
Omán jamás había estado en mi lista de lugares a visitar. Sin embargo, lo que tiene vivir en los países del Golfo Pérsico, es que a la fuerza te empapas de lo que te rodea y, de paso, aprendes geografía.
Poco o nada sabía de este país del Middle East, y más bien me evocaba a sus famosas dunas del desierto. Pero la bandera de Omán incluye el color verde que simboliza la fertilidad y la agricultura del país, algo que me hubiera sido imposible imaginar antes de este viaje.
De manera totalmente improvisada surgió una escapada al sur de Omán, concretamente a Salalah, en la región de Dhofar. La existencia de la segunda ciudad más importante del país venía dado por la publicidad que en las revistas de todo Oriente Medio se le da a Salalah como uno de los destinos turísticos más atractivos durante el verano en el golfo. Casi a diario leía que la región de Dhofar era el oasis verde y refrescante para los países petrolíferos vecinos.
Me resultaba del todo exótico en pleno agosto.
Así que, avatares de la vida, un día te encuentras con que tienes cuatro días libres y decides comprar el billete. Desde Doha a Salalah son dos horas escasas de vuelo, pues de otra forma probablemente jamás se me hubiera ocurrido descubrir esta remota zona de la península arábiga.

Y mi primera sorpresa, en un vuelo que despegaba a la una de la madrugada, es que el avión Airbus A-320 iba repleto de catarís con sus familias al completo. Por supuesto, una vez más, con Qatar expensive Airways. Y otro detalle que me hacía sospechar que todo iba a ser distinto es que sólo viajábamos dos parejas occidentales y que las azafatas no nos iban a tratar con el mismo mimo que en vuelos anteriores. Y así fue, en mi vuelo número diez con la compañía World´s 5-Star Airline, por primera vez nadie me llamó por mi nombre y se olvidaron de mi menú vegetariano. La anécdota del vuelo sin embargo fue que al pedir vino con la cena la azafata me mandó callar y giñándome un ojo me ofreció todo tipo de zumos de frutas mientras dejó caer que vería qué podía hacer por mi. Al cabo de unos minutos regresó a mi asiento con un vaso de vino tinto y una sonrisa de complicidad.
La llegada al aeropuerto internacional de Salalah es la primera de las muchas sorpresas que depara este inmenso país del Golfo. Todos los omanís te reciben con una sonrisa sincera y creo que de verdad se alegran de que visites su país. Sin embargo, el control de pasaporte y sellado de visado es lento y se alarga casi una hora. A la salida nos recibe la lluvia que no esperábamos encontrar y que no se separará ya más de nosotros. Solicitar un taxi para llevarnos al hotel es otra historia, pues a la salida de la terminal te hacen pasar por un chiringuito donde un señor que chapurrea inglés decide cuánto te va a cobrar por la carrera y te asigna al taxista de turno que por 30 euros que nos cobra no se molesta ni en meter las maletas en su propio maletero.

La llegada al hotel otra odisea. La mitad del vuelo QR1142 se aloja en el mismo alojamiento que nosotros, y son las 5:45 de la mañana con la diferencia horaria y sin dormir. No sólo ha sido uno de los peores hoteles en cuanto relación calidad-precio, sino que también ha sido la peor manera de empezar unas vacaciones. Más de una hora para realizar el check-in y pagar un dineral por un hotel de 5 estrellas llamado Salalah Rotana Resort con un servicio lamentable. En fin, lo mejor que saco de la espera es mi primera conversación en 8 meses con un catarí, educado, amable y más calmado que yo misma.
La mañana siguiente, que en realidad es la misma pero tras cuatro horas de descanso en la habitación, no empieza mejor. A pesar de haber reservado un coche de alquiler el día anterior, la verdad es que no hay coche. Salalah está desbordado por los turistas, y todos nuestros intentos caen en saco roto. Finalmente, tras varias horas de desconcierto y desesperación conseguimos alquilar el servicio de un taxista.
Consejo: los meses de junio, julio y agosto, al contrario que en cualquier país de Oriente Medio, en Salalah es temporada alta debido al khareef, el monzón de verano. Por lo tanto, todos los habitantes de Bahréin, Catar, EAU, Arabia Saudí y norte de Omán, están aquí. Los hoteles se desbordan, cobran precios desorbitados por sus servicios y no hay coches de alquiler. De hecho, tal y como me explica la recepcionista del hotel, los turistas de los países vecinos conducen miles de kilómetros con su propio vehículo durante estos meses ya que saben que no habrá coches para todos.

