
Es la primera vez en 40 años que no tengo tiempo para pensar en mi propio cumpleaños a pesar de lo mucho que me gusta celebrarlo. Pero la acumulación de emociones en mi vida me han tenido demasiado entretenida como para pensar en las velas y en los preparativos para una fecha -y una cifra- tan especial. Por suerte, para esos momentos en los que no estoy atenta a mi propio yo, aparece mi chico y me sorprende con el mejor de los regalos para una viajera empedernida como yo: cinco días en Sydney, nada más y nada menos. Así que en lugar de soplar 40 velas, lo que hago es la maleta y salgo corriendo hacia el aeropuerto.

La sensación que tengo al llegar a Sydney desde Auckland es la misma que tuve al llegar a Dubai procedente del socarral de Doha: “esto sí que es una ciudad”, y esa melancolía por querer quedarme en una ciudad dinámica, vibrante, cosmopolita, estilosa y, en esta ocasión, soleada. Atrás dejamos la lluvia y el viento gélido de Nueva Zelanda para disfrutar de las calles y playas australianas, porque si algo aprecio de los aussies es que su vida está volcada al exterior. Desde las playas abarrotadas de surfistas, familias paseando sus retoños, jóvenes aprovechando los primeros rayos de sol de esta primavera que empieza en el hemisferio sur, los restaurantes con más mesas fuera que dentro, hasta los runners recorriendo las calles sin parar. Si tuviera que definir mi primera impresión de Sydney en una frase sería: su vida se basa en correr y en comer, porque hay tanta gente corriendo como dentro de los cafés, bares y restaurantes, a partes iguales. Y los que no, es porque están en la playa.


No llego a Sydney con una idea predeterminada de cómo es la ciudad, así que me dejo llevar y saboreo cada novedad. Me sorprende descubrir que es una ciudad muy europea a pesar de que los propios australianos la definen como una ciudad americana en contraposición a Melbourne. Barrios estilosos donde predomina la presencia de pequeños cafés -donde sirven café de verdad- y con cierto toque francés dentro de su estilo, en mi opinión, marcadamente British. Los restaurantes están a rebosar a cualquier hora del día, lo cual me hace pensar en la calidad de vida de una población que trabaja lo justo para vivir bien. Elegir dónde comer se hubiera convertido en una locura si no hubiera sido por la inestimable ayuda y buen gusto de nuestro anfitrión Gin, un foodie de verdad y, tal y como se define él mismo, “a Sydney person”. Así que vamos más o menos dirigidos a los restaurantes que se ajustan mejor a nuestros gustos -y a nuestro presupuesto-, básicamente comida asiática. La influencia china, japonesa y, especialmente tailandesa, es un regalo para nuestro paladar, sin olvidar uno de los snacks típicos a cualquier hora del día, los Fish and Chips.

Uno de los restaurantes más interesantes resulta ser el Rockpool Bar and Grill en la CBD (Sydney Central Business District). De camino al restaurante para probar la auéntica y famosa carne australiana, vemos cómo a la hora del almuerzo todos los businessman salen con su comida o acuden al street food de turno para sentarse “cómodamente” en las escaleras de los edificios, tal y como hemos visto siempre en las películas americanas. Lo curioso es que cuando llegamos al restaurante, antes de la hora prevista porque estamos muertos de hambre, nos sorprendemos al ver el comedor lleno. Por suerte habíamos reservado una hora antes, porque de lo contrario hubiéramos acabado en las escaleras comiendo con los ejecutivos. Primera en la frente, el restaurante repleto de hombres trajeados y algunas (pocas) mujeres elegantemente vestidas. Maldigo mis vaqueros rotos y mis pelos de haber estado toda la mañana paseando por Bondi Beach.

La segunda sorpresa, una vez hemos tomado asiento, es descubrir que nos encontramos en un edificio art decó del año 1936, y que el comedor ocupa lo que en su día fue el hall de este rascacielos. Sencillamente espectacular. Y para rematar la faena, lidiar con una carta de carnes de lo más profesional: diferentes tipos de ternera o buey, diferentes tipos de cortes, clasificación según el tipo de pasto que han consumido y hasta cuántos días ha reposado la carne (lo que aquí se conoce como dry-aging process). Te aseguran que su carne no ha sido alimentada con hormonas ni con ningún tipo de suplementos para su crecimiento. Para alguien que no consume carne habitualmente, la carta es como leer una novela de ciencia ficción, así que delego en la camarera que tan atentamente me explica las diferencias entre una y otra carne mientras me entretengo con la carta de vinos que resulta ser tan larga como la trilogía del Señor de los Anillos. Eso sí, acertamos con todo y sorprendentemente descubro caldos que nada tienen que envidiar a los vinos españoles, fuera los prejuicios.

