
Viajar al corazón de África con la excusa de encontrarse con los gorilas de montaña es el sueño de todo aquel que vio hace 20 años la famosa película Gorilas en la niebla. Sin embargo, al finalizar el viaje, o más probablemente a los pocos días de iniciarlo, uno ya sabe que los primates más grandes del planeta son sólo una excusa para adentrarse en este país sorprendente a la par que desconocido.
Los colores de la bandera de Uganda son el negro, el rojo y el amarillo en representación de sus gentes, el sol y la sangre como símbolo de la hermandad entre los pueblos africanos. Pero bien podría ser una hermosa bandera verde, porque la llamada “Perla de África” es abrumadoramente densa en vegetación. Ni rastro de la famosa sabana africana, ni de los paisajes áridos de las vecinas Kenya o Tanzania. Todo es verde en contraste con la tierra rojiza de los caminos que recorremos en nuestro todoterreno. Uganda es un pulmón rodeado de agua gracias a sus innumerables lagos, desde el inmenso Victoria hasta el bucólico Bunyonyi.

Aún siendo uno de los países más pobres del planeta, sus gentes viven de la agricultura, cultivan la tierra, labran las plantaciones de té y café. Y es sin duda recompensado con una excelente comida. “Venir a Uganda para comer bien…” nos repetimos una y otra vez: la piña, los tomates, las patatas, el pollo, la tilapia (el sabroso pescado de las aguas del Nilo), las sopas y las cremas de verduras, etc.

Pero si tuviera que explicar qué representa Uganda para mi, diría que lo que ha predominado ha sido una sensación de viaje en el tiempo. Y una imagen: las mujeres caminando en busca de agua con un bidón amarillo en la cabeza, un niño a la espalda y la azada en una mano. Porque las mujeres, herederas del pasado prehistórico, o quizás esclavas del mismo, parecen ser las protagonistas de las tierras cultivadas, las responsables de su fertilidad y de la abundancia de la cosecha. Y una se pregunta qué capacidad de sufrimiento tendrán. Cuántos kilos pueden llegar a acarrear sobre sus hombros, sus espaldas, sus cabezas. Cuántos kilómetros, a lo largo de su vida, acabarán recorriendo. Cuántos años de sus vidas gastados en algo que nosotros no valoramos siquiera. Cuántas horas para obtener una necesidad básica en lugar de poder atender a sus hijos, a sus familias, a ellas mismas.
A pesar de contar con agua suficiente, no hay agua corriente, por lo que desde que los niños pueden mantenerse en pie y caminar ya están obligados a ir en busca de agua en los puntos destinados a ello, bien sea una fuente o un arroyo. El camino a la escuela o a la iglesia también se hace a pie, y pude contar que a veces estaban a varios kilómetros de sus casas. Algunos afortunados van en bicicleta, aunque la mayoría son bicicletas de madera sin pedales, utilizadas a modo de monopatín. Sólo en las grandes poblaciones se pueden ver motocicletas cargadas hasta arriba de enseres y normalmente con tres o cuatro viajeros sobre ella.

Doce días de recorrido, 1600 kilómetros de trayecto por carreteras de tierra roja en muy mal estado debido a que es temporada de lluvias. Desde Entebbe hasta el P.N.Bwindi, pasando por Murchinson Falls y recorriendo el P.N.Queen Elizabeth. Las pequeñas poblaciones que se suceden no son más que modestos asentamientos con chozas construidas con barro. Los más modernos se construyen sus casas con ladrillos de arcilla.
Algo que sorprende es que las carreteras no están transitadas más que ocasionalmente por algún turista que se cruza por nuestro camino haciendo el itinerario inverso. O bien por los llamativos taxis, mini furgonetas con capacidad para doce personas, pero en las que se pueden contar hasta cuarenta si se incluyen los que van sentados en el techo. Por supuesto, el equipaje a parte, incluyendo las gallinas que llevan debajo del brazo.
Pero curiosamente, los caminos están llenos de gente. Los hombres suelen ser los encargados de llevar los rebaños de vacas o de ovejas a los pastos. Los niños y algunos adolescentes caminan descalzos hacia las escuelas, y las mujeres acarrean con los más pequeños en busca de agua o camino del trabajo, o ambas cosas a la vez. Ropas harapientas y raídas, pies descalzos, sólo los colegiales pasean con sus coloristas uniformes y con un sólo libro en la mano. Algunos hombres mayores se pasean con traje y corbata hacia la iglesia. Nada en este país te deja indiferente.
Los niños corren a nuestro encuentro agitando las manos al grito de “mzungu, mzungu!” con sus miradas ingenuas y alegres. Sin embargo, las miradas de los adultos, y en especial las miradas de las mujeres/madres/trabajadoras me hieren el alma haciéndome sentir culpable por proceder de un mundo en el cual abres un grifo y sale agua. Son miradas tristes, a veces indiferentes, pero siempre cansadas. No hay risas, no hay alegría, sólo el rastro de una vida dura.
Desde la independencia del Reino Unido, Uganda ha sobrevivido a varias guerras civiles hasta 1986, a la riqueza mal repartida y a la inestabilidad política persistente a pesar de estar gobernados por Yoweri Museveni durante los últimos 28 años. Sin embargo, cuando preguntas, la gente te dice que viven en democracia, y que las cosas parecen ir mejor.

