
Para terminar el año siempre es una buena recomendación meterse en la cama, cerrar los ojos y repasar durante unos minutos qué hemos hecho con nuestra vida los últimos doce meses. Nuestros logros y nuestros fracasos, nuestras alegrías y nuestras tristezas.
Poco amiga de los propósitos de Año Nuevo, prefiero hacer una reflexión autocrítica para valorar lo que he hecho, lo que podría haber hecho mejor o lo que podría hacer de otra manera la próxima vez. Y qué mejor que quedarse dormida apuntando mentalmente todo aquello que quiero conseguir y sé que puede salirme bien.

Cerrar los ojos y repasar durante unos minutos qué hemos hecho con nuestra vida los últimos doce meses
Suerte, la palabra más escuchada durante el 2016 en mi vida, es en realidad una casualidad dirigida o una ingeniería de la suerte, en palabras del artista postmodernista William Kentridge.
La suerte no deja de ser una apuesta sofisticada que relaciona posibilidad y predeterminación y alude al estado de transformación. En otras palabras, quien es afortunado lo es porque ha elaborado un plan, tiene un programa, un guión y puede, sólo puede, que simplemente tenga suerte dentro de las mismas posibilidades de que te haya tocado la lotería.

Si dejamos las frases manidas a un lado, cuando miro hacia atrás sé que mi plan establecido no ha funcionado en absoluto. El proyecto inicial era, por estas fechas, seguir viviendo en Nueva Zelanda, en la preciosa casa centenaria de Devonport, con nuestro back yard (con el gato Gas de invitado) y teniendo a Anthony de casero, ser capaz de bromear en ese idioma llamado kiwi y aprender a hacer pavlovas de merengue.

Sin embargo, nada de eso ocurrió, sino que acabé en México el mes de enero de este año que termina, sin mucho tiempo para digerir el cambio de planes. Sólo seis meses después llegó una tercera mudanza en menos de un año, esta vez para instalarme en mi actual retiro del mundo en Dominicana.
He tenido tiempo para analizar qué es lo que ha fallado en mi guión y me doy cuenta de lo que podría haber hecho mejor, de los detalles que se me escaparon. Pero también he aprendido -y esto es lo más importante para mí- que soy más fuerte de lo que pensaba, he descubierto mi fuerza interior y mi capacidad de adaptación.
Prefiero pensar que no hubo errores, sino resultados inesperados, aunque tampoco tanto. Lo cierto es que no me pilló por sorpresa el cambio de planes porque, aún teniendo el proyecto elaborado, sabía que una parte del mismo no dependía de mí.
Es por eso que siempre es prudente tener un plan B guardado en la recámara para los imprevistos: no iba a decepcionarme si el resultado no era el planificado porque mis expectativas estaban en el objetivo de intentarlo y no quedarme el resto de mi vida con el “y si…” comiéndome por dentro.

Lo bueno de que los planes iniciales no salgan, es que siempre aparecen otros. A veces, incluso mejores.
Sólo progresamos cuando el entorno nos plantea desafíos, y creo que a mí -por este año- ya me ha puesto suficientemente a prueba, lo cual no quiere decir que pueda bajar la guardia durante el 2017. Vamos a ver cuántos, de todos mis proyectos, consigo llevar a cabo con final feliz.
Dicen que el mayor obstáculo al que nos enfrentamos es el miedo al fracaso, y que la mejor manera de vencerlo es prestándole atención, escuchar las voces internas y convencernos de que es posible seguir adelante.
Un buen ejercicio es pensar en alguien que haya hecho lo que te propones, o pensar en las consecuencias reales si no logramos nuestro objetivo. A menudo exageramos las consecuencias como excusa.
Si no nos arriesgamos a conseguir algo, sencillamente no lo conseguiremos. Detrás de las excusas y del miedo suele haber pereza o una falta de autoestima o de inseguridad.
Es por ello que es sano y recomendable compartir nuestros proyectos para buscar apoyo, de lo contrario nunca nos atreveremos a ponernos retos y, ni mucho menos, llevarlos a cabo. Piensa, ¿conoces a alguien que lo haya intentado antes? ¿conoces a alguien que en tu misma situación lo haya logrado?

¿Conoces a alguien que en tu misma situación lo haya logrado antes?
Otro ejercicio es el de buscar estos referentes, pensar en aquellas personas a las que admiramos, elegir tres cosas que nos gusten de ellas, sus valores o sus cualidades e intentar seguir su ejemplo.
Una pequeña ayuda para dar ese empujón final. Hay personas que saben cómo hacerlo pero no quieren, otras que quieren pero no saben por dónde empezar, otras que quieren pero nunca encuentran el momento o nunca están lo suficientemente motivadas. Es por ello que son muy útiles los referentes que nos recuerden que sí se puede.
El miedo nos impide aceptar retos, la ignorancia nos hace creer lo que no somos, la vanidad nos hace actuar como idiotas, la humildad nos permite saber cuáles son nuestras debilidades y la honestidad nos dice con qué cartas podemos jugar.
De nada sirve escribir propósitos de Año Nuevo si no empezamos por una buena reflexión sobre quienes somos, hacia dónde queremos ir y en qué medida los objetivos dependen de nosotros. Todo lo que esté en nuestras manos, a por ello, lo que no, que no nos distraiga.

¿Qué es lo que realmente depende de ti?
No hay que tener prisa ni crearse expectativas poco realistas, todo proceso debe empezar con los pies en el suelo y no despegarse nunca de él. Si me propongo dejar de fumar no basta con decir mañana lo dejo, o si nos queremos poner a dieta no podemos decidir, simplemente, dejar de comer.
Todo requiere una planificación, una toma de conciencia, un compromiso con uno mismo, algunas herramientas y una proyección del resultado en un tiempo fijado, es decir, una fecha clave para no andar con abstracciones. Y si uno lo ha intentado año tras año y no ha dado resultado, qué mejor que buscar apoyo para que nos acompañe en el camino. Un amigo, una familiar, un dietista, un médico, un entrenador.
Todo cambio de hábitos y costumbres cuesta. Requiere esfuerzo, constancia y tiempo, por lo que mejor empezar con una mente abierta y receptiva dispuesta a cambiar todo aquello que nos impida alcanzar nuestros objetivos.
Absténganse por favor los que quieran hacerse millonarios sin trabajar o aquellos que no estén dispuestos a modificar sus hábitos que tan pocos resultados les han dado hasta ahora.

Si suerte es la palabra que más he escuchado a lo largo de este año que ya acaba, coherencia es mi palabra favorita del 2016, y quizás mi mayor aprendizaje: ser coherente entre lo que se dice y lo que se hace, entre lo que se desea y nuestras acciones.
Hay quien se pasa la vida luchando entre la racionalidad y las emociones, el debo y el quiero, las obligaciones y el deseo, pero se olvidan de lo más importante: la mayoría de las veces somos nosotros mismos quienes nos ponemos barreras y se nos olvida que no es una cuestión de lucha. Razón y emoción deben trabajar unidos en sincronía, como una pareja de baile en perfecta armonía.
Yo he recorrido mi camino durante este año y he aprendido muchas cosas, como que la suerte se persigue, se construye y sólo así se alcanza. He comprobado de qué soy capaz, hasta dónde puedo llegar y que quiero seguir descubriendo caminos y abrir nuevas puertas, ¿cuál es tu camino?

Cada día te superas! 😉
Muchas gracias Alejandro, parece ser que algo he aprendido este año que pasa.
Cada día un poquito más de allí, otro poquito de allá, cada día un poco más feliz 😉
Besosssssssss