
Reconozco que hasta hace unos pocos meses no tenía ni idea de lo que representaba Singapur más allá de haber sido hasta 1963 una colonia británica, otra más.
Si los británicos aterrizaron en Singapur fue por su situación estratégica, lo que hoy es uno de los puertos marítimos más importantes y económicamente más rentables del mundo. Y eso que solamente es un pedacito de la península malaya. De hecho su nombre originario es Puerto Temasek (Ciudad del Mar). No es que no tenga historia, pero desde el punto de vista occidental, la historia se escribe bajo el parámetro económico, así que Singapur entra en los anales de la historia a principios del siglo XX.
Pero de pronto todo el mundo a mi alrededor habla de esta ciudad estado, del cuarto centro financiero del mundo, de la ciudad león, de su calidad de vida, de sus bellezas arquitectónicas, de Singapur como la metrópolis del siglo XXI.
Y como dicen los que me conocen, soy tan inmediata que pronto empecé a poner fecha para este nuevo destino.

Es la típica ciudad en la que todos los viajeros, hacia o procedentes del sudeste asiático o de las antípodas, te dicen: «haz escala en Singapur, es una ciudad muy chula ¡y en un día lo has visto todo!» Bueno pues, aquí digo yo que ni hablar, porque en un día a lo más que puedes aspirar es ir a hacerte la foto típica-tópica junto al chorro del león y a pasear por el complejo Marina Bay Sands. Nada de eso, Singapur ofrece más que toda la península de Catar en cien años. Y tengo que reconocer que en los cuatro días que he estado no ha habido ni un solo minuto en el que no envidiara a los expatriados allí afincados. ¿Existen los intercambios de verano?, ¿alguien que quiera aprender árabe? ¿o quizás árabe e indio?, ¿dos por el precio de uno? Porque aquí en Doha hay más indios que árabes. Me cambio por un curso intensivo de Singlish, esa mezcla de inglés con acento chino y sintaxi malaya ¿me equivoco?
Así que desde hoy mismo me convierto en embajadora de la República de Singapur.
Hay dos cosas que me han quedado grabadas a fuego desde el primer momento que pisé la ciudad: la humedad y la desorientación. Cercana al ecuador, su clima es tropical, y la sensación de estar transpirando continuamente no te abandona. Por otro lado, esperas encontrar una ciudad ordenada y cuadriculada, propia de las ciudades modernas, pero es que Singapur fue colonial, ya existía antes de su independencia de los British hace casi cincuenta años. Es por ello que cuesta orientarse en esta ciudad rodeada de agua y construida para los peatones a base de puentes y túneles que conectan los espacios cerrados.

Es cierto que es una ciudad moderna, una megalópolis de cinco millones de habitantes (sólo un poco más grande que Andorra) pero en el trópico: ahí donde la naturaleza encuentra un hueco para expresarse, se expresa, y sino, lo crea el hombre. Modernos edificios con densa vegetación en sus terrazas y áticos. Singapur es verde. Es una metrópoli cálida, cívica, ordenada, limpia. Y hablando de arquitectura, recomiendo pasar por Ardmore Park, muy cerca de Orchard Road, para deleitarse con los edificios de esta zona pudiente de la ciudad. Mi favorito, el número 7.
Y a pesar de que tres cuartas partes de la población es china (y lo digo por el poco apego que siento por ellos), la ciudad me resulta del todo atractiva.
Una de las sorpresas que te llevas es que no es necesario dejarte el presupuesto en la variedad de bares y restaurantes súper cool de la ciudad. La alternativa económica, divertida, sabrosa y diferente son los puestos callejeros o hawkers. Para hacerse una idea, es como ir al Oktoberfest de Munich a beber cerveza, pero en lugar de salchichas puedes hincharte a comer sopa de fideos, noodles, satay (brochetas marinadas de cerdo o pollo) o los deliciosos tallarines de arroz. Y todo, por un módico precio y al aire libre. Recomiendo Lau Pa Sat, en la zona exterior entre lujosos rascacielos o las maravillosas vistas del Singapore Food Trail, una calle vibrante con estupendos restaurantes y mejores puestos callejeros.
Hay muchas más opciones en los barrios de Clarke Quay o Boat Quay, a las orillas del río Singapur. La primera más tranquila y la segunda más alocada, ambas abarrotadas de bares y restaurantes. La oferta es infinita, pero puede llegar a agobiar un tanto si es tarde-noche y fin de semana.