Poco después sabría que había otros motivos mucho más prácticos para viajar en sus todo poderosos Land Cruiser v8 de color blanco. Viven en ellos.
Salimos pasado el mediodía con Moslam, nuestro taxista omaní previo regateo habitual para cerrar un precio por cuatro horas de servicio. Él nos llevará a recorrer la ciudad de Salalah. Visitamos las ruinas de Al-Balid, antiguo puerto estratégico de la ruta de la seda desde donde zarpaban los barcos cargados de incienso a cambio de las especias. Probablemente sea un lugar muy interesante, pero la niebla no disipa y es complicado ver más allá de unos pocos metros.
Mientras nos preguntamos cuándo saldrá el sol decidimos comer en un humilde restaurante libanés ubicado en la 23th July Street llamado Baal Beck donde degustamos un delicioso hummus y un par de chicken sawarma. Lo recomiendo.

Paseamos por el zoco Al-Hosn bajo la lluvia. Tiene un encanto especial y diferente de cualquier otro zoco que haya visitado, y ya llevo unos cuantos. La mayoría de los puestos venden incienso, y vemos cómo separan por tamaño y guardan en bolsas la resina que se obtiene de la savia de los árboles que prácticamente sólo crecen en esta parte del país y cuya calidad es considerada la mayor del mundo.

Por supuesto, cada local quema su propio incienso, lo que hace que el olor sea intenso. Paseamos por la calle de los barberos, por la de los manufactureros de los gorros típicos de los hombres omanís, por la de los perfumes, por la de los cuchillos, y así hasta volver a empezar. Lo que más nos llama la atención es que nadie nos molesta, la mayoría se presta a dejarse fotografiar y atrás quedan los prejuicios de que los árabes intentan vendértelo todo. Todo lo contrario, nos sonríen y nos preguntan de dónde venimos. Nos deleitamos con el trabajo artesano de cada uno de ellos y, especialmente, con sus cálidas sonrisas en un día gris.
De regreso al hotel bordeamos la costa y el taxista nos muestra orgulloso la playa de Salalah. Las olas son violentas, la bruma es densa y el viento sopla con intensidad. En ese momento nos damos cuenta de que en la temporada del khareef está prohibido nadar y bucear, otra desilusión. Vemos cómo la gente se sienta en grupo o en solitario para disfrutar de esta especie de brisa marina. Disimulamos y seguimos la marcha mientras nuestras miradas cómplices se preguntan dónde está la gracia. Por último nos paramos en los puestos de frutas que durante varios kilómetros bordean la carretera de regreso. Bananas, cocos, mangos… Todo un colorido tropical que no esperas encontrar en Omán. Paseamos para saborear el ambiente, y pronto nos saludan un grupo de omanís que insisten en hacerse fotos con nosotros. Nos cuentan que son de Muscat y que han huido del calor de la capital. Les pregunto si algún día va a salir el sol y se ríen: el sol no va a salir, durante ocho semanas seguidas una nube envuelve la ciudad y refresca el ambiente con la casi imperceptible lluvia, por eso están todos aquí, han huido del calor del desierto. Me regalan fruta y se despiden estrechándonos la mano y con un abrazo aún más inesperado. Sientes que están orgullosos de ser visitados. Y más aún, no rehúsan el contacto femenino.


Quedamos con Moslam para el día siguiente, nos llevará a recorrer el este de la región.

Salalah es conocida como la ciudad de los profetas, y hay multitud de tumbas que pueden ser visitas por no musulmanes, sin embargo no fue el caso de la de Ali Bin Hud. No obstante no pude por más que disfrutar viendo cómo en pleno siglo XXI perduran las costumbres más tradicionales. Desde el punto de vista sociológico es interesante observar cómo aún hay quien se traslada en medio de la nada a un lugar para algunos sagrado. La sencillez del lugar trasmite algo que va más allá de las creencias religiosas del viajero. Y poniendo más atención en el paisaje observo piedras que sobresalen del suelo y me sorprendo descubriendo que son lápidas esparcidas por el árido terreno. Nunca sabré por qué me trasmite calma estar en medio de un cementerio.
Salimos en dirección Taqah, pueblo de pescadores y famoso por sus sardinas. Pero durante el khareef no hay pesca debido a los temporales. Parece que este viaje esté gafado y empiezo a preguntarme qué sentido tiene llamarle temporada alta al khareef cuando la niebla lo envuelve todo y las actividades habituales se detienen por el monzón. Porque percibimos que esta región de Omán es exuberante y maravillosa, pero se queda todo en una simple intuición.

