
Hoy es uno de esos días en los que pasan cosas inesperadas, como que te cuestiones ¿qué se siente al ser colonizado? Por colonización se entiende la ocupación de un espacio, de forma violenta o no, con la intención de dominar el territorio, y por ende, a su gente. El objetivo de hoy era acudir a un workshop para conocer el proceso histórico de la colonización de Aoteoroa por parte de los británicos, los mayores colonizadores de la era moderna, allá por el siglo XVIII, y en concreto profundizar sobre el famoso tratado que firmaron los maoríes en 1840 para preservar sus tierras y su identidad tras ser «descubiertos» por la raza blanca o también llamados pakeha. Al margen del interesante tema acerca de la cultura maorí y de la problemática que aún hoy existe respecto a sus derechos, es curioso cómo la cuestión ha ido derivando hacia otros derroteros más pantanosos.

Es lo que ocurre cuando juntas a un grupo de personas adultas de nacionalidades tan dispares como la coreana, india, brasileña, malaya, alemana, china, iraní, española, bangladesí, jordana, pakistaní o argentina. La mezcla ha sido tan multicultural, que sólo ha faltado la presencia de un británico y de un maorí para poner la guinda al pastel. Quizás por esta misma razón, los asistentes nos hemos sentido libres para expresar nuestra opinión en un ambiente distendido y respetuoso. Como decía la compañera de Irán, aprecia y echará de menos la libertad de este país aunque nos sorprende afirmando que los iranís son mucho más divertidos y enérgicos que los jóvenes kiwis. La de cosas asombrosas que se han dicho hoy.

La cuestión era profundizar en las razones por las que se firmó hace 175 años un tratado de convivencia entre colonizados y colonizadores, y de por qué en el siglo XXI sigue siendo un relevante tema de discusión. El primer debate ya ha sido interesante, pues argentino y brasileña nos recuerdan que al menos en este país que nos acoge se plantea la cuestión indígena, pues en la mayoría de países el tema aborigen es directamente ignorado tanto por parte de su sociedad como por parte de sus gobernantes. Quizás la pasión latina haya hecho que las miradas al hablar sobre la colonización española-portuguesa en Sudamérica recayeran sobre nosotros de manera inconsciente, no es la primera vez que me ocurre.
Ya en México DF, visitando el espectacular mural de la Historia de México de Diego Rivera, sentí la mirada acusadora del guía, aunque quizás fueran imaginaciones mías o simplemente que reconoció que me había colado en una visita guiada. Anteriormente me sentí acorralada en la Casa Nacional de la Moneda en Potosí (Bolivia), donde los españoles agotaron toda la plata esclavizando, durante trescientos años, a los indios para mandar las monedas acuñadas ahí a un Imperio «en un desesperado esfuerzo para enfrentar la crisis del Reino, sufragar los gastos de guerras inútiles y el abultado costo de una frondosa nobleza improductiva». Entonces no me colé, pagué mi visita guiada como una turista más, aunque ingenua de mi, una servidora y mis tres compañeros de viaje éramos inequívocamente los auténticos forasteros del lugar. Sin embargo, sentí la agresiva mirada imputándome por todos los delitos cometidos por ¿los que se supone son mis antepasados hace quinientos años?

La pregunta que me no me atrevo a hacer es si argentinos, brasileños y, en este caso los kiwis, se sienten descendientes de los colonizadores de los que hablamos. Es decir, si no son aborígenes, ¿qué se sienten? Podría decir en mi caso que no me identifico con los exploradores (y explotadores) de hace 500 años, pero ¿cómo se identifica la raza blanca residente en Nueva Zelanda? Percibo que algunos asistentes piden disculpas con la mirada a la única representante kiwi en la sala cada vez que arremeten contra los británicos. ¿Subconsciente o estereotipo?
La situación más interesante del día de hoy la ha desatado el coordinador del curso al preguntarnos qué se sentía al proceder de un país colonizado, y cómo, en nuestra lengua materna, se les llama a los conquistadores. La pasión brasileña seguía poniéndonos a mi marido y a mí como representantes de la colonización española-portuguesa mientras los indios hablan sobre la dominación británica. El coordinador zimbabuense pone la nota de humor acerca de por qué un blanco se cuelga una medalla por haberlos descubierto en África cuando él, su pueblo y su tierra existían mucho antes de que llegaran los europeos. Para ponerme en la piel del colonizado, mentalmente me remonto a la llegada de los musulmanes a la Península Ibérica en el siglo VIII, me voy hasta los romanos, incluso hasta los fenicios. Llego al origen de mis ancestros, los honderos baleáricos, valiosos soldados mercenarios que tanto luchaban a las órdenes de Aníbal como al servicio de las tropas romanas.

