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LAURA SARGANTANA

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República Dominicana, más allá de los estereotipos

31 agosto, 2016 / by Sargantana / 10 comentarios

Me preguntaban hace unos días cómo llevo el conocimiento del país y del paisanaje. Y la verdad es que me queda todo por descubrir aunque, a la vez, estoy sorprendida con todo lo que he ido conociendo en apenas estos dos meses que llevo en República Dominicana. Me cuesta más que nunca explicar qué sensaciones me produce este lugar y sacar conclusiones del mismo, pues cada día que pasa descubro –y me suceden- tantas cosas que me parece imposible que pueda llegar a explicar cómo es este país o cómo son sus gentes. Por simplificarlo todo mucho diría que es un lugar de contrastes, tercermundista en muchas cosas y extravagante en otras, de carácter amable, alegre, ingenioso, religioso y musical, donde se vive como si nunca hubiera un mañana. Y si sólo pudiera explicarlo en una palabra ésta sería sin duda impredecible, pero prefiero no caer en estereotipos ni tópicos. Si ningún plan resiste el primer contacto con su enemigo, en República Dominicana aún no han oído hablar de qué es un plan.

La parte positiva de vivir en un lugar como Bávaro –más allá de recordarme siempre a los premios que se daban en los años 80 en los concursos televisivos durante mi infancia- es que realmente parece un lugar tranquilo. Me refiero a un lugar llamado a la calma comparado con mi experiencia previa en México o en ciudades como Auckland o Doha. Apenas un par de supermercados, un cine y algunas tiendas a cambio de preciosas playas a menos de veinte minutos desde el portal de mi casa y con una oferta gastronómica no muy amplia pero de excelente calidad.

Hoyo de Friusa (Bávaro)
Hoyo de Friusa (Bávaro)

Más allá de si vives dentro o fuera de un complejo hotelero o en un residencial, la cara amarga pero real de Bávaro es la existencia de un lugar llamado el “Hoyo de Friusa” (Hoyo de Friusa). No se trata de nada excepcional, pues es el típico barrio obrero nacido con el desarrollo económico y turístico de la zona como ha ocurrido en tantos otros lugares del mundo donde siempre encontramos la cara más bonita y la más oscura de la jerarquía social. En este caso, los lujosos complejos turísticos que miran al mar viven de espaldas precisamente a este barrio marginal donde hace 30 años llegaron centenares de personas buscando trabajo en la construcción. Hoy son más de 35 mil –la mayoría haitianos y muchos de ellos ilegales- las personas que viven en el “hoyo”, llamado así por las pobres condiciones higiénicas en las que (mal)viven. Nunca antes había reparado en que utilizar la palabra «recursos humanos» o «material humano» estaba realmente bien utilizada. Tanto tiempo insistiendo en que las personas no somos recursos para las empresas sino los motores de las mismas y llego aquí para descubrir cuán equivocada estoy. Se trata del desarrollo urbanístico por encima del desarrollo humano. Y lo más vergonzoso es que durante 30 años a nadie ha parecido importarle que sigan viviendo como si no fueran dignos de ser tratados como personas. Qatar tuvo que lavar mínimamente su imagen respecto a las condiciones laborales y de habitabilidad de su fuerza de trabajo por estar bajo la lupa de la comunidad internacional, lo cual me hace pensar que, en el exterior, la República Dominicana no tiene el peso suficiente como para que se ponga el foco en la dignidad humana ni de los haitianos ni de la población menos favorecida.

La presencia de haitianos en el escalafón más bajo de la pirámide social no sólo se reconoce por el color de su piel y por su extraño acento entre francés y criollo, sino por cómo son transportados. Es habitual verlos hacinados de pie en las cajuelas descubiertas de las camionetas, incluso sentados con las piernas colgando por los lados o por la parte trasera tanto a la entrada como a la salida del trabajo en las obras de construcción. También es una estampa habitual verlos con su chaleco reflectante sentados en los guardarraíles de las autopistas esperando su transporte a primera hora de la mañana.

