
Hoy he escuchado una de esas frases que sabes que te van a quedar grabadas a fuego nada más oírlas: Nueva Zelanda nos va a marcar para siempre, algún día echaremos de menos todo esto. De repente he sentido una ligera descarga eléctrica, y sé que para siempre voy a recordar este país tan auténtico, tan salvaje y a la vez cálido.
Tres meses no dan para realizar una radiografía de cómo es un lugar. Pero para lo que sí da es para escribir cada una de las emociones que me provocan sus paisajes, su gente y su peculiar sentido del humor.

Lo primero que pregunto al conocer a alguien es si es kiwi. La mayoría te pregunta si lo que quiero saber es dónde nacieron o de dónde son, porque para ellos hay una gran diferencia. Aunque muchos de los que he conocido nacieron en Inglaterra o en Escocia, a mi insistencia en saber qué se sienten no dudan en decir que sin duda son kiwis. Como Jan, quien además puntualiza que los new zealanders son descendientes de la sociedad más culta de Gran Bretaña, no como los australianos que tienen «convict menthality», y se queda tan ancha. También ella me explicó la diferencia entre el fútbol y el rugby, añadiendo que fútbol (sea europeo o australiano) es un «pussy game» mientras que el rugby es un deporte «only for real men». Amén.

Otra de las muchas curiosidades de los kiwis es su fascinación por Europa. Tal y como se describe habitualmente, los neozelandeses son conscientes de su aislamiento geográfico del resto del mundo, y es que lo más cercano es la gran Australia y no disimulan su escasa simpatía por sus vecinos aussies. Como me contaba alguien al poco de llegar aquí: los kiwis de la isla sur odian a los de la isla norte, más poblada y más cálida. Los ciudadanos del sur de la isla norte sienten poca simpatía por los ciudadanos de Auckland, pues consideran que pagan muchos impuestos para las obras e infraestructura de la «big city». De hecho, hay un apelativo curioso, JAFA, para referirse a Just Another F*cking Aucklander, a lo que ellos mismos responden con el mismo entusiasmo: Just Another Fantastic Aucklander. De todos modos, el hilo sigue, porque los Aucklanders a quienes no soportan es a los australianos porque les acusan de aburridos, mientras que el círculo se cierra aquí porque a los australianos se la sudan los kiwis. Fin de la historia.
Por suerte, lo que no les falta a los kiwis es sentido del humor, como lo demuestra su propio vocabulario. Cómo sino se entiende que tengan su propia jerga, como la palabra «pom» para referirse a los ingleses, acrónimo de «Prisioner of (her) Majesty». Son geniales.
Bromas aparte, si hay algo que admiro de esta cultura es su capacidad para aplicar sentido común a su propio aislamiento. Sin ayuda del gobierno ni de prestaciones sociales, practican lo que se llama OE, es decir, la overseas experience: el tiempo que pasan viajando y trabajando fuera de sus fronteras, y empezando normalmente por Londres. Se obligan, como parte de su cultura, a viajar y a conocer mundo. Son conscientes que apenas ocupan dos líneas en cualquier periódico internacional, mientras que ellos deben obligarse a mantenerse conectados al mundo. Y la parte del mundo que más les fascina es Europa. Graham pasó sus últimas vacaciones en Croacia, y me contaba perplejo que cenando en un restaurante se sorprendieron de tener a un matrimonio inglés en la mesa de al lado que había ido a pasar el fin de semana a otro país europeo. No da crédito cuando le cuento que Mallorca está a dos horas de las principales capitales europeas. Les fascina que Europa sea tan compacta y tan variada, o que el agua del Mediterráneo esté siempre tan templada. Se mueren por la comida española y alaban el estilo y el glamour de las mujeres Spaniards.
También he de reconocer que la marca España pasa por Barcelona. Cuánto bien ha hecho esta ciudad por el lavado de imagen del país, -mal les pese a algunos- y cuánto daño han hecho los hooligans por la imagen de Mallorca. Ya nadie me habla de la paella, de los toros o del flamenco, y de fútbol poco o nada, que aquí son más bien de rugby. Media población ha estado en Barcelona y la otra media desea visitar una ciudad que está de moda por estresante que sea pasear por Las Ramblas. Esta gente, de verdad, parece apreciar el contacto con otras culturas y no dudan en invitarte a compartir mesa y contarte sus experiencias.