Y me pregunto si realmente puedo ponerme en el lugar de mis compañeros. Alemania calla, yo también. Aunque me apetece decir que la única vez que me he sentido colonizada ha sido en Mallorca ante la invasión alemana en la isla a finales del siglo XX. Cierto que no nos impusieron su lengua ni su cultura, pero poco les faltó. No en vano se celebra la Oktoberfest como si se tratara de un Santo patrón más, y la cerveza alemana compite con la caña de toda la vida, mientras que vas a comprar un pan payés y te ofrecen el pan de molde alemán. Oigo como Argentina y Brasil explican cómo se cristianizó su tierra, el poder del Papa de Roma y por qué hay tantas poblaciones con nombre de santo: Sao Paulo, Santa Fe, etc. Respecto a Nueva Zelanda, los británicos cambiaron la mayoría de los nombres maorís de las poblaciones para hacerlas no sólo más entendibles al resto del mundo, sino como demostración de quién manda aquí. Aoteoroa «la gran nube blanca» se sustituye por Nueva Zelanda, Ta-maki Makau Rau pasa a llamarse Auckland y Ōtautahi se sustituye por la cristiana Christchurch.

Oigo sin cesar la expresión «la raza blanca», y recuerdo la primera vez que tuve conciencia de pertenecer a la etnia europea. Fue en Catar, donde el clasismo llega a niveles extremos. Mucha gente me ha preguntado qué tal mi vida en un país musulmán de Oriente Medio por ser mujer, y mi respuesta siempre es la misma «al ser mujer europea me han tratado con respeto». Ciertamente la historia se ha contado y estudiado desde un punto de vista eurocentrista, como si la cuna de la civilización fuera la occidental y todo lo que ocurriera lejos de nuestras fronteras fuera el caos y un mundo salvaje por ser simplemente desconocido. María, una filipina asistente al curso, es un ejemplo claro de lo que representa para ella no pertenecer al club de la raza blanca. Explica que por su nacionalidad, en cualquier entrevista de trabajo la toman por una maid. Hablamos de estereopitos. Hay más de cien millones de filipinos en el mundo, pero se les presupone «sirvientes de». Intentamos romper la seriedad del tema bromeando sobre si todos los españoles sabemos hacer una paella, la fama de serios de los alemanes, la cirugía estética de las brasileñas o si todos los productos chinos son de mala calidad. Lo que me llama poderosamente la atención es la falta de sentido del humor de chinos e indios, pero quizás sea otro estereotipo y lo que ocurre realmente es que no nos entendemos. La barrera cultural es todavía muy grande, en mi opinión.
Al acabar el curso, el coordinador nos da la enhorabuena por ser un grupo tan apasionado y tan abierto al debate, aunque al final sobre el Tratado de Waitangi no hayamos aprendido mucho. Nos vamos pensando que es un paso de gigante para este país que nos ha acogido respetar y querer recuperar parte de su origen polinesio, su lengua y su cultura. Aunque me pregunto si todo es una bonita estrategia de marketing de cara al exterior o si realmente hay una convivencia pacífica y respetuosa. Me cuestiono si la sociedad kiwi está interesada de verdad en la historia de un pueblo indígena que se asentó en tierras neozelandesas hacia el siglo XIII procedentes del este del Pacífico en simples canoas: de Hawai, de las Islas Cook o de Rapa Nui (Isla de Pascua). Otro punto de vista interesante es el de la pragmática asistente alemana, no hay por qué tomar partido ni pensar que hay vencedores y vencidos. El tratado y sus consecuencias pueden verse desde una perspectiva de convivencia y conveniencia por ambas partes. Aunque me quedo con la frase del peculiar coordinador africano: «como es habitual, los colonos llegan con la Biblia a nuestras tierras, ahora nosotros tenemos la Biblia y ellos la tierra».

Sin embargo, cuando regreso a casa en el coche con mi marido, me comenta jocoso que la superior raza blanca está en peligro de extinción: «¿te has dado cuenta de que sólo éramos tres europeos en el curso?, estamos en minoría». El hecho de que no me hubiera dado cuenta lo veo como algo positivo, querrá decir que aún no me afecta que me pregunten en todos los formularios burocráticos por mi etnia. Aunque quizás a partir de ahora deje de pasarme desapercibido, como le sucede a Marta, quien al poner «etnia europea», la miran y se la cambian por «latina».
Respecto al tema de las etnias, me ha alegrado encontrar la web Statistics New Zealand que me ha tenido entretenida toda la tarde. El censo oficial del año 2013 arroja muchísima información sobre las diferentes etnias que viven aquí, como cuánto cobran de media, su edad, nivel de estudios y lugar de residencia. Pero quizás lo más interesante sea saber con qué finalidad recopilan tantos datos ¿para corregir injusticias sociales?, ¿para controlar el flujo migratorio?

