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LAURA SARGANTANA

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Mis queridas filipinas

30 octubre, 2014 por Sargantana 3 Comments

Estaba yo dándole vueltas hace un tiempo a la idea de escribir un post dedicado a las filipinas que viven aquí, pues detrás de cada una de ellas hay una historia interesante. Y justo hoy, cuando de regreso a casa ya tenía el título, me encuentro con un artículo que me da el empujón definitivo.

Empieza así: “Es curioso cómo los ingleses acuden de vacaciones a sus excolonias. Los holandeses hacen lo mismo, los franceses y hasta los portugueses. Pero los españoles… Los españoles van a Tailandia en vez de a Filipinas” (enlace)

Colonialismo siglo XXI
Colonialismo siglo XXI

Y he de decir que es algo que desde que vivo aquí siempre he pensado: qué bien manejan los ingleses el colonialismo del siglo XXI. Incluso los holandeses, parece mentira que con lo pequeñitos que son llegaran a dominar las rutas de Oriente. En Indonesia el 80% de los turistas eran tulipanes.

Isabel Preysler, año 1977.
Isabel Preysler, año 1977.

Y pobre ignorante de mí, que la única conexión que sabía que existía entre Filipinas y España era Isabel Preysler (por cierto, ¿alguien tiene el teléfono de su cirujano?).

Pero cuando me instalé en Doha, donde la mayoría del personal es filipino, empecé a descubrir un mundo nuevo. Para empezar, los filipinos nos tratan a los españoles como si fuéramos sus hermanos. Un día me encontraba yo comprando unos zapatos (cómo no), y al ir a pagar me preguntan los dos empleados si es verdad que a los filipinos con apellido español se les concede automáticamente la nacionalidad española. Me quedo perpleja, no tengo ni idea. 

 Pero el hecho es que aunque estemos el uno del otro separados literalmente por todo un mundo, se aprecia que compartimos rasgos culturales a causa de la invasión española hace más de 400 años y que duró hasta 1898, año de su independencia de España. De hecho el nombre de este archipiélago de más de 7000 islas deriva del Rey Felipe II, que empezó la colonización en 1565. Así que hubo un tiempo en que las Filipinas fueron españolas, y he tenido que venir a este minúsculo país de Oriente Medio para que me lo recordaran.

Es cierto que, según algunos lingüistas y desde el punto de vista antropológico, al igual que a una raza no le corresponde una sola lengua, una lengua no representa por sí sola una cultura. Pero la lengua española dejó un importante sustrato cultural y lingüístico, y se estima que una tercera parte del idioma tagalo tiene origen en el español. Así que me  han enseñado a saludar “kumusta?” y que tienen incorporada en su diccionario la palabra “fiesta”.

Lo he dicho y lo he escrito muchas veces, los filipinos son de lo mejor que hay, siempre sonrientes y alegres, serviciales. Hablan perfectamente inglés, herencia de la ocupación norteamericana en los últimos tiempos antes de independizarse de tantos invasores forasteros. Y además, tienen sentido del humor.

Como ejemplo, el vídeo promocional It´s more fun in the Philippines y que empieza así: “300 años viviendo en un convento y 50 años en Hollywood” (video)

It´s more fun in the Philippines
Cartel promocional: It´s more fun in the Philippines

Y las historias son tantas como personas voy conociendo.

Dos de las más desgarradoras son la de Mimia y la de Jane.

Mimia trabaja como masajista y todo lo que le echen. Me encanta hablar con ella, es alegre, como casi todas las filipinas que conozco, siempre sonríe, pero siento debilidad por ella porque tiene un carácter fuerte y es muy descarada. Por algo es conocida entre sus compañeras como naughty girl. Como yo, no se calla ni debajo del agua, y no disimula ante una clienta maleducada. Mira fijamente a los ojos cuando te habla y no responde a las tonterías de algunas mujeres caprichosas. Es exigente y profesional con el trabajo que hace, pero exige comportamiento respetuoso a quien trata. Tiene 35 años, casada y dos hijos. Hablamos mucho sobre su familia y de las condiciones de trabajo aquí en Doha, además de otros temas que no puedo contar. Inocente de mí, cuando aún no la conocía mucho, le pregunté dónde vivían ella y su familia. Me respondió que su marido y sus dos hijos viven en Manila.

Es una de esas situaciones en la que nunca sabes si seguir preguntando o mejor callar. Pero yo tampoco sé disimular, y con un nudo en la garganta le pregunto porqué se ha separado de su familia. La historia es la de la inmensa mayoría: no hay trabajo, y mucho menos trabajo bien remunerado en Filipinas. Su marido tiene un negocio propio que más o menos le funciona, pero no cubre las necesidades económicas de la familia y  no está dispuesto a dejarlo para ser maltratado aquí en Catar. Prefiere invertir en su pequeño negocio para garantizar el futuro de su familia. Además, la madre de su marido está muy enferma y tiene que cuidarla. Habla de él con un profundo respeto, y nunca disimula el amor que le profesa. Me explica que hablan cada noche por Skype, justo antes de que los niños vayan al colegio cuando allí es por la mañana. Lleva dos años trabajando en Catar ahorrando para la familia, y según su contrato, cada dos años le está permitido coger 22 días de vacaciones que aprovechará para pasarlos junto a los suyos. Pero no regresará hasta que haya ahorrado suficiente para poder pagar la casa familiar.

Es la única vez que la he visto llorar.

Me desgarra el alma.