Sin embargo, yo quedé prendada de Parvis Street, una pequeña calle repleta de restaurantes encantadores y muy auténticos donde no dudé en acudir la primera noche, y no decepcionó. Tal y como su tarjeta indica, Jai Thai es un wallet friendly and authentic Thai Cuisine. Es uno de esos locales en los que no se te ocurriría entrar si no es porque te lo han recomendado, pero sin duda el Pad Thai y el Green Curry bien merecen la pena hacer media hora de cola para cenar.
Otro lugar donde no me dejé la cartera fue, en la misma calle, un almuerzo a base de arroz, huevos y salsa de tomate con una Tiger de 650ml: el Kafei Dian, justo en la esquina de Purvis Street. Tanto para desayunar como para comer o cenar, este local está siempre lleno, y es que todo está riquísimo.
Pero a parte de comer bien, hay muchas cosas que visitar.
Por supuesto es de visita obligada el parque Merlion y la foto que todo turista Singapore in 24 hours se hará: la escultura con cabeza de león y cola de pez que simboliza la “ciudad león” y su pasado pesquero. Si se va de noche, pues aprovechar para tomar una copa en alguno de los bares del paseo de la bahía o llegar hasta el icónico hotel Marina Bay Sands. Para los amantes de la arquitectura no importa cuantas veces lo visites, impresiona absolutamente todo, desde su forma de barco, su altura, la piscina en la planta 57, su discoteca, su casino, los restaurantes, el centro comercial, hasta el espectáculo de agua, sonido y color. Qué mas da que sea un reclamo turístico, es imponente.
Pero la pieza más preciada es, sin duda, el Art Science Museum en Marina Bay Sands, un espectacular edificio con forma de flor de loto o, según quien lo mire, una mano que se abre invitando al espectador a introducirse en sus entrañas. En cualquier caso, excepcional; y más aún cuando coincides con la exposición fotorgráfica de Annie Leibovitz. Recomiendo llegar al museo a través del Helix Bridge, un paseo que no deja indiferente a nadie.
Aunque para joya arquitectónica, el Teatro Ópera Esplanade, que ha sido comparada con la apestosa fruta local durián por el diseño de sus dos cúpulas. Bromas aparte, no sólo es un edificio impactante, sino que tiene alma.
Como toda ciudad que se precie, Singapur cuenta con una noria de 165 metros de altura con las mejores vistas de la urbe, y una avenida comercial, Orchard Road. Sólo, esta última, para los que se desplacen miles de kilómetros con la única intención de pasar las vacaciones de shopping.

Siguiendo la ruta turística, no pasar por alto el Hotel Raffles. Yo casi lo hago. Este hotel del año 1887 representa el símbolo del poder oriental por parte de, una vez más, los británicos. Todas las guías recomiendan tomarse una copa en el bar del hotel situado en la primera planta. Pero en mi humilde opinión, hacer cola para entrar en un bar repleto de visitantes cámara en mano me produce algo así como ansiedad. Así que la alternativa es disfrutar de un cóctel, como el famoso Singapore Sling, en la barra de su patio central. Por una noche me sentí como Sabrina en una de las fiestas de los Larrabee ¿acaso la hija de un chófer no tiene derecho a soñar?
Pero Singapur ofrece mucho, muchísimo más.
No podía faltar un barrio llamado Chinatown, lleno de tiendas de souvenirs y restaurantes (chinos) en su calle principal, Pagoda Street. Por cierto, muy interesante probar los dumplings y el arroz tres delicias de la franquicia Din Tai Fung, bueno, bonito y barato. Y un pequeño gran descubrimiento fue el Hotel Park Royal. Por un lado la agradable sorpresa de encontrar un hotel de diseño que merece la visita aunque sea sólo por su originalidad. Por otro, la desagradable noticia de tener que pagar 30 dólares singapurenses por una cerveza (unos 18€). Eso sí, al menos era de trigo, como a mí me gustan.