A diferencia de mis viajes anteriores, en éste no he tenido que socializarme con ningún grupo de viajeros. Al contrario, ha sido una travesía íntima, personal, diría que ha sido un viaje interior, reflexivo, rodeada de libros durante los atardeceres o junto al fuego nocturno. Una de las lecturas que me ha acompañado en esta aventura ha sido la dramática novela El libro de mi destino, de la autora iraní Parinoush Saniee. Una de las preguntas que se cuestiona la protagonista es a quién pertenece su vida, y si es posible que el destino esté escrito y que ya haya decidido por ella y que por mucho que lo intente no pueda cambiarlo. Y yo me pregunto a quién pertenecen las vidas de estas gentes, qué posibilidades tienen de cambiar su modo de vida.
Cuando nos cruzamos con hombres que están sentados sin hacer aparentemente nada me pregunto qué estarán pensando. Acaso estar mudo es tener la mente llena de pensamientos, pero no necesariamente. El tiempo es un arma diabólica creada por Occidente para esclavizarnos, y no hay rastro de él aquí. A veces soy yo quien los mira con envidia, porque no son súbditos de las manecillas del reloj ni de los bienes materiales.

Como describe Kapuscinski en su libro Ébano : “El tiempo aparece como consecuencia de nuestros actos y desaparece si lo ignoramos o dejamos de importunarlo (…) De modo que el africano que sube a un autobús nunca pregunta cuándo arrancará, sino que entra, se acomoda en un asiento libre y se sume en el estado en que pasa gran parte de su vida: en el estado de inerte espera. ¿En qué consiste esa inerte espera? Las personas entran en este estado conscientes de lo que va a ocurrir; por lo tanto, intentan elegir el mejor lugar y aposentarse lo más cómodamente posible. A veces se tumban, otras se sientan en el suelo o en una piedra, o se ponen en cuclillas. Dejan de hablar. El grupo de personas en estado de inerte espera es mudo. No emite ninguna voz, permanece en silencio. Los músculos se distienden. La silueta se vuelve lacia, se desmaya y encoge. El cuello se queda rígido y la cabeza deja de moverse. La persona no mira, no intenta divisar nada, no se muestra curiosa. A veces tiene los ojos entornados, pero no siempre. Los ojos, por lo general, están abiertos pero con la mirada ausente, sin brizna de vida”.
El sentimiento de culpabilidad es innato a todos los viajeros sensibles y hace que te preguntes una y otra vez por qué estará tan mal repartido el mundo. Constantemente me entran ganas de bajarme del Jeep y echar una mano, poner orden a todo este caos. Sin embargo me detengo, qué manía la mía de ordenar las cosas. Quién dice que su mundo sea caótico y no el nuestro. Quién dice que son ellos los que van mal y no nosotros. Al fin y al cabo, su día a día son las tareas básicas y cotidianas, siempre en contacto con la naturaleza.

