
Parece que la felicidad ya no está de moda. Si publicas fotos que inspiren felicidad en las redes sociales estás ocultando una depresión. Si escribes un blog donde te reafirmas en las buenas elecciones que has ido tomando a lo largo de la vida seguramente escondas a una psicótica. Y si te atreves a postear frases motivadoras para empezar bien el día, piensan que estás en fase maníaca. O peor, te comparan con Paulo Coelho.
En esta era de la inmediatez, donde la pobreza y la riqueza se miden en función del tiempo que uno tiene, mostrarse feliz recuerda el caos en el que otros viven. El exceso de optimismo de unos contrasta con la agonía y las prisas de quienes sus prioridades están en otros menesteres. Menos en ellos mismos.

Lo reconozco, soy una hedonista. La herencia griega dejó en mi ADN la búsqueda constante del placer. Y a ser posible, el placer sin demasiado esfuerzo. Por eso no me obligo a ser feliz, me obligo a no complicarme la vida.
Para muchos, la felicidad es un mito, una utopía. Lo dicen aquellos que no dejan espacio para el diálogo, ni para el aprendizaje, ni para pasar un buen rato charlando con otras personas. Es más, les fastidia ver a la gente feliz.
Estar bien todo el tiempo no es posible, dicen. Y es cierto, la felicidad es un estado, es una forma de vida, no un fin. De hecho, la felicidad es una cuestión de práctica.«
«La felicidad no es una sensación a la que llegar, sino una manera de viajar», Margaret Runbeck
Obviamente la felicidad depende de muchas variables. Algunas no se pueden cambiar, como la predisposición genética. Pero interfieren mucho, muchísimo, las relaciones interpersonales y nuestra forma de pensar. Y para demostrarlo, qué mejor que observar lo que ocurre en las redes sociales. Esas redes en las que se tejen relaciones cibernéticas impersonales, anónimas y no siempre del todo sanas.
Me sucede poco, es cierto, per aún me sorprende cuando alguien confunde este blog de opinión y experiencias personales con dar cátedra. Y claro, el mundo está lleno de haters. Incluso lleno de haters que opinan sin leer y, más grave aún, sin escuchar.
Y que conste que adoro a los haters y no sólo porque crean contenido gratuito. Permiten que me siente en el sofá para comer palomitas mientras observo como cada uno, desde el anonimato de las redes sociales, se pone en evidencia para disfrute de los demás.
«Algunos causan felicidad dondequiera que vayan; los demás cada vez que se van», Oscar Wilde
Pero las críticas hay que saber encajarlas, como he aprendido recientemente. Sólo hay que preguntarse desde qué plano nos están criticando. Puede ser desde la envidia, la frustración, el aburrimiento, la prepotencia. No importa el motivo, ya dice el refranero popular que no ofende quien quiere sino quien puede.
Lo mismo me ocurre cuando escribo acerca de República Dominicana, donde resido desde hace casi dos años. Si me da por hablar de las excelencias del país, de sus playas de postal y por la debilidad que tengo por las piñas coladas y las palmeras, me critican por no ver el lado oscuro de un territorio pobre, vendido al turismo y con alto nivel de analfabetización. En cambio, si algún día me da por escribir sobre ese lado oscuro del paraíso, otras tantas críticas me van a caer por no apreciar al país que me acoge.
«La felicidad no es algo confeccionado. Viene de tus propias acciones», Dalai Lama
Hablemos claro, hagamos lo que hagamos, siempre nos van a criticar. Y la mejor manera de evaluar nuestra felicidad reside, precisamente, en la capacidad que tengamos en nuestro día a día para que las pequeñas cosas no nos afecten. O como se ha dicho en la jerga popular de toda la vida, aprendamos a darle la vuelta a la tortilla y busquemos el lado bueno de las cosas. Y a quien le moleste tu felicidad, ajo y agua. Lo mejor que puedes hacer es alejarte de quien no se quiere contagiar de la vida.
Lo que en realidad no entiendo es por qué hay personas a quienes les asusta la felicidad. O aún peor, les molesta la felicidad de los demás. Puede que haya algo de platónico en la idea de la felicidad. Pero en la vida hay momentos para todo, y la felicidad no existiría sin los momentos de tristeza. Lo que ocurre es que hay quienes escogemos estar más tiempo en un lado que en el otro. Por ello digo que soy hedonista, busco el placer y el mínimo dolor.
Últimamente el concepto de felicidad molesta. Ni está de moda la felicidad ni están de moda los filósofos de la Grecia Clásica que ocupaban los días reflexionando sobre ella. Lo que está de moda es el fracaso. Mediáticamente venden las miserias y dramas ajenos, lo cual no es sinónimo de que nos preocupe el dolor de los demás.
«Perder el tiempo que disfruto no es tiempo perdido», Marta Troly
El hombre ha buscado la felicidad desde los orígenes. Puede ser un momento del día, un estado, una forma de estar. La felicidad de cada uno es lo que es. Para mí es, como dijo Aristóteles, una virtud. Incluso, a veces, es el placer de no hacer nada.
¿Qué nota pones a tu felicidad?
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