
El Dalai Lama dijo que una vez al año hay que ir a algún lugar en el que no hayas estado antes. Quizás me consideraría egoísta si le dijera que ante la posibilidad de que una vida no sea suficiente para conocer México, desde que llegué me propuse descubrir un lugar nuevo todas las semanas, y aún así sé que no va a ser suficiente. Ya no sólo para explorar México, sino para llegar a conocer la Península de Yucatán, turística pero con alma, colonial y cosmopolita, rural y urbana, histórica y playera, triste y bella a la vez.
Creo que ante todo debería confesarme por haber aterrizado con los prejuicios de quien ha nacido en una de las islas más turísticas del mundo y avergonzada por el modelo vacacional y urbanístico que ha exportado al Caribe una vez que no ha podido destruir más el territorio propio. Sin embargo, la satisfacción de no tener ningún tipo de expectativa ha hecho que cada fin de semana de los últimos seis meses hayan sido no sólo un espectáculo para los sentidos sino que me ha permitido explorar pueblos, gentes, fenómenos naturales y culturas únicas en el mundo. Confieso haber menospreciado la Rivera Maya antes de conocerla, pero he aprendido a no pensar cómo son las cosas en virtud de vivirlas tal y como son. Así que me proclamo embajadora oficiosa de la República Independiente de la Rivera Maya y de la Península de Yucatán a sabiendas de que aún me queda mucho por descubrir. Si en el post El lado bueno de las cosas desvelaba mis primeros descubrimientos, es hora de recapitular sobre mis últimas experiencias.
En el estado de Yucatán, y muy próximo a Valladolid, la ruinas arqueológicas mayas Ek’Balam, que significa “Jaguar Negro”. No importa que la gente diga que vista una vistas todas, porque se equivoca rotundamente. Recomiendo reservar una salida al mes para recorrer un yacimiento diferente porque hasta el momento no he encontrado dos iguales. Como siempre, bien merece madrugar para recorrerlos en plena soledad y sentirse un Dios, un chamán o un hechicero en lo alto del templo principal de 32 metros de altura, al que no sé si impresiona más subirlo o bajarlo. De regalo, un refrescante baño en cualquiera de los cenotes de los alrededores.
La misma carretera de Valladolid hacia Ek’Balam te lleva hasta la Reserva de la Biosfera Río Lagartos donde se encuentra la espectacular colonia de flamencos rosados en una ría de manglares donde se pueden observar otras muchas aves y algún que otro cocodrilo. Sólo hay que reponer fuerzas en alguno de los restaurantes de este pueblo de pescadores y negociar con ellos la salida en barca (pagamos 600 pesos entre tres) hasta la reserva de flamencos y llegar hasta la laguna Las Coloradas de la que se extrae sal. Es obligatorio seguir con el ritual del baño maya y embadurnarse de lodo purificador, aunque es probable que la ingesta accidental del mismo te lleve a la purificación por otros derroteros.
Para los fines de semana que no hay tiempo o no apetece recorrer cientos de kilómetros, qué mejor que quedarse en La Laguna de Isla Blanca a diez minutos de casa para practicar con el kite y ver la puesta de sol con un par de cervezas bien frías. Porque no son nada despreciables ni las unas ni las otras.
Si toca playa, por qué no elegir una de las mejores playas de la Rivera Maya, Punta Maroma. A menos de una hora de Cancún conserva cierta exclusividad por no aparecer en las rutas turísticas y por los no menos hoteles exquisitos que la explotan a la par que la conservan. Aún así, para quienes buscamos tranquilidad ésta es una fantástica opción si eres capaz de encontrar los accesos públicos que tan poco o nada señalizan o bien si has desarrollado cierta soltura en entrar en los hoteles sin tener que pagar el day-pass.

Si lo que apetece es descansar de tanta naturaleza nada mejor que tener agendado en el calendario un buen concierto en CDMX. Nada mejor que vivir en uno de los países que más amor profesan a la música que acudir al concierto de mi grupo favorito en el Estadio Foro Sol. Nada más y nada menos que una escapada a la gran ciudad para no sólo ver, cantar y bailar en directo al son de Coldplay sino para degustar los mejores restaurantes, visitar la Casa-Museo de Frida Kahlo, perderte por las calles de San Ángel o disfrutar del eclecticismo del barrio de Coyoacán.
Tras un fin de semana lleno de emociones mejor quedarse cerca de casa para reponer energías y de paso frenar la hiperactividad de mi tarjeta de crédito. Darle una segunda oportunidad a Isla Mujeres para descubrir una tranquila palapa con sus camastros donde por 100 pesos y un Ojo Rojo puedes relajarte, dormir, leer o meditar sin necesidad de moverte hasta el regreso en ferry a casa.
Pero el calendario avanza y cambia sus hojas mientras sigue pendiente una de las actividades más esperadas en el segundo arrecife del coral más grande del mundo. A falta de una, dos inmersiones. A poco más de 20 minutos de la costa mantas-raya, una manta águila, peces y más peces de todos los colores. Y lo más increíble es que hay tanto donde elegir que puedes estar bajo el agua observando a las tortugas pastando hierba bajo el agua -como si se trataran de vacas en un prado suizo- en medio de la inmensidad y en total soledad. Por un momento sentí estar sola en el universo submarino.
Y como no podía ser de otra manera -y a pesar de mi corta experiencia- una inmersión en las cuevas del Cenote Dos Ojos. A pesar de mis problemas de flotabilidad en agua dulce y en un espacio tan reducido, la imagen de la luz solar filtrada a través de la entrada de los ojos del cenote es algo absolutamente espectacular. Ciertamente hay que superar la pereza inicial, pues el agua está bastante más fría que en el mar, incluso la claustrofobia de sumergirse en las cavernas oscuras llenas de columnas naturales, pero la sensación de apagar las linternas y bucear en dirección a la luz del cenote es simplemente mágico.