La segunda lectura que me ha acompañado en este viaje es el fantástico diario del retiro de Sylvain Tesson en Siberia titulado La vida simple, que bien podría haber sido el título de este post. En él describe cómo el asfalto aísla al pie del contacto con la tierra, y que el futuro debe ser la reconciliación entre lo civilizado y lo salvaje, lo arcaico y lo futurista.
“Un día los petroleros sauditas, los nuevos ricos indios y los magnates rusos que arrastran su aburrimiento en los lobbys de mármol de los grandes hoteles lo comprenderán (…) vivir en los claros silvestres vale más que marchitarse en la ciudad”.

Y en cierto modo ésta es la filosofía de los lodges que abundan en los parques naturales y alrededores. Los inversores occidentales gozan de todas las facilidades por parte del gobierno ugandés para comprar terrenos y montar sus negocios. De hecho, los propietarios de estas tierras desean venderlas a cambio de obtener trabajo, un trabajo menos duro que tener que cultivar té en valles con laderas verticales. Por un lado, el inversor sólo tiene que pagar el precio acordado y pagar el registro. Nada de tasas ni impuestos. A cambio, el nuevo propietario da trabajo a todos los locales enseñándoles el oficio de la nueva hostelería sostenible. Así, se convierten en recepcionistas, camareros, cocineros, limpiadores, rangers, etc. Los lugares visitados han sido a cada cual más bello, más acogedor y confortable. En ellos puedes elegir entre dormir en una modesta habitación, en una cabaña o en una tienda a modo de acampada libre. Siempre en lugares impresionantes, con vistas espectaculares y rodeados de naturaleza. Eso sí, Uganda no parece ser un lugar muy seguro. La policía turística armada está presente en cada finca y en cada campamento, vigilando la posibilidad de un robo o de un asalto, lo cual, según Fred, nuestro driver, no es infrecuente.
Sin embargo, es bueno saber que el 80% de los ingresos generados por el turismo van destinados al mantenimiento de los parques, a la creación de escuelas y hospitales. Y sin duda, es agradable observar que en cada población, por pequeña que sea, hay una escuela relativamente cerca de nueva construcción. Se acabaron las escuelas de barro que se deshacen con cada lluvia.
A pesar de haber viajado en la época de lluvias, la suerte o el destino están de nuestra parte. Las tormentas sólo aparecen al anochecer, rugiendo con fuerza sobre los tejados de las cabañas o sobre las tiendas. Hay algunos momentos en los que pienso que se desmontarán y saldré volando hacia la inmensidad de lo desconocido cual Dorothy transportada por un tornado más allá del arco iris. O quizás fuera todo fruto de mis delirios durante la noche que sufrí las fiebres africanas, pues los sueños trágicos y las imágenes grotescas se sucedieron durante toda una noche sin dejar rastro a la mañana siguiente.


Estamos en Ishasha, sector sur del P.N.Queen Elizabeth en busca de los leones trepadores. Paramos para almorzar junto al río que conforma la frontera natural con la R.D.del Congo. Allí nos encontramos con una pareja de alemanes que llevan viajando por África durante los dos últimos años, empezaron en Sudáfrica y suben hacia el norte. Bromeo diciendo que vaya vacaciones más largas, a lo que el hombre de bigote amarillo y pipa en la mano me responde que ha trabajado mucho durante toda su vida y que al fin está cumpliendo su sueño. Rondan los sesenta y muchos años, y nos enseñan su casa: un todo terreno perfectamente equipado con equipos GPS, radio, sillas plegables, tiendas de campaña, sacos de dormir, cocina, y hasta una pequeña maceta que sacan cada vez que acampan. Me dan una envidia terrible, y cuento cuántos años me llevará a mí cumplir mi sueño.
Al despedirnos les digo que acababan de convertirse en mis héroes, a lo que la mujer asiente sonriendo y mirando hacia el lugar donde se han instalado me dice: “look, this is the best 5 stars hotel”.
De regreso me quedo pensando en cómo hay gente capaz de dar un giro tan radical a sus vidas, saliéndose del sistema que los rebeldes y anarquistas tanto critican: no quejándose, sino escapando de él, como diría Tesson.
Y entonces es cuando te das cuenta que viajar al corazón de África no son sólo los amaneceres, los safaris, los gorilas de montaña, las lecturas al atardecer o bajo las tormentas nocturnas, ni son los sonidos de los animales salvajes en la noche.