Haitianos en República Dominicana
Haitianos en República Dominicana

Una de las cosas que más sorprende a quien llega sin saber mucho del lugar es el racismo que se respira en la isla, un lugar donde los dominicanos son los “blancos” y los haitianos son los “morenos”. Me lo cuenta Katherine, una simpática y pizpireta camarera que nos tiene a todos prendados. Nos explica cómo su madre se enamoró de su padre, un haitiano demasiado moreno y que murió siendo ella muy joven. El resultado es que ella es demasiado prieta (morena) al contrario que sus tres hermanos menores (de padre dominicano, por lo tanto “blancos”). Katherine es repudiada por su propia abuela por el color de su piel, pues esperaba que su hija se casara con un Príncipe Azul y la estrategia le salió rana. Al mismo tiempo, Katherine en ninguneada por sus propios hermanos por ser demasiado morena y lleva once años sin ver a su madre. Confiesa que su color de piel fue un problema en el pasado, y aunque a sus 25 años deja ver las secuelas del trauma familiar, su simpatía, desparpajo y agilidad mental le auguran (espero y deseo) el futuro que se merece. Decidida a estudiar la carrera de Derecho presume de no haber tenido hijos a su edad, algo impensable en este país. De nada sirve que le pregunte de todas las maneras posibles qué provoca que un dominicano se comporte de manera diferente según el tono de piel; parece ser algo totalmente asumido en la cultura dominicana por lo que no sabe explicarlo: siempre ha sido así, de la misma manera que en Qatar -pienso- nadie se cuestionaba el uso del niqab, pues sus preocupaciones eran otras según pude comprobar.

Katherine en Puerto Plata (imagen propia)
Katherine en Puerto Plata (imagen propia)

Acabamos bromeando sobre la obsesión de los turistas por broncearse al sol “¿para qué quieren ponerse morenos?” me pregunta riendo mientras los locales se cubren de pies a cabeza y huyen del sol cual vampiro en pleno día. Me lo confirma Joan, dominicano de origen, cuanto más claro sea su color de piel más oportunidades de éxito con las mujeres. Como no podía ser de otra manera, me ha faltado poco para meter de nuevo la pata y con la misma persona. Es con Alex, mi profesor de TRX, quien aparece el lunes con aspecto de haber pasado el domingo en la playa. De manera totalmente espontánea le digo que está muy “moreno”, a lo que me responde: “bronceado, te refieres a que me ves bronceado”. Otra vez, glupsssss….

Después de seis meses viviendo en México y de haberme acostumbrado a agarrar y manejar mi camioneta, aquí me encuentro con una proximidad cultural mucho más real y donde puedo volver a coger, sin embargo lo que manejo ya no es una camioneta sino una jeepeta aunque se trate del mismo auto. He descubierto que el español caribeño es todo un mundo. Mis meteduras de pata se multiplican por momentos, y es que la situación se pone cada vez más complicada: en este lugar no sólo se convive con dominicanos, sino también con cubanos, mexicanos y haitianos. Me di cuenta hace apenas una semana en una reunión al aire libre: mientras yo saboreaba mi enésima piña colada en la playa, mi marido jugaba una partida de dominó con un cubano, un mexicano y un dominicano. La escena me pareció –y me sigue pareciendo sin los efectos del ron- una estampa de lo más exótica. Viviendo en Mallorca es habitual tomarte una caña con un inglés o un alemán, hasta distingues a un holandés de un sueco. En los países árabes puedes tomarte un té y fumarte una shisha rodeada de sirios, libaneses, egipcios, jordanos o palestinos sin ningún problema. En Nueva Zelanda lo más habitual -si vives en Auckland- es rodearte de asiáticos, pero la situación cambia cuando vives en el Caribe.

ChampunierLo más curioso es que me paso horas absorta en distinguir los acentos, la musicalidad de las palabras, las diferentes entonaciones y hasta estoy pensando en escribir mi propio diccionario de sinónimos para no ofender a nadie con las connotaciones que tienen en cada lugar ciertas palabras. Entre mis favoritas hasta el momento me quedo con las imágenes “moltificadolas” (lambdacismo al decir mortificadoras) para referirse a las que generan envidia, a que me pregunten si he llegado “montada” cuando quieren saber si he ido en coche, la “bomba” en lugar de gasolinera, los “tapones” de tráfico, el «Champunier» en las peluquerías o frases como “hay que darle de comer y moverle la quijada” para referirse a alguien que es muy comodón o muy vago. Por supuesto obvio los múltiples americanismos que empobrecen el idioma, como cuando me preguntan qué “size” necesito para saber mi talla de la ropa, las traducciones literales como cuando me indican que ya puedo “remover” la tarjeta de crédito cuando pago en el supermercado, o escuchar en televisión el anuncio de la final olímpica de los 100 metros planos o del salto largo. Sin embargo, me da la impresión de estar adaptándome demasiado rápido desde el momento en que me sorprendo soltando un “haiga” en toda la boca. Es en estos momentos cuando empiezo a creer en Dios por la única razón de pedir su perdón.

