
Cenando hace unos días con mi amiga Verónica –adicta a los rankings- me preguntaba ¿cuál ha sido el mejor momento de tus vacaciones en Canadá? Y sin pensármelo demasiado respondí: sentirme SpiderWoman en las montañas de Mont Tremblant. Y es que cuando una piensa que lo ha visto todo en esta vida se arma de valor y se apunta a la experiencia de una vía ferrata que quita el aliento, literalmente.
No sólo eso, también disfruté de fantásticas caminatas por el parque natural, vi el águila americana, visité maravillosas cataratas, rápidos, lagos dignos de las mejores escenas cinematográficas, monté a caballo, en bicicleta… sin embargo, uno nunca se queda satisfecho cuando sus expectativas no se cumplen como le ocurrió a mi marido, quien deseaba pelearse con un oso al estilo Di Caprio en El Revenido o pensaba cenar los salmones que pretendía pescar con sus propias manos. Pero es de bien nacido ser bien agradecido, así que tampoco nos vamos a quejar.

Después del festival de la ciudad de Montreal -ciudad de la que me he enamorado profundamente- unos días de “descanso” en plena naturaleza.
Siempre había soñado con los inmensos parques naturales canadienses ¿quién no? Si tuviera que resumir mis recuerdos de Mont Tremblant en una frase sería sin duda, un lugar donde encontrar la paz.
“Es bueno saber que en un bosque del mundo, allá lejos, hay una cabaña donde algo es posible, situada no muy lejos de la dicha de vivir”, Sylvain Tesson.
El parque nacional Mont Tremblant es una conocida estación de esquí en invierno pero que se amortiza igualmente en verano con turismo local, lo cual lo hace aún más auténtico.
Aún así, no está exento del turismo de masas, por lo cual ahí van algunos consejos para quienes quieran disfrutar de unas vacaciones en plena naturaleza.
El pueblo de Mont Tremblant es ideal para aquellos que se pirran por los escenarios Disney. En mi humilde opinión, el coste de mantener un decorado tan bucólico, ordenado, colorido y limpio lo hace un tanto artificial. Por supuesto, todos los bares y restaurantes a rebosar y nadie evita la cola de turno para poder ser atendido y disfrutar de una cena más o menos decente, aunque las pizzas del restaurante La Pizzateria bien valen la pena. Tampoco ayuda el Festival de Blues que cada año se celebra en el mes de julio, ni mi primer resfriado en mucho tiempo por los cambios de temperatura durante mi vista a Montreal.

Así pues, pienso que es todo un acierto haber reservado un familiar B&B a veinte minutos andando del pueblo, otra cara más amable y tranquila de Mont Tremblant. Auberge de Lupin me da la oportunidad de conocer a un matrimonio adorable a la par que curioso: Pierre, el creativo cocinero y excelente relaciones públicas encantado de practicar español y orgulloso de reunir en su mesa –y en una misma mañana- a un grupo de ciclistas neozelandeses, una pandilla de amigos canadienses, una pareja de puertorriqueños y otra alemana, además de un par de mallorquines a quienes todo el mundo toma por italianos.
Si Pierre es el alma de este cálido alojamiento, Silvie es el cerebro. Tanto se encarga de la caja como de las reservas, te ofrece una excursión a caballo, te cuenta qué ruta en bicicleta es su favorita o te reserva un spa el día que amanece lluvioso para que me cure la tos y acabe con los mocos. Así pues, mientras Pierre nos atiborra cada mañana con un desayuno que supera los de Alain en Montreal y me mete muffins caseros en el bolsillo por si me entra hambre a media mañana, Silvie nos prepara las actividades del día. Es recomendable bajarse la aplicación o solicitar el folleto de las 26 rutas de senderismo que se pueden hacer, clasificadas por edades, distancia y dificultad, porque hay actividades para todos los gustos (visitor’guide 2017)

Aviso importante: no salir sin un repelente de mosquitos potente porque las black flies te pueden arruinar el día y la semana. Atacan sin que te des cuenta y pican a rabiar durante siete días como mínimo. Me río yo de los aficionados mosquitos dominicanos. Otra recomendación, pararse en un colmado y llenar la mochila para, después, preparar un pícnic en uno de los numerosos merenderos del parque. La ilusión de mi vida, rememorando las excursiones por tierras neozelandesas, sacar el mantel y disfrutar de un almuerzo campestre en los mejores y más pintorescos escenarios. Soy una romántica.
«Los viajeros apurados necesitan cambiar. No encuentran suficiente el espectáculo de una mancha de sol sobre un talud arenoso», Sylvain Tesson.
Para evitar las colas kilométricas, los niños correteando por las calles y el escenario Disney, una alternativa después de una jornada de actividad intensa es dejarse caer por la zona próxima a nuestro B&B, pasear por el Centre Nautique Pierre Plouffe al atardecer y cenar en La Petite Cachée, otro de esos restaurantes acogedores de cocina de mercado inspirada en la gastronomía mediterránea. Espectacular.

