
Hace sólo diez días que abandoné mi exilio y mi condición de expatriada, y lo hice cargada con mi ordenador, mis libros, mi inseparable cafetera Nespresso colgada del hombro y, por supuesto, mi compañero favorito, Thermomix. Todo facturado junto a una maleta llena de ropa, es decir, todo aquello que forma parte de mi día a día y que no puede, obviamente, esperar a que llegue la mudanza.
Qué más da tener que cargar con varios carros a la vez, haciéndome paso entre la marabunta de gente en los aeropuertos, llegar a Madrid y tener que pedir un taxi-monovolumen o al llegar a Palma jugar al tetris para que todo quepa en el pequeño utilitario que hemos alquilado. Como todo en esta vida, si quieres, puedes.
Cuando has estado un año y medio fuera de casa es fácil idealizar todo aquello que dejaste. Es cierto que durante este tiempo he vuelto de vez en cuando, pero siempre han sido visitas cortas, llenas de compromisos y, siendo honesta, demasiado estresantes como para haberlas disfrutado. Sin embargo, esta vez me he propuesto que sea diferente. Tengo tres meses por delante, uno y medio para estudiar y terminar mi primer año de carrera, y el otro mes y medio para saborear cada rincón y ponerme al día con mi gente. Lo tengo todo perfectamente organizado.

Mi primera parada la hago en Madrid, un fin de semana que me da la vida. Mi primer impacto visual es cuando, al salir del hotel tras dejar todo el equipaje, noto la brisa en mi cara, una brisa que no te abofetea la cara a 50ºC, todo lo contrario, te la acaricia. Y lo segundo que me sorprende es la estructura de la ciudad, calles con aceras y gente paseando. Y me pregunto, cómo puedo haber olvidado que hay lugares en el mundo donde no es necesario subirse a un Land Cruiser v8 de color blanco para salir a pasear. Me parece fabuloso. Pero para emociones fuertes, encontrarse un sábado por la tarde en Lavapiés y descubrir que se está celebrando la feria de la cerveza artesana. Sin duda, si Dios existe, me quiere. Reencontrarse con viejos amigos, visitar a la familia Madariaga y que te sientas como en casa, ir de bar en bar, tomarse una caña bien tirada a un precio irrisorio y que te pongan una tapa de croquetas caseras bien puede ser como tocar el cielo. Sigue siendo extraño oír hablar español en las mesas de al lado, o que al dirigirme a un camarero tenga que esforzarme por no hablarle en inglés y que durante 48 horas nadie me diga “it’s not allowed”. Visitar museos llenos de contenido al margen del continente, tomarse unos churros al lado de un grupo de koreanos que no paran de reír mientras se hacen fotos a la misma velocidad que se los comen bañados en chocolate. Son esos pequeños detalles que sabes que no puedes relatar a nadie sin que te mire con cara de qué me estás contando, pero que tú vives como si fueras Gurb y acabaras de aterrizar en el planeta tierra. Todo me sorprende.
La segunda parada, mi isla, mi mar mediterráneo, el mar entre dos tierras. Ya desde el avión, cuando diviso su silueta, siento unas mariposas en el estómago como una quinceañera enamorada. Tan ocupada he estado en mil tareas, que había olvidado el sentido de mi último vuelo: volver a casa, sin tristeza, sólo con ilusión.

Como había supuesto, todo se me antoja pequeño, y hasta me pregunto si hay toque de queda o si la ciudad está en cuarentena ¿dónde está la gente?, ¿dónde están los coches? Me pregunto porqué no hay tráfico, ni atascos, cómo es posible que le haya dado tres vueltas al centro en una sola mañana y porqué las calles son tan estrechas. Hasta se me ha olvidado aparcar, acostumbrada a los valet de Doha y, por supuesto, me olvido del embrague y calo el coche en cada semáforo Me siento indefensa y casi desnuda dentro de un utilitario tan pequeño. ¿Será verdad que estoy desubicada?

Otro de los momentos que difícilmente olvidaré es la cara de mi madre cuando llegué a casa, su cara de felicidad y su eterna sonrisa. Pocas veces le he dicho cuánto la admiro y cuánto sigo aprendiendo de ella, pero algo debe intuir, porque no para de decirme lo mucho que nos parecemos. Me siento feliz, relajada y, por qué no, un poco borracha.
La siguiente parada, como viene siendo habitual en estos casos, es un afterwork con mi pandilla. Y recordando el post del Blues del repatriado, me reconforta volver a ver a mis amigos, abrazarlos y comprobar que efectivamente, todo sigue igual. Mis amigos, o mejor dicho, la relación con mis amigos no sólo no ha cambiado, sino que afortunadamente todo sigue tal y como lo dejamos la última vez. En realidad, cuando los observo, siento que jamás me fui. Hemos mantenido el contacto prácticamente a diario a la obra y gracia de las nuevas tecnologías. No tenemos que ponernos al día de nada, sé todo acerca de sus trabajos, sus hijos, sus inquietudes, sus cabreos y sus preocupaciones. Es lo que tiene cultivar la amistad, sigue creciendo esté donde estés.
Los días siguientes, no lo voy a negar, son un caos absoluto y vuelve a acecharme la pregunta si será verdad que no voy a encontrar mi lugar: carga con todo el equipaje a cuestas, debo instalarme, volver a reorganizar mi vida, seguir con los estudios a pesar de tantas emociones y, en definitiva, volver a formar un hogar. Repaso mis necesidades vitales para no morir en el intento: café matutino, chequeado; todo el material necesario para afrontar los exámenes finales, chequeado; Thermomix para seguir comiendo sano y variado, chequeado.
Hoy toca hacer la compra, y reconozco que me lo he pasado genial: aunque estemos en mayo y hay quien se empeñe en recordarme que todo lo que veo es de invernadero, para mi ver toda la variedad de fruta y verdura, tan bonita, tan reluciente, tan colocada, tan colorida, pues me pone tonta, y claro, me emociona, del mismo modo que me emociona hacer el primer trampó del año por muy fuera de temporada que sea. Porque hacer la compra un sábado por la mañana sin tener que hacer cola hasta para comprar cebollas y no tener que pelearme con los indios para hacerme un hueco en la caja, no tiene precio.

