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LAURA SARGANTANA

Coach Personal y Profesional, Equipos y Liderazgo

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Selfies, lo que la verdad esconde

13 junio, 2017 / by Sargantana / 2 comentarios

Lo vemos todos los días, a todas horas y en cualquier lugar. Observar a alguien poniendo carantoñas delante del móvil para hacerse un selfie ya lo tenemos absolutamente interiorizado. Nació para quedarse y forma parte de nuestra cultura y se trasmite de generación a generación. Veo como los hijos de mis amigas -las mismas con las que empecé a hacer mis primeros selfies– hacen también los suyos, a veces aún con mayor maestría que sus propios padres.

Pero llega un momento en que hacer un selfie ya no me parece tan gracioso. De pronto me siento ridícula.

Me podría haber pasado en cualquier lugar del mundo, pero ha sucedido hace unos días aquí en Punta Cana. Mi primer día de playa tras semanas de asfalto en Madrid. Reservamos mesa en mi beach club favorito el primer domingo soleado de junio. La temperatura, la brisa, el mar, la música… todo es perfecto hasta que detecto a un grupo de jóvenes sentados a mi derecha. No puedo apartar la vista de ellos, y no sólo por sus modernas, atrevidas y costosas indumentarias pagadas probablemente con la visa oro de papá en todo un ejercicio de enjuiciamiento gratuito. Aunque también sea una estampa habitual, no puedo creer en el despropósito de estar en un lugar tan agradable y que lleven un buen rato sin hablar entre ellos porque, móvil en mano, no pueden dejar de hacerse selfies.

Cuando veo estas escenas suelto mi rollo cultureta de siempre–o más bien de abuela cebolleta-  que mi marido estará cansado de escuchar: que vaya juventud, que si ya no importa el lugar sino ellos mismos, qué para qué salen a comer si no hablan entre ellos, que qué carajo les importa el paisaje, que si me van a dar la comida con tanto morrito y mirada entre miope e interesante, qué por qué tanta posturita delante de la pantalla si nada más apretar el botón ponen cara de perro frunciendo el entrecejo frente a la imagen reflejada nunca conforme con sus expectativas, etc, etc, etc.

Poniéndome en plan inquisitorio pienso que quizás nunca están satisfechos porque les molesta ver quienes son realmente o porque las imágenes muestran una realidad con la que no se identifican. Si hubiera podido contar la cantidad de disparos por segundo probablemente habrían superado la capacidad de mi propio celular.

Nunca están satisfechos con las imágenes reflejadas en la pantalla porque les molesta ver quienes son realmente o porque las imágenes muestran una realidad con la que no se identifican.

Es en estos momentos que me digo a mí misma que jamás volveré a disparar un selfie. 

En primer lugar, porque me siento tan ridícula como me lo parecen a mí los demás. Y en segundo lugar –y no menos importante- porque no quiero que el YO sustituya al lugar, al momento, a los sabores, a los olores, a la buena compañía, ni a una buena conversación.

¿Para qué volar al otro lado del mundo, bajarse del autobús, llegar al lugar de culto de turno, hacerse la foto y seguir la ruta? Lo único que importa es el yo y el ahora. ¿Acaso el grupo de la playa recuerda qué comió, cómo lucía el sol o con quién pasaron el día? ¿recordarán acaso la conversación que tuvieron?

Es obvio que la manera en la cual consumimos y nos relacionamos ha cambiado desde la aparición de las nuevas tecnologías. Y lo que es más interesante, ha cambiado la manera en la cual producimos. De hecho, ahora todos somos productores de imágenes, somos incluso distribuidores gracias a la técnica y dominación por parte de algunos de las redes sociales. Pero aún más inquietante, nosotros somos los que hemos cambiado. Los selfies no son más que una nueva manera de dar sentido a nuestras experiencias. Los selfies son, además, una creación humana que expresan cómo observamos el mundo, cómo observamos nuestro entorno y ponen en evidencia cómo nos vemos a nosotros mismos.

Los selfies no son más que una nueva manera de dar sentido a nuestras experiencias.

Antes se escribían poemas o se pintaba, se componía música, se fotografiaban cosas, paisajes o personas. Pero ahora también tomamos imágenes de cómo nos vemos o, más bien, de cómo nos gustaría vernos. La transformación social y cultural es un hecho, y ésta está directamente relacionada con el capitalismo, la esclavitud de la imagen y la necesidad de dominar las nuevas tecnologías para no quedarnos marginados dentro de la sociedad.

No sólo somos creadores, sino que somos protagonistas de la historia, de nuestra historia. Construimos a base de una acumulación de imágenes una realidad imaginada, soñada, anhelada o simulada que no contiene nada de verdad, sino trampas en nuestra construcción de la identidad. Ya no somos capaces de distinguir entre realidad y el mundo de las apariencias, lo que es verdadero o falso, lo que es original o copia.

Ya no somos capaces de distinguir entre realidad y el mundo de las apariencias, lo que es verdadero o falso, lo que es original o copia.

Quiénes somos: ¿los individuos que salen en las imágenes que autocreamos o los que nos levantamos cual zombies con legañas los lunes por la mañana? ¿Todos ellos o ninguno? ¿Los fabulosos con cara de comer spaghetti o los que nos tomamos un café para comenzar el día? Toda imagen es susceptible de ser manipulada e interpretada, que se lo digan a Chema Madoz.

