
Medio mundo amaneció el pasado viernes con la noticia del enésimo atentado terrorista. Mi deseo fue que el otro medio no lo hubiera celebrado y que tan sólo lo ignoraran, como cuando Occidente desoye la llamada de Siria o de África. Es un anhelo que sólo una minoría celebre la segunda masacre en los últimos doce meses en París y por ende, la humillación de toda Europa.
Es difícil concentrarse para seguir leyendo y las voces de los alegres niños en el jardín vecino me irritan. Niños inocentes que aún no saben qué está pasando en el mundo. En la era de la información las noticias llegan a todos los rincones del mundo de manera inmediata, incluso en las antípodas, donde vivir en el futuro no te asegura poder anticiparte a las desgracias y dar la voz de aviso.
El dilema eterno es por qué conmocionarse tanto cuando sucede una tragedia a las puertas de tu hogar -Europa- cuando es algo que ocurre a diario en otros lugares del mundo. Aunque a algunos les parezca difícil de entender y cuestionen la ética de quienes nos hemos sentido golpeados tachándonos de egoístas, creo que es muy humano sentir todo el repertorio de emociones cuando la guerra se juega en tu campo.

La diferencia es que en París podría haber estado mi cuñada Katia que adora la capital francesa y sus museos, o mi amiga Andrea que vive en Marsella y pasa muchos fines de semana en París, o mi hermano celebrando su décimo aniversario de boda. Podría haber sido cualquiera de nosotros, nuestros padres, hermanos, amigos o compañeros. Sin embargo, siendo realista, creo que nos cuesta empatizar con las víctimas de Siria, Líbano o Kenya porque -por suerte o por desgracia- la mayoría de nosotros no tenemos a nuestros seres queridos ahí. No se trata de poner excusas ni de justificarse a uno mismo, sino de entender que es un comportamiento humano natural. Por ello, no critico a quienes no comparten la bandera o símbolos franceses estos días, creo que la libertad de expresión debe permitirnos -de manera pacífica y con respeto- expresar nuestros sentimientos, sean los que sean.
Todos sabemos que no debería haber ciudadanos de primera y de segunda, ni víctimas merecedoras de más o menos dolor, sin embargo considero más justo admitir nuestras deficiencias emocionales que sermonear, porque la voluntad por cambiar el mundo pasa por la honestidad con uno mismo. Facebook proporciona la bandera francesa como muestra de solidaridad, pero no la de Siria, bienvenidos a Occidente. El día mundial del cáncer de mama hay quien se pone un lazo rosa ¿acaso no somos todos conscientes de la manipulación a la que nos someten los medios de comunicación? Lo sabemos, y cada uno elige cómo expresarse a través de las redes sociales. Todo debate suscitado, aunque sea por una simple bandera, es positivo porque remueve conciencias. Como cuando Google nos copia y pega lo qué pasó el fatídico viernes 13 al margen de los atentados de París. Por un día, todos supimos lo que ocurre en cada rincón del mundo, pero ¿cuánto tiempo vamos a retenerlo en nuestra memoria, si no lo hemos olvidado ya para seguir con nuestras rutinarias vidas?

Evolución y estructura de las sociedades humanas del antropólogo Josep R. Llobera estaba leyendo cuando recibí la fatal noticia de París. Puro sarcasmo. En ese momento «sólo» habían contabilizadas dieciocho víctimas. La criminalidad es una cultura que se aprende.
Uno de los mayores males de las grandes civilizaciones es la hostilidad entre ellas, pero también la rivalidad interna como sucede con el mundo islámico, donde una minoría fanática -apoyada por más de un gobierno- se ha propuesto destruir Occidente, el capitalismo y París en el último año en particular. Por no hablar de los Estados Unidos, incapaces de solucionar sus propios problemas internos, superar la segregación social o la inmigración, pero empeñado en intervenir en todos los conflictos fuera de sus fronteras.
No busco señalar culpables en este conflicto, sino más bien intento entender por qué suceden actos terroristas en pleno siglo XXI y cómo se podrían –quizás utópicamente- evitar desde nuestro lado europeo. Porque pensar en qué se basan «los otros» para infundir terror en Occidente se escapa de toda lógica.

Las culturas hostiles y alérgicas a la democracia son una fuente de conflictos que suelen acabar en guerras. ¿Acaso no estamos viviendo una Tercera Guerra Mundial que empezó mucho antes del atentado del 11-S? Afganistán ya fue ocupada por los soviéticos en plena Guerra Fría hace tres décadas. Es, en efecto, una guerra larga que se sucede a cuenta gotas pero que poco a poco va separando más a la sociedad en un mundo supuestamente más global. Los intentos de la instauración de la democracia en países como Egipto o Túnez nos dan una pequeña muestra de lo difícil de la situación.