Desayunar frente al mar en lugar de las obras de una ciudad polvorienta under construction; pasear por la playa antes de la llegada de los primeros bañistas y sin rastro de botellas de plástico ni restos de las barbacoas del día anterior; meter los pies en el agua y descubrir que está fresca y que la arena es arena en lugar de convertirse en barro; tomarse una cerveza bien fría a media mañana sin tener que esconderla y, a ser posible, acompañarla por una rebanada de pan mallorquín y sobrasada (de cerdo, claro); deleitarse con el azul del cielo y descubrir que en esta parte del mundo hay nubes, o simplemente ver la puesta de sol. Me pregunto cómo alguien puede deprimirse después de la repatriación. Hay vida más allá del exilio, del mismo modo que necesité descubrir que había vida más allá del paraíso.
El problema de ser una persona obsesivamente organizada tiene el mayor de los problemas: no encajo bien los imprevistos. Porque no todo es fantástico y maravilloso en mi retorno al dulce hogar. La sensación de no tener una comunicación fluida con mi entorno sigue apareciendo cuando menos me lo espero.
Y uno de estos momentos llegó hace apenas unos días de la mano de mi suegra. Por aquello de sacar un tema de conversación de lo más banal osé pronunciar la palabra Thermomix. Quizás celosa de que tenga un amante al margen de su hijo, no dudó en aprovechar el momento para despellejar a mi media naranja. En ese preciso instante supe que nuestra relación había terminado: si tengo que elegir entre él o mi suegra, lo siento, pero lo tengo muy claro. Y como estoy de prestado, pues lo mejor es volver a hacer las maletas, empaquetar a mis compañeros de viaje, y como digo siempre, cuando te cierran una puerta en tus narices, lo mejor que puedes hacer es tirar esa llave y abrir otra.
Así que hoy me encuentro, por enésima vez, empaquetando todo aquello que desembalé hace sólo unos días, preguntándome si llegaré a encontrar mi lugar entre tanto caos.
Pero como dijo mi consultora de Geografía Humana: aprovecha estos días para mirar tu entorno y bienvenida.
me entran muchas ganas de volverme ya… bienvenida… 🙂
Ya estás tardando, aunque… eso de pagar impuestos no mola nada, las cosas siguen tal cual las dejamos.
Brindo por los afterwork!! Ni comidas ni cenas, es un espacio robado al día……perfecto para los reencuentros, con muchas horas por delante para poder alargarse sin presiones de tiempo. Bienvenida a casa!
Te debo uno, ¿qué tal si invitamos a Gurb? 😉
Ben tornada!!!!
Gaudeix molt de ca teva!!!!
M’estic posant al dia Albert, gràcies!!!
Ara només queda que em contis tu els teus plans…
No sabes hasta que punto me identifico contigo… ¡Mi thermomix también va conmigo a todos sitios! Jajaja. ¿Y sabes una cosa? Te envidio mucho, muchísimo. Me encantaría ser repatriada y poder experimentar todos esos placeres de la vida de los que sólo pudo disfrutar en mi tierra, en mi playa, con mis amigos, mi familia, mi jamón de Jabugo, mis gambas blancas de Huelva… Disfruta todo lo que puedas mientras estés allí, ¡disfruta por todos los expatriados que añoramos nuestra tierra! Y nunca dejes de escribir. Un beso desde el sur del sur.
Diana, qué alegría saber de ti 😉
Aún en Durban por lo que leo. La verdad es que volver a casa después del exilio es una experiencia llena de sensaciones y emociones. Y todos los tópicos se cumple, ¡¡¡especialmente los de la comida!!!!
Un beso guapa, y a disfrutar xx
Ayayayayayayay!
¡Qué ilusión la dedicatoria y que salga nuestro nombre en tu blog!
Cómo no se va a estar relajado con vosotros si soys amorosos.
Seguiremos siempre en contacto y esperándo vuestra llamada cada vez que caigais por Madrid. ¡Qué no me entere yo que os saltais la buena costumbre!
Y pensando en ir a visitaros a vuestro próximo destino.
Lo de la thermomix, no puedo estar más de acuerdo. No, sin mi thermomix! Como grito de guerra.
Besos fuerte a los dos.
Ana, pero es que sin vosotros Madrid está triste… yo creo que los sofás caen en el abandono cada vez que os vais a Las Negras…
Sabes que no hay escala que no os llamemos, ¡hasta nos da la impresión de ser pesados!
Nuestra casa, ahí donde esté, os recibirá con una cerveza bien fría, y sabes que mi amado Thermomix (porque según los alemanes es muy masculino) os saciará 😉
Mira que no he querido poner Madariaga-C… por miedo a que os reconozca medio mundo, jajajajaja!!!
Como siempre, un placer haberos conocido.
Besos.