
Hace un tiempo recibí la carta de una expatriada en Qatar. Su historia era diferente a la de mucha gente que me escribe habitualmente, pero su experiencia no me era ajena. Porque las historias y la vida de mujeres jóvenes, solteras y sin hijos trabajando en un mundo de hombres, una vez también fue la mía.
Durante los últimos años he conocido a muchas de estas mujeres valientes que no han dudado en recorrer el mundo, solas. Sus motivaciones son diversas: vivir nuevas experiencias, acceder a un mejor salario, una promoción laboral o pura necesidad. Todas estas mujeres tienen en común, a mi parecer, algo que siempre destaco sobre todas las cosas: dicen las cosas por su nombre.
Con una de mis buenas amigas solteras el tema de conversación siempre ha sido la dificultad para hacer amigos y, más concretamente, la dificultad para empezar una relación. Parece mentira, pero yo me quejé de lo mismo años atrás y sigue siendo una objeción para quienes, además, viven en el extranjero tengan la edad que tengan. Si tienen un alto cargo no se les acercan, y quienes lo hacen no buscan más que pasar un buen rato “y los años pasan” te cuentan, “ha llegado un momento en el que ya no quiero viajar tanto, siento que ha llegado el momento de formar una familia”.

Ni debemos exigir a los demás parte de su tiempo, ni tenemos que mendigarlo a quien solo piensa en sí mismo. El tiempo no se compra, no se intercambia ni se vende. Pasar tiempo con el otro es una elección que brota desde el interior y permite conectarnos emocionalmente con los otros (Miguel Lázaro, psiquiatra)
Una de estas mujeres, que prefiere mantenerse en el anonimato, me contaba que tiene un puesto de muy alta responsabilidad en una empresa de Qatar, pero que casi todos sus amigos son hombres puesto que trabajaba en un ambiente masculino en un país absolutamente machista. Salir a tomar unos tragos en los habituales “afterwork” de Doha ha acabado por ser su peor pesadilla porque pronto han empezado a acusarla de ir con hombres, ella sola. Dice que puede que los hombres tengan voz en el ambiente laboral, pero demuestran tener muy poco cerebro. Con lo que ha acabado tirando la toalla y, en lugar de los happy-hours, se va a la cama con la compañía de Netflix.
También es muy habitual descubrir que hay mucho postureo en el mundo expat. Quien más quien menos caemos en la tentación de colgar nuestra mejor cara en las redes sociales. Nuestro Instagram se llena de fotos estupendas, paisajes maravillosos y restaurantes deliciosos. Siempre con una inmensa sonrisa profident.
Las redes sociales no están diseñadas para mostrar nuestra cara de recién levantadas. Son un fenómeno sociológico que ha cambiado la manera en la que nos comunicamos y nos mostramos en público. Cada uno de nosotros cuenta la vida que quisiera tener, no la que tiene las 24 horas del día.
Las redes sociales no están diseñadas para mostrar nuestra cara de recién levantadas, sino para aliviar nuestra conciencia.
Me hizo mucha gracia cómo me lo contaba esta española en Qatar, aunque escondía una situación realmente triste por ser cierta. Cantidad de fotos con amigos, barbacoas, cócteles, días de playa y todo estupendo cuando la realidad es que en Qatar hay que tener mucho ingenio para entretenerte. Apenas sacas los pies para hacerte la típica foto en la playa –nada exótica– de un hotel donde sólo puedes aguantar una hora porque el calor te asfixia.
La verdad es que muchas veces nos hacemos todas esas fotos para demostrar a nuestros amigos y familiares que estamos bien, o para tranquilizar nuestra conciencia aunque la soledad, muchas veces, nos coma por dentro.

