
Poco dada a la improvisación, sucede que a veces te dejas llevar y la vida te sorprende. Esto es lo que me ha sucedido hace unos días en mi última escapada improvisada: Cusco (Perú), una de las sorpresas viajeras en mi empeño por seguir recorriendo el mundo.
Si digo que he ido al Machu Picchu todo el mundo espera que cuentes que es muy bonito, que trasmite magia y que es realmente impresionante. Pero si he de contar mi experiencia diré que más allá del hallazgo de la ciudad imperial perdida entre las montañas andinas, lo que me ha atrapado de verdad ha sido la ciudad cusqueña.

Ciertamente Machu Picchu es un lugar que no hay que dejar de visitar, y aún más recomendable es realizar el trekking para llegar al lugar sagrado antes de que llegue la masa de turistas que resta magia al momento, aunque llegar en tren también tiene su encanto por el espectáculo del paisaje.
Impresionan las terrazas de cultivo en laderas realmente empinadas del Cañón de Urubamba. Cuesta imaginarse qué llevó al líder inca Pachacútec en el siglo XV a construir tal refugio en un lugar tan inaccesible y remoto, rodeado de acantilados y selva profunda. Pero aún más sorprendente es sentarse en un rincón alejado de la maraña turística y preguntarse qué llevó a los incas a abandonar tal lugar de manera tan misteriosa en menos de cien años desde su construcción.

Obviamente no puedo hablar de Perú, pues Cusco es sólo una parte de este inmenso y variado país. Pero sí puedo decir que este viaje ha sido una de las sorpresas mejor guardadas después de más de 50 países visitados.
La cultura peruana es diversa como resultado del mestizaje entre españoles e indígenas, pero también por la influencia china, japonesa y europea. Mucho se habla de los incas, pero se desconoce que 3000 años a.C. estas tierras albergaron la primera civilización americana al mismo tiempo que se desarrollaban las grandes civilizaciones en Egipto, Mesopotamia o China.
Hoy en día, en Cusco hay menos mestizaje y mucha más población amerindia y etnia quechua que en lugares como Lima, y no es extraño oír hablar quechua en las calles, siendo el español una lengua no tan mayoritaria. Al menos, la sensación que yo tuve fue una falta de fluidez con la lengua española.
Sin duda, otra de las cosas que sorprenden es la pobreza de sus gentes, la polución de la ciudad debido a la alta contaminación de los coches, y todo ello a pesar de ser una región que goza de grandes beneficios derivados del turismo.
Los mercados son siempre mi punto de partida en cualquier destino. Para mí, visitar el mercado local es el mejor termómetro para tomar la medida al lugar. Es una explosión para los sentidos, especialmente para la vista al observar docenas de patatas diferentes, choclo o ese maíz de tamaño gigante, la quinua o las frutas de tamaños y colores imposibles.
Pero lo mejor es observar en el mercado de Urubamba poner en práctica el comunitarismo: te intercambio tres zanahorias por una docena de papas. Por no hablar de la gente local, mayores y jóvenes todos ataviados con sus coloridos trajes regionales. Y no es para la foto, ni mucho menos en un lugar algo alejado de la ruta turística, es que realmente viven y se visten así. Pero si me quedo con algo de los mercados locales es con el silencio. Nada de alboroto, gritos, lamentos, risas o lloros. En los mercados reina el silencio.

Otra curiosidad no menos grata es la educación y amabilidad de la gente, tranquila, sosegada, poco efusiva. Si alguien espera encontrar el llamado “espíritu latino” que se olvide, porque lo más latino en las calles es la música del omnipresente Enrique Iglesias.
Pero si una cosa los define es la honradez. No sé si porque me estoy acostumbrando al “tigueraje” dominicano, pero por dos veces entré en sendos restaurantes a comprar una botella de agua dada la altitud de la ciudad y el calor del mes de febrero en el hemisferio sur. El resultado, por dos veces, fue indicarme que me iban a cobrar 5 soles por botella y que me recomendaban comprarla en el colmado más cercano donde sólo me cobrarían una tercera parte. Ver para creer.

Otra anécdota que recuerdo con cariño es la de Justino, nuestro Uber casero. El amable señor nos llevó a los lugares que quisimos visitar previo acuerdo de precio y tiempo de espera en cada visita. Nada más bajar del vehículo nos dijo muy amablemente “si se demoran, conversamos”
Cusco fue el lugar elegido por dos personajes de la mitología peruana quienes lanzaron una jabalina de oro que cayó en estas tierras donde se fundaría el pueblo peruano que ha vivido, hasta hace poco, casi exclusivamente de la agricultura.
Qué dirían los personajes mitológicos ahora si vieran cómo aterrizan los aviones en plena ciudad y entre las laderas montañosas.

Sin duda es una ciudad que no puede dejar a nadie indiferente. Puede que a uno no le guste la historia, o no le encuentre la gracia visitar una ciudad andina con un toque colonial tan marcado que te haga pensar que estás en cualquier ciudad castellana. Puede que resulte pesado estar a casi 3000 metros de altitud donde pasear y hablar al mismo tiempo agota todas las reservas de oxígeno, sin embargo, dudo que alguien pueda resistirse a la deliciosa y variada gastronomía peruana, algo de lo que venían avisando ya los mercados.

Para los carnívoros, carne de alpaca, res o cuy (una mezcla entre roedor y conejo que se come asado y enterito en los mercados). Para los vegetarianos, un festival de verduras que juro no había visto antes en mi vida como el choclo morado o el huacatay. Eso sí, de los vegetales conocidos, un placer descubrir el sabor de las habitas, de las zanahorias, los hongos o de la variedad de papas.
Pero si hay un plato estrella en la cocina peruana este es el ceviche, y el producto estrella, la trucha. No hay palabras. Recomiendo encarecidamente los tres restaurantes donde pude deleitarme con la comida cusqueña: Chicha para degustar cocina peruana de autor con Gastón Acurio (Chicha), Ciccolina para degustar tapas peruanas (Ciccolina) y Morena para deleitarse con la gastronomía peruana clásica con un toque contemporáneo, resultado de un ingenioso australiano y su mujer cusqueña (Morena).
Los recomiendo por experiencia propia, sin nada a cambio.

La vida no es como uno la vivió, sino lo que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla, Gabriel García Márquez.
Yeah! Love it!
Qué bonito poder seguir enamorándose ¿verdad? 😉