Se podría decir que los selfies nos ayudan a crear nuestra propia identidad dentro de una sociedad líquida que cambia demasiado rápido y que nos obliga a estar presentes en todas las redes sociales. Porque si no estás no existes. Pero no existes ¿para quién? Mostramos nuestras imágenes superficiales y simuladas ¿a quién? ¿para qué? Para realimentar nuestro ego a base de aceptación social.

Mostramos nuestras imágenes superficiales y simuladas ¿a quién? ¿para qué? Para realimentar nuestro ego a base de aceptación social.


El dónde ya no importa, porque ya si eso Facebook nos etiqueta la ubicación, que eso mola mazo. Nosotros nos limitamos a narrar un relato, el que nos de la gana, sin importar si es real o no. Nosotros en el no lugar, como expresión de individualidad, porque lo único que importa es nuestro protagonismo en el paisaje. Ya no es importante disfrutar del cumpleaños con la tarta, las velas, la canción y los regalos. Lo único que importa es compartir el momento con los otros a miles de kilómetros de distancia, como si sólo tuviera valor la experiencia simulada a través de las imágenes en lugar de la experiencia real. Lo que importa ahora es -como en el márqueting- cómo presentamos el producto, no su valor.

Ya no se trata de recordar la experiencia vivida porque los selfies representan una manifestación de nuestra presencia como si tuviéramos miedo a ser olvidados. Quizás ese miedo sea el resultado de la falta de comunicación ¿quién se va a acordar de nuestra presencia si nos hemos pasado toda la noche haciéndonos selfies? Hablamos o –mejor dicho- interactuamos virtualmente con miles de personas a diario para disfrute y gozo de nuestro ego, pero no nos molestamos en entablar una conversación cara a cara con el móvil en silencio y en el bolso, qué desfachatez.

Obviamente, la cultura selfie –es decir, demostrar que existimos- exige estar constantemente conectados. No se te ocurra llegar a un país y no tener un paquete de datos, tu viaje habrá sido en balde.

Necesitamos seducir constantemente, dar la mejor imagen de nosotros mismos sin importarnos cuánto tiene de real.

Somos consumistas, hedonistas y egocéntricos. Necesitamos seducir constantemente, dar la mejor imagen de nosotros mismos sin importarnos cuánto tiene de real.  Veo que mi móvil clasifica de manera automática las imágenes de mi carrete de fotos en favoritos, gente, lugares, selfies, videos, etc. ¿debo preocuparme por almacenar más de 200 selfies? ¿estoy intentando ser alguien diferente a quien soy? ¿necesito reafirmarme? ¿O bien se trata de que los demás me acepten a mi? ¿estoy buscando mi identidad? Y aún más, me pregunto aterrada ¿qué hay de humano en mirarse a través de la cámara de un teléfono móvil que no nos devuelve la mirada? ¿acaso estaré esperando de la aceptación de la pantalla de un móvil que no me habla?

¿Qué hay de humano en mirarse a través de la cámara de un teléfono móvil que no nos devuelve la mirada?

Los selfies representan el espejo de la nueva sociedad, un fast food cultural donde se consumen imágenes que no buscan creatividad ni originalidad, sino más bien la aceptación social.

El hecho de que ya no nos sorprenda ver a alguien poniéndose una máscara delante de la cámara para quitársela tan pronto se ha apretado el botón de disparo demuestra que este acto se ha convertido en algo natural, un hábito o una costumbre. A través de los selfies adoptamos un personaje o varios, nos auto-revelamos, nos auto-exploramos con el objetivo de encontrar nuestro lugar, nuestra identidad y puede que hasta intentemos cubrir necesidades afectivas.

¿De qué manera se explica que compartamos en masa, sin pudor y en tiempo real nuestras imágenes más íntimas en las redes sociales? O la aparición de trastornos como la Nomofobia (No-Mobile-Phone Phobia) relacionada con el miedo a salir de casa sin el teléfono. Sin móvil en el bolsillo nos sentimos excluidos de la sociedad y somos altamente vulnerables.

Sin móvil en el bolsillo nos sentimos excluidos de la sociedad y somos altamente vulnerables.

Por eso he iniciado mi propia campaña de “no más selfies”. Estoy en fase de recuperar conversaciones con camareros en las barras de bar, con desconocidos en un aeropuerto, dar los buenos días sin estamparme contra las farolas. Encontrar una sonrisa en la calle cuando alguien me ceda el paso, disfrutar de los colores de la naturaleza, concentrarme en los sonidos y aromas y quizás, por qué no, dejar de mirarme por fuera y conocerme más por dentro.

Publicado en: Mi vida Etiquetado como: Coaching, cultura, educación, emociones, realidad, sociedad, valores

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Comentarios

  1. Flora dice

    22 junio, 2017 a las 05:52

    No podria estar más de acuerdo! Uno de vez en cuando ok… pero es que hay perfiles sociales que no son más que un conjunto de selfies! Yo creo que no reflejan más que una falta de seguridad en uno mismo terrible! No puedo evitar sentir un poco de tristeza por la persona cuando me cruzo con un perfil asi…

    Responder
    • sarganatana dice

      22 junio, 2017 a las 17:28

      No he querido caer en la banalidad ni en el discurso de abuela cebolleta, pero es que lo de los selfies me parece que esconde mucha inseguridad y falta de autoestima. Por más vueltas que le doy no me parece ni normal ni sano. En todo caso un reflejo de lo que está siendo esto de la sociedad moderna, bufff…
      Un besazo Flower Power!

      Responder

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