
Día 1#
Hoy ha sido el día. Mi marido ha tenido que viajar por negocios, y muy cordialmente me he ofrecido para llevarle hasta el aeropuerto. Con la excusa de que el supermercado donde habitualmente hago la compra está al lado y, por cierto, también el nuevo centro comercial. Así que me aseguro de tener la cartera preparada, zapatillas cómodas y emprendo mi semana para hacer todas esas cosas que con mi amado esposo al lado nunca hago. Sin acritud, cariño.
Un año y medio después de mi última visita al universo de las compras, por fin hoy me he decidido a entrar en Blue Mall de Punta Cana. En realidad abrió sus puertas hace tres meses. Mis amigas me preguntan cómo he podido vivir alejada del mundo de la moda y, más aún, cómo he podido vivir sin Zara durante tanto tiempo.

Por fin entro en el universo mágico. La respuesta la he encontrado nada más empezar a recorrer todos y cada uno de los expositores de ropa. Siguiendo mi exagera meticulosidad por el orden, he empezado por el lado izquierdo y no he dejado una sola prenda sin valorar, tocar, analizar y desechar.
Primera decepción: aunque estemos en otoño, aquí la temperatura media sigue siendo de 28ºC. Ahora mismo el termómetro marca 30ºC para ser más exactos, y estamos en noviembre. No me puedo imaginar ponerme chaquetas ni botas. Aunque, que yo no me lo ponga no significa que no se vaya a vender. Sin ir más lejos, ayer en la playa vi a un tipo con una bufanda. Y el señor que se pasea con el carrito de los helados lleva siempre un gorro de lana.
En este país, como suele ocurrir en los lugares cálidos, cuando sopla una ligera brisa corren al armario a ponerse los chaquetones. Aunque pensándolo bien, esta situación ya la he vivido antes: Doha, Cancún, ahora Bávaro… sí, cada vez que entras en un restaurante cerrado o vas al cine tienes que ponerte el plumas porque hace más frío que en Siberia, así que igual no es mala idea llevarse una bufanda.
Sigo caminando lentamente por los pasillos. Jerséis de lana, pantalones largos, chaquetas con pedrería, botines monísimos. Y pienso, a ver, cuál va a ser mi próximo viaje donde pueda ponerme todo esto. No, va a ser que no. Me pregunto si de verdad van a poner el aire acondicionado más fuerte para vender más.

Otra opción es ir vestida al estilo Rihanna, me pongo lo que me dé la gana aunque estemos a 30 grados porque quiero estrenar modelito y porque yo lo valgo.
Así es como me ha apetecido gritar en voz alta ¿pero quién demonios va a ponerse todo esto? Porque hay más. Veo unos vaqueros rojos que me gustan. Al buscar mi talla veo que empieza por la 34, sigue la 36… y digo yo, que a mis cuarentaytantos apenas consigo abrocharme la talla 38 con cierta dignidad y ya ver tallas inferiores a la mía me parece una ofensa.
Me pregunto si con lo voluptuosas que son las dominicanas, tanto por delante como por detrás, ¿no me habré equivocado y estaré en la sección niños? Miro a mi alrededor y solo veo a las dependientas aburridas frente a la pantalla del ordenador o haciendo como que colocan la ropa, pero lo de talla 34 ó 36 como que no las veo. Así que poniendo acento local me pregunto ¿y entonces?
Entonces es cuando me surge otra duda: ¿qué me voy a comprar? Si la mayor parte del tiempo voy en chanclas y en bikini, cuando voy a trabajar no hay mucha más diferencia. Ligerita de ropa y fresquita, por el calor digo.
Que vamos a ver, que por una película buena que ponen en el cine de Plaza San Juan una vez al año tampoco me voy a poner de tiros largos, y chaquetitas pues ya tengo en el armario cuando me vine de Nueva Zelanda sin pasar por la casilla de salida. Que también es cierto que el armario kiwi era más bien para convivir con vacas y ovejas más que ir de fiesta, pero que vamos, que para un apaño ya tengo fondo de armario suficiente. ¿Entonces? Es que aunque quiera no me puedo comprar nada. Además, si me pongo a comparar precios veo prendas un 40% más caras que en España ¿de qué van????

Obviamente me encuentro sola, toda la tienda para mí. Porque vamos a ver, habiendo como hay playas paradisíacas y resorts para todos los gustos ¿quién va a cruzar medio mundo para meterse en un mall?
He oído hasta tres teorías. Una, la que dice que los dominicanos de la capital, en lugar de ir a Miami de shopping ahora les parecerá más cool venir a Punta Cana. Dos, los touroperadores están organizando ya las salidas de los turistas (apuesto que rusos en su mayoría) para que realicen sus compras y llenen los restaurantes. Tres, es solo una máquina de lavar.
La triste compra de hoy han sido dos simples camisetas de algodón: la eterna camiseta de rayas marineras y una con mensaje I need more space con una simpática astronauta reivindicativa en el espacio. Y digo triste compra porque tras un año y medio de espera se suponía que iba a reventar la tarjeta visa por los aires hasta llegar al mismísimo espacio.
Incluso ayer desoí los consejos de mi amiga Carla “no te compres nada, me mandas la foto y la talla y yo te lo compro, ya te lo haré llegar, que ahí los precios están carísimos”. Le confesaba que tenía mono de probarme la ropa, de verme con trapos nuevos, esa sensación que las compras por Internet no te dan. Es como los “amigos” virtuales en la cama, te dan placer, pero no te dan un abrazo ni te felicitan el día de tu cumpleaños.

