
Uno de los grandes retos a la hora de conseguir nuestros objetivos, ya sea a nivel individual como a nivel de equipo, es la motivación.
Todos queremos conseguir perder algo de peso, llevar una vida más saludable, aprender (definitivamente) a hablar inglés, hacer más deporte, ahorrar, dejar de fumar, ganar más clientes en nuestro negocio o un aumento de sueldo a final de año. Pero antes de que nos demos cuenta ya hemos tirado al toalla ¿qué es lo que falla?
Lo que ocurre es que confundimos la motivación con el estado de ánimo para ponernos a dieta, por ejemplo, en lugar de buscar los motivos por los que vamos a reducir el número de pizzas semanales.
A nivel laboral también sucede que vamos a lo fácil, confundimos el dar ánimos a nuestros compañeros o a nuestro equipo en lugar de motivar (link artículo)
A nivel personal me ha costado años darme cuenta de que tenía que buscar motivos para superar, por ejemplo, una enfermedad relacionada con la compra de zapatos a lo Carrie Bradshaw. Me autoengañé durante años diciéndome a mí misma y a todos los que me observaban con mirada acusadora de estar atentando contra el récord de Imelda Marcos.

¿Por qué esta obsesión con los zapatos? Respondía que fui la cuarta de seis hermanos, además de la cuarta niña consecutiva en el seno de una familia muy humilde. Me pasé toda la vida heredando la ropa de mis hermanas. Nada de estrenar modelito, era una suerte llevar ropa o zapatos de segunda mano, porque lo más probable es que hubiera seguido el orden cronológico. Excusas.

Aún recuerdo el día que puse fin a mi locura. Fue cuando apareció otra: viajar. De eso hará 10 años cuando fuimos a Londres todas las amigas a celebrar la despedida de soltera de Marta. Ese viaje podría haber sido mi ruina absoluta, pero tuve un momento de lucidez ante el precio de unos salones que eran verdaderas obras de arte. Pensé que por el precio de esos zapatos podía pagar parte del billete de mi primer viaje a África. Y así seguí hasta hoy: encontré un motivo para dejar de hipotecarme en cajas de zapatos.
Quien tiene un para qué para vivir, encontrará casi siempre el cómo, Nietzsche
Lo mismo me ocurrió a los 12 años. Convencí a mi padre para que me comprara mi primer chandal, nuevo a estrenar. Recién me había apuntado a un club de atletismo y quería con todas mis fuerzas mi propio uniforme.
Por supuesto, lo recuerdo como si fuera ayer, en la tienda de deportes de mi barrio. Verde, marca Converse, muy ochentero (estábamos en 1987) y valía 15 mil pesetas. Sabía que era un precio desorbitado para la economía familiar, pero lo conseguí tras negociación previa con mi padre: «te tiene que durar hasta las próximas Olimpiadas», me dijo. Acepté sin rechistar, y afortunadamente me duró hasta Barcelona’92 y algunos años más porque, afortunadamente, a los 12 años ya había dado el estirón.
Mi motivación para conseguir y hacer que me durara esa prenda estaba fuera de toda duda: jamás volvería a estrenar un chandal tan bonito y, por supuesto, no quería decepcionar a mi padre.
Mi penúltima experiencia fue laboral. Muchas veces me preguntan cómo pude dejar a mis 38 años un trabajo tan bueno y tan bien pagado después de tantos años y en el que me había consolidado para casarme, liarme la manta a la cabeza y largarme a vivir «del cuento» a Qatar, un país árabe que ni Cristo sabe dónde está.
Honestamente, para mí fue una decisión muy fácil: en aquel año no soportaba a mi jefa. No sólo me acosaba psicológicamente sino que me hizo perder los motivos para seguir haciendo mi trabajo después de 10 maravillosos años en la empresa. Ya no era aquella persona que buscaba la excelencia y los resultados a final de mes. La mejor conversación que tuve con ella fue el día que la llamé para decirle con una sonrisa de oreja a oreja que abandonaba el barco. Por supuesto, confundió Qatar con Dubai y me dijo que muy bien, excelente destino de vacaciones. No comment.
Mi motivo: recorrer mundo, tener la experiencia internacional que siempre había soñado y salir de un entorno laboral tóxico.

La motivación que una persona experimenta en su trabajo influye en la eficacia y en la eficiencia de su desempeño cotidiano. Si alguien no trabaja con energía es “porque no está motivado”, y sabemos que no está motivado porque se ve que trabaja sin energía.
1_ Sin un plan no hay motivación, sólo un deseo
Todos pasamos inevitablemente por picos de actividad y de ánimo, desde los empleados a los más altos cargos directivos. Somos seres emocionales incluso cuando trabajamos. Igual que no estamos siempre felices y contentos ni llegamos a la oficina siempre de mal humor o cansados, la motivación va y viene porque es un factor cíclico. Lo importante es saber cómo generarla y mantenerla, como hacemos en nuestras relaciones de pareja.
Por ejemplo, cuando no se tienen ganas de trabajar, puede ser un buen momento para el análisis, la definición de objetivos y el establecimiento de una metodología de trabajo. Igual que hacemos con nuestra vida personal, es vital dedicar unos momentos a qué estamos haciendo y para qué
Se trata de encontrar motivos, no ánimos.
Planificar en momentos de desmotivación puede ser la mejor forma de motivar el futuro inmediato. En mi caso, cuando no estoy motivada para escribir dedico el tiempo a repasar notas, post-its repartidos por mi mesa de trabajo, notas de voz, analizo los posts más leídos, leo comentarios de lectores y acabo siempre inspirándome para futuros escritos. Mi para qué es de libro: escribir cosas que interesen a la gente.

