
Uno de los muchos temas para reflexionar en mi penúltimo destino es el de la corrupción. Elemento cultural o no, está presente a todos los niveles, y como me decía Izel, la corrupción no se da sólo en un sentido. Todos decidimos en algún momento, conscientemente o no, participar de este entramado y propiciar su existencia. Una tiene el firme propósito de no caer en la tentación, pero a veces, no sé por qué, me siento arrastrada al lado oscuro de la vida. O dicho en otras palabras menos poéticas, si no puedes con el enemigo, únete a él. Después de mi primera mordida he aprendido algunas pautas de comportamiento.
Sin embargo, hay algunas actuaciones que no dejan de sorprenderme. Es el caso de The Home Depot, en la que así como sales de la caja tras abonar tu compra, y a no más de cinco metros de la puerta, te espera un guardia de seguridad que chequea uno a uno los artículos que llevas en el carro con el recibo aún cuando los artículos de bricolaje se me antojan de todo menos sutiles. Y no es aleatorio, nadie puede salir de la tienda sin pasar por el examen obligado, ¿acaso todos los ladrones se creen que somos de su condición?
Pero lo más chocante con lo que me he encontrado es intentar contratar un servicio como internet o alquilar un departamento, pues no muestran ninguna emoción ante tu cuenta corriente o la tarjeta de crédito como garantía en caso de impago. Lo único imprescindible es que seas capaz de proporcionar tres nombres (y sus respectivos teléfonos de contacto) para que puedan llamar y pedir referencias tuyas, preferiblemente personas que residan en Cancún, aún a sabiendas que acabas de llegar y aún no conoces a nadie. «Es decir -le decía yo a la Señorita que me atendió en Telmex (el operador equivalente a Telefónica en todos los sentidos)- se fía Usted más de lo que le puedan decir tres sujetos que igual no me conocen de nada –y a los que probablemente haya pagado por dar referencias mías- que de mi tarjeta de crédito». «Así es, son las normas». Y mejor no perder el tiempo intentando razonar. Eso sí, aún desistiendo contratar el servicio de datos con ellos, siguen llamando a la hora de la siesta y a la hora de la cena.
Curiosamente pienso ahora en Nueva Zelanda, donde no podía inscribirme en la piscina municipal de mi barrio sin tener abierta una cuenta corriente, mientras que aquí en Cancún he sobrevivido tres meses sin bancos y sin tarjetas de crédito. Cosa que agradezco, porque las colas en las oficinas bancarias son un tremendo infierno. Por el contrario, los recibos de agua, de luz o gas se pagan en las farmacias o en los Oxxo (tiendas 24 horas), entre otros, nada domiciliado. Ver para creer.
Lo mismo debió pensar una joven norteamericana que acaba de trasladarse al residencial donde vivo. Las normas de la piscina dejan muy claro que sólo se puede uno tumbar en los camastros con una toalla blanca o azul. Cierto es que el condominio tiene sus propias toallas como si de un hotel se tratara, pero puede que en su departamento no se las hubieran dejado, por lo que decidió bajar a la piscina con su propia toalla que, afortunadamente, era azul, pero no del mismo tono que la oficial. Así fue como la responsable de seguridad obligó a la joven retirar la toalla para que no dañara la estética de las zonas comunes. Y no fue suficiente con doblarla y apartarla, era menester esconderla dentro de la bolsa para que nadie la viera. En el mismo condominio de estrictas normas, por cierto, que los martes y jueves a las seis de la mañana fumigan las zonas comunes ajardinadas con un motor que parece arrancar siempre junto a mi almohada pese a vivir en un octavo piso.
Lo bueno de la corrupción es que si sabes manejarla te saca de todos los apuros. Hace unos días tuve la gran fortuna de conocer a Julio Alberto a través de una amiga. No lo sabe, pero lo venero todos los días y guardo su número de teléfono entre mis favoritos. He estado conduciendo mi camioneta sin seguro y sin haber hecho el traspaso a mi nombre porque en los módulos de emplacamiento –porque aquí las placas del coche son tuyas y no se traspasan- las colas empiezan a las seis de la mañana a pesar de no abrir hasta las ocho y media. El tema es que hay que hacer una interminable cola para agarrar número, por lo que yo, que acudí varias veces puntualmente a la hora de apertura, jamás conseguía que me atendieran. Por supuesto, hace tiempo que renuncié a perder el tiempo en tales menesteres, y cada vez que me para la policía –algo habitual en Cancún- siempre digo lo mismo, que mi traspaso está en trámites.

Hasta que conocí a Julio Alberto, mi salvador. No me importó esperar su retraso de veinte minutos en nuestra primera cita, tampoco me importa que me siga llamando “guapa” en lugar de llamarme por mi nombre, pero en dos horas consiguió hacer el traspaso de mi camioneta sin que tuviera que hacer acto de presencia ni llevar el vehículo para su inspección y posterior emplacamiento. ¿Cómo lo has conseguido? Le pregunto. Ya sabes, conozco a muchos funcionarios.
