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LAURA SARGANTANA

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Perdidos

27 octubre, 2016 / by Sargantana / 2 comentarios

Una de las cosas que más he escuchado desde que vivo en República Dominicana es la voz de españoles que confiesan no querer volver a un país demasiado encorsetado y donde cada vez hay más leyes –para muchos aparentemente absurdas- que limitan las libertades individuales y colectivas. Algo que me llama la atención pensando que España no se caracteriza precisamente por ser un país excesivamente rígido comparado con otros países occidentales. Sin embargo, la aparente ausencia de normas se suele asociar con la libertad absoluta en un lugar tan caótico como impredecible como es este, algo a lo que me estoy acostumbrando muy fácilmente, sobretodo a la libertad burocrática. Por el contrario, me pregunto si en Europa nos hemos vuelto tan intolerantes con el prójimo que -ante la ausencia de valores- se hacen necesarias tantas leyes como ciudadanos que piensan tener la razón. Sin duda, conciliar el respeto por los valores éticos y morales con la diversidad cultural se me antoja una utopía viendo cómo está el patio. 

A veces me pregunto si este aumento de encorsetamiento no será más bien una necesidad de civismo por el bien de la convivencia, o si la aparente libertad dominicana no se está confundiendo con falta de seguridad. Cuando te has educado bajo un número infinito de estrictas normas sociales sorprende la ausencia de las mismas. En República Dominicana parecen no regir normas de circulación cuando observas que todo el mundo conduce por el carril que le da la gana, con las largas puestas, motocicletas en dirección contraria, sin luces, cargados con cachivaches varios. Es habitual -y no una excepción- ver motoconchos transportando familias enteras, sin casco y un buen listado de irregularidades más.

Motoconcho en República Domincana
Motoconcho en República Domincana

También puede que se confunda libertad con libertinaje teniendo en cuenta que las adolescentes se embarazan nada más mirarlas y donde se rechaza el uso del preservativo porque con él “no se siente”. Me lo cuenta Wilma, la limpiadora con quien me he sentado a tomar un café. Después de debatir sobre la maternidad, la falta de control de la natalidad y otras muchas cosas interesantes que suceden en su país, hemos acabado hablando sobre la devoción y la Fe de la población dominicana. Según ella, los españoles llegaron a las tierras de sus bisabuelos para salvar a los pecadores. Los blancos trajeron la educación y la inteligencia a los lugares donde sólo había salvajes. “Ahora que tenemos educación –afirma- podemos salvar este país”. Estas son las creencias de una mujer religiosa y trabajadora tanto dentro como fuera de casa, con una docena de hermanos de diferente padre o madre y con una hermana de sólo 14 años embarazada y que se gana la vida en la calle porque -según ella- su mamá no le dio educación. Las historias que me cuenta Wilma son similares a las de otras mujeres para quienes todo se reduce a complacer la fogosidad de sus maridos para que no busquen mitigarla fuera de casa y la creencia de que todo llega por obra y gracia de Dios (o de sus enviados).

Pero hay aún una creencia más llamativa desde mi punto de vista, la creencia de que su hijo mayor, concebido por amor, es brillante, serio, educado y trabajador, al contrario que su hijo pequeño, no deseado en su concepción. Cree que Dios la ha castigado y vive eternamente atormentada por los deseos que tuvo de abortar.

La religión en República Dominicana
La religión en República Dominicana

Cuando me encuentro entre estos dos mundos -del que procedo y donde me encuentro- acabo preguntándome en qué se han convertido las sociedades modernas, cada vez más racionalizadas y burocratizadas. Un ejemplo de país legislado hasta el extremo de los que he visitado es Singapore, donde sólo por mascar chicle en la calle te multan con más de 600 euros al cambio. Sin duda las sociedades modernas se han vuelto cada vez más impersonales, donde en lugar de convivir en sociedad parecen querer conducirnos a la individualidad y a la soledad. Sin embargo, el exceso de regulación se hace necesaria precisamente en sociedades que parecen haber perdido moral colectiva dando lugar a una pérdida de sentido de la vida social. La pregunta es si estas sociedades modernas e institucionalizadas son mejores que otras más tradicionales como la Dominicana. Quizás se trate de sociedades más eficientes y productivas si pensamos en los países europeos, sin embargo se me antojan más frías y menos agradables. Ciertamente cualquier trámite burocrático en Dominicana sería lo más parecido al infierno si no fuera por la gracia natural que tienen al hablar y la ocurrencia para contestar cualquier pregunta. Mi respuesta favorita ante la ausencia de solución es “ayyyyyy mi Doña, es porque no me lo espesificaron bien”, ¿cómo enfadarse? Yo, sencillamente, no puedo.