La siguiente historia es la que, probablemente, me inspira definitivamente para dar voz a estas mujeres luchadoras con las que convivimos todos los días.

Jane tiene 31 años y hace las mejores manicuras de la ciudad. Es seria, habla poco, trabaja a conciencia pero a la vez transmite una dulzura que pocos podrían apreciar. Tras varios meses empezamos a entablar conversación.

Le pregunto si tiene hijos. Sí, uno de siete años, pero lo dejó en Filipinas. Me cuenta que hablan a diario, y que ella cada día le explica que pronto volverá a casa para cuidar de él. Respuesta del hijo: “no mamá, no puedes volver, no tenemos dinero”.

Trago saliva. Le pregunto quién lo cuida, si su padre está con él. No, vive con los abuelos maternos en un pueblo muy cerca de Manila. Su padre murió el mismo día del parto. Nada más ingresarla a ella en el hospital, el padre de la criatura ingresaba por una perforación en el estómago y ya nunca más regresó.

Ella sigue trabajando, con los ojos llenos de lágrimas.

Lleva solamente un año en Doha, pero está pensando en trasladarse a Japón. Le digo que allí el negocio de la manicura es inabarcable, a las japonesas les encanta decorar sus uñas con colores y diseños imposibles, lo que he visto allí no lo he visto en ningún otro sitio. Pero me explica que ella no es esteticista, es coreógrafa y que está tramitando su visa para trasladarse a Tokyo. Y me cuenta su historia.

El padre de su hijo era japonés, y vivieron allí los primeros años. Me cuenta que llegó a aprender su idioma a un nivel que le permitía comunicarse con la gente de una manera básica pero suficiente. Me explica que es una lengua que no le resulta excesivamente complicado, pues se estructura en fonemas fáciles de pronunciar. Sólo lamenta estar perdiendo lo que aprendió. Intento recordar las pocas palabras que sé en japonés y nos reímos al menos un rato chapurreando como devotas niponas.

Intento empatizar con ella y le expreso mi amor incondicional por Japón y por los japoneses, su delicadez, su arte, su cultura. Me explica que, debido a la crisis económica, los japoneses han abierto un poco la veda a la entrada de extranjeros. Se supone que siendo viuda de un ciudadano japonés no le debiera ser difícil. El problema, cuenta, es que no llegaron nunca a casarse, por ello su hijo, por ejemplo, aún no tiene pasaporte nipón. En cualquier caso, parece que a nivel burocrático está cerca de conseguir el visado para el año próximo y que la idea es vivir en casa de la mejor amiga de la familia, quien les ha ofrecido a ella y a su hijo todo su apoyo.

Por supuesto podría seguir contando historias, pero ahora mismo estoy digiriendo las que he contado. De alguna manera me siento cómplice por cada una de ellas, porque hacen que me plantee, una vez más, por qué estará tan mal repartido el mundo. Y me enojo cuando veo a ciertas clientas hablarles como si fueran sus criadas, cuando las tratan como si no tuvieran categoría de ser humano.

Yo ya las admiraba antes por ser dulces y sonrientes en un medio hostil, lo llevan en la sangre. Hay quien las llama las latinas del sudeste asiático. Y no me extraña.

Pero ahora las canonizaría sólo por el hecho de tener la valentía de dejar a su familia y tomar las riendas y la responsabilidad de sus vidas a miles de kilómetros de sus casas. Trabajan seis días a la semana, nunca aciertan a decirme cuántas horas al día, pero son muchas más de las que corresponderían, comen a escondidas en el cuarto de la limpieza cuando tienen cinco minutos para parar, pero a pesar de ello no dejan nunca de hablar entre ellas con esa sonoridad tan característica del tagalo. Y aunque intento aprender con ellas no lo consigo, soy un desastre con los idiomas, y entonces ellas me enseñan las palabras de origen español, que son muchísimas.

Pero lo que sí me enseñan cada día que pasa es que la voluntad y la generosidad humana, aunque escasa, no tiene límites.

Acaso la sociedad del bienestar nos ha hecho menos resistentes a las adversidades, al dolor, y nos hemos acomodado y refugiado para no enfrentarnos a la realidad. 

O en palabras del escritor ruso Serguei Dovlàtov: “La mayoría de la gente considera irresolubles los problemas que tienen una solución que no les conviene“.

Filed Under: Mi vida Tagged With: Costumbres, cultura, España, expatriados, experiencias, familia

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Soy Laura Sargantana, Coach Asociada y Certificada por la International Coach Federation y Practitioner PNL. Trabajo con personas inquietas, curiosas y auténticas que quieren cuestionarse y ver el mundo desde diferentes perspectivas.

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Comments

  1. Albert says

    30 octubre, 2014 at 22:05

    Ufffff

    Responder
  2. Geles says

    5 noviembre, 2014 at 14:43

    Qué bonito escribes! Y qué sensibilidad con el lenguaje…
    Yo también soy blogger y por tanto sé el trabajo que hay detrás de unas entradas tan trabajadas como las tuyas.
    Enhorabuena!! Por el contenido y también por el diseño de tu blog. Sigue contándonos!!
    Geles

    Responder
    • sargantana says

      5 noviembre, 2014 at 18:41

      Gracias Geles, de blogger a blogger, me confieso: mucho, mucho trabajo lleva cada post.
      Pero la gratificación que hay detrás de todo el tiempo invertido no tiene precio.

      Y muchísimas gracias por tus palabras, por momentos como este vale la pena seguir escribiendo 😉

      Un saludo.

      Responder

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