He encontrado respuesta a cómo se identifican los kiwis según esta versión oficial: dentro de la etnia genérica European, encuentro la etnia New Zealand European, los cuales representan casi tres millones de habitantes respecto a los 600 mil maorís quienes, además, perciben un salario medio sensiblemente inferior. Otro dato curioso es saber que además de etnias genéricas como la European, aparece la exótica Pacific Peoples que diferencia las diferentes etnias de las remotas islas del Pacífico. Para ya quedarse conmigo, leo que en el apartado Other Ethnicity distinguen al South African Coloured y, más llamativo aún, hay un grupo étnico llamado genéricamente Middle Eastern/Latin American/African. Y me pregunto yo, ¿por qué englobarán a un argentino, a un árabe y a un kenyata en el mismo saco cuando saben distinguir perfectamente entre un habitante de Fiji de un samoano?
Sin duda, debo pedir una extensión de mi visado, porque estas cuestiones no pueden quedarse sin resolver.
Genial reflexión!
Gracias Cosmic, y la de vueltas que le he dado 😉
Me ha gustado mucho.
Otra batallita que tengo para contarte, es cuando configurando una aplicación de administración de estudiantes y profesores en un cole, me encontré con que había etnia «Germany» y etnia «French», pues bien, ahora también hay etnia «Spanish» 😉
Son tan correctos estos kiwis, que de hecho, si elegías etnia «Maori» en esa aplicación, también te daba la opción de añadir tu «iwi», que en cristiano, por lo que tengo entendido, significa tribu. Ahí es nada.
Espero impaciente tu próximo post.
Gracias Marta, con estos temas nunca se sabe si vas a herir la sensibilidad de alguien.
Si entras en la web de Statistics NZ, en la categoría «European» salimos todos, hasta distingue Scottish, English, British, Irish, Cornish, Manx, Welsh, etc. ¡Yo me pierdo!
Lo curioso es que en «Other Ethnicity» salen: North American Indian, Mauritian, South African Coloured and New Zealander. De estos últimos hay 66 mil viviendo en NZ, pero ¿a quién se refieren? ¿a la mezcla de NZ European + maori?
Según aprendí en el Workshop, un «iwi» es un grupo de «hapus» con origen en la misma zona geográfica, y un «hapu» un grupo de unidades familiares, así que sí, entiendo que en cristiano sería una tribu de las de toda la vida, pero todas votan el mismo color político ¡jajajajajajaja!!!
Me encantas estas cosas, ya ves, cada friki con su tema 😉
Yo sigo scribiendo y tú sigues ilustrándome con tus batallitas, deal?
Besines.
Muy bueno, muy técnico, de rabiosa actualidad.
Porque a mí me parece que este tema tiene mucho que ver con todos los conflictos de Oriente Medio y África. Y otros que desconozco porque no me los ponen en la tele.
En la empresa en la que trabajé en Qatar había tres sirios. Y sinceramente, estoy espantado.
¿Cómo se arregla este follón?
¿Está la humanidad condenada a darse de hostias de por vida?
¿Somos los europeos peores que otros?
¿Qué es ser europeo, si en Mallorca tenemos una mezcolanza tremenda de norteafricanos, judíos, europeos y todo lo que se mueve?
Preguntas sin respuesta.
Agitación interior, ebullición.
Seamos positivos, me quedo con:
«Sin duda, debo pedir una extensión de mi visado, porque estas cuestiones no pueden quedarse sin resolver»
Juan, lamentablemente tienes razón, un tema de rabiosa actualidad, aunque fue casual escribir este post en una semana cuya noticia era la de un niño sirio muerto en orillas turcas escapando de la guerra. Hizo avergonzarme de mi querida Europa, tan desfasada, inhumana y poco solidaria. Una vez me dijeron que los amigos de verdad son los que te acompañan en los malos momentos, y es triste ver como la (para mí) modélica Europa no está dando la talla ante la barbarie siria (entre otras).
Justo en Qatar tuve la oportunidad de charlar con un joven sirio que me llevó a casa un día porque estaba yo con el coche en el taller. Me contó que sus dos hermanos habían muerto a causa de una explosión en Siria, mientras que él había conseguido traer a Doha a sus padres y a su hermana pequeña. Con su sueldo de recepcionista del taller, mantenía a lo que le quedaba de familia. Yo no hacía más que preguntas pero él sólo tenía una para mí: que le consiguiera una esposa. Me dio su teléfono, me invitó a conocer a su familia, pero sólo me pedía que le consiguiera una buena mujer. Tenñia 34 años y tenía miedo a quedarse solo.
Sólo es una anécdota, pero sirve para darnos cuenta que no hay razas ni etnias superiores unas a otras, y que la colonización neozelandesa es sólo una de las muchas que han ocurrido y quedan por venir. Cuando el humano deje de clasificarse por raza, sexo o religión, quizás podamos ocuparnos de lo que realmente importa. Las personas.
Como siempre, gracias por compartir 😉
Una abraçada.
Laura.