
Una de las frases que más me afectaron cuando llegué a Doha fue la de “te vas a volver racista aquí”. Suena fuerte ¿verdad? Citando al escritor André Aciman, «las guerras no se ganan porque un bando sea más espabilado, sino porque el otro es más incompetente». Para ser políticamente correcta, diré que algo así sucede en esta parte del mundo. Debo ser honesta, no es una cuestión de razas o nacionalidades, sino de educación, de cultura, de gestión. Pero es que lamento admitir que siempre acaban recibiendo los mismos.
El nivel de profesionalidad en algunos sectores deja mucho que desear, y el promedio de cabreos por día ha aumentado de manera exponencial desde que llegué hace un año.
Por poner un ejemplo, y sin salir de casa, el día de ayer.

Domingo 8 a.m. Tengo que entregar un trabajo de historia para la universidad y he decidido encerrarme en casa hasta que lo acabe. Preparo mi mesa de despacho con todas las lecturas, los resúmenes, mi mapa de ideas, mi boli preferido y mis botellas de agua en fila (maniática como Rafa Nadal) y abro el OpenOffice para empezar a escribir. No antes sin haber dejado la luz de la puerta en rojo, señal de “no molestar”. Pues bien, cuando estaba en plena fase de inspiración, esa en la que los dedos se mueven sobre el teclado intentando seguir el ritmo de las ideas que se agolpan en el cerebro, oigo cómo alguien aporrea la puerta. Me paro, suspiro, y sigo. Maldita energía, siguen aporreando la puerta. Alguien ha desayunado Corn Flakes esta mañana. Me niego a levantarme de la silla. Sólo si hubiera un incendio me lo pensaría, pero ya se sabe que en este país las sirenas de aviso por incendio se disparan aún cuando sólo has encendido la luz del baño. Así que sigo escribiendo.
Hablando de incendios, este país tiene un historial algo trágico, motivo por el cual hacen simulacros día sí día también. Me viene a la memoria cuando hace unos meses estaba yo en el gimnasio en pleno entrenamiento. Y, cómo no, saltó la alarma anti incendios. Me dio mucha pereza parar en seco mi sesión de elíptica, así que decidí continuar (esto también lo he aprendido aquí lo de hacer oídos sordos a todo lo que me rodea). Sin embargo, el monitor del gimnasio me vino a buscar y me pidió que, por favor, abandonara el edificio. Me negué diciendo que si era un simulacro estaba hasta el gorro. Pero bajo su responsabilidad me echó de la sala. Cuál fue mi sorpresa cuando después de bajar las siete plantas del hotel por las escaleras, me lo encuentro saliendo del ascensor de la planta baja.

Volviendo al suceso de ayer, siguen aporreando la puerta. Me hago la sorda. Suena el teléfono, era previsible. Hago como que no estoy en casa. Espero pacientemente en mi despacho, no tardarán en entrar si presuponen que no hay nadie en casa. Me llama mi marido al teléfono móvil. Le explico el caos que se está viviendo en nuestro apartamento. Su curiosidad supera la mía y me pide que mire por la mirilla a ver quién puede ser. Veo a un hombre con una lavadora. El teléfono sigue sonando y mi concentración se ha ido de paseo, así que decido responder a la quinta llamada. Me llaman desde recepción. Antes de dejar hablar a quien esté al otro lado del teléfono le meto un chorreo de los de campeonato. ¿Qué puede ser tan urgente como para que me molesten ante un “don´t disturb” en la puerta? le pregunto, ¿se está quemando el edificio? “No ma´m, sorry ma´m”, sólo quieren saber a qué hora pueden venir a instalarme la lavadora. ¿qué lavadora? ¿acaso he pedido yo una lavadora? La historia es que el día anterior me había quejado que la sala de lavadoras comunes para los residentes estaba cada vez más vacía. Antes había 7 y ahora sólo quedan dos. Y por una vez, resulta que se ofrecen a solucionar un problema que les he planteado por adelantado. Bien, le digo que estoy muy ocupada en este momento, que seguro que la lavadora puede esperar, pasen más tarde, por favor.