Y para que luego digan de los españoles, en Sydney también se toman su tiempo para comer, al menos los altos ejecutivos –no los curreles que comen en las escaleras arrugando sus trajes o incluso de pie si ya no queda hueco-. Es más, diría que se hacen negocios en la mesa y se acompañan los platos con generosas dosis de alcohol. Llegamos cuando ya no quedaban mesas libres, y nos vamos con algunas mesas entonando ya los cánticos regionales.

Sigo pensando que los australianos son amables en el trato a pesar de que los locales consideren que la ciudad ha crecido desmesurada y rápidamente en los últimos años. Como la mayoría de ciudades, Sydney se ha convertido en una ciudad global, y son muchos los que se quejan del incremento del precio de la vivienda, otra vez achacado a la especulación de los chinos adinerados que compran inmuebles haciendo encarecer los alquileres y haciendo más complicada la vida a los más jóvenes. Sin embargo, tal y como nos comenta un conductor chino de Uber que nos lleva una mañana y que llegó hace 23 años a Sydney, los americanos huyen del capitalismo extremo de su hogar en busca de una mejor calidad de vida en tierras australianas, mientras para los Sydneysiders, la ciudad ha crecido demasiado y perciben que ha empeorado su propio bienestar. Los americanos perciben una ciudad amistosa y cómoda, una visión completamente diferente de los aussies que advierten que se ha convertido en una ciudad estresada, excesivamente preocupada por los negocios y por la economía. Bienvenidos a la globalización.

Otro aspecto que me enamora de Sydney es la cantidad de playas urbanas que tienen y, más aún, su aspecto. Nada que envidiar a las playas mediterráneas por su belleza, salvando las distancias. Pero es posible encontrar playas de arena fina que no se clava en los pies como agujas, aguas claras a pesar de estar integradas en la ciudad, y sin rastro de la salvaje especulación urbanística. No hay hoteles monstruosos encima de la arena, y a las cinco playas visitadas las rodean parques para correr o hacer agradables paseos de una a otra. Los restaurantes, hoteles y casas particulares esperan respetuosamente en una segunda línea sin que ello se convierta en un drama para la economía nacional.
La ciudad se me antoja cómoda a pesar de tener casi cinco millones de habitantes, y la describiría como una ciudad abierta, especialmente abierta al mar, a las zonas verdes, a los campos de fútbol, abierta para que la gente la disfrute, una ciudad al servicio de la población y no una sociedad esclava de su urbe. Por supuesto, desde el punto de vista de una turista accidental. Pero en general, hablando con su gente, no cambiarían Sydney por nada del mundo, y no me extraña.
La imagen icónica de Sydney es la Opera House. Nadie puede evitar visualizarla cuando se habla de esta ciudad. Sin embargo, creo que la mayoría de nosotros la hemos imaginado de un blanco inmaculado. Nada más lejos de la realidad. Me quedé en estado de shock para el resto del viaje al verla tan elegante, tan equilibrada, pero tan color arena. ¿Por qué nos la presentan siempre como si le hubieran pasado una mano de lejía antes de fotografiarla? Y aún más, su superficie no es lisa como también imaginaba, sino que está compuesta por miles de pequeños azulejos estratégicamente colocados proporcionando un espectacular juego de luces con los rayos del sol cuando la acarician. Entonces me viene a la memoria el espectacular Palau de les Arts de Calatrava en Valencia, no sólo por la temprana y costosa pérdida de su cubierta, sino por su aparente semejanza con la Ópera de Sydney, con todos mis respetos. Se me antoja un edificio, el australiano, atemporal, original, y que a pesar de toda la polémica que rodea su construcción, me sorprende su audacia allá en la década de los 60.

Sin embargo, el final del viaje se torna un tanto agridulce cuando ya en el aeropuerto de regreso nos topamos con la antítesis de mi concepto de sociedad ideal. El desprecio y el trato vejatorio recibido por la compañía low-cost Jet Star con la que nunca más volveré a viajar, hace de repente sentirme tan incómoda que sólo tengo deseos de volver a casa, a mi fría y lluviosa ciudad, lejos de la metrópoli. Abandono la melancolía por alejarme de una urbe que tanto tiene que ofrecer en comparación a Auckland que ya no se me antoja tan provinciana, sino más humana. Puede que más tranquila y sosegada, más pequeña y menos global. Pero la falta de educación pone de golpe mis pies en el suelo y una sorprendente sensación se apodera de mí.

