
El ministro de Hacienda Cristóbal Montoro pasará a la historia como el más carismático de los recaudadores de España cuando aseguró hace dos años que él no está para dar cariño y que no le falta empatía, sino datos que digan que el país está creciendo.
«Yo estoy para dar explicaciones de las otras, esto de la piel, el cariño y la empatía lo dejo para otros». Y yo le doy la razón, pero sólo a medias.
De los políticos yo no espero que sean grandes comunicadores, altos y guapos, que sepan cantar o que sean fotogénicos. Yo lo que espero de los políticos que gobiernan mi país es que hagan bien su trabajo. Y para ello, señores Ministros, la empatía sí es necesaria. Porque si uno no sabe o se le olvida cómo vive la gente en la calle es muy fácil caer en la tentación de olvidarse que gobiernan por y para el bien de toda la sociedad.
Lo mismo ocurre en todos los ámbitos de la vida, desde el médico Dr. House que sólo se ocupa de la patología sin importarle lo que siente el paciente, al camarero que nos trae el café con leche sin dar los buenos días porque está asqueado de su trabajo.
Lo que nos separa a los humanos de las máquinas es, precisamente, la emoción. Así que la empatía sí es importante.
Lo que nos separa a los humanos de las máquinas es, precisamente, la emoción.
Lo mismo ocurre con aquellas personas que inician un proceso de coaching depositando su confianza en mí. Mis opiniones, mis prejuicios y mis valores los dejo aparcados en mi armario personal cuando estoy con un cliente. Lo que se espera de mí como Coach es que haga bien mi trabajo: ayudar a los demás a alcanzar sus objetivos. Pero para ello hay cuatro cosas básicas que debo tener en cuenta, y todas ellas se resumen en una palabra: empatía.
Pero, ¿qué es la empatía? Pues no es más que la capacidad de identificarse con los sentimientos de la otra persona, la habilidad para ponerse en su piel y comprenderla. Dicho de otro modo, olvidarnos de nuestro contexto o mapa mental para pensar desde la perspectiva de los demás.
En primer lugar, debo pensar en los motivos por los cuales una persona se molesta en contactar conmigo, pedir una cita, y dedicar una hora de su tiempo a contarme sus problemas o preocupaciones. Qué les mueve a tomar la iniciativa, qué es lo que realmente buscan y cuáles son sus expectativas.
¿Cómo lo hago? Escuchando y observando lo que dicen y lo que hacen, porque el lenguaje no verbal a veces dice más que las palabras.
Muchas veces el origen de la mayoría de los problemas de la gente se encuentra en lo que piensan los demás de ellos. Quién no ha visto mermada su autoestima por haber escuchado durante años en su entorno familiar que no vales para nada. O en su entorno laboral que no haces nada bien a la primera. O en el círculo de amistades haciéndote sentir el menos influyente o carismático.
La mayoría de los problemas de la gente se encuentra en lo que piensan los demás de ellos.
No nos damos cuenta, pero desde nuestra infancia todo lo que decimos y todo lo que hacemos tiene consecuencias, porque es lo que conforma nuestra identidad como individuos.
Gracias al coaching -y a la empatía– es posible desmontar todas esas creencias que nos han limitado en nuestra edad adulta. En lugar de hacer caso a lo que los demás opinen de nosotros, más importante es empezar a escuchar la opinión que tenemos de nosotros mismos.
La mayoría de las personas viven frustradas entre lo que deben hacer y lo que quieren.
Lo comentaba hace unos días con una persona que confesaba que de no haber sido por la presión familiar no hubiera estudiado una carrera universitaria porque su mayor ilusión siempre fue ser bombero.
A veces ocurre que a los 18 años no sabemos aún quiénes somos ni qué queremos, o lo sabemos pero somos demasiado influenciables y manipulables. Yo misma inicié un camino que, 20 años después, no me satisfacía lo suficiente como para seguir haciendo lo mismo toda la vida.
¿Has tratado de imaginarte dónde, cómo o con quién quieres estar dentro de diez años? Esta pregunta me la hizo la que en aquel entonces era mi jefa, mi mentora y después amiga. Me cambió para siempre la vida. Ahora se la hago yo a mis clientes.
¿Has tratado de imaginarte dónde, cómo o con quién quieres estar dentro de diez años?
Sólo hay dos maneras de seguir adelante: buscar motivaciones para continuar o bien dejarlo todo y empezar de cero. Pero para ello hay que dejar de escuchar a los demás y escucharse a sí mismo para acabar con las eternas frustraciones.
Muchos padres vuelcan sus frustraciones o anhelos en sus hijos, o los presionan para que lleven la vida que ellos quisieron tener ¿En qué momento perdieron la empatía los padres hacia sus propios hijos? ¿Acaso no se acuerdan que una vez fueron también niños?
¿En qué momento perdieron la empatía los padres hacia sus propios hijos?
En tercer lugar, es imprescindible estar atento a las incongruencias en las que caemos todos. Recuerdo hace años estar en la sala de espera y oír a un señor mayor en la consulta del médico diciendo que no entendía por qué le había vuelto a subir el colesterol si no comía casi nada. Una ensaimada con el café de la mañana y una rebanada de pan con sobrasada a media tarde, pero que el resto del día seguía la dieta a rajatabla y no se lo explicaba.
Podemos pensar en cuántas incongruencias hemos caído hoy mismo y nos sorprendería averiguar que lo hacemos constantemente. Y de eso trata precisamente un proceso de coaching, un ejercicio que nos podemos aplicar en nuestro día a día: detectar estas contradicciones y trabajar en el cambio de aquellos hábitos que nos llevan en sentido contrario de nuestros objetivos.
Y se hace analizando nuestro entorno, cómo y con quién nos relacionamos, nuestras costumbres, pautas de comportamiento y oportunidades desaprovechadas.
Para todo ello, como decía, hace falta empatía. Dejar de emitir juicios de valor sobre lo que hacen o dicen otras personas para ponerse en su piel, qué sienten y qué quieren conseguir.
A menudo en nuestro entorno oímos las mismas frases hechas “no te preocupes, todo irá bien”, “es lo que hay, qué le vamos a hacer”. Familiares y amigos o conocidos, compañeros de trabajo o quien quiera que sea, no utilizan más que simples frases disparadas de manera automática que lo que realmente expresan es que les importas un carajo o no tienen tiempo para escucharte. Es como decir que cada uno tiene sus problemas y que se solucionarán, o no, por arte de magia porque da mucha pereza ponerse a pensar cómo encontrar la solución.
Lo que recibimos de los demás no es empatía, es resignación gratuita. Prueba a preguntar las razones por las cuales todo va a salir bien o por las que no vale la pena luchar.
Así que el Coaching es el arte de saber preguntar desde la empatía. Como decía una de mis clientas al terminar su proceso de Coaching una vez alcanzado su objetivo: había sentido empatía porque sentía que había caminado a su lado sin juzgarla a modo de “luz en el camino” que tan oscuro le había parecido antes, con cercanía, con respeto y con la empatía necesaria para que, alguien que no te conoce, deposite toda su confianza, todos sus miedos e inseguridades en ti para que la acompañes en busca de su felicidad.
La pasión me la despierta cada persona que decide un día sacar lo mejor de ella misma.
No es sólo un trabajo, es una vocación, es todo pasión. Porque la felicidad de mis clientes es la mía, sus éxitos son los míos, su ilusión por alcanzar sus metas es la mía para que la alcancen.
“Trasmites pasión por lo que haces”, me decía, y no, la pasión me la despierta cada persona que decide un día sacar lo mejor de ella misma.
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