
Miércoles 12 de agosto (Auckland, New Zealand):
Son las dos de la mañana de mi primera noche en Devonport, mi nuevo hogar. Apenas doce horas después de haber aterrizado en el hemisferio sur tras un viaje largo y cansado, el jet lag hace mella en mí y el dolor de cabeza me anuncia esa sensación de tener el cuerpo girado. Como suele suceder cuando de repente despiertas de un sueño profundo, calculo cuántas horas llevo durmiendo desde que llegué: 6 horas en posición horizontal, todo un lujo para nada sobrevalorado cuando has estado 48 horas dando tumbos por el planeta tierra.

En este sueño ligero en el que me encuentro, y sumergida en capas de abrigo en una noche gélida, se acumulan sensaciones, instantáneas, emociones, retratos de la nueva vida que me rodea. Me viene a la memoria el último de los cuatro vuelos rumbo Auckland: se repite la historia de entablar conversación con la vecina de al lado, una viuda neozelandesa que vive a caballo entre Brisbane y Auckland, donde tiene repartidos a sus hijos y nietos. No tarda muchos minutos en contarme su vida y en apuntarme su teléfono y su dirección para que vayamos a visitarla tan pronto nos hayamos instalado. Me emociono al pensar que acabo de hacer una nueva amiga que podría invitarnos un domingo a una comida familiar. Quizás aprenda a hacer paellas domingueras en nuestro honor (sí, estoy escribiendo en la cama en uno de mis duermevela y da la sensación de que voy fumada).
Se acumulan demasiado rápido las primeras impresiones del que ha sido el primer día de nuestra nueva vida, un sueño hecho realidad. Llegar a Devonport, descubrir que es aún más bonito que lo que me imaginaba, que no hay trampa y que el barrio no es de cartón-piedra. La belleza de sus casas, todas abiertas para ver y quizás también para ser vistos, mirando siempre al mar y donde todo el mundo se conoce. Parece todo tan bucólico que te preguntas dónde estará el problema o qué tardarás en encontrar el fallo.

Me siento hiper excitada, y hay una imagen que jamás olvidaré. Tras enseñarnos la casa que va ser nuestro hogar, Anthony -el dueño- nos deja solos con una botella de vino de bienvenida. Nos servimos una copa, nos abrazamos, y observamos el magnífico jardín hoy en un día soleado. De repente nos miramos y sin mediar palabra sabemos que ya nos hemos hecho a este lugar, o quizás este lugar esté hecho a nuestra medida. Como dice mi hermana mayor, yo también tengo la sensación de que aquí podríamos echar raíces.
Salimos al supermercado del barrio para comprar los cuatro básicos para cenar y para desayunar al día siguiente: la gente nos saluda por la calle, el cajero nos habla de fútbol -o soccer-, del Barça y de Messi (otro topicazo). Todo parece un decorado, tan perfecto, con sus aceras, pasos de cebra que se respetan, los vehículos circulan despacio, hasta la distancia de las cosas son inmejorables, la compra a sólo 5 minutos andando. Nada como salir de un país caótico under construction para valorar el civismo de otro, nunca mejor dicho en las antípodas de lo que se conoce como educación. Lástima del frío que tanto eché de menos este verano, pero aún así agradezco sentir el aire gélido en mis mejillas a sabiendas de que sé que me acabo de resfriar.

Hoy lo único que importa es sentarse en la mesa para seguir bebiendo, con una crema calentita de toda la vida y tan recurrente en los viajes que no es otra cosa que una lata de Campbells y un poco de pan tostado. El típico menú de esas ocasiones en las que estamos fuera de casa y cansados, sin ganas de cocinar pero que sabe a gloria porque es rápido de preparar -y porque con una copa de vino todo sabe mejor-. Así es como apuramos hasta las ocho de la tarde, momento en el que nuestros ojos ya no ven y nuestro cerebro manda órdenes difusas y lentas.
Lo mejor será disfrutar del premio a la paciencia y a las incomodidades del viaje más largo de nuestra vida. Deslizarse bajo las sábanas para encajar nuestros cuerpos en posición horizontal que debería darnos el merecido descanso. Y de paso, aprovecho el momento jetlag para escribir todo aquello que por culpa del sedante puede que mañana haya olvidado. Dejo el ordenador bajo mi cama, por si me vuelvo a desvelar y vuelve mi inspiración entre imágenes somnolientas.
Sábado 15 de agosto (Auckland-New Zealand):
Amanezco a las 6 de la mañana en éste mi tercer día en las antípodas. Miro el reloj, otra vez las ocho de la tarde al otro lado del hemisferio hoy sábado. Imagino a mis amigos en la playa a estas horas esperando para ver la puesta de sol con una caña. Aquí las cervezas siguen siendo caras como lo eran en Qatar, así que no me supone un trauma, ya estoy acostumbrada y no he tardado en llenar mi nevera de Pale Ale, Lager, IPAs, tostadas, rubias y lo que haga falta. La diferencia es que aquí puedes beber sin ser acusado de infiel.
Esta ola de frío no sé cuánto durará, y aunque ayer estuvimos todo el día a 16 grados no para de llover, el ambiente es húmedo y definitivamente yo ya me he resfriado. Será el cóctel de medicinas que me he tomado, pero sigo con ese duermevela que hace que en mi cabeza se mezclen imágenes violentas de Los Soprano mientras oigo la lluvia intermitente que deja paso al canto de los pájaros en los descansos. Creo que me he drogado demasiado.

