
Hace una semana empecé un nuevo curso, y con él la asignatura de Antropología. Yo aún andaba recorriendo los preciosos parajes de Bay of Islands cuando recibí el mensaje de mi compañera Alicia diciéndome que había empezado a leer la introducción del libro Para raros, nosotros de Paul Bohannan y me dice: “creo que te gustará mucho, reflexiona sobre las culturas y el pasado de los pueblos. Eres tú, tú y tus reflexiones ¡tú eres antropóloga!” Por su puesto me hizo mucha ilusión, pues desde que leí El antropólogo inocente de Nigel Barley -de quien tomo prestado el título de este post en femenino- ¿quién no ha querido ser antropólogo alguna vez en la vida? Como dice el escritor Valentí Puig, cuando lees un gran libro empieza una aventura excepcional que puede durar toda la vida. Y justo ahora que acabo de leer el prólogo del que me hablaba Alicia, sonrío y pienso, “sí, sí que me gustará esta asignatura”. Así que empiezo con una frase del autor que resume este post: “si has tomado buenas notas, tienes datos para varios libros”. Sin duda, con sólo las dos primeras páginas introductorias en torno a qué es la antropología y qué hacen los antropólogos, tengo material para el resto del año.

La antropología no es otra cosa que el estudio del ser humano, y es sorprendente leer las bases de esta ciencia que se me antojan de sentido común aún cuando he tardado media vida en descubrirlo. Me ha parecido tan interesante y tan práctico, que he decidido escribir un decálogo para recordarme que voy por el buen camino. Aunque un antropólogo me diría que no hay caminos buenos o malos, sino caminos y opciones diferentes dependiendo de la perspectiva de cada uno.

Cuenta el autor que su pasión era viajar, escribir, aprender idiomas y vivir experiencias nuevas. Así que por qué no hacerse antropólogo y trabajar en todo aquello que deseaba y recibir un salario a cambio. Desafortunadamente lo he leído demasiado tarde, aunque es una posibilidad que no voy a descartar, just in case.

La mirada antropológica requiere plantearse las cosas constantemente, tener una mente curiosa y un espíritu inquieto. A menudo hablo de mis estudios ¿para qué sirven las Humanidades? me preguntan constantemente, y la respuesta es simple: para tener una mirada crítica del mundo. En cualquier aspecto de nuestra vida, sea personal o profesional, debería ser una asignatura obligatoria. Tener una mirada crítica no significa censurar a nadie ni decidir qué está bien o está mal. Dudo que tengamos autoridad moral para juzgar nada ni a nadie, pero sí que debería ser importante tener la capacidad o tener la curiosidad de mirar todo lo que nos rodea con una perspectiva diferente. Porque intentar mirar nuestro entorno desde la posición del “otro” puede llevarnos a agradables sorpresas. ¿Nunca has sentido curiosidad por cómo nos ven desde el “otro” lado?
Esta mirada crítica significa tener una mente abierta que nos permita entender lo que ocurre a nuestro alrededor, así como los procesos sociales y políticos, pero también lo que ocurre en nuestro entorno más cercano. No hace falta irse a lugares remotos y exóticos para ello, a veces sólo es suficiente levantar la vista hacia la persona que tenemos enfrente, nuestro vecino, nuestro barrio, nuestro entorno. ¿Cómo? escuchando a los demás.
Una de las cosas que he aprendido en estos últimos meses ha sido, por fin, asumir que no hay que perder el tiempo en discusiones absurdas que no llevan a ninguna parte. Es más sencillo y menos doloroso aceptar que hay opiniones y puntos de vista diferentes a los nuestros, aunque no compartamos dichas opiniones. Al fin y al cabo, para poder opinar debe haber alguien dispuesto a escuchar. De este modo podemos seguir con nuestra vida y, de paso, quizás aprendamos algo por el camino.

Escuchar el punto de vista de los demás nos puede enriquecer mucho, incluso plantearnos nuestros propios valores, puede que reafirmándolos o adquiriendo otros nuevos. En mi opinión, es uno de los ejercicios más interesantes. Porque no poner en duda nuestra perspectiva y valores es muy peligroso. Si no fuéramos críticos con nuestras acciones nos convertiríamos en dictadores de nuestra propia existencia. No hay nada de malo en reconocer que algún momento de nuestra vida nos hemos equivocado, o rechazar lo que en el pasado nos parecía correcto, o justo al contrario. No es fácil enfrentase a los miedos o errores propios, pero es una de las tareas que tengo en mi vida diaria, aprender a aceptar que hay opiniones diferentes y que debo respetarlas –que no aceptarlas- por el bien de una convivencia más armónica, por decirlo de alguna manera.

La vida de expatriado debiera servir como trabajo de campo de primera mano. Vivir en lugares diferentes, con normas del juego distintas a las tuyas donde te expresas en otro idioma y en un entorno con diferentes realidades sociales, permite aplicar toda la teoría anterior. No sólo es básico tener una mente abierta para captar cada novedad en el nuevo contexto social, sino intentar adaptarnos lo antes posible para así poder adquirir más conocimientos y más puntos de vista. Es lo que los psicólogos definen como la modificación de la conducta humana, cuando ante situaciones de inadaptación o de riesgo cambiamos nuestro comportamiento y/o nuestros hábitos para adaptarnos al nuevo contexto. Entonces es cuando sucede algo casi mágico, y es mirarte al espejo y preguntarte en quién te has convertido cuando vives en un entorno extraño y tan diferente al tuyo.

