
Cuando algo se pone de moda, es cuestión de segundos que salga el personaje de turno para desprestigiarlo, como si no seguir la moda fuera de lo más cool.
Pero tildar de moda pasajera e hipócrita solidarizarse con las víctimas de un acto terrorista como el acontecido en París hace apenas una semana, da para muchas reflexiones.
La primera que me viene a la cabeza es un sí rotundo. Nos indignamos en mayúsculas porque el atentado ha sido en una capital europea que bien podría haber sido la nuestra, y las víctimas podrían haber sido nuestros vecinos, familiares o amigos. Del mismo modo que nos horrorizamos ante el 11-S de Nueva York, el 11-M de Madrid y el 11-J de Londres. Ahí está la respuesta, nos sentimos identificados con lo que nos es más próximo. Aunque éticamente no debiera ser así. Y por entonces no recuerdo haber leído ni un sólo artículo ni un sólo comentario en las redes sociales acerca de la hipocresía de ponernos un lazo negro en solidaridad con las víctimas y con sus familiares condenando actos terroristas tan atroces, del mismo modo que nadie tacha de moda pasajera el lazo rosa el día mundial del cáncer de mama. Qué tendrá un lazo que no tenga un cartel, o un eslogan que tanto incomodan. Para algunos parece haber una gran diferencia que no acierto a entender.
Pero comprendo a los que se indignan ante la reacción de los que nos sentimos Charlie Hebdo por un día y nos tachan de hipócritas. Lo que estos individuos hacen es quedarse en la superficie porque otra cosa no pueden hacer. ¿Qué sabrán acerca de nuestros sentimientos? No los critico, por supuesto todos tenemos el mismo derecho a expresar nuestra opinión, que de esto se trata.
Puede que haya mucha hipocresía en que el mismo día que Boko Haram asesina a cien personas en Nigeria sólo se hable de París. No pongo en duda que los medios de comunicación son libres para dar las noticias que ellos decidan dar del mismo modo que nosotros, como consumidores, somos libres de buscar información donde nos parezca más oportuno.
No se trata de idolatrar a caricaturistas y a periodistas hoy, se trata de reivindicar la libertad, ya sea de expresión, creencias religiosas, razas y colores.
Jamás pensé que lo diría, pero hay algo que echo de menos de la vieja, cansada y arruinada Europa, porque después de sólo un año fuera del vientre materno, he descubierto que a pesar de sus defectos tiene una gran virtud que hace que le perdone todo: libertad.
No tienen por qué gustarte las portadas de sus periódicos, ni de las revistas satíricas que incitan, según algunos, a la provocación. Como individuo integrado en la sociedad somos libres de consumir lo que nos plazca, de criticarlo, de adorarlo, pero jamás de usar la violencia. Sin excusas. La provocación puede que esté bien, puede que esté mal, pero no justifica una barbarie.

Otra de las muchas variables a tener en cuenta es que no todas las sociedades ni todos los individuos reaccionamos por igual ante los mismos estímulos. La vieja Europa se ríe de sí misma, critica sin mordaza y no teme ofender porque cada uno es responsable último de sus actos. Como hemos comprobado, algunos lo han pagado con su propia vida.
Sin embargo, la rabiosa actualidad nos demuestra que no es fácil ni va por camino de solucionar este conflicto entre lo que es ético y lo que no, ni cuáles son los límites.
En mi opinión, y sólo es mi opinión personal, es que no hay solución que no dañe a alguien, siempre hay víctimas colaterales. La libertad de expresión y de pensamiento no debiera tener límites, pues los que debemos evolucionar somos los individuos y ejercitar la tolerancia y el respeto, en todas las direcciones. El problema es que igual que sucede en una pareja, nadie evoluciona por igual, ni al mismo ritmo, ni en la misma dirección. Por lo tanto, es inevitable que surjan conflictos de interés.
Lo que han propuesto algunos políticos europeos, por poner un ejemplo, es la moderación para evitar entrar en conflictos que puedan acabar con situaciones sangrientas. Es decir, vamos a poner límites a nuestra libertad para evitar penas mayores. Pienso en la decisión del presidente de la República francesa François Hollande de no permitir a la ultraderechista Marianne Le Penne asistir a la marcha contra el terrorismo mañana domingo. Entiendo que la decisión de Hollande no es otra que frenar la actitud xenófoba del partido del Frente Nacional y así calmar los ánimos, lo cual me parece un acto de sensatez. Pero al mismo tiempo me resulta del todo hipócrita si hablamos de libertad de expresión puesto que es un partido totalmente legal y que votan millones de personas en toda Francia. Así que me pregunto, ¿qué precio tiene la libertad?
Para verlo desde una perspectiva menos dramática. Es como el día de San Valentín, puedes celebrarlo o no. Yo opto por pasar de largo. Quiero todos los días a mi pareja y ambos decidimos que nos lo demostraremos todos los días, sin necesidad de una cena romántica ni un regalo de “El Corte Inglés”, del mismo modo que no celebramos la mayoría de las cosas a las que no encontramos sentido. Somos libres, decidimos, respetamos, toleramos, todos contentos.
Pero parece haber límites con ciertos temas.
Más allá de las creencias religiosas, creo en las personas. Como en la misionera española que narraba hace apenas un mes la tragedia ocurrida en una escuela de Pakistán. Seis terroristas matan a 141 personas, la mayoría niños de entre 5 y 16 años con un objetivo muy claro: evitar que se conviertan en soldados en la lucha contra los talibanes. Pilar Vila San Juan contaba en una entrevista radiofónica el horror que vivió en el colegio donde lleva 25 años trabajando como misionera, con niños de todas las religiones. Porque lo que importa, decía, no son sus creencias, sino sus vidas.

Boko Haram tuvo repercusión mediática gracias a la campaña Bring back our girls de Michelle Obama. ¿Otra hipocresía?, ¿otra oportunista?, posiblemente, pero sin esta difusión la mayoría de nosotros nunca sabría lo que está pasando en Nigeria, y si un 1% de la población ha pasado a la acción más allá del selfie de turno, considero que ya es todo un éxito. Porque lamentablemente, campañas como las de Amnistía Internacional no tienen el mismo impacto social.
Así que hoy Je suis Charlie, soy víctima de Boko Haram, soy un cristiano huyendo de Iraq, soy uno de los dos millones de refugiados sirios y soy uno de los niños que murieron en el atentado de la escuela de Peshawar (Pakistán).
Soy víctima de cualquier fanatismo, radicalismo o acto terrorista, ayer, hoy o mañana.
Solo puedo decir, je suis charlie, aunque tengamos libertad, que la tenemos y mucha yo en la manifestación donde fueron mandatarios de todo el mundo a hacerse un Selfie, nuestro presidente , el mismo que ha hecho una ley mordaza , defienda la libertad de expresión… Irónico, me encanta tu blog
Antonia, hay cosas que nunca cambiarán: políticos por un lado, sociedad por otro.
Gracis nina 😉