Hago balance de mis primeros tres días en esta ciudad, y me obligo a recordar que es importante plasmar mis primeras impresiones, pues son irrepetibles y sólo se dan una vez en la vida: sólo hay una primera vez para causar una buena primera impresión. Pero ya se sabe que nada es irreversible, cuántas veces alguien nos ha causado una primera mala impresión, puede que hasta horrible y luego, con el paso del tiempo, hemos cambiado de opinión o de perspectiva. Con los lugares puede decirse que ocurre lo mismo. Ni hay que idealizar todo lo que nos impresiona la vez primera ni hay que despreciarla. Como en toda relación, tenemos que darnos un tiempo para conocernos. Y más importante, debemos poner ambos algo de nuestra parte.

Si tuviera de describir una instantánea de mis primeras sensaciones sería la siguiente: la atmósfera está limpia sin rastro de la calima de Doha o de Mallorca y los colores son intensos (claro que llueve todos los días varias veces). Hay mucho tráfico en Auckland -algo inesperado-, pero a diferencia de Qatar, todo el mundo respeta las normas, nadie intenta colarse y hasta los indios ponen los intermitentes, impresionante. Los carriles de incorporación a la Motorway se regulan a través de semáforos para controlar el flujo de tráfico. Se puede conducir por la izquierda y con el volante en el lado derecho sin morir en el intento, comprobado, y pienso que muy bien lo hacen los británicos cuando visitan cada verano Mallorca. La fruta y la verdura sigue siendo cara, muy cara, incluso el producto local. La gente es amable, te sonríe por la calle, te saluda, te cede el paso, se respira tranquilidad a pesar de ser una ciudad de un millón y medio de habitantes y ser la puerta de entrada de la mayoría de los inmigrantes, aunque algunos arruguen la nariz ante la entrada masiva de los asiáticos, en concreto de los chinos adinerados que compran las casas más caras contribuyendo a algo llamado “burbuja inmobiliaria” (efectos colaterales de la globalización). No hay Zara, ni Mango ni IKEA, aunque hay Starbucks, Apple Store y otras tiendas americanas, y las empresas se anuncian como 100% kiwi owned and operated, lo que te acojona un poco a la hora de pensar quién querrá contratarte. A nadie parece importarle cómo vistas o qué hagas, algo que echaba realmente de menos. Y no, no es una leyenda urbana que muchos anden descalzos por la calle, incluso en pleno invierno.

Quizás sea muy infantil, y puede que también sea un privilegio, recrearme en el mundo que me rodea descubriendo cosas cada vez que doblo una esquina. Todo me parece nuevo y lleno de matices. Como dice el escritor Jordi Puntí, la imaginación es la encargada de dar sentido a los detalles de cada día.
Feliz new life, new day!! Os deseo lo mejor en el paraíso!! Besos llenos de calor humano!!
Gracias Alicia, como sigue la canción «I am feeling good!», no podría haber empezado esta nueva aventura mejor 😉
Así que ahora a disfrutar de las vacaciones antes de empezar el nuevo curso ¿Nos vemos en septiembre???
Una abraçada guapa!
Laura.
Tu preocupada per les sabates i aquí la gent va descalça! ja ja ja!
Totalment en contra de que la primera impressió és la que compte! Jo sóc més de «les aparences enganyen», per sort!!
Vinga molts ànims! deu ser genial viure en un país tan cívic! Us anirà tot molt bé! i millora’t del refredat!
Petons
Ada
Sí, Ada, tanta preocupació per les sabetes per no res, encara que he de confessar que ahir vaig fer la meva primera compra: unes «Converse» de goma per la pluja!!!!
Respecte a les primeres impressions, també penso que no són tan importants, però mai s’obliden, perquè són úniques i irrepetibles.
De moment el refredat controlat, de fet ara mateix marxem a esquiar, un dels avantatges de viure a un lloc on tenim les quatre estacions en un mateix dia!
Una abraçada.
Laura.
Gracias Alicia, como sigue la canción «I am feeling good!» 😉
¿Nos vemos en septiembre???
Una abraçada guapa!
Laura.
Combo me allegro . Ya estoy demean do q llegue el Jueves q vine para que sigas contra dome cosas.
Muchos besooos….
Vaya con el traductor del iPad parece q lo tenía en kiwi . Q mal se ha escrito el comentario anterior
Bueno, se ve que voy abriendo el oído al esto que llaman «inglés kiwi» porque creo haber entendido que deseas que llegue el jueves para leer el blog, jajajajajajaja!!!!
Lo único que aún no controlo es el desfase horario a la hora de publicar 😉
Noveno día por aquí y a punto de irnos para pasar el finde en la nieve, ¡¡¡toma ya!!!!
¡¡¡Besos familia!!!
Qué bien, no?
Disfruta.
Juan, de momento, y tras dos semanas instalada por estas tierras, confieso que supera mis expectativas. Es cierto que llueve mucho y que nadie es perfecto. Sin embargo, aquí dicen «we work to live, not live to work» 😉
Hi cósmic!!! What an amazing feelings!!! Que bonita nueva vida!!! Cosmic kisses 🙂
Rachel, son un montón de emociones, a veces no te puedes creer que estemos en las antípodas reininciando nuestra vida, y otras veces te da la impresión de que todo sigue igual, sigues con tu misma rutina vayas donde vayas. Tema para próximo post 😉
Y ya sabes, you and your Cosmic family will be very welcome!!!
Bunch of kisses.