Otra visita para el recuerdo es el barrio árabe Kampong Glam, una de las primeras zonas habitadas de la ciudad. No sólo por sus coloridas calles y casas coloniales, ni por su mezquita con cúpula dorada incluida. Sino por la cantidad de cafeterías y restaurantes de la calle Bussorah Mall. Viniendo yo de un país árabe (y musulmán), ver la cantidad de cervezas belgas anunciadas en los bares hicieron que se me saltaran las lágrimas de la emoción. Definitivamente, podría adaptarme a la vida aquí.
Para quien le guste la cultura india, pasearse por las coloridas calles Little India y recorrer Serangoon Road. De repente, uno pierde la noción espacial, y ya no estás en Singapur, te has trasladado a la India con sus templos, tiendas, mercados y restaurantes. Por supuesto, no pude dedicarle más de una hora, con los indios de Doha tengo más que suficiente. De repente todas las calles están sucias y huelen a curry mezclado con incienso. Ni rastro del orden visto hasta el momento.

Pero en contraste, Singapur ofrece mucho verde. Uno de los parques más famosos de la ciudad es el Singapore Botanic Gardens. Es realmente espectacular la variedad de plantas que puedes ver, y más famoso es aún por su orquidiario. Es frecuente ver a las familias con sus pic-nics preparados para pasar el día, incluso hay un pequeño escenario que invita a tirarse en el césped y disfrutar de una tarde de jazz. Impresionante. Aunque debo admitir que soy una enamorada de los jardines japoneses, y nada puede estar a la altura de los nipones. Es por ello que al día siguiente me acerqué al Japanese and Chinese Garden.

Pero es que aún hay más, la penúltima virguería de esta pequeña pero agotadora ciudad: Gardens by the Bay. No vale la pena explicarlo, no podría, y es que hay cosas que hay que verlas. Pero si uno es amante o al menos sensible a las plantas, éste es su paraíso y puede perderse en él tanto tiempo como quiera.

Y seguro que Singapur no acaba aquí, pero bien exprimidos están los cuatro días pasados en esta locura de metrópoli.
De regreso al aeropuerto comparto autobús con occidentales trajeados y con la versión moderna del maletín ejecutivo, y es inevitable tener la sensación de que mi destino podría haber sido éste y no otro. Y hago mis listas mentales de Qatar vs Singapore, y sólo para contentarme y no empañar la vuelta a casa me digo que hace mucha humedad, que está infestado de centros comerciales, que gastaría el sueldo del mes con sólo salir de casa con toda la oferta que hay, que no tendría coche porque son muy caros en pro de una ciudad verde, y que al fin y al cabo, no pagar impuestos está muy pero que muy bien.
Quien no se contenta es porque no quiere.
Laura, una vez más quiero darte la enhorabuena por ser capaz de plasmar 100 % la realidad… describes todo de forma precisa y a uno le viene a la cabeza el lugar que detallas…
Coincido en cada opinión que das de este País-estado… acabo de volver de allí y no podría describir mejor todo Singapore…
Y sobretodo coincido en que en un día uno es incapaz de deleitarse del auténtico Singapore.
Gràcies Marian, passava pena que no t´agradàs (això és molt mallorquí)
Hay lugares que nada tienen que ver con lo que te cuentan, lees o te muestran en televisión, y es que estos lugares hay que vivirlos.
Y sino, que nos pregunten a nosotras cómo es Catar 😉
Kissets.
Laura, nosotros aprovechamos también las vacaciones del Eid para hacer una escapada a Tailandia, como no, con parada en Singapur. La ciudad nos sorprendió tal y como lo cuentas! Con ganas de que en un futuro, el destino nos lleve hasta allá. La vuelta a Doha no fue fácil…! Pero al menos, tenemos la suerte de estar «a medio camino». Un abrazo! Me ha encantado tu Singapore 2.0!
Hola Sofía, muchas gracias. Seguro que te quedaste con ganas de más 😉
Yo ya he puesto Singapore en mi lista de deseos para el año que viene y, como bien dices, estamos un poquito más cerca, why not?
Como todo en esta vida, sólo hay que proponérselo, un pasito detrás de otro.
Un saludo.
Y falta el aeropuerto…..para mi de los mejores que he visto, o el mejor.
Enhorabuena por la web y por el post!!
Muchas gracias Diego, y bienvenido 😉
Sin duda el aeropuerto, sí señor, ¡espectacular! Fue la primera vez que vi una pantalla digital para puntuar la limpieza de los baños, con las caritas de satisfacción o desagrado, nunca lo olvidaré, jajajajajajaja…
Saludos,
Laura.