
Uno de los temas más espinosos con los que mi conciencia se ha tenido que enfrentar en los últimos tiempos es el de la desigualdad social. No porque en España no exista, sino porque he tenido la oportunidad de vivir en lugares donde la polarización social es más evidente. Sin ir más lejos, este sentimiento se ha agudizado viviendo en República Dominicana, y quizás más aquí que en Qatar porque en Oriente Medio no había tanta interacción social, ni con los de arriba ni con los de abajo (siguiendo la jerarquía piramidal establecida en el país del petrodólar).
La desigualdad en el mundo,
¿una cuestión de mala suerte o de injusticia?
Hay cosas que uno no puede elegir en la vida, como el color de los ojos o el lugar donde se nace. La sociedad no es justa, y para muchos sociólogos hasta la familia es la primera fuente de injusticia con la que nos topamos porque es la que nos inculca nuestra educación y valores sin haberlos elegido. Así que dónde te haya tocado nacer no depende de ti. Nacer en una familia u otra te dará más o menos oportunidades Además, por decreto ley, la autoridad paterna es legitimada cultural y familiarmente hasta que te independizas, y ni aún así nadie te asegura tu libertad porque tener vida autónoma no te libra del yugo económico y social.
Nacer en un lugar o en otro no es una cuestión de justicia, lo que es justo o injusto es el modo en que las instituciones actúen con sus ciudadanos, Rawls.
La libertad de hacer lo que uno quiera es más un ideal que una realidad, y sino que se lo pregunten a los que no llegan a final de mes, porque la libertad material me temo que no existe. Dime cuánto tienes y te diré qué vales. En cambio, la libertad mental es aquella que permite desarrollarte para conseguir tus objetivos. Pero qué pasa cuando naces en una sociedad pobre o marginal, qué sucede cuando naces homosexual en un país como Uganda o Irán o naces mujer en cualquier lugar del mundo. Es en estos casos donde las aspiraciones personales encuentran obstáculos objetivamente medibles.
Los gobiernos que eligen los ciudadanos democráticamente -o bien los gobiernos autoritarios por decreto ley- son los que deciden qué grado de igualdad social se puede tolerar. La igualdad en países como la India, Qatar o Arabia Saudí –por poner sólo algunos ejemplos- sencillamente está asociada a la jerarquía. Pretender la igualdad social es cargarse de un plumazo la jerarquía social y la subordinación de niños, mujeres y demás impurezas humanas. Y como son sociedades profundamente tradicionales, mejor no cambiar las cosas por el bien del orden social.
Lo que se ha olvidado es cómo debemos tratarnos los unos a los otros para luchar contra la jerarquía social.
Hay quienes, amparándose en que no todos somos biológicamente iguales al nacer, tampoco pueden ni quieren defender la igualdad social. La teoría siempre luce bien: no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti, trata a todo el mundo por igual, haz el amor y no la guerra, actúa según tus principios, es más feliz el que no necesita, bla bla bla… pero ¿por qué cuesta tanto llevarlo a la práctica?
Parece ser que todo el mundo tiene la respuesta para todas las situaciones, y es que es muy fácil establecer normas universales. En la teoría se supone que todo hombre nace libre pero en la práctica es la misma sociedad quien determina quién es rico y quién es pobre porque la única variable que se utiliza para la libertad es la económica. A nadie le interesa saber qué cultura tiene más o menos valores, los índices de felicidad se quedan en una simple anécdota, sólo algunos verdes se preocupan por la sostenibilidad o por salir los primeros en la lista de las ciudades más limpias. Pero viviendo en Dominicana y viendo niveles de pobreza tirando a extremas, también aprecio riqueza en otro tipo de valores como los familiares. Entonces uno se pregunta qué tipo de igualdad es la que hay que buscar.
La igualdad basada en dar prioridad a los menos favorecidos, Rawls.
Mi ideal, partiendo de la base que no todos nacemos con las mismas oportunidades por cuestiones familiares, culturales, económicas y geográficas, es la igualdad del bienestar. Es una utopía pretender que todos podamos disponer de los mismos recursos para conseguir autodesarrollarnos, pero existe la posibilidad de adaptarnos a las circunstancias en las que hemos nacido si no tenemos la oportunidad o no tenemos la valentía de desafiar al destino. Por supuesto no existe la solución mágica hoy por hoy para garantizar alimentos y educación a toda la humanidad. No ha llegado el día en el que más de seis mil millones de personas se pongan de acuerdo en algo -tomando como referencia la actitud ejemplarizante y solidaria de nuestros políticos- pero es posible que la solución menos mala sea adaptarse al entorno.
No todos los seres humanos quieren ser tratados como iguales, con los mismos derechos y obligaciones
La adaptación permite que un pobre pueda ser feliz porque en lugar de pretender tener un iPhone se conforme con tener una hogaza de pan o una botellita de ron al final del día, puede que un cubano prefiera renunciar a su libertad a cambio de sanidad y educación gratuita, o que una mujer en una sociedad sexista se conforme con tener un apartamento en Nueva York e ir de comprar a París. Hay quienes prefieren trabajar más para ganar más dinero y adquirir más bienes materiales, y hay quienes prefieren trabajar menos y ganar menos a cambio de tener más tiempo para estar con su familia o disfrutar de sus aficiones. La clave creo que está en poder decidir en su entorno cuáles son las cosas que realmente importan.