Niña dominicana (imagen archivo personal)
Niña dominicana (imagen archivo personal)

Pero ¿qué conduce a las sociedades modernas perder sus valores? Valores necesarios que nos impulsan a actuar y transformar la sociedad en la que vivimos. Nuestros valores (y no la ciencia o la política) nos permiten dar soluciones humanas a nuestros problemas humanos ¿por qué la sociedad siente un vacío de sentido en sus vidas? Sin duda se debe a los poderes económicos y a unos ciudadanos relegados al papel de simples consumidores. En las sociedades capitalistas se crean cada vez más necesidades de tipo material y con gran carga económica que no siempre se pueden asumir, lo cual conduce fácilmente a la frustración y a la insatisfacción. Mientras, en el otro lado del globo, la mayoría de los dominicanos viven su día a día con más alegría y menos penas. Por otro lado, la globalización nos ha llevado a una pérdida de identidad colectiva tradicional a cambio de identidades individuales en un mundo cada vez más competitivo, lo cual lleva a preguntarse en qué clase de sociedad nos hemos convertido.

En qué clase de sociedad nos hemos convertido.

En un mundo cada vez más cambiante y global, a muchas personas se les hace difícil encontrar su lugar. Es habitual decir o escuchar que se han perdido los valores, que ya nada es como antes, que las nuevas tecnologías han permitido que nos comuniquemos fácilmente con personas de todo el mundo en detrimento de las relaciones personales en nuestro entorno más inmediato. Sin criterios colectivos morales el hombre se encuentra cada vez más solo en una sensación general de absurdidad. El hombre moderno se ha convertido en una pieza más de la maquinaria capitalista de la cual la mayoría no saben o no se plantean siquiera salir, incluso podría decirse que al hombre moderno le falta espíritu. Y para los que intentan salir del mundo establecido y asumido por la mayoría como “normal” están sujetos al qué dirán, a las críticas y a los juicios. Se nos olvida que lo que nos molesta del otro es todo aquello que no hemos resuelto con nosotros mismos. Como seres sociales que somos, todos necesitamos encontrar nuestro lugar, formar parte de un grupo con el que nos podamos identificar. Cada vez más gente empieza a cuestionar sus viejas creencias y decide levantarse de su cómodo sofá, presentar la carta de dimisión para cambiar de trabajo, de pareja, de residencia o de vida, aunque ello requiera la mirada crítica de los que creen que éste es un acto de nadar contracorriente. 

Cambiar de rumbo en la vida
Cambiar de rumbo en la vida

Aunque el tema sea del todo polémico, vivimos en un mundo –el Occidental- donde la religión se ha visto mayoritariamente desplazada por el laicismo, por la ciencia y por el escepticismo. Relegada al ámbito privado, la religión ya no dicta nuestras normas de comportamiento ni ocupa un lugar protagonista en nuestra sociedad. Liberados de la evaluación moral de nuestros actos también nos encontramos faltos de guías espirituales para que los hombres tengamos algo a lo que aferrarnos y dar sentido a nuestras vidas. La ética y el buen comportamiento para con el prójimo se han sustituido por los códigos deontológicos de las empresas para las que trabajamos. Todo lo contrario a lo que se vive en Dominicana como refleja este ejemplo de cordialidad cuando se llama a un proveedor que no se ha molestado en enviar el presupuesto acordado hace meses; su respuesta, lejos de detonar intranquilidad o presión es: «no se preocupe mi Don, yo con mil amores le llevo la cotización» (de hombre a hombre). Las necesidades espirituales de los hombres no debieran ser sustituidas por bienes materiales, aunque los valores parecen ser los capitalistas de nuestro siglo, valores económicos del Primer Mundo: un buen salario, una gran casa, un coche último modelo y así un sinfín de bienes sin espíritu. Paradojas de la vida, en países como República Dominicana el 80% de la población sólo piensa en la supervivencia del día a día, en ir resolviendo. Como dicen por aquí, mientras llegue para una botellita de ron…