Seguimos nuestra ruta hacia Mirbat, una población conocida por su pesca y por los tradicionales dhows. Los barcos apenas se ven debido a la intensa bruma. La lonja de pescado está prácticamente vacía, pero se nos acerca un señor muy amable que, curiosamente, no nos pregunta de dónde venimos, sino cuánto tiempo llevamos casados. Después nos enseña qué pescado es fresco y cuál es del día anterior. Observamos a dos hombres limpiando con extrema habilidad los pescados que van a servir a sus clientes y salimos sabiéndonos examinados de arriba abajo.

Sin embargo, a la salida, vemos algo que no sale en las guías ni en los mapas tampoco, pescadores de tiburones. Quedo aterrorizada cuando veo amontonados los tiburones asesinados en la pesca del día. Me obligo a preguntar porqué lo hacen, y Moslam me explica que son pescadores indios que venden los tiburones a los saudíes y a los emiratís del sur, que son quienes comen su carne, lo cual no sucede en Omán. Parece que así se excusa de que en su país no se consuma carne de tiburón, pero es evidente que se consiente su pesca.
Hago de tripas corazón.
Son las once de la mañana, muy temprano para comer incluso en el caso de que fuéramos anglosajones. Sin embargo, hay momentos en la vida en los que no sabes por qué pero sientes esa llamada de lo verdaderamente único. Llámale intuición femenina o simplemente la experiencia que te dan los viajes.
Enfrente de la lonja de pescado hay un pequeño local se hace llamar restaurante. Vemos a un grupo de pescadores fumando y charlando, como sólo los árabes saben hacerlo. Nos miramos a los ojos y sabemos que la existencia del reloj es sólo una herramienta más para esclavizarnos al modo occidental. Así que decidimos quedarnos. Nos ofrecen la mejor mesa, frente al mar, apartado de todo y de todos, estamos completamente solos, pero pronto nos damos cuenta que lo que queremos no es disfrutar del paisaje, sino respirar el humo del tabaco y oír sus conversaciones en un idioma extraño.

Todo el mundo nos mira y nos sonríe con curiosidad, al igual que hacemos nosotros con ellos. Queremos interactuar, porque apreciamos afecto y simpatía, pero el idioma es una barrera insalvable. Además advierto que no hablan árabe. Junto a nuestra mesa, un grupo de una docena de locales que charlan animadamente. Finalmente alguien se atreve a arrancar en inglés y acabamos haciéndonos preguntas mutuamente. Me explican que en esta parte del país hablan su propia lengua a pesar de que el árabe es el idioma oficial del país.
Nos invitan a fumar con ellos, y de nuevo percibimos la gratitud y el orgullo de recibirnos por sus tierras.
Vemos al chico que nos ha atendido saliendo de la lonja de enfrente con dos piezas de pescado. Nos las muestra orgulloso, son las que nos va a preparar, no sin antes preguntarle si ha escogido el pescado fresco o del día anterior. “Fresh, fresh” me dice sonriendo. La hora larga de espera confirma nuestra sospecha: un pescado fresco y un arroz biryani para chuparse los dedos.

Continuamos el recorrido hacia las montañas de Jebel Shaman, un gran cañón árido espectacular. Al menos a esa altura estamos por encima de la gran nube que envuelve Salalah. Decidimos dar un corto paseo para poder tener perspectiva fotográfica cuando de repente encontramos a un grupo de jóvenes que han acampado en una gran entrada natural dentro de la roca. Nos detenemos pensando que puede que les incomode que unos extranjeros los haya encontrado en un lugar tan solitario, pero todo lo contrario, nos invitan a sentarnos con ellos y nos ofrecen comer carne y a beber té. Declinamos la invitación, de modo que se levantan y se acercan a charlar con nosotros. Propio de la cultura árabe, siempre tan hospitalarios. Se ofrecen a hacernos fotos, pero también quieren fotografiarse con nosotros. Nos explican que han acampado para pasar unos días en la montaña. Welcome to Oman, oímos de nuevo.