Salir y conocer otras culturas es la mejor manera de informarse, aunque algunos sigan empeñados en creer que estás huyendo de algo o de alguien. Cambiar de barrio, de ciudad o hasta de continente, implica un proceso en el cual nos conocemos a nosotros mismos, poniéndonos a prueba con cada obstáculo. Aprendemos a valorar la libertad cuando no la tenemos. El simple hecho de vivir en un país como Qatar ya te pone en aviso del tipo de cosas que aprendes a valorar y a las que nunca habías prestado atención.

El intercambio de valores suele ser recíproco, aunque ello depende directamente de nosotros mismos, de la capacidad que tengamos de querer aprender de los demás. No significa que entendamos o aceptemos todo aquello que nos resulte diferente, pero sí que se puede intentar. Lo que piensen los demás es importante, seguro que al final del día, alguien te aporta algo nuevo. Para ello es importante deshacerse que la creencia que nuestra cultura o nuestra manera de actuar es la que prevalece. Para uno mismo, para nosotros como individuos será siempre nuestra guía, pero como dicen los antropólogos, que no nos limiten. Porque no compararnos con otras maneras de vivir y actuar, creer que nuestra cultura es la única que vale, seguir con el pensamiento eurocentrista de creernos el centro del universo sería como vivir en una cárcel. Qué triste no conocer todo aquello que está fuera de nuestra burbuja de cristal.
La ignorancia es el peor enemigo a la hora de tomar decisiones, y por ello sólo el derecho a decidir debería pasar primero por la obligación de conocer.

En definitiva, de lo que se trata es de aplicar bases teóricas con bastante sentido común a nuestro día a día. Podemos ser prácticos y utilizar nuestro conocimiento para resolver los problemas, o ser visionarios y aprender a cambiar nuestro entorno o nuestra forma de vida para mejorarla (no confiemos tanto en nuestros políticos). Para ello no hace falta mudarse a las antípodas, este método antropológico es aplicable a nuestro entorno.

Más allá de las fronteras geográficas, de las religiones, de las lenguas, de las razas, somos individuos que vivimos en sociedad, personas con capacidad para sentir y emocionarnos. El conocimiento de otras culturas nos hace mejores personas y mejores ciudadanos, y la cultura, precisamente, es lo que nos diferencia del reino animal.
Y como hay que transmitir lo aprendido, aquí sigo escribiendo, porque escribir me lleva de viaje por caminos inesperados.
Y apunto al final….y que sigas escribiendo por muchos años guapa!!
Go on !!!
Alicia
Gracias Alicia, pero olvidas lo más importante, ¡que podamos seguir compartiendo vivencias! Porque como dicen los antropólogos, hay que ser generosos y compartir nuestras inquietudes 😉
Never give up!!!!
xx
Laura.
Y eso es «relatos de la vida» , un trabajo de campo in situ contado bajo tus ojos. Quiero comentarte un libro para cuando tengas tiempo «libre» …. Habla de la Australia y del contacto con los aborígenes. Es un clásico de la literatura australiana….We of the Never Never & the Little black princess. Es la experiencia también contada en 2 libros de tan peculiar y profundo interés por la cultura y mentalidad local aborigen
Sin duda trabajo de campo, sólo cuento lo que veo con mis propios ojos, así que disparo y lo cuento tal y como lo vivo (intensamente, claro).
Gracias por la recomendación, tomo nota para cuando tenga tiempo «libre» 😉
Muaks!!!!
Tus post habria que imprimirlos y leerlos con un fluorescente a mano.
Tú también eres para enmarcar, ¡y lo sabes! 😉
Un abrazo.
Jajajajajaja. ¿Tiempo libre? ¿Qué es eso? Va para el tercer mes «sabático» y no he parado……
Que no diga nada no significa que no te lea, que conste.
Hoy me quedo con:
«Qué triste no conocer todo aquello que está fuera de nuestra burbuja de cristal»
Conocemos la solución: reventamos la burbuja y nos sumergimos en la infinitud de la diversidad. Nos bebemos la vida a morro. Aunque parezca que nos podamos ahogar, al final nos saldrán agallas y branquias y lo que haga falta si sabemos querer aprender.
Com deien els de «Sopa de Cabra»: Mai no es massa tard per tornar començar…….
Una curiosidad: ¿Sabrías decir si disfrutas más leyendo o escribiendo?
Hala, a cuidarse y disfrutar de esa primavera, que yo ya he pasado mi primer catarro.
Ahhhh, menos mal que tú me entiendes, las mentes inquietas no paramos nunca ¿tiempo libre? no recuerdo la última vez que me aburrí, y eso que dicen que también es divertido 😉
Me alegra saber que sigues ahí, «ja passava pena!»
Mira, como decía ayer mi hermano pequeño: en esta vida, hay muy poca gente que viva como realmente había soñado, ¿sabes por qué? porque ello requiere esfuerzo. Cada vez que oigo «¡qué suerte tienes!», me chirrían los oídos, jajajajajajajaja… como si la suerte hubiera llamado a mi puerta en plan ¡sorpresa!
Juan, vaya pregunta difícil la tuya, si disfruto más leyendo o escribiendo… creo que el clímax es leer algo que me enciende una bombilla y de repente me inspira y se acumulan las ideas en la cabeza, y entonces tengo que correr a por lápiz y papel y empiezo a escribir antes de que se me olviden las conexiones que mi cabecita loca hace en cuestión de segundos. ¡Esos momentos son mágicos!
Besos y hasta la próxima.
Laura.