Sociedades modernas
Sociedades modernas

Y justo al contrario, en países profundamente religiosos parece que cada uno sabe perfectamente qué lugar ocupa en la jerarquía social, su comportamiento está escrupulosamente determinado, del mismo modo que lo está su destino. Incluso en República Dominicana todo sucede por obra y gracia de Dios, por lo que nadie parece preocuparse por lo que pasará mañana puesto que no está en sus manos. Me lo cuenta Elisabeth, quien me saluda con «bendiciones para ti mi reina» cada vez que me la encuentro. Se divorció de su marido quedándose ella a cargo de sus tres hijos. Si salió adelante fue por la fuerza que el Señor le dio. De nada sirve que le insista en que la fuerza la sacó ella de su interior, de su amor y de su fuerza de voluntad. En ningún momento parece valorar su propio esfuerzo, pues fue Dios quien le dio el mensaje para sacar adelante a su familia. La religión, de un modo u otro, genera algo a lo que aferrarse en las situaciones difíciles. El problema viene cuando aparecen creencias difíciles de superar o de entender para quien no las comparte o supone limitaciones para quien las padece. Un ejemplo reciente al pedir referencias sobre un empleado: «es bueno porque es creyente«.

Religiosidad en República Dominicana
Religiosidad en República Dominicana

Tanto el exceso de regulación institucional en las sociedades modernas como el protagonismo de la religión en las sociedades más tradicionales pudieran inducir a pensar que el hombre necesita ser dirigido, que no hay motivación, inquietudes o curiosidad por explorar el mundo por uno mismo. Pero ésta es la más grande de las paradojas: tener curiosidad, romper moldes o ir contracorriente suponen consecuencias inesperadas para el hombre, y no siempre estamos preparados para afrontar todo aquello que es inesperado. Es por ello que preferimos dejarnos llevar por los estereotipos y no nos molestamos en cuestionar demasiadas cosas, supone demasiado esfuerzo.

Ocurre lo mismo con la democracia, símbolo y orgullo de la cultura occidental que sustituye las regulaciones tradicionales por las imposiciones “democráticas” de unas organizaciones que desconocemos y que no saben cohesionar una sociedad supuestamente libre. Como ejemplo, una Europa cada vez más fragmentada que tiende a resurgir nacionalismos y fenómenos xenófobos. El objetivo de la burocracia es evitar la corrupción, fomentar la transparencia, controlar al trabajador, tener mano de obra especializada y obtener resultados previsibles, sin embargo todo parece haberse reducido a la corrupción y al aprovechamiento personal como se ha visto repetidamente en España. En el otro extremo de la balanza, las sociedades más tradicionales se aferran a la religión, a las creencias o a la magia para dar respuestas e interpretar el mundo en el que vivimos, al margen de la razón y la ciencia occidental, al tiempo que la corrupción y la avaricia de unos pocos privilegiados alcanza niveles inimaginables. Y después están aquellos países que se encuentran a medio camino entre la religión y la racionalización, como me parecieron México o Catar, atrapada entre dos ideologías como si se vieran obligados a elegir, dos identidades colectivas que conducen fácilmente al desencanto del mundo. Por un lado se busca en la religión el sentido de la vida, pero por otro se sustituyen los valores y las necesidades espirituales por un consumismo descontrolado.