Muchas de estas personas, y no sólo mujeres, han dejado a sus familias para matarse a trabajar y darles un sustento económico y un futuro mejor dada la incertidumbre en sus países de origen. Muchas veces pensamos en España y nos olvidamos de situaciones trágicas que viven en Venezuela, Libia, Siria, India y otros tantos países africanos.
También olvidan algunos que quienes nos hemos ido viajamos con billete de ida, pero que el día que se nos antoje regresar es muy posible que no haya trabajo para nosotros. Y esa incertidumbre presiona hasta enloquecer a los más temerosos. Muchos me han confesado en privado que regresarían a sus países de origen por menos sueldo pero más felices, si pudieran. Pero que no es tan fácil. Cuando te vas, renuncias a todo y te lo juegas a una sola carta.
Cuando te vas, renuncias a todo y te lo juegas a una sola carta.
Otra situación que se da es que algunos destinos pueden parecer de lo más exótico. Lo he contado muchas veces: cuando me casé pensé en un vestido que pudiera reutilizar en alguna otra ocasión especial, a lo que la sagaz vendedora dijo “si te vas a vivir a Qatar vas a tener muchas fiestas con jeques árabes para lucir este vestido“, cosa que, naturalmente, nunca sucedió.
Pepa se fue a vivir a Bali hace un año. Apuesto a que a pesar de ser una emprendedora de éxito tiene que escuchar aún que vive en unas eternas vacaciones. Si estás trabajando en Estados Unidos, como es el caso de Andrea, eres la envidia de quien siempre quiso vivir el sueño americano. Si te has mudado a Nueva Zelanda -que no es precisamente la alegría de la huerta- todos te dirán que es el otro sueño de su vida porque son muy muy fans de la saga «El Señor de los anillos» y no pueden creer que jamás visitaras Hobbiton. Si vives en Dubai, como dice mi amiga Flora, todos creen que no necesitas trabajar porque los cajeros automáticos escupen billetes sin parar. Y si vives en el Caribe no se discute que te pasas el día en la playa sin pegar un palo al agua.

Otra cosa que se observa, estés en el país que estés, es que existe un fenómeno llamado “postureo temporal de expatriados”. Aquellos que salieron de su lugar de origen sin ser nadie y de pronto caen en países donde, por tener quien les aparque el coche en la puerta de un restaurante, se creen dioses.
Muchos caen en la tentación de creerse superiores por el hecho de tener un determinado pasaporte viviendo de la imagen y de la superficialidad, llevando una vida de pura apariencia en un ejercicio de simulacro de la realidad, utilizando la jerga de Baudrillard.
Pero todos, tarde o temprano, vamos a tener que tocar con los pies en el suelo y reencontrarnos con la realidad donde ya nadie nos abre la puerta ni nos hace la cama todos los días. “Hace años que no me hago ni un huevo frito” me decía alguien cercano hace unos días. «Bien por ti», pensé, porque pudiendo tener quien me lo haga prefiero recordar cómo se hacen porque seguro que en algún momento me va a hacer falta. Prefiero llevar la vida que he llevado siempre, ni más ni menos, porque cuando esto se acabe quiero seguir reconociéndome y teniendo contacto con la realidad.
Todos, tarde o temprano, vamos a tener que tocar con los pies en el suelo y reencontrarnos con la realidad
Mis amigas solteras que viven en el Caribe confiesan que las playas son postales de ensueño, pero nadie cuenta lo que es levantarte en tu día libre, agarrar la toalla y tumbarse bajo una palmera a leer un buen libro para que a los diez minutos ya haya una docena de hombres convencidos de que buscas tema porque de lo contrario ¿qué haces aquí sola exponiéndote? Y es que, en algunas culturas, estar soltera es sinónimo de estar enferma.
Otro tema recurrente es el de aquellos que llegan a su nuevo destino dispuestos a comerse el mundo en el extranjero pero se encuentran con un escenario muy alejado de sus expectativas iniciales. Me lo decía hace poco una de mis primeras amistades del mundo expat. «Todo el mundo es súper majo y son muy amables conmigo, pero todo es trabajo. Gano mucho dinero pero no tengo tiempo para gastarlo. Además, todos mis colegas son locales y claro, ellos ya tienen sus amistades, así que del trabajo a casa y de casa al trabajo».