Aunque estamos cansados de tanto coche y por la humedad reinante en el ambiente, nos queda una última parada, la que dará sentido a todo el viaje. El valle Wadi Darbat.

Wadi Darbat es un oasis de verdor, es el punto de encuentro de todos los locales pero también de los visitantes para disfrutar del khareef con una comida campestre.

Grupos de amigos, familias, jóvenes, mujeres por un lado, hombres por otro, todos reunidos desde bien temprano por la mañana hasta la puesta de sol, aunque luego comprobamos que son muchos los que se quedan también a pasar la noche. Extienden sus alfombras sobre la hierba mojada, sacan las neveras, los termos de té, hasta las barbacoas, todo un despliegue cual dominguero preparando la paella un domingo cualquiera. Al fin y al cabo, no es tan diferente a lo que hacemos los españoles en el campo o en la playa con la nevera, las sillas y la sombrillas. Incluso en Japón, durante la época del cerezo en flor, los nipones se reúnen todos los días con sus esterillas bajo el manto blanco de su árbol simbólico. Son costumbres que no entienden de raza ni de religión. Es lo que el historiador y filósofo Mircea Eliade llamaría el acto de repetición.

Lo que realmente nos sorprende es que a pesar de la belleza del valle, de su río, de su vegetación y de la paleta de colores en pleno agosto, elijan el khareef para pasar los días bajo este incesante chirimiri. Porque como ya nos anunciaron, este calabobos no va a parar en ocho semanas, y parece que la humedad y los mosquitos no les molestan. Como explica la guía Lonely Planet “si se les pregunta por qué van de pícnic en semejantes condiciones, contestan sorprendidos: ¿y lo preguntas? Durante ocho semanas al año una parte del jebel se vuelve verde y volvemos a vivir la vida que vivían nuestros padres, ¿quién no lo desearía?”. Para los ciudadanos de Oriente Medio éste es el paraíso.
Es en este momento cuando nos damos cuenta de cuál es la esencia de esta región del sur de Omán: es participar de algo tan auténtico como puedan ser las procesiones de Semana Santa en Sevilla. Todo el mundo está relajado, no importa la clase social ni el lugar de procedencia, se muestran como una gran familia, y no faltan los que nos invitan a sentarnos con ellos y a degustar una taza de té. Porque la filosofía del khareef es compartir. Y se respira felicidad.

Los más jóvenes se pasean con sus pijamas blancos arremangados con una mano y el móvil con la otra, no paran de hacerse fotos y una vez más somos nosotros los protagonistas de sus objetivos. La anécdota más divertida es cuando pido permiso para fotografiar a un grupo de chicas en ambiente distendido. Pero me piden por favor que no les haga fotos, tan pronto desisto una de ellas saca su cámara réflex y me dispara. Le respondo con otra instantánea y nos reímos de nuestra pequeña travesura.

Sin lugar a dudas, el khareef toma otra dimensión. Qué más da la lluvia, la niebla o la humedad. Vivir el festival del monzón no sale en ninguna guía, pero estamos aquí, viendo cómo una cultura tan diferente a la nuestra se divierte de la forma más sana. Porque sin alcohol, también es posible.
Nos despedimos de Moslam. Ha sido de una gran ayuda estos dos días. Sin apenas hablar inglés ha hecho todos los esfuerzos por complacernos, por mostrarnos orgulloso su origen y sus tierras. Le damos una buena propina, sin él hubiéramos estado perdidos en el caos de esta región.

Como era de esperar, seguimos envueltos en la misma niebla cuando amanece nuestro tercer día de viaje. Uno de los mayores atractivos de Salalah fuera de la estación de lluvias puede que sean sus playas, aguas aptas para el submarinismo. Sin embargo, durante el khareef el oleaje es tan intenso que está prohibido bañarse, lo cual es muy razonable teniendo en cuenta que no hay apenas unos metros de visibilidad.
Decidimos iniciar la ruta hacia el Oeste, en dirección a la frontera con Yemen.
Como es habitual cada mañana debemos detenernos y sortear la multitud de camellos que cruzan la carretera, pues somos nosotros los que interceptamos su trayecto matutino. A lo largo de la carretera vemos multitud de jaimas instaladas junto a los Land Cruiser v8 de color blanco de todos aquellos que han pasado ahí la noche. Han elegido dormir junto a la carretera, no dejo de sorprenderme.