La paradoja del consumismo
La paradoja del consumismo

Haber crecido y haber sido educada en una cultura occidental libre y laica para vivir cuarenta años después en países profundamente religiosos y con una libertad más bien restringida, me lleva a cuestionarme continuamente dónde está el término medio. Como explica el sociólogo Z. Bauman, la nuestra es una modernidad líquida, metáfora de la obligación del hombre moderno a asumir su libertad y sus angustias existenciales en una sociedad individualista, privatizada, incierta y volátil. Pero en los tres últimos años me encuentro viviendo en sociedades tradicionales donde la libertad toma otro matiz bien diferente, donde no se cuestiona el destino –ni sus peligros- porque todo parece estar en manos de Dios camuflando y justificando así todas las injusticias. El ser humano ¿se adapta a cada nueva realidad o se rinde sin desafiarla?

¿Cómo no sentirse perdido en este caótico universo?

 

Publicado en: Expatriados, Mi vida Etiquetado como: civismo, ética, Libertad, moral, valores, Vivir en República Dominicana

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Comentarios

  1. Alex Supertramp dice

    27 octubre, 2016 a las 01:56

    Viví en Puerto Rico, visité República Dominicana. Experimenté la dicotomía del pensamiento dividido, de la religión y del capitalismo, de la ausencia de burocracia y la amabilidad de sus gentes. Hay algo discutible, la vida no es caótica si tú le pones orden, orden en tu interior, sin buscarlo fuera, la vida es mucho más si empleas la lógica y si llevamos los conocimientos occidentales científicos y lógicos al terreno espiritual. Queda mucho por hacer, queda mucho por avanzar, llevar prácticas orientales como la meditación, practicar la compasión, sentirte parte de un todo y dejar la responsabilidad a cada uno es un camino que aún queda por andar, siento más cerca que lejos. Lo que me irradia es el pensamiento mágico, el pensamiento de que «la responsabilidad no es mía» es «de un Dios del que no hay prueba existente», de un acto de Fe que cura mi moral y pues no depende de mi. Puede que produzca un sentimiento de fracaso en las sociedades occidentales y no conseguir más cosas sea una derrota, en cambio en las tradicionales produce inmovilismo y es sencillo, la religión era una herramienta para tener controlada a las masas. Es más, y esto es interesante, nuestra manera de ver la vida, nuestras creencias han generado la sociedad, me contaba un directivo de una multinacional como los países que derivaban de la religión católica (países latinos) en el que para llegar al cielo daba igual lo que hicieras ya que Dios decidía (ausencia de responsabilidad) los índices de pobreza eran mucho mayor que los países protestantes (países de anglófonos) donde para llegar al cielo te lo tenías que ganar (llegar al cielo dependía de ti, era tu responsabilidad)donde los índices de civismo, industrialización y riqueza son mayores. Ya no se trata de lo uno o de lo otro. Se trata de generar conciencia, se trata de que la realidad es una para todos aunque haya muchos puntos de vista pero que no me vengan a decir que pueden traspasar paredes o que les pasó esto o aquello por gloria divina. La materia es la misma para todos al igual que la voluntad, a veces se tiene suerte sí, pero otras te lo tienes que ganar.

    Responder
    • sargantana dice

      27 octubre, 2016 a las 15:14

      Genial exposición de los hechos Alex 😉

      La sensación que tengo es que cada vez se nos induce más a elegir entre un mundo u otro siguiendo la obsesiva necesidad de clasificar la realidad. El término medio aristotélico debería estar en nuestro interior como bien dices. El mundo es el que es, lo que cambia es la manera que tenemos de afrontarlo.
      Sin embargo, vivimos en sociedad y lo que estoy experimentando estos últimos años es la dicotomía dentro de las comunidades, ese sincretismo entre las creencias, la religión y el modelo capitalista. Esta reelaboración social y cultural es la que se refleja en la manera de relacionarnos con los demás, en la estructura social y mental de sus gentes. Aplicar tu propia lógica no siempre da buenos resultados precisamente porque cada uno contempla la realidad desde puntos de vista muy diferentes.
      Aún así, me siento una privilegiada por poder absorber lo mejor de cada cultura y dejar atrás todo aquello que no es acorde con mis valores y principios, aunque de vez en cuando me tenga que tragar algunos sapos, cómo no 😉

      Gracias por compartir, igual deberías pasar por aquí y ¡enseñarnos un poco de meditación!

      Saludos.

      Responder

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