Pretender que todos seamos iguales puede que no sea tan buena idea, tal y como cuenta el mito de Procusto. Este personaje de la mitología griega regentaba una posada en las colinas adonde se acercaban viajeros solitarios. Procusto los invitaba a pasar la noche y a descansar en una cama de hierro. En virtud de la igualdad, tenía la costumbre de atarlos a los barrotes y cortar aquellas partes del cuerpo que sobresalieran de la cama, del mismo modo que aquellos viajeros que fueran más cortos eran víctimas de la tortura de Procusto, quien les intentaba alargar las piernas a golpe de martillo.
Esta historia, como muchas otras, tiene su propia moraleja: lo que es bueno para ti quizás no es lo deseable para los otros. El ideal seria que todos pudiéramos elegir ante la misma igualdad de oportunidades, pero sabemos que no es más que palabrería porque no hay igualdad sin libertad.
Lo que es bueno para ti quizás no es lo deseable para los otros.
Entonces ¿igualdad sí o no? Si somos todos iguales ¿seremos todos felices? Pues me da a mi que no. La igualdad precisa algo más: igualdad de recursos para el bienestar social. Que se lo digan a las sociedades socialistas que presumen de tener a toda su población trabajando, cero por ciento de paro y sin clases sociales. En Cuba no me pareció que todos vivieran igual de “bien”, y sino que alguien mire la herencia que ha dejado Fidel quien no repartió las tierras a partes iguales entre todos los ciudadanos, no, directamente se las apropió para administrarlas de manera justa. Quizás ello explique que sea imposible encontrar una lechuga para hacerse una ensalada, un vaso de leche fresca o un buen chuletón de ternera. Unilateralmente decidió lo que los cubanos necesitaban y qué estilo de vida debían llevar: una cartilla de racionamiento y leche en polvo. O en la antigua URSS, mientras Stalin presumía de la potencia industrial soviética ante la perplejidad americana y europea en plena depresión económica, millones de rusos morían de hambre, de frío o eran deportados a los campos de concentración por estornudar ante el dictador.
La igualdad es que todo el mundo tenga los recursos y el bienestar lo suficientemente bueno para llevar una buena vida, Harry Frankfurt.
Nadie es mejor que nadie por vivir en un lugar u en otro, por tener un trabajo mejor o peor, por tener una casa más grande que otra. Nadie debería juzgar al prójimo sin preguntar antes qué es lo que uno desea porque no todos tenemos las mismas necesidades, y éstas a menudo responden a creencias culturales, ideológicas o religiosas. Cada uno puede jugar sus cartas como mejor le convenga salvando los casos extremos inmerecidos, porque nadie elige ser pobre ni que lo exploten laboral o sexualmente, lo que convierte a estas necesidades en vitales.
Las personas somos diferentes y tenemos necesidades diferentes
Muchos proyectos occidentales han fracaso en los países del Tercer Mundo al querer implantar recursos que no necesitaban. Hasta Mao la cagó con su plan del Gran Salto Adelante. Si desplazas la mano de obra del campo a la ciudad, ¿quién te va a dar de comer? O de qué sirven los subsidios sino para comprar votos, o qué diferencia donde en unos lugares salvas vidas y en otras homenajeas la holgazanería.
Dicen que el hambre agudiza el ingenio, y es que alimentar gratuitamente a la sociedad puede acabar como en la película Wall-e, pasajeros humanos en manos de un capitán, cada vez todos más obesos y que han perdido la capacidad de preocuparse por lo que pasa a su alrededor.
Estimada Laura Sargantana, lo de estimada es porque he seguido varios comentarios tuyos que me han parecido acertados y muy bien escritos,poco puedo añadir a lo que detallas sobre la igualdad social , mucha razon llevas en todo y sobre lo concerniente a la Rep. Dominicana mas razon aun, yo hace 9 años que vivo en Santiago.
Solo podria añadir sobre la duda de que tal vez no seria buena la igualdad un pensamiento muy mio y personal que el ser humano independientemente del entorno ¨el hombre no nace , se hace¨.
Bienvenido Gabriel y muchas gracias por compartir 😉
En mi opinión creo que la igualdad debe ser sólo de oportunidades pues el entorno condiciona mucho desde que nacemos. El tema estaría en quienes tienen oportunidades y no las aprovechan y los que no las tienen y se las inventan. Esa sería la desigualdad total.
Sin duda el hombre se hace, siempre, pero las condiciones en las que nos haya tocado vivir a cada uno de nosotros tendrá una influencia en la manera de ver y entender el mundo. Eso sí, no debe ser excusa para no obrar bien, eh?
Un abrazo y pasa por aquí cuando quieras, ¡es un placer leer otros puntos de vista!
PD. això d’estimada és ben mallorquí!