Empezamos el día en la costa de Al Mughsail, una bahía espectacular donde se reúnen los turistas del Golfo Pérsico, los locales y la comunidad india de la zona para disfrutar de un fenómeno natural muy famoso: los agujeros de viento. La marea es fuerte y golpea las rocas, y es entonces cuando sale el agua con fuerza por los agujeros de las mismas. Pudimos estar horas observando no el fenómeno acuático en sí, sino a las familias jugando con los niños, gritando al mojarse y haciéndose selfies sin parar. Porque ésta es la parte más bonita del viaje: reconciliarme con el mundo árabe, divertirme con ellos, formar parte de sus diversiones, sentir que la risa es universal y que no importa nuestro credo ni nuestra religión. Árabes, indios y una pareja de europeos disfrutando del khareef.

Seguimos nuestra ruta por uno de los paisajes más agrestes que haya visto jamás, la carretera serpenteante de Sarfait, que recuerda a la de Formentor en Mallorca. Vale la pena recorrerla sólo por el contraste de paisajes que presenta. Atraviesa valles, panorámicas de calas espectaculares, acantilados, los famosos árboles de incienso e incluso yucas. El único problema es que para acceder a estas calas es preciso disponer de un 4×4, así que nos quedamos con las ganas.
Pasamos un control poco antes de llegar a la frontera con Yemen y pedimos a los soldados que nos indiquen dónde poder comer. Estamos hambrientos. Sin embargo, la población más cercana es Saht, tal y como nos describe con dificultad el único soldado que nos puede hablar en inglés. Lo más cerca a un restaurante que encontramos es un colmado de lo más auténtico.



Decidimos regresar a Al Mughsail donde nos integraremos con las costumbres locales: parada en una barbacoa junto a la carretera que ofrece sus platos más típicos: carne de camello, estofado de cordero, pollo a la brasa y siempre acompañado con el típico y delicioso arroz. Se sirve en una fadhl o bandeja gigante que sirve de plato. No es el paradigma de la higiene según nuestro esquema occidental, pero es mucho más auténtico que las patatas Pringles que nos hemos comprado en el colmado anterior para matar el hambre. Tanto éxito tiene el chiringuito de carretera que se les ha acabado el té. Pero no me importa, observo con la boca abierta cómo la gente hace cola mientras los cocineros se afanan en servir los platos que algunos se comen de pie tan pronto se los sirven. Eso sí, solamente con la mano derecha.
Último día en la llanura de Salalah. Como viene siendo habitual, el chirimiri nos acompaña, y aunque nos lamentamos por no poder disfrutar de las panorámicas por culpa de la niebla, decidimos pasear por los wadis (valles) y por los ayns, los manantiales de agua fresca de la zona. Ayn Jarziz, Ayn Razat, Ayn Athum y Ayn Hamran. El espectáculo está servido. Los todoterreno descargan a las familias y todo su equipamiento propio del “Equipo A”, no les falta nada de nada. Los jóvenes llevan la música árabe discotequera a todo volumen y no dudan en subirse a los techos de los coches cantando y ondeando banderas. Es el espectáculo diario en pleno festival del khareef. Imposible no embriagarse con tanta alegría.

Los manantiales son espectaculares, las aguas limpias y transparentes, las vacas pastan en la hierba. Cualquiera diría que estamos en plena península arábiga y no en el Norte de España.


Y por fin hoy es el día que nos unimos al pícnic campestre para despedirnos de la región más verde de Oriente Medio: compramos fruta y un khebab casero, nos lo llevamos al coche y elegimos un Ayn para unirnos al festival de verano.
Nunca debe despreciarse un viaje improvisado, y lo dice la persona más organizada del mundo. Porque en medio del desconcierto siempre encontraremos un lugar por descubrir, para vivir todo aquello que no sale en las guías, lo que permanece oculto en la esencia de las tradiciones que a veces nos negamos a entender.