La Guerra Santa ha vuelto, dicen, como si de verdad algún vez hubiera sido justa o Santa, o como si realmente hubiera terminado alguna vez. La mayoría de los conflictos entre Occidente y el mundo islámico vienen de la Edad Media, sólo que unos dejamos atrás la Inquisición hace mucho tiempo y otros no pueden o no quieren separar la religión del plano político y social. Europa se securaliza mientras ocho millones de musulmanes viven en el viejo continente cada vez más racista y desconfiado del exterior. Algunos grupos radicales son incapaces de profesar su religión sólo en la intimidad, por lo que su intento por la fuerza y por el camino del terror de castigar a los infieles crea un recelo mayor entre los occidentales. De ahí a la xenofobia y a la intolerancia religiosa hay un paso. Y como siempre, pagan -o mueren- justos por pecadores. Siempre he sido muy crítica con la hipocresía de Europa -y de Occidente en general- por anteponer sus intereses políticos y económicos a los males de este mundo, pero no debemos olvidar que como sociedad hemos avanzado en derechos y libertades, además de poner en marcha marcos legales que hace sólo cien años hubieran provocado las risas de muchos.
Sin embargo, creo interesante no perder el norte, porque Occidente no es la civilización universal ni todos los musulmanes son fanáticos terroristas. Dejemos el etnocentrismo a un lado. No es más que un enfrentamiento político, económico y militar con víctimas inocentes, con un componente religioso complejo que escapa a nuestro entendimiento y sujeto a las interpretaciones más subjetivas. El único dato objetivo es que muere gente inocente y no hay ninguna justificación para ello.
Espero algún día escuchar autocrítica por parte de la comunidad musulmana, primeras víctimas de su propio conflicto interno, porque los más de mil trescientos millones de musulmanes no pueden permitir que un grupo de fanáticos extremistas asesinen en nombre de su Dios Does Islam Promote Violence?. Y de paso, que Occidente corte el grifo de la financiación, porque no hay mayor hipocresía que hacer negocios con los mismos que asesinan a tus ciudadanos.
Pulso aleatoriamente una canción de mi archivo de música, y no podría haber el azar elegido una banda sonora mejor:
I wonder about the tears in children’s eyes
And I wonder about the soldier that dies
I wonder will this hatred ever end
I wonder and worry my friend
I wonder I wonder wonder don’t you?
Si, señora.
De acuerdo.
Lo que me gustaría es saber cómo parar este horror. No me quedan lágrimas.
Y mi única certeza es que la violencia sólo engendra violencia.
Hola Juan, en mi humilde opinión no hay solución. Dudo que exista el mundo feliz que deseamos, básicamente porque la humanidad siempre ha vivido entre conflictos. Primero las guerras se daban por una cuestión básica de supervivencia y territorialidad. Después por la ambición imperialista, y ahora mismo por el fanatismo envuelto en una tela de araña demasiado compleja como para que podamos ver la causa real de todo este conflicto.
Demasiados intereses ocultos, demasiados actores implicados y poca unidad social.
Un abrazo,
Laura.
Muy bien dicho, y una vez más, no puedo estar más de acuerdo contigo.
Yo siempre digo lo mismo cada vez que me echan en cara que me sienta mal y me manifieste por ciertas cosas, y que no lo haga por otras causas, y es que «una cosa no quita la otra». Evidentemente todas las injusticias son tristes, y duelen todas las malas noticias, pero es normal y humano sentirlo más mientras más de cerca te toque. Y por otra parte, para que engañarnos, nadie tiene tiempo de lamentarse ni manifestarse por todas las desgracias, porque mientras todo eso sucede, hay que seguir viviendo. C’est la vie.
Por la parte que me toca, como parisina, esto ha sido una pesadilla, pasé la noche sin pegar ojo y los días que siguieron han sido tristes y raros. Como ya ocurrió en enero, pero peor. Y sí, es esa sensación de podría haber sido yo, podríamos haber sido cualquiera de nosotros, lo que te da una idea de la dimensión de la crueldad del mundo en el que vivimos, aquí ahora, pero por supuesto en cualquier otra parte durante demasiado tiempo.
Yo también soy pesimista, y no veo el final de tantos conflictos, hay demasiados intereses por todas partes, y pocos escrúpulos. Es muy tentador dejarse llevar por la rabia y juzgar en caliente, pero identificar los verdaderos culpables (detrás de quienes ejecutan el acto) es más complicado. La culpa en mi opinión es muy escurridiza. Cómo acabar entonces con esto es misión imposible. Siempre he estado en contra de toda guerra y lo que más me entristece de toda esta historia es darme cuenta de que ese pacifismo no va a defendernos de unos cuantos fanáticos.
Espero que las cosas estén más tranquilas por Nueva Zelanda :))) un abrazo
Hola Carmen, me alegro de que estés bien, pensé mucho en ti y esperaba tus palabras y tu punto de vista como parisina.
Sin duda es absurdo negar que es una cuestión de empatía que suframos más o menos con las desgracias ajenas, es un comportamiento perfectamente humano. Creo que lo más sabio es reconocerlo y no andar debatiendo quién es más egoísta sino cómo combatir el fanatismo y evitar que haya asesinos sueltos masacrando inocentes. Quizás sea cultural perder el tiempo haciendo demagogia en lugar de buscar soluciones.
Desde mi punto de vista, lo más grave del asunto es la hipocresía de Occidente que condena el fanatismo religioso pero tiene negocios con los estados implicados, y por otra parte, ver cómo son atacados los valores por los que hemos luchado en Europa. Parece que la Humanidad no aprende de los errores del pasado.
No hay una solución mientras haya conflicto (económico) de intereses. Sin embargo, lo más interesante es observar cómo reaccionamos como sociedad ante el drama de la guerra: ¿cuántos acogeríamos a un refugiado sirio en nuestros hogares?
En Nueva Zelanda ayer se vivió una auténtica paranoia por un paquete sospechoso en Wellington que, afortunadamente, parece que no fue nada. Pero la gente está asustada a la par que se congratulan por estar tan lejos de todo. De alguna manera se protegen con su aislamiento geográfico y se percibe que estamos más a salvo que los demás. Aunque nunca se sabe ¿verdad?
Un abrazo y mucho ánimo Carmen,
Laura.