2_ Pasar a la acción aunque no estés motivado es posible
Tanto si eres directivo como parte de un equipo es muy importante aceptar que ni tú ni el resto de tus colegas vais a estar siempre locamente motivados.
Por ello es interesante generar un ambiente de trabajo saludable y de colaboración que dependa más de los objetivos marcados que del ánimo imperante. Dicho de otra forma, que tu equipo -independientemente de cómo se sienta- sepa exactamente lo que debe hacer, lo que se ha planificado entre todos.
Por ejemplo, es muy útil tener una planificación y una hoja de ruta de actuación cuando se avecinan cambios o cuando el líder abandona la empresa. Lo importante es que el barco siga su rumbo incluso en momentos de bajón emocional.
Cuando mi última jefa empezó a acosarme minó mi autoestima y me dejó sin motivación alguna, pero mi objetivo estaba claro y seguía saliendo cada mañana a hacer mi trabajo porque tenía una planificación diaria que seguir.
3_Motivación es tener motivos ¿cuál es tu para qué?
Si piensas o sientes que no tienes ganas de trabajar, tal vez trabajando te entren esas ganas. Es lo que hacía todos los días durante los dos últimos años de infierno. Quería morirme cada mañana, pero nada más salir por la puerta me dedicaba a hacer lo que realmente sabía hacer, olvidaba mis penas y entretenía mi mente durante ocho horas con mis clientes.
Obviamente, cuando tu jefe o tu compañero se centran directamente en tus emociones con intención de manipularlas, entonces se trata de encontrar motivos para ir a trabajar y para querer trabajar.
En mi caso, mis motivos eran llegar a mis objetivos de ventas para ganar más dinero y poder viajar más. Además se le sumaba el orgullo de no dejarme manipular y dar motivos a mi jefa para decirle a todo el mundo «¿veis como tenía razón? esta chica no vale». Para mí era suficiente.
4_La motivación no sólo depende de ti, depende de tu entorno
El talento sale a relucir o no en función de la motivación relacionada con cada contexto. La clave está en los líderes para generar un contexto motivador y retador que ponga en valor las competencias y esfuerzo de los empleados. El problema es que los jefes no siempre son buenos líderes.
Una persona con grandes habilidades comerciales puede comportarse de forma incompetente en funciones administrativas y viceversa. Una persona eficiente en el desempeño individual puede comportarse de forma ineficaz en el desarrollo de objetivos que implican el trabajo en equipo.
Parece algo obvio pero es algo que he detectado trabajando en Coaching de Equipos. En la mayoría de los casos ni los empleados ni los empleadores conocen las habilidades de sus colegas. Identificar y trabajar los roles de cada miembro del equipo ayuda mucho a entender las relaciones entre compañeros y a asignar con mayor puntería las tareas.

5_La motivación necesita objetivos
Una persona que no se propone objetivos o metas profesionales, por definición, es una persona desmotivada, y a menudo, desanimada. Disfrutan y se sienten más implicadas, por ejemplo en su empleo, si se marcan sus propios objetivos diarios, semanales, etc.
Conseguimos lo que nos proponemos en función de nuestra planificación: implica más y mejor motivación.
Tu motivación crecerá si marcas metas alcanzables y concretas, y crecerá también si disfrutas de la independencia y la confianza necesarias para hacerlo.

Un ejemplo a seguir: Celler de Ca’n Roca
Joan Roca es el mejor chef del Mundo y el Celler de Ca’n Roca está entre los 50 mejores restaurantes junto a sus hermanos Josep y Jordi (el mejor pastelero del mundo). Su documental en LaSexta y algunas entrevistas desvelan la estrategia de su éxito y la importancia de la motivación (link)
Dicen que soy un líder, pero no es cierto porque hablamos, tomamos decisiones y nos ponemos de acuerdo con todo lo que hacemos, Joan Roca.
¿Cual es el secreto?
- Entenderse bien y sin malos rollos
- No hay dictadores
- No se mira el reloj, mejor trabajar con calma
- Elegir el diálogo a las órdenes
- El buen trabajo se basa en la planificación previa
- Todo debe estar preparado sin imprevistos ni sorpresas
- Articular el proyecto a partir de los objetivos
En su página web, el Celler de Ca’n Roca explica la estrategia de equipo que siguen para seducir inspirada en el juego chino del Go. Compara el ajedrez, donde hay que matar para ganar, con el Go donde es necesario construir para vivir. El objetivo no es comerse al otro, sino trazar un territorio mayor.
Así se plantean la complicidad de los equipos de cocina y sala en la gastronomía. Construir y plantear estrategias para seducir. (link)

Compartir decisiones es la llave de nuestra relación duradera, Joan Roca.
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