Así que con la sensación agridulce de no haber gastado lo suficiente, decido poner fin a mi escapada en un nuevo restaurante donde se come de maravilla, pero esta vez sola. Me siento en la terraza, una Presidente bien fría para saciar mi sed y disfruto de uno de esos placeres que se dan muy pocas veces: la tranquilidad. Porque como decía la camiseta que acabo de comprar, a veces, I need more space.
Igual que recomiendo un año sabático a todo aquel que se lo pueda permitir, también aconsejo dedicar algún momento del día a uno mismo. No hay que sentir lástima por ver a alguien comiendo solo en un restaurante, es posible que esté disfrutando más que algunos que viven constantemente rodeados de gente. Y no, que esté sola en la hora del almuerzo no te da licencia ni para que me des palique ni para que te sientes porque creas que necesito compañía, gracias.
Además, me suele ocurrir que dentro de mi metódica y ordenada vida, a veces me apetece hacer todo aquello que no me permito a diario, como llevarme una botella de vino blanco a casa y pedirme el plato más calórico de la carta ¿acaso me voy a convertir en Bridget Jones durante la ausencia de mi marido? Puede incluso empeorar, puede que me acabe poniendo braga tipo faja por aquello de la comodidad.

Día 2#
Tras la decepcionante escapada de shopping de ayer, pienso en cómo cambiar de estrategia. Decido trasladar mi oficina a la playa. Me levanto a las 6 de la mañana, me tomo un buen desayuno, paso por el estudio de yoga de mi amiga Natasha y medio flotando me instalo en uno de mis rincones favoritos. Como clienta habitual, me ofrecen una mesa con vistas privilegiadas, prenden el aire acondicionado del mar y me sirven una bien fría. Así da gusto trabajar.
Para redondear el día, me sirven mi plato favorito aunque ya no figure en la carta mientras trabajo sobre un seminario de género y mis anotaciones versan sobre las posibles combinaciones entre sexo, género y orientación sexual. Me pregunto si cada vez que me he levantado para ir al baño habrán cotilleado mis notas. Imagino que no dada su sonrisa eterna sin ningún síntoma evidente de que se hayan escandalizado lo más mínimo.

Una jornada laboral en una oficina como la de hoy da para muchas anécdotas, como que la simpática y joven camarera me pregunte si es verdad que Barcelona se quiere independizar. Le confirmo la información sin detenerme a explicar que Barcelona no es toda Cataluña. Le pregunto si está pensando en irse allá y me contesta que sí, que quiere ir a trabajar a Barcelona porque allí se cobra en dólares. Sigue preguntando si es malo que se quiera independizar y de repente me da a mí por explicarle que sí y no depende de a quién se lo pregunte, pero que en cualquier caso la inestabilidad política no ayuda a la economía y que se hayan ido muchas empresas no augura un escenario laboral bueno y que bla bla bla… hasta que me doy cuenta de que lo que tengo que hacer es animarla a que vaya a cumplir su sueño si es lo que realmente desea.

Al otro lado una pareja americana/dominicano que por cómo se comportan diría que pasaron una noche de borrachera y sexo desenfrenado y ahora se sienten como dos extraños sin saber muy bien qué decirse. Ella se va el martes, así que no sé yo si repetirán. Me pregunto qué pasará por las cabezas de cada uno de ellos, claramente en dos mundos opuestos, Ella quizás regrese a Wisconsin recordando el mejor verano de su vida ¿quién sabe?

Pero la guinda de la semana la pone Josefa, nuestra querida limpiadora. Debió vernos desde algún lugar que mi marido y yo salíamos de casa con la maletita de viaje y no se le ocurrió otra cosa que poner a lavar todas las fundas, sábanas, cortinas y toallas dejándome con la casa pelada. Cuando me ve de vuelta salta del susto y exclama «Ay muchacha, pensé que se fueron de viaje, y me dije que como llega la Navidad le voy a lavar toda la lencería».
La madre que le parió, pero qué tendrá que ver la Navidad. Ni que fuera yo la Preysler. Juraría que le he estropeado la siesta frente al televisor otra vez. No tengo perdón, pensará que soy una jodona.

Aunque no me diga nada, ella sabe que yo lo sé, porque desde hace un tiempo le escondo el mando a distancia del televisor, a ver cómo resuelve. La misma Josefa que cuando pongo la radio se muere de la risa cuando oye a una tertuliana decir que hay hombres que prefieren comprarse una camisa nueva antes que coser un botón. «Eso será para los que tienen muchos billetes», exclama. Y por sus risas diría que jamás había oído nada parecido.
Así que aprovecho, puesto que aquí ya han empezado con la decoración navideña ¡Feliz Navidad!
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P.D. Nos vemos en dos semanas, cierro por vacaciones, esta vez sí me voy 😉
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