Con respecto a la comida he de decir que he encontrado opiniones diversas: desde quien afirma que la comida neozelandesa es buenísima porque se puede encontrar de todo, desde comida asiática a italiana (tal respuesta es cierta y la que se quedó con los ojos como platos fui yo), como quien reconoce que la comida kiwi es cara y mala. Lo que nadie pone en duda es la calidad de la comida española. Pero claro, su plato estrella es la carne de vacuno de la que parece que exportan la buena y se quedan con la mediocre, y a cambio han heredado los fish and chips de la Corona Británica. Otra cosa que no falta nunca en las cocinas kiwis es el smash potato para hacer el típico puré de patata. Por cierto las mejores patatas que he comido en mi vida son las de aquí. Otro pobre legado British es la falta de imaginación a la hora de elaborar quesos siendo el país con más densidad de vacas y ovejas. A mi pregunta de por qué no hacen queso con la leche de oveja me responde un granajero en Whangarei: lleva mucho trabajo y aquí hace demasiado frío. Decir que mi queso favorito se ha convertido -a falta de los carritos de queso de la gastronomía española- un cheddar envejecido. Quién me lo iba a mí a decir, con lo que me he reído yo en Catar viendo las degustaciones de queso cheddar como si fuera un manjar de Dioses (a precio de oro).
Hablando de comida, no cometer el error de pensar que los neozelandeses se hacen llamar kiwis como la fruta, sería una ofensa, pues de lo que se enorgullecen es de llamarse como el pájaro nativo -que por cierto no vuela y del cual empiezo a dudar de su existencia- pero que es orgullo nacional.

Pero si algo me tiene enganchada como una verdadera yonqui son sus playas, sus paisajes y su inmensidad. Un país que es la mitad de España pero con sólo 4 millones de habitantes. El resultado es llegar a una playa y no encontrar grandes complejos hoteleros (ni pequeños), ni sombrillas, ni tumbonas, ni rastro de chiringuitos para tomarse una caña, ni rastro de gente. Se da el caso de manera recurrente de encontrarte en una playa paradisíaca completamente desierta, pero en cambio es fácil toparse con un grupo de delfines jugando o algo menos bucólico, recibir un agresivo ataque aéreo por parte de un grupo de oystercatchers en Mimiwhangata porque invades su zona de cría. Por una vez me sentí Tippi Hedren al ver los picos naranjas afilados y abiertos volando velozmente hacia mí. Sucedió hace unos días y sentí pánico. Me cubrí la cabeza y cerré los ojos, sólo oía el ensordecedor grito de los pájaros -o acaso serían los míos- que protegían ferozmente sus nidos.
Ignorante de mí, ahí entendí que no somos más que intrusos en este mundo que no nos cansamos de explorar.
Me encanta lo de la «overseas experience», ojala mas gente hiciera hiciera lo mismo porque desde luego si hay algo que te abre la mente es eso, y al mundo le hace muuucha falta gente asi.
También estoy de acuerdo en lo de que la marca España pasa por Barcelona. Y que eso nos ha venido muy bien (a ambos pienso yo), pero una pena que en nuestro propio pais siga habiendo tanta tension e incomprension con todo lo que rodea a Cataluña… ojala algun dia lleguemos a entendernos!
Un saludo desde Paris
Hola Carmen, hasta que no consigamos separar la política del hecho cultural no sabremos apreciar lo que tenemos. España es uno de los países más ricos culturalmente hablando por su variedad lingüística, gastronómica, paisajística, y no sigo porque no acabaría nunca.
Si Francia o Italia fueran tan diversas no dudarían en venderlo como su atractivo más allá de la pizza o el croissant. Pero parece ser que a nosotros nos separa lo que nos haría más fuertes.
En fin, me alegro de verte por aquí de nuevo 😉
Besos,
Laura.