Pero si hay algo que puede superar una inmersión perfecta y un buceo en las cavernas de un cenote, sólo puede ocurrir en México: pasar el día nadando rodeada de mantas rayas más grandes que las sábanas tamaño king size y acompañar a los tiburones ballena a la hora de la comida. No hay palabras, fotos ni vídeos que puedan explicar la sensación de ver tanta vida junta, porque hay cosas que, sencillamente, hay que vivirlas.
Tras un fin de semana de emociones, toca otro para relajarse. Esta vez el lugar elegido es la playa de Soliman Bay, totalmente desconocida por los turistas y sólo frecuentada por locales madrugadores que no dudan en acomodarse en una de las muchas hamacas colgadas entre los troncos de lo cocoteros, y ya si eso cuando entre el hambre encargar la comida al chiringuito de playa, Chamico’s, donde por un módico precio puedes comer unos buenos tacos o un sabroso ceviche.

De vez en cuando es bueno socializarse, y qué mejor ocasión que reunirse con un grupo de españoles en un bar para ver un partido de fútbol. No importa que sea la final de la Champions y tu equipo no juegue, o que no te guste el fútbol, como tampoco importa que el partido sea a mediodía en lugar de a las nueve menos cuarto de la noche como nada la tradición en Europa. Si se trata de beber cerveza y lanzar improperios, cualquier hora es buena. Y ya de paso, conoces a gente generosa, amable y divertida que te invita a conocer pedacitos de sus aventuras personales y de por qué decidieron un buen día liarse la manta a la cabeza. Nunca hay dos historias iguales. Afortunadamente, un montón de estereotipos más a la basura.
Y para rematar la socialización, una salida a uno de los lugares más hermosos que he visto nunca, El Cielo en la Isla de Cozumel, uno de los santuarios de Jacques Cousteau donde gracias a sus aguas cristalinas es posible que veas un tiburón gato haciendo snorkel ¿en qué otro lugar podría suceder algo así? Sin duda el color de sus aguas hace honor a su nombre. Eso sí, sólo es accesible en barco, un filtro estupendo para el turismo de masas.

Entre playa y playa toca otro yacimiento arqueológico, esta vez las ruinas de Cobá, talmente diferentes a las anteriores y a las anteriores de las anteriores, y más antiguas que las de Chichen Itzá. De hecho su arquitectura es completamente diferente, pirámides más redondas y estrechas en una extensión tan grande que permite visitarlas en bicicleta y donde el reto no es subir los 42 metros de la Gran Pirámide, sino bajarlos. El truco, especialmente en un día lluvioso como el mío, bajar descalzo para un menor riesgo de caídas. Y por qué no, recuperar fuerzas desde la base mientras observas la bajada de los demás. Indescriptible.

Otra de las archiconocidas y explotadas playas de la Rivera Maya es Akumal, famosa porque cada verano acuden las tortugas a desovar y donde se organizan tours guiados para bucear con tubo y ver a las preciosas tortugas bajo el agua. Sin embargo, queriendo evitar el acoso al que están sometidos estos prehistóricos reptiles, esperé a encontrar la forma más ecológica y respetuosa para visitarlos. Y es posible, pues entre los grandes hoteles que han robado la playa a las tortugas que acuden religiosamente a cumplir su función natural en favor de camastros para los caprichosos turistas, es posible encontrar cabañas que respetan el espacio de desove. Además, se puede también salir de noche a pasear y encontrar gigantes caparazones arrastrándose desde la orilla en busca del lugar y de las condiciones adecuadas para poner sus huevos a salvo de los depredadores animales y humanos.

Y como todo es cíclico, llegó la hora de probar otra de las atracciones turísticas más afamadas de la noche, el show de la discoteca CocoBongo, aunque en mi humilde opinión el espectáculo no está sobre el escenario, sino fuera de él con la flora y fauna americana y canadiense en su máximo esplendor. Sin duda una experiencia a la altura de American Pie. Sin embargo, dicen que nadie puede irse de la Rivera Maya sin haber pasado por la fiesta de la zona hotelera.

Eso sí, para finalizar el ciclo, una escapada romántica a mi playa favorita , Xpu-Há, donde lo único que está prohibido es molestar.

(*) Agradecimientos a Buda-Foto by Paco Astur por la foto de la portada (Xcalat).
Y no si has anat a Holbox però no t’ho pots perdre!
Queda pendent, queda pendent… aquí se fa feina els dissabtes, no saps com hem d’apofitar el poquet temps que ens queda els caps de setmana! Però està apuntat a sa llista 😉
Vaya susto esta mañana, maja!! Creía que me había pasado dos días durmiendo.
Juaaaaaaaaaaan, tenía tanta prisa por irme de vacaciones que mi subconsciente se adelantó un día. Imagínate cuando me di cuenta que aún era miércoles (martes en Cancún) ¡un horror!!!!! No sé quién de los dos se llevó un susto más grande…