Para la segunda jornada, y una vez aclimatados al lugar, la vía ferrata “La Grande Virée”. Una excursión de 5 horas para ver las montañas de Mont Tremblant desde otra perspectiva que nunca olvidaré. A pesar de no ser una actividad de riesgo, tener que cruzar un puente consistente en un simple cable de acero sobre el río llamado Diablo no deja de ser lo suficientemente retador como para que aún me tiemblen las piernas al recordarlo. A las picaduras de los mosquitos y al resfriado añadimos unas agujetas tremendas para el resto de la semana.

Tras una experiencia con tanta adrenalina, nada mejor que regresar a nuestro “barrio” y comer unos fish and chips en Au Coin, una terraza con fantásticas vistas al lago Mercier. Para quienes puedan resistir la tentación de rechazar una siesta tras llenar el buche, una opción es dejarse caer en la playa del lago, sentarse a leer, dar un paseo o alquilar unas bicicletas para recorrer Le P’tit Train du Nord. Aunque también existe la posibilidad de pasar la tarde aburrido sin hacer nada y recuperarse del esfuerzo, porque para eso está uno de vacaciones.

«Para llegar al sentimiento de libertad interior, se necesita espacio en abundancia y soledad», Sylvain Tesson.
Para un día de lluvia, Silvie nos aconseja visitar el SPA escandinavo a pesar de nuestra reticencia a este tipo de lugares donde nos obliga a compartir espacios muy pequeños con otros seres humanos. Pero he aquí mi sorpresa, qué maravilloso lugar este en el que está prohibido hablar. Además, no se parece en nada a cualquier otro centro que hubiera visitado (que reconozco no han sido muchos). Salir de la sauna y poder elegir entre un baño de agua fría en una piscina o un río a 18 grados, está claro, Así me paso la mañana, de la sauna al río, del río al baño de vapor, del vapor al río y así una y otra vez hasta que me entra, inevitablemente, el hambre.

Otro deporte de riesgo cuando estás de vacaciones es salir de las rutas turísticas y jugársela, en lo cual soy una especialista gracias a mi sexto sentido. Así que, esperando no defraudar a mi hambriento marido, decidimos visitar los pueblos alejados del centro. Damos con dos restaurantes buenos, bonitos y muy baratos.
En el pueblo Saint Jovite se encuentran los mejores restaurantes de la zona, como la informal Crêperie Catherine con unas combinaciones gastronómicas y tamaños descomunales, y un italiano llamado Mille Pâtes que ofrece un menú de mediodía para chuparse los dedos a base de pasta fresca. Además, vende sus productos italianos al público por si se te ocurre montar un pícnic en la montaña o una cena en casa. Absolutamente recomendables todas las opciones.
Rainer María Rilke decía: «si tu vida cotidiana te parece pobre, no la acuses. Acúsate a ti mismo de no ser lo bastante poeta para percibir sus riquezas”
Y después de comer, conducimos hasta el Centro Kanatha-Aki en Val-des-Lacs. Un francés amante de los caballos nos espera para explicarnos cómo abandonó su país para cumplir su sueño: poseer un pedacito de montaña para criar a sus caballos en verano y los famosos huskies que tiran de los trineos en invierno, además de búfalos, organizar acampadas de superviviencia, pesca en el hielo y otras muchas actividades. Nosotros nos limitamos a un paseo a caballo para ver la puesta de sol desde lo alto de una colina.

“A las ocho, todas las tardes, el sol logra deslizar un rayo por una grieta entre las cumbres. Me importa poco saber si el responsable de esta belleza es Dios o el azar. ¿Acaso hay que conocer la causa para gozar del efecto?», Sylvain Tesson.
El día no acompaña pero descubro allá arriba el refugio perfecto en el cual me imagino a Sylvain Tesson sus días de ermitaño en tierras siberianas durante seis meses (de invierno a primavera) acompañado por cientos de libros, kilos de pasta, litros de Tabasco (con lo que cualquier plato se convierte en bueno) y botellas de vodka con el único propósito de encontrar la felicidad con una vida simple. “El espacio, el silencio y la soledad ya estaban ahí”.

Porque es en el placer de las pequeñas cosas donde encontramos pedacitos de felicidad, sólo depende de nosotros mismos saber reconocerlas.
«La cabaña era un puesto de observación ideal para captar los estremecimientos dela naturaleza. Conocí el invierno y la primavera, la felicidad, la desesperación y, finalmente, la paz”, Sylvain Tesson.
- La vida simple (2013), Sylvain Tesson.
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