Viajar al corazón de África es mucho más. Es la liberación del teléfono móvil, es la desconexión de lo superficial, de lo inerte, y como dice Sylvain Tesson, “es la conexión absoluta con el lenguaje de la naturaleza y con el propio pensamiento, es el abandono de los hábitos innecesarios”.
Y me pregunto dónde reside la verdadera esencia de la felicidad. Quizás no tan lejos de nosotros mismos si fuéramos capaces de mirar hacia nuestro interior.
Muy profundo, es increíble como nos abre la mente y el alma el conocer otras culturas, otras necesidades y como realmente, el lugar en el que nacemos nos estigmatiza de por vida… Lots of cosmic kisses!!
No tenemos la culpa de haber nacido en el llamado «primer mundo», pero ello no nos exime de nuestra responsabilidad moral de no mirar a los menos favorecidos desde el prisma occidental, como si fueran inferiores a nosotros.
Obligaría a cada blanquito visitar, al menos una vez en la vida, el continente africano. Cuántas cosas aprenderíamos de ellos, los admiro.
Bunch of Cosmic kisses Rachel 😉
Hello Sis !!!! antes que nada muchísimas gracias por este magnifico post…. me quito el sombrero ante tus palabras.
Y ni que decir tiene de vuestras fotos… increíbles !!! pero debo reconocer que la de la mano del espalda plateada me ha encantado…. SON TAN HUMANOS ESTOS SERES…. HERMANOS AL FIN Y AL CABO.
Y de la gente de Uganda y de África en general…. ni que decir tiene… simplemente SON ESPECIALES !!! su mirada lo dice todo, sobretodo la mirada de los niños !!! sus pupilas te llegan al alma…. es otra felicidad diferente a la nuestra, es otra realidad…. simplemente son felices viendo la vida pasar, sin estrés, sin ansiedad, sin depresión, sin crisis … NO TIENEN NADA Y LO TIENEN TODO !!!!! y si, yo también invitaría a mucha gente a visitar África…. verían así «la otra realidad», pero esto es un tema delicado de tocar…. yo simplemente me quedo con Uganda, nuestro primer viaje a África, para conocer al gran gorila de montaña y en definitiva ME QUEDO CON AFRICA, UN CONTINENTE MAGICO DESDE MI PUNTO DE VISTA !!!!!! Y el cual espero visitar muchas veces mas….. ES COMO SI VOLVIERA AL LUGAR AL QUE PERTENEZCO !!!
Un besazo enorme para Gabi y para ti.
PD. ¿ Sabes que firmé en el libro de visitas cuando vimos al gorila ? » HOY HE COMPRENDIDO A DIAN FOSSEY «
Bueno, bueno, bueno Mariel, me he emocionado leyendo «hoy he comprendido a Dian Fossey».
Yo he de decir que estando ahí pensé «ahora te entiendo Mariel». Tenías toda la razón, igual que acertaste con los orangutanes. Son tan humanos…
Si entras en Flickr (a la derecha del post) verás más fotos de los gorilas, y también de los chimpas, increíble verlos también. Nadie puede negar que descendemos de los monos, son nuestros ancestros.
Pero Uganda fue una sorpresa porque con la excusa de los gorilas descubrimos un mundo extraordinario. Sé que me repito cada vez que viajo a la Africa negra, pero tú me entiendes: viven en su mundo, por eso digo ¿quienes estamos equivocados, ellos o nosotros? Deberíamos dejar de ver la vida desde la perspectiva occidental y económica y darnos cuenta de lo que nos estamos perdiendo.
En fin… como me ha dicho mi hermana esta mañana, «puedes mandar a muchos blanquitos a Africa, pero no todos tendrán la capacidad de hacer autocrítica», y ¿sabes qué?, mejor, más para nosotras 😉
Me alegro de que te haya gustado, de verdad que has estado presente durante este viaje.
Un beso y ¡hasta la próxima aventura!
P R E C I O S !!!!!
Una vegada mes t’ has superat! Personalment un post rodo..ses referencies, fotos, reflexions, sa sensibilitat per tratar sa magia d’ Africa …he reviscut sentiments . Enhorabona!!!!!!!!!!!!!!
Marta, avui és el teu aniversari, però bé podria semblar el meu: vagi quin regal m´acabes de fer!!!!
Poques paraules basten per expressar tant. Si t´he provocat qualque sentiment, ja està bé!
Gràcies amiga de l´ànima xx