
Para los universitarios del 68 lo importante era lo que hacían y cómo se sentían al hacerlo, por lo que hacer el amor y la revolución no se podía separar con claridad.
La revolución cultural del 68 fue una cuestión de liberación social y personal, de romper las ataduras políticas, rechazo a los valores paternales, prohibido prohibir, comprometerse en público, hacer público los deseos y pensamientos privados, rechazo a lo establecido y dar rienda suelta al deseo individual.
Cuando pienso en la revolución me entran ganas de hacer el amor
Sucedió algo parecido –siempre con unos años de retraso- en la sociedad española durante la transición. Emergió un interés real por la política y la ilusión por cambiar realmente las cosas después de 40 años de autocracia, prohibiciones y oscurantismo.
El campo se vacía y se llenan las ciudades. La mayoría desinformada e indiferente parece de pronto despertar relegando a las élites que apoyaron –y se beneficiaron- del régimen a un segundo plano. Por un momento, la ciudadanía se unió como nunca y no por un partido de fútbol.

Por un momento, la ciudadanía se unió como nunca y no por un partido de fútbol.
Las mujeres se atreven a vestir pantalones, no en vano en Francia se llegan a fabricar más pantalones que faldas por primera vez en la moda femenina. Y aún más, los Estados Unidos exportan la educación universitaria de masas, incluso para las mujeres. Los movimientos feministas, el derecho al voto, la incorporación de la mujer en el mundo laboral, los anticonceptivos, la posibilidad de emancipación, la extensión de la legalización del divorcio y el acceso a la universidad cambian no sólo la estructura familiar, sino la organización social.

1968 fue un punto de inflexión para los políticos tradicionales: por primera vez, buena parte de la población tenía poder político y social como para retirar las tropas americanas de Vietnam. Había nacido un grupo social nuevo e independiente: los jóvenes con voz propia para quienes la vida, a partir de los 30, carecía de interés. Quizás por ello vivieron tan intensamente.
Los estudiantes universitarios de medio mundo salieron a la calle no por lo que habían luchado sus padres, herederos de la miseria y vergüenza de dos guerras mundiales, luchas coloniales y otras batallas por salvaguardar el imperio. Los hijos y nietos de los que sufrieron la mayor barbarie del mundo salieron por su derecho a quejarse. Ellos nacieron bajo el paraguas del Estado de Bienestar sin entender el gran sacrifico que habían realizado sus padres, muchos de los cuales se hipotecaron para que sus hijos pudieran estudiar dando así lugar a un boom estudiantil –y demográfico- sin precedentes.

La revolución estudiantil del 68 fue un reflejo de su inconformismo con una generación y una sociedad con la que no se identificaban: la de sus padres. A la sumisión de sus mayores, los jóvenes universitarios reclamaron el derecho a quejarse, y lo hacían a través de la música, la literatura, la moda, incluso a través del lenguaje.
No entendían lo que era mendigar un pedazo de pan duro porque lo que se desató fue una fiebre consumista como resultado de los nuevos mecanismos de producción en masa que abarataba los precios y cuyos productos llegaban a todos los rincones del mundo.

Vivieron la consolidación de un sistema que retrasmitía globalmente la información por televisión, donde los líderes políticos como el mítico JFK se forjaban en las pantallas gracias a su sex appeal sin importar sus méritos.
El inglés se convirtió en el idioma según el cual la música y la literatura viajaban de un continente a otro. Si querías ser cool tenías que ser de los Rolling o de The Beatles, escuchar a Jimmy Hendrix, a Janis Joplin o a Bob Marley. Ya no molaba ir bien vestido, lo que realmente era lo más era imitar el look y lenguaje obrero o a héroes como James Dean cuya vida y juventud acaban al mismo tiempo [Hobsbwam; 1998: pág.326].

Se rechazaban los valores familiares y los jóvenes estudiantiles preferían la simbiosis con el mundo obrero, los tejanos, las drogas, el alcohol y los actos desafiantes de manera pública rechazando la jerarquía histórica de la sociedad y de las élites guardianas provocando un giro populista en el discurso de la clase alta occidental.

¿Qué ocurrió con todo aquello? Que la crisis económica del petróleo del 73 acabó con los ideales juveniles. Porque a todos nos gusta vivir bien, y lo de la solidaridad y la cooperación está muy bien hasta que vienen mal dadas.
Hoy, el capitalismo y la liberalización económica ha dejado en crisis a la democracia por la que soñaron y lucharon millones de estudiantes hace casi 50 años. Aquellos mismos universitarios han perdido el interés por la política y han dejado de tener un papel activo en ella. Quizá porque las expectativas fueron tan altas, la frustración ha sido peor.
Quizá porque las expectativas fueron tan altas, la frustración ha sido peor.
No sólo se han roto los valores tradicionales y familiares, sino que se ha desgarrado el tejido social. En España, los 40 años de dictadura franquista dejaron apatía y una imagen negativa de la política. Con la democracia, muchos creyeron que era buena idea legitimar el poder de sus representantes, pero los escándalos de corrupción y el empeoramiento del Estado del Bienestar ha puesto en duda la eficacia y transparencia de la democracia. No hay confianza en las instituciones y los líderes políticos se fabrican a golpe de marketing y redes sociales.
Ya no se leen periódicos por partidistas, o porque es más entretenido leer las noticias que un Don Nadie cuelga en Facebook y nos lo creemos todo a pies juntillas.
Cada vez hay menos participación electoral y más votos antisistema. De los mayores aún se escucha que “con Franco vivíamos mejor”, y de los más jóvenes se espera una revolución como la del 68 que nunca llega.
De los más jóvenes se espera una revolución como la del 68 que nunca llega.

La desafección política ha llegado a tal extremo que ya se nos ha olvidado que, como ciudadanos, tenemos la responsabilidad cívica de colaborar para defender nuestros propios intereses. Nuestras preocupaciones están tan alejadas de las élites políticas que hasta éstas rechazan el diálogo con la sociedad. Incluso evitan la comunicación a través de los medios de comunicación salvo en contadas ocasiones como son las maratonianas jornadas pre-electorales: llámese democracia de audiencias.
Tenemos la responsabilidad cívica de colaborar para defender nuestros propios intereses.

De ahí el auge de lobbies, organizaciones y todo tipo de asociaciones como muestra del fracaso de la política en la que votamos a un líder que ha resultado ser un fake que no nos representa.
El fracaso de la política: votamos a un líder que resulta ser un «fake» que no nos representa.
Aunque puede ser peor, como que una democracia como la turca tenga un líder que acaba con la separación de poderes de un plumazo y se fuma un puro gracias a un referéndum en el que 80 millones de turcos han tenido la última palabra.

Digo yo, que si hemos perdido la ilusión y la capacidad de amarnos los unos a los otros, igual tenemos exactamente lo que merecemos.
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Bibliografía: Hobsbawm, Eric. Historia del siglo XX. Buenos Aires: Crítica Grijalbo Mondadori, S.A. 1998 ISBN 987-9317-03-3
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