A la hora acordada llaman a la puerta. Un señor aparece en mi apartamento con una lavadora nueva y reluciente, y mi primera pregunta es: “perdone caballero, pero ¿dónde piensa instalar la lavadora?”. Vivo en un estudio de 50 metros cuadrados, pero es que mi apartamento que no deja de ser una habitación de hotel con cocina. Me dice que sacarán el lavavajillas y lo cambiarán por la lavadora.
Estupendo, entonces me solucionan un problema pero viene con sorpresa. Me advierten que la sala de lavadoras para los residentes va a desaparecer en breve, y que no hay lavadoras para todo el mundo, así que sacrifico un aparato por otro.

Pero no acaba aquí mi día. Hemos estado unos días de viaje y olvidé pagar el alquiler antes de irme. Me he retrasado unos días, pero para esto sí que son puntuales los muy jetas. Me han mandado una carta muy bonita recordándome que tengo que abonar la mensualidad. Bajo a la recepción con intención de pagar. Como es habitual cada vez desde hace nada más y nada menos que doce meses consecutivos, el tipo de turno me saca una retahíla de hojas en concepto de cargo por noche. Sin darme tiempo a réplica, desaparece de mi vista y veo que sale a atender a un cliente local. Cuando termina con él, regresa al mostrador y atiende una llamada de teléfono. Cuando ya estoy a punto de largarme, otra vez cabreada, me dice que tengo una saldo de dos mil riales en la cuenta. Le miro con cara de asco, y le pregunto de qué me está hablando, sólo quiero pagar mi alquiler, no le he pedido que me saque el saldo, ni he solicitado factura alguna de cada noche que he pasado en mi apartamento desde el mes de mayo. Es más, no me he propuesto acabar con todos lo árboles del planeta. Me mira con cara de no entender ni una palabra. Le digo que volveré cuando esté menos ocupado y decido marcharme.
Lunes 4 p.m. Recibo una llamada del Duty Manager del hotel, pregunta si va todo bien, y me recuerda que aún no he pagado el alquiler. Siento la vena del cuello que se hincha, intento respirar profundamente, y respondo todo lo amable que puedo que ahora mismo bajo a pagar.
Le he cogido el gusto de echar broncas. Quizás lo he aprendido de mi amigo Ricardo, es un maestro. Siempre me recuerda que en este país no sirven de nada los buenos modales, no atienden a las buenas maneras ni al sentido común de las cosas. Aquí hay que exigir, que por algo pagamos. Además, dice, aquí no se ofenden, ellos ya están acostumbrados y hablan como si estuvieran enfadados. Y cuando se trate de indios, peor aún, hay que decir cómo quieres las cosas sin opción a réplica.

Así que a pesar de que el corazón late deprisa y mis glándulas sudorípidas empiezan a activarse decido no amilanarme. Pregunto directamente por el manager, lo tengo justo enfrente de mí. Le digo que soy Mrs.Martor (me llaman así porque no cabe el apellido entero en el identificador de llamadas y, seamos sinceros, para qué molestarse), habitación 634, y que a estas alturas ya debiera conocerme, llevo un año alojada en su hotel. Le digo que quiero pagar mi alquiler, pero que si ha tenido tiempo para enviarme una carta de aviso y posteriormente ha tenido tiempo para llamarme personalmente por teléfono, espero que haya tenido tiempo para preparar mi factura. Sé que piensa que soy una histérica, pero yo ya he cogido carrerilla. Me disculpo por haberme retrasado en el pago, pero le pido que, por favor, después de doce meses no puedo seguir peleándome para que me atiendan correctamente y que me agota repetir cada vez las mismas cosas, una y otra vez. Le explico el suceso de ayer. Uno ya puede entender que no se trata de un caso puntual. Es como el mito del eterno retorno, todo se repite una y otra vez como si formara parte de un ritual, y claro, una se cansa.
Le digo que soy consciente que no soy una clienta First Class (ya sabe a qué me refiero) pero que tampoco merezco un trato de segunda en referencia a la escena del día anterior. Por supuesto mi invoice no está preparada.

