
Desde mucho antes de llegar a esta polvorienta ciudad ya tenía muy claro que salía más rentable convivir con los taxistas que gastarme los ahorros en la compra de un coche.
Cada día utilizo el taxi para moverme por la ciudad, el único transporte disponible sin contar los viejos autobuses que transportan a los trabajadores de los camps a sus puestos de trabajo. Se trata, en la mayoría, de indios, nepalíes y filipinos. Y los autobuses tienen tanta solera e historia que hasta vi uno que tenía la puerta delantera de madera a falta de su original.
En cambio, los taxis son modernos. Marcas como Toyota y VW, toda una flota propiedad de la familia real qatarí con el propósito de modernizar la ciudad. Pintados de un divertido color turquesa combinado con el grana de la bandera nacional. Monísimos, de verdad.
Y las cuentas las tengo claras: si me gasto unos 50 riales en taxi al día, y un vehículo nuevo gama media (aunque aquí no molas si no llevas un 4×4) me cuesta unos 100.000 riales, con el dinero gastado en un coche podría hacer 2.000 viajes en taxi, es decir, que tardaría en amortizarlo 5,47 años. Un tiempo en el que espero ya no estar en este país (sin acritud, sólo que queda mucho mundo por recorrer). Así que, las cuentas claras, como decía. Es de bobos comprarse un coche cuando un taxi puede llevarte y traerte todos los días por mucho menos.

Eso sin contar otra realidad no menos importante que el dinero. Cómo se conduce en la capital de este pequeño estado del golfo pérsico. Es una locura, creo que ya he hecho referencia anteriormente acerca de cómo se transforman los qatarís al volante de su Land Cruiser V8 color blanco, pitando a todo aquel que se le ponga por delante y adelantando despeinándote las cejas. En cualquier momento me encuentro cerrando los ojos y pensando “voy a morir, que están muy locoooooooos”. Y si a esta especie con complejo de piloto de Fórmula 1 le añades la conducción imprudente de los indios, quienes cambian de carril cuando y cómo se les antoja sin avisar y haciendo caso omiso a las largas y a los pitidos del claxon, pues es el acabose.
Así que otro motivo que no me alienta a conducir mi propio vehículo. Me aterroriza sólo pensarlo.
Pero tras mi primer mes cogiendo taxis a diario, un cúmulo de anécdotas me ha hecho pensar que tal vez esté equivocada en mi planteamiento inicial.

La mayoría de los taxistas son indios. Aunque últimamente, gracias a que la n ha ido en aumento (número de muestras recogidas), el abanico de nacionalidades ha ido ampliándose. He tenido el placer de conocer a un señor de Bangladesh, otro de Kenya, varios pakistaníes, algún nepalí… la mayoría hablan un inglés más que correcto, lo suficiente como para poder entablar una conversación. He de decir que he tenido experiencias positivas con las obligaciones de los conductores hacia los usuarios, tales como:
– me he podido comunicar con el conductor,
– me ha llevado a donde le he pedido,
– me han atendido con las condiciones básicas de servicio y seguridad,
– me han cobrado la carrera según marcaba el taxímetro, y poco más.
Pero esos fabulosos Toyota y VW que por fuera son tan monos, he de decir que cuando entro en los asientos traseros (siempre por la parte derecha del conductor), me he encontrado con verdaderas pocilgas.
Asientos polvorientos, manchados de vete tú a saber qué, cinturones de seguridad zarraprastosos, me he encontrado con las gomas de las puertas colgando (de hecho, una de ellas la confundí con el cinturón de seguridad porque quedó dentro del coche al cerrar la puerta), hasta un Qatar ID me he encontrado, con lo que se codicia aquí (yo sigo a la espera del mío).
Un taxista me preguntó si podía parar a echar gasolina, cómo no, le dije. El muy jeta se paró en la gasolinera del aeropuerto, probablemente la más transitada de la ciudad. Veinte minutos de cola tuvimos que hacer para llenar el depósito.
Me he encontrado con taxistas de nacionalidad incierta con los que no he podido apenas comunicarme para indicarle la dirección, por no decir todos aquellos que asienten con la cabeza sin saber por dónde ir.

Recuerdo uno en concreto que no sabía llegar al Lagoona Mall, en las Zig-Zag Tower, pero tenía mucha voluntad y me insistía en que si yo le indicaba el camino me llevaba encantado. Me bajé en el primer mall por el que pasamos. Por suerte llevaba el taxímetro en on y pude pagarle la media carrera.
Otro asentía la cabeza como si hubiera entendido a dónde quería ir, pero pronto descubrí que me estaba dando vueltas, y no sólo por el sudor de su frente. En el primer semáforo en rojo me paré. Sin pagarle, eso sí.
La mayoría de anécdotas siempre tienen relación con la negativa a poner el taxímetro en marcha. La última justificación que he oído fue la de ayer “mi empresa no me paga”, con la esperanza de que me compadezca de él , le pague la carrera por el doble de su precio real y para casa. Juegan con que a veces llevo media hora al sol esperando un taxi y soy capaz de pagar cualquier cosa, aunque nunca me resisto a regatearles algo.
Y la penúltima es probablemente la que me ha hecho cambiar completamente de idea.
Hoy toca hacer la compra. Salgo de nuestra casa-hotel. No proporcionan servicio de taxi porque tienen sus propias limusinas que te llevan a donde tú quieras pero a precio de oro. Así que me voy a la intersección más cercana donde pasan muchos taxis. Pero hoy no es mi día de suerte. Y pasan los minutos. Y el sol cada vez calienta más. Y me voy quitando capas. Y parece que hoy van todos llenos. Ni uno. Y pasa el tiempo…

