracruz y he bebido tequilas, margaritas y Negra Modelo a partes iguales. Eso sí, no he acabado de entender cuándo acaba el desayuno y empieza la comida.

Menos mal que Jesucristo y los 12 Apóstoles no eran mexicanos porque la Última Cena seguiría. Judas nunca hubiera traicionado a Jesús, “estarían en esa etapa de la peda en la que se aman” y bebiendo tequilas.Monólogo Sofía Niño de Rivera.
Pido disculpas por adelantado si mi reflexión parece simplista, genérica o complaciente en algunos momentos. Pero se lo debía a México y me lo debía a mi misma.
¡Viva MéxicoLindo!
“Los pueblos y las personas aparecen como en una cinta transportadora, listos para que el cronista los evalúe y empaquete” (Sergio del Molino)
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