Segunda parte, cargos extras. Tengo la buena costumbre de solicitar los cargos extra por separado ¿por qué? Porque siempre hay errores en la factura. Y esta vez no iba a ser menos. Soy tan metódica, además, que guardo todos los recibos del bar o del room service y las cotejo una a una. Lo hago con rotuladores de colores y marco cada error con comentarios repelentes como si fuera la Señorita Rottenmeier. Una vez me cargaron en la factura una cena con copas en el bar del hotel un día que no había ido y que, por supuesto, del cual no tenía recibo. Al quejarme en recepción y solicitar el recibo del cargo que me atribuían, una señorita muy descarada detrás del mostrador me preguntó si compartía habitación con alguien más. Al responder que vivía con mi marido, me respondió que quizás habría ido él sin mí. No hace falta decir que jamás recibí la copia del cargo que me atribuían.
A partir de ese día les obligo cada mes a dejarme en mi habitación los cargos extra para revisarlos y no tener que ver a esa señorita nunca más (aunque obviamente se les olvida y no lo hacen).

Hoy me han cargado la lavandería, cargo que según contrato no debieran cobrarme, pues tengo dos piezas gratis al día y sólo mando a lavar las camisas de mi marido. Le explico al manager que eso no son más de dos piezas al día. Saco de mi bolso el taco de hojas revisadas y coloreadas y se lo dejo en el mostrador. Le digo que se tome su tiempo y que lo revise, sólo cuando lo haya rectificado volveré para pagar mis gastos, no sin antes decirle que, por favor, no me haga perder más el tiempo, yo no tengo por qué hacer su trabajo.
Es posible que, ahora que me toca renovar contrato, nos echen del hotel, con lo que cuesta encontrar alojamiento decente en esta ciudad. Pero llega un momento que la paciencia tiene un límite y yo soy, como se suele decir, de mecha corta.
Sólo tengo un deseo, que después del Mundial de Fútbol haya tantos hoteles vacíos en la ciudad que no les quede otro remedio que hacernos la pelota a los expatriados que hemos venido a construir y mantener su país de pandereta.
Aunque eso sí, preferiría por entonces ya no estar por estas tierras.
Hola Laura, m’ho pas bomba llegint el teu blog!!!! No saps lo identificada que me trob!!! A mi me varen dir, quan vaig arribar, quina es la diferencia entre un racista i un que no ho es??? La resposta: Tres mesos!!!! Jo crec que m’hi vaig tornar abans!!! They have no brain!!!!!
Molts records!!!
Jo sé que no es políticament correcte, però és que se fa molt mal d´explicar a qui no ho ha viscut, tu ja ho saps…
Cada dia me dic a mi mateixa: «tenen una estructura mental diferent, ooommmmmm…»
Però aquestes són ses anècdotes que ens durem, no?
Ànim 😉
Collons!!!!
La planta nacional, és la valeriana? 😉
Jajajajajajajaja, Albert, aquí no hi ha noció del temps tal i com la tenim nosaltres. I això no vol dir que sigui dolent. Ara bé, no puc entendre que aquest país vulgui seguir el ritme (i el nivell) occidental amb una concepció del temps i de l´espai tan diferents…
Petons.
Jajajajaja Amen! Paciència…! Això és el que em van dir el primer dia que vaig aterrar a Qatar i això és el que em repeteixo a mi mateixa quan em poso nerviosa…!
Jo estic provant tots els mètodes possibles de relaxació, però no trobo el definitiu…
El que sí m´estic gastant és una pasta en massatges per llevar les contractures que em provoquen ma´m!!!!!!