No me importa poner fin a mis vacaciones para regresar, aunque Auckland me reciba con viento gélido, y me recuerdo a mí misma que mi hogar está ahí donde me sienta bien.
Así que a la pregunta de Sofía cuando me preguntaba si había tenido la sensación de «volver a casa» al llegar, digo que sí.
Kia Ora New Zealand!
Uy pues si Sydney te parece el paraíso del foodie, espérate a ir a Melbourne! Si no fuera por los bichos y porque le he cogido cariño a los kiwis ya me habría mudado allí 😉 De hecho lo estuvimos mirando.
Ahora en serio os tengo que llevar de restaurantes por Auckland, no he comido mejor en Sydney que aquí (aunque sí en Melbourne..)
¡¡¡Sólo leerte se me hace la boca agua!!!
Ya estás tardando en descubrirme los mejores restaurantes de Auckland, aunque de momento he de decir que no tengo queja. Antes de venir leímos muchos comentarios sobre lo mal que se come aquí, y la verdad es que nos hemos llevado una agradable sorpresa porque, hasta ahora, hemos dado con restaurantes muy buenos en general. Cierto que hemos probado básicamente comida asiática, y cómo no, las hamburguesas de BurgerFuel ¡¡¡jajajajajajajaja!!!
Entonces, ¿cuándo quedamos? 😉
Besines guapa.
PD. Melbourne está en la lista, caerá pronto, muy pronto 😉
Que te ha pasado con Jet star? Para mi nunca ha sido peor que Ryanair…
Y yo tampoco pensé que hubiera nada peor que Ryanair, pero JetStar ha superado con creces mis expectativas, y yo que pensaba que llegaba con la lección aprendida.
Sencillamente pusieron en duda mi visado kiwi en mi pasaporte español, por ende pusieron en duda el trabajo de Immigration NZ. Por no extenderme en todo lo que ocurrió, decir que me trataron como a una inmigrante con intenciones de colarme en su país cuando en realidad lo que pretendía era salir de Sydney y de Australia cuanto antes después de haber estado de vacaciones y gastándome mi dinero en su país. Me hicieron comprar billetes de salida de NZ que no necesitaba, haciéndome gastar un dineral que aún espero me devuelvan. En fin, un grato recuerdo que espero no repetir.
Ni que decir tiene que a nuestra llegada a Auckland nos recibieron cálidamente en el control de pasaportes y un simple vistazo al visado fue suficiente para que nos desearan buenas noches. Como digo, un placer volver a casa 😉
Laura,
Carai kiwi, no pares de viatjar!! quina sort…encara no t’he vist pel campus!!No estarás olvidando tus obligaciones uoqueras, no??? jeje…en serio, gràcies per acostar-nos una mica més les nostres antípodes amb els teus relats i experiències!!Jo pels meus 40 em van regalar un viatge a Londres, i vens tu i pels teu 40 te’n vas..aquí a la cantonada, a Sidney!!
Molta sort i ens veiem pel whatts o per l’aula!!
fins aviat
Marc
Home Marc, no li treurem mèrit a la sorpresa, però pensa que tot és relatiu. Volar a Sydney des de NZ no és molt més lluny que un Bcn-Londres, jajajajajaja!!!!
Tot i això, mai m’hagués pensat celebrar els meus 40 a l’altre cap de món. Però és que la meva vida és qualsevol cosa menys previsible 😉
Jo tampoc t’he vist per les aules, no esteim uoquejant o què? He de dir que m’està costant, no estic gaire centrada com comprendràs, però et sorprendrà saber que ja he fet una primera PAC!
Salut!
Laura.
Ai Sydney! Tot i que Australia no em crida especialment (NZ sí!) un dels meus somnis és passar el cap d’any a Sydney… M’encanta quan a les noticies surten totes les capitals on es celebra l’any nou abans de que arribi aquí i les imatges de Sydney sempre són les meves preferides l’Opera House i els focs artificials!! 🙂
Veig que som de la mateixa quinta i gairebé del mateix mes… 🙂 El meu regal dels 40 va ser Jordania!
Petons i sort amb la recerca de feina!!
Ada
Molt bona Ada la teva percepció, les imatges de Sydney celebrant el nou any han fet molt de mal a les butxaques dels ciutadans europeus, crec que tots hem sommiat en passar el cap d’any a l’Opera House sota els focs artificals! Tot i que ara pens que és injust per a NZ, a Auckland encara hi arribem dues hores abans que a Sydney!!!! A veure si aquest any hi ha sort i vos podem donar enveja des de les antípodes 😉
Això d’arribar als 40 també és una mica contradictori. Per una banda sí que sento que estic millor que mai i que estic en un gran moment de la meva vida. Però per una altra… ja només em queda la meitat!!!! Qué he fet durant aquest temps??? jajajajaja, no em queixo, no esperava arribar així de bé!
Fina aviat.
Laura.