Por fin para un delicioso turquesa con techo color grana, baja la ventanilla, le digo que quiero ir al City Center y asiente con la cabeza. Por esta vez subo por el lado del conductor, me pilla más a mano. Y justo cuando abro mi puerta y meto un pie dentro del coche veo cómo el taxista abre la suya, saca la cabeza girándola ligeramente hacia mi y saca de su boca una cantidad de líquido de una textura y de un color cuya descripción prefiero obviar. Tan rápido ha abierto la puerta, vuelve a cerrarla, se limpia la boca con el puño de su camisa blanca y pisa el acelerador. Estoy en tal estado de shock que no me atrevo a respirar. Cuando recobro la conciencia advierto dos cosas: que el taxímetro está en off y que en el lado del copiloto hay un señor. Lo primero que se me pasa por la cabeza es que quizás sea un pasajero y que el indispuesto taxista ha aprovechado para cobrar dos carreras en una. No importa, no tengo capacidad de reacción. En cuanto al taxímetro, le pido por favor que lo ponga en marcha. Me dice que no. El señor que va en la posición del copiloto muy amablemente le dice que la señora solicita el servicio del taxímetro, y le insiste en que si lo he pedido debe ponerlo en marcha. Pero la negativa del nauseabundo y repulsivo taxista saca mi vena andaluza y sin cortarme un pelo abro la puerta y me hago la desairada mientras me dirijo al concesionario más próximo.
Al vendedor de turno de vehículos nuevos le acaba de caer una venta del cielo.
Así….qué?… ya tenemos coche?
Ana, siiiiiii, ya tenemos coche, Naranjito. Aunque comprar un vehículo aquí también da para otro post, jajajajajajaja…. me moría de ganas de poner la foto de mi bebé, pero no es plan fardar de coche nuevo ;p
Cuando vengas a verme de llevo a las dunas 😉
Besos.
Jajajajaja!! Me ha encantado el final inesperado! Ya estoy deseando leer el post en el que cuentes como es conducir en esta ciudad!
Besos!!
Gracias Irene, ese post lo tendrás en breve. «Dinamismo social al volante», está escrito en caliente y no pienso revisarlo, ¡¡¡jajajajajajaja!!!!
No es por nada, pero no tiene desperdicio, te encantará 😉
Vaya, vaya, con que has caído en el Land Cruiser VX blanco eh ?. Pues ahora a conducir como una loca, je, je.
Siempre es mejor tener tu disponibilidad, ahora como pensabas es más rentable un taxi.
Besos
Recuerda que soy una Housewife, así que no tengo el poderío para un Land Cruiser V8 blanco. Pero eso sí, tengo un estilazo con mi FJ Naranjito, jajajaja!!!
Ya nadie me tose ;p
Hola Sargantana:
¡francamente indescriptible el último trayecto en taxi!!! ¿no tienen Primperan???, uff, es deformación profesional,jajaja!!!
La verdad es que te aplaudo la iniciativa de la compra de tu propio coche porque como decimos en España: ¡buey suelto, bien se lame!!!.
Ánimo que ya sabes que a veces, incluso en Palma, entras en un taxi (aqui de color blanco con el escudito en la puerta y la luz verde en el techo) y te arrepientes al momento, AJJJJJ!!! ESE OLOR de sudor inveterado, de hace varias semanas que no me lavo, cambio de ropa y, sobretodo ¡NO VENTILOOOOOO!!!JAJAJA
UN BESITO
Primperan????? Jo encara no sé com s´haurà tret ses taques de sa camia blanca, porc…
Aina, ja m´ho va dir sa meva germana que a Palma me passaria lo mateix amb es taxis, però lo d´aquí és de traca, jajajajajaja!!!
Has provat de fer una apnea quan te trobes amb qualqú que no ventila? ;p
Besos.
P.D. ja tenc C.S assignat, es diu Health Center Umm Ghuwailina, que rima amb Santa Catalina.
JA HO SAPS A STA. Ghuwailina QUE ME VOY SI NECESITO…CUALQUIER COSA.
AH1 NO FACIS APNEAS A 45 º : PUEDE QUE TE QUEDES!!!
Jajajajaajajajajajaja…. Jo me pens que aquí me cubaré d´un moment a s´altre, ahir hi varem arribar als 45 graus…
Per cert, aquí ses sanitàries van totes de rosa, moníssimes!!!!!
(Homos i dones separades, of course)