Porque si una cosa tienen los dominicanos es que son muy religiosos. Por extraño que parezca teniendo en cuenta algunas de sus costumbres, creen en Dios. Sin ir más lejos vivo en Bávaro cuyo cartel de entrada en la población y en plena carretera reza “Bávaro es de Cristo”. Otra cosa que colecciono son las pegatinas de los cristales traseros de los automóviles, autocares o camiones, pues en ellos es recurrente encontrar perlas de la talla “Cristo libera” o “Confía en Dios, la Fe mueve montañas”.

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Pero si hay algo exótico en República Dominicana es pasear acompañada por un joven “café con leche” de 1,82 metros de estatura y espaldas anchas que bien pudiera pasar por mi guardaespaldas si no fuera porque juntos hablamos en mallorquín para sorpresa de los transeúntes. Se llama Joan y es un chaval de 23 años nacido en Santo Domingo pero criado en Mallorca que, en plena crisis económica en España, hace un año decidió instalarse en Puerto Plata donde vive y trabaja actualmente y donde parece haberse adaptado perfectamente. No sólo va a trabajar en la guagüita o sale en motoconcho, sino que conoce y degusta la comida local como el Sancocho por menos de tres euros al cambio y nos hace de guía por su país de origen. Paseamos por la zona colonial de Santo Domingo y nos enseña el Malecón sin que ningún dominicano nos interrumpa para vendernos algo, es como ir blindada. Lo mismo pasa en los restaurantes, pues cuando se acercan los camareros se dirigen a él como si fuera el anfitrión. Sin embargo, cuando estos nos oyen discutir el menú en mallorquín quedan absolutamente descolocados. Está tan habituado a que le pregunten por su acento que a veces prefiere echar mano de su habilidad natural por imitar los dejes caribeños, así que según su humor a veces contesta en cubano o se hace pasar por dominicano para no tener que contar siempre la misma historia. Incluso a veces su “español claro” los confunde y lo toman por puertorriqueño. Lo mismo pasa con su nombre, Joan, pronunciado en francés, en inglés o en español porque así no tiene que enredar aún más al personal.

Mofongo de camarones (imagen propia)
Mofongo de camarones (imagen propia)

Soy consciente de lo afortunada que soy por poder vivir en tan poco tiempo tantas vivencias enriquecedoras y más aún si pienso en todas las que me quedan por descubrir. Un solo post no resulta suficiente para relatar todo lo que he vivido en estos últimos quince días, como cenar en un restaurante de moda rodeada de cucarachas sin que me afecte lo más mínimo, tener un árbol que me da aguacates en el jardín con los que me hago ricos guacamoles y una gran variedad de ensaladas, que alguien me diga algo *entre asteriscos* en lugar de “entre comillas”, que al pasar por delante de Ikea se me salten las lágrimas, que mi mayor preocupación en una playa caribeña sea que no me caiga un coco de la palmera que he elegido para cobijarme del sol en la hora de la siesta, que la camarera del hotel me traiga mi taza de “café puro” (en lugar del café de calcetín americano) con una sonrisa acompañado de “aquí tienes linda” o que en la peluquería me ofrezcan una cerveza Presidente bien fría mientras espero. Sencillamente, no tiene precio.

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Sin duda mi experiencia me refuerza en la opinión de que no son los lugares los que nos aportan mayor o menor felicidad, más o menos bienestar, sino las vivencias que tenemos en ellos y nuestra predisposición a disfrutarlas. Y aún más, el lado oscuro o menos amable de estos lugares son los que nos enseñan a apreciar y valorar lo que tenemos recordando de dónde venimos. Cuando opinamos lo hacemos tomando una posición o enfrentándonos a un contrario, la sombra. Pero ya no es una lucha entre “ellos” y “nosotros”, sino una manera de entender que convivimos con otros modos de vida y otras miradas. Así que en lugar de dejarme llevar por los estereotipos yo opto por analizar de manera crítica todo aquello que me fascina.

Así que respondiendo a la pregunta que me hacían unos días atrás: me queda mucho por aprender, mucho por vivir, y más por escribir.