Cuando uno se siente solo, lo único que desea es tener a los suyos cerca para compartir, lo que sea.
Además, no hay destinos mejores ni peores cuando no tienes tu círculo social hecho antes de llegar. No importa si vives en el Caribe, en las idealizadas antípodas o en los lujosos Emiratos Árabes. Cuando uno se siente solo, lo único que desea es tener a los suyos cerca para compartir, lo que sea.
Pero lo cierto es que los destinos más exóticos son los que más defraudan por las altas expectativas que pones en ellos. A veces sólo son carísimos decorados sin nada detrás, y hay días en los que quisieras tirarlo todo por la borda. Mueres por una buena conversación, unas risas. Sin embargo, para algunas personas, la mayoría de las veces no hay nadie y tienes que seguir con tu vida.
Yo en Qatar fui muy feliz a pesar de que el destino, a priori, no fuera muy alentador. Fue feliz por las cosas que viví. Pero como me decía otra mujer: «al menos tu tienes pareja, yo en mi día de descanso no puedo ni ir a la playa en verano. Estoy harta de ver escaparates y de sortear los lujosos Land Cruiser V8 de color blanco para que no me atropellen cuando van a 180km/h por la ciudad». Una auténtica locura.
Pero lo peor de todo, lo que la mayoría de estas mujeres (y algunos hombres) me cuentan es el no poder desahogarse. Las conversaciones con la familia cada vez se distancian, no en el tiempo, sino emocionalmente. Porque hay que entender que la familia tiene una capacidad limitada para ponerse en tu piel. Ellos sólo quieren saber que estás bien, que cobras un buen salario y que vives como en el cuento de las Mil y una Noches.
Las conversaciones con la familia cada vez se distancian, no en el tiempo, sino emocionalmente.
Recuerdo a una de mis primeras clientas de Coaching cuando me contaba que no entendía por qué sus amigas de toda la vida habían desaparecido. Las conversaciones ya nada tenían que ver con ella. Al principio entendió que era normal porque ya no formaba parte de los planes del día a día ni del fin de semana.
Pero poco a poco fue dándose cuenta de que la habían hecho desaparecer metafóricamente del grupo de whatsapp. Entendió que ya había pasado la novedad de su marcha de Barcelona a Doha y dejó de interesar. Sentía que nadie se acordaba ya de ella, nadie le preguntaba cómo le iba la exótica aventura, el nuevo trabajo, su nueva casa, su relación de pareja. Se sintió ignorada, invisible, marginada.

Una vez pasada la novedad de mudarse de Barcelona a Doha, dejó de interesar a los demás.
Lo he dicho muchas veces, no son los lugares los que te hacen más o menos feliz, sino lo que vives en ellos. En gran medida depende de los que emprendemos la experiencia de vivir en el extranjero, adoptar una actitud positiva y proactiva. Sin embargo, hay otras variables externas que no dependen de nosotros.
Por eso es tan importante establecer un círculo social lo antes posible. Que los familiares y amigos no se olviden temporalmente de las personas que se fueron porque son un pilar imprescindible para la mayoría de los que salen a ganarse la vida en el extranjero. Que cuando llega tu cumpleaños agradeces cada llamada y cada mínima muestra de “me acuerdo de ti”.
O cuando vives en las antípodas y es materialmente imposible ir a pasar las navidades junto a la familia, me contaba Marta. Es cuando se necesita más que nunca esa video-llamada donde todos se peleen por saludarte, o que tu madre te diga todos los años que desearía que estuvieras a su lado en la mesa el día de Nochebuena.
Te fuiste porque quisiste, es cierto, pero eso no quita que eches de menos a tus seres queridos. Mudarse al extranjero conlleva experiencias maravillosas, pero también una soledad que a veces mata.
Deja una respuesta