Y de regreso al aeropuerto, dos sorpresas aún más agradables. La primera, la cara de alegría de nuestro taxista, el mismo chaval que días atrás nos encontramos en las montañas de Jebel Shaman acampado con sus amigos. La segunda, el matrimonio catarí que viaja en nuestro mismo vuelo y que nos cuenta que llevan seis horas en el aeropuerto porque se han equivocado de hora de salida. Compartimos nuestras experiencias del viaje. Y charlando y contándonos anécdotas descubro que no son tan diferentes a nosotros.
Ni tan cerca ni tan lejos, sólo la distancia que queramos poner.
Genial! He disfrutado mucho con tu viaje,me he deleitado con tu narración,Gracias x compartir…Ah,y si alguna vez tienes interés en saber la causa de tu paz en los cementerios quizás deberías indagar a Salomón Sellam podría ser interesante para ti,ji,ji…Bss
¡¡¡Gracias por leerme!!!
El sur de Omán fue una auténtica sorpresa, jamás lo hubiera conocido de no ser por estar viviendo aquí en Doha.
Lo de los cementerios es para analizar, porque siempre les he tenido mucho miedo, pero serás que maduramos y vemos las cosas desde otra perspectiva, qué te voy a contar a ti, mi querida Reme… Un abrazo y gracias.
Qué maravilla!! Desde el momento que vi la foto de FB en la que salís los dos rodeados de personas sonrientes, bajo la lluvia y con todo ese colorido, estaba deseando leer este post.
Ha sido genial!! Desde hoy mismo Omán figura entre mis lugares a visitar. La lista es larga pero está muy bien situado.
Gracias por compartirlo!!!!
Un beso fuerte a los dos!!!
Welcome back Carla, y gracias por leer nuestras aventuras.
No sé cómo nos la vamos a apañar para ir tachando lugares de la lista, ¡¡¡no nos basta una sola vida!!!
Pronto tendrás más 😉
Besets.
Un bon viatge acab de fer! Gràcis!
Creus que t’has deixat qualque cosa, reina mona?… ☺️
No em vull repetir: quantitat de detalls, descripcions excelses, una transmissió de sentiments molt propera. Res, nina!!! Que escrius una monada de bé (as usual).
«Això va bé i se compon»
Bé, ara en serio. Sobretot m’ha agradat el títol: «Reconciliació», per tot el que significa. Ja era hora de poder coneixer alguna realitat diferent de les que tots ja sabem, i que tan bé ens narres (ja ens vares fer coneixer l’Iran des de una altra òptica, però no són àrabs). Sembla que hi ha vida més enllà de la religió i els dogmes. Al cap i a la fi, tots som personetes, amb un coret i uns sentiments i que, com a persones que som, no hi ha tantes diferències.
Llàstima que ara, per qüestions que no venen al cas, hi hagi unes faccions d’aquesta creença que facin mirar de coa d’ull al grup en el seu conjunt. N’hi deu haver que estaran ben emprenyats de veure que les interpretacions més «lliures» de les seves doctrines, són les més violentes i les que els donen a coneixer al món com el que, la immensa majoria, no són…
Hi ha de tot, com per tot… Però lo bo, per desgràcia, no abunda.
Good giiirl!!
Xavi, no ho podries haver expressat millor. Gràcies per donar sentit a ses meves paraules i, al mateix temps, donar a entendre el que està passant amb les lliures interpretacions d´uns grups minoritaris que estan provocant una onada de violència a tot lo món.
Jo, com bé saps, he passat vàries crisis existencials amb aquest tema de sa religió i el món àrab. I he de reconèixer que no he de mesclar ous en caragols. Però ajudaria molt al món occidental que els islamistes denunciassin els actes terroristes, d´aquesta manera no hauria tanta la islamofòbia. Te deix un enllaç d´una notícia d´avui mateix que parla exactament d´això:
http://internacional.elpais.com/internacional/2014/09/25/actualidad/1411673103_908169.html
En tot cas, ha estat una reconciliació molt dolça…
Gràcies per llegir estimat 😉
Maravillosa narración. No he podido parar de leerlo, todo del tirón. Espero poder ir allí en dos semanas.
Y yo espero que escribas tus impresiones a la vuelta. Dos años después sigo recordando el viaje a Omán como una experiencia única, claro que todo es una cuestión de expectativas. Disfrútalo y no dejes de contarlo 😉
Saludos,
Laura.
Muy bonito tu viaje, precioso muy relatado una? Pudistes probar las lágrimas de incienso blanco que son de Jabal samhan
Muchas gracias Santiago, sin duda uno de esos viajes que te sorprenden a todos los niveles.
Un saludo.
Laura.