 

Publicado en: Expatriados Etiquetado como: Bávaro, Vivir en República Dominicana

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Comentarios

  1. Flora Biddulph dice

    1 septiembre, 2016 a las 04:32

    Me encanta verte tan integrada y tan feliz Laura. Un abrazo! F

    Responder
    • sargantana dice

      1 septiembre, 2016 a las 14:34

      Flora, querida, yo creo que si hubiera aterrizado primero en Dominicana no estaría tan felizmente integrada. Creo que tú me entenderás si te digo que cuando vas por tu cuarto país te vuelves más tolerante, permisiva y tienes la mente más abierta. Pagó el pato Qatar, pero aquí he llegado con la lección bien aprendida, jajajajajajajajaja!!!!!

      Besines y gracias por estar ahí (pensé que tus vacaciones por tierras gallegas no iban a terminar nunca) 😉

      Responder
  2. Susana B dice

    1 septiembre, 2016 a las 04:45

    Muy Bueno Laura !
    Aqui te dejo este vídeo para que te rías un rato https://youtu.be/eyGFz-zIjHE

    Responder
    • sargantana dice

      1 septiembre, 2016 a las 14:32

      ¡¡¡¡Qué bueno!!!!! Muchas gracias por compartir Susana, jajajajajajaja… no lo podría haber explicado mejor. La verdad es que siempre pienso en los pobres extranjeros que aprenden español y después no entienden (ni se les entiende) un carajo. Mi osteópata en Dominicana es canadiense y, a pesar de llevar 8 años viviendo en Bávaro, no se le entiende nada y acabamos hablando en inglés. Ahora lo comprendo, jajajajajajajaja…

      Besines 😉

      Responder
  3. silvia dice

    1 septiembre, 2016 a las 07:05

    terrible el racisme entre ells! a Belize és el contrari, els negres de belize no volen els blancs de mexic!

    Responder
    • sargantana dice

      1 septiembre, 2016 a las 14:37

      He sentit parlar molt del racisme invers de Belize i de Jamaica. Em fa molt de respecte, però de ben segur ha de ser una experiència interessant per veure el món des d’una altra perspectiva!
      Què trist que el color de la pell sigui encara avui tema de jerarquia social…

      Una abraçada Sílvia!!!

      Responder
  4. Antonio dice

    3 septiembre, 2016 a las 02:38

    El caso del racismo con los Haitianos es compplejo, Hay racismo como en todos lados de donde proviene mas la inmigracion y mas uan cuando han existido conflitos durante muchos anos e historia de guerras entre los paises. El racismo no es por ser negro en si. Cuando estes mas tiempo en el pais y estudie su historia esta parte la entenderas mejor. Tambien hay que destacar que apesar de ser muy mala zona el hoyo de friusa te aseguro que es peor en Haiti y por eso prefieren estar aqui.

    Responder
    • sargantana dice

      3 septiembre, 2016 a las 14:32

      Efectivamente el racismo es un mal endémico y siempre complejo, aquí y en el resto del mundo y no creo que nada pueda justificarlo. El tema del color de la piel entiendo que es la manera en la cual se manifiesta. En cualquier lugar (y por mi experiencia con los inmigrantes procedentes de África) cuando alguien huye de su país es porque en sus lugares de origen están mucho peor que en sus destinos, no me cabe duda, por ello pienso que se les debe dar un trato digno. El nacer en un lugar u otro y lo que nos separa del Primer al Tercer Mundo es el azar, nada más, por lo que considero deberíamos ser conscientes que detrás de cada ser humano hay una historia y que nos podría haber tocado a nosotros.

      Saludos y gracias por compartir, Antonio,

      Responder
  5. Lissette dice

    16 septiembre, 2016 a las 23:41

    ¡Feliz día! Recibe mis saludos…

    Me encanto tú articulo «REPÚBLICA DOMINICANA, MÁS ALLÁ DE LOS ESTEREOTIPOS». Felicitaciones por tu enfoque, soy defensora de los derechos humanos y mejor no pudiste expresarte. Estoy por visitar este hermoso país y me gustaria ponerme en contacto contigo.

    Responder
    • sargantana dice

      19 septiembre, 2016 a las 15:25

      Hola Lissette, muchas gracias por compartir.

      Me gusta observar los lugares y sus gentes desde un punto de vista sociológico al margen de las vivencias personales de cada uno. Sin duda es un país de contrastes que refleja las grandes desigualdades sociales fruto del capitalismo puro y duro. Por un lado la inversión extranjera y por otro la permisividad (interesada) de sus gobernantes. Llevo poco tiempo aquí, pero cualquier cosa en la que pueda ayudarte ya sabes dónde encontrarme, o puedes escribirme al mail [email protected]

      Saludos 😉

      Responder

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