Aprovechando su diligencia, le pregunto si también tiene mano en Correos de México, pues llevo esperando tres meses una caja que me autoenvié desde Australia y que me consta que ha llegado a Cancún pero que no tengo ni tiempo ni paciencia para volver a intentar localizarla, de hecho ya la doy por perdida. A lo que me responde que algo podrá hacer. Al cabo de una hora me manda una foto por whatsapp con la foto de mi caja y una nota que dice “vendo caja”. No sólo eso, sino que me la trae a casa y rechaza cobrar la gestión. Entonces entiendo que ya se lo ha cobrado con el traspaso de la camioneta de esta mañana. Le pregunto cómo es posible que en una hora haya localizado mi caja si yo estuve más de cuatro para que me dijeran que no sabían a qué oficina había llegado y que me pasara en unos días. Por respuesta recibo un “pagas un poco por aquí, un poco por allá y voilà!» Ahora entiendo por qué el sistema está saturado, sólo los pobres esperan en la calle a pleno sol durante horas para nada. Así funciona en el Estado de Quinta Roo, demostración empírica.
Pero la palma se la lleva mi marido, el mejor jugador de póquer de la historia. Llegaba tarde al trabajo y fue cazado por un policía. Casualmente era final de mes. Le notifica que iba demasiado alegre a esa hora de la mañana y bla, bla, bla… Así que la multa son bla, bla, bla… A la pregunta de si hay alguna manera de arreglarlo con un billete de doscientos pesos en la mano, el policía –aquí llamados sargentos- le responde que por dos de esos no hay problema. “Entonces, póngame la multa, me parece excesivo”, responde mi amado esposo con la calma que le caracteriza. “Ningún problema Señor, a mandar”, recogiendo el billete único y permitiendo que siguiera su camino hacia el trabajo. Problema resuelto.
Una vez más todo es cuestión de expectativas. Mi proceso de adaptación ha sido más lento de lo previsto. Si quiero que esto funcione deberé incluir todas estas novedades en mi rutina diaria en lugar de que se convierta en tal caos que acabe volviéndome loca de atar. Como dice el refrán, no es oro todo lo que reduce, y aunque me gustaría que las cosas fluyeran y vivir en un mundo mejor, esta es la verdadera sazón de Cancún.
Y es que siempre hay versiones “oficiales” y “no oficiales” de la realidad. Sólo que algunas venden mejor en Lonely Planet que otras. Ambas pueden ser tremendamente interesantes, pero prefiero no quedarme con la fachada y sumergirme en su interior, en el lado oscuro because I don’t have to sell my soul, he’s already in me The Stones Roses – I wanna be adored.
Adaptarse o morir, no?
Y la intrépida isleña se adapta, vaya que si.
Anda que no te lo pasas casi bien, lagartijilla!!!!!
Adaptarse, adaptarse, si los mallorquines hemos sobrevivido a los bárbaros, a los árabes y a los «forasters» nada puede acabar con nosotros 😉
Una abraçada Juan.
Te estás pasando al lado oscuro y esto no tiene vuelta atrás!!!
Animo sois unos supervivientes.
Por cierto, como forastera que soy no se como tomarme el comentario que le haces a Juan.
Besotes dobles
Lo del lado oscuro creo que ya sabes que es influencia de tu amigo, y respecto a las invasiones ¡se me ha olvidado enumerar también a los alemanes! jajajajajaja… Pregúntale a tu pareja, pregunta, ¿somos o no somos los mallorquines unos auténticos supervivientes? y eso que jo som mitja forastera 😉
Besos a las dos,
Laura.
Lauraaaaa..
Por favor no caigas en la tentación, si aceptas entrar en ese circulo ya no puedes salir de el.. te apuesto a que en ningún otro país del mundo te pondrías a ofrecerle dinero a la policía o transito.. y a o mejor te lo aceptaran, pero como te dijeron en Mexico hazlo… uno como mexicano evita hacer esas tranzas y tu como extranjera lo haces, y después los extranjeros mismos dicen, los mexicanos son los corruptos…
Saludos
Izel, lamentablemente debo confesar que no sólo he caído en la tentación, sino que no soy capaz de ver otra solución. Mi tiempo no vale más que el de lo demás, pero por supuesto yo le pongo un precio. El sistema está saturado, y cada gestión representa perder un día de estudio (para otros una jornada laboral). Sinceramente, no me lo puedo permitir, y lo que es peor, mis nervios se resienten, me parece insostenible, así que voy a ganar en salud. No creo que los extranjeros -en este caso- debamos tomar la justicia por nuestra mano, pero tampoco vamos a cambiar la situación. Como en todos los países, ciudadanía y Estado deben trabajar juntos contra las injusticias, y yo no veo interés ni por un lado ni por otro. Espero que con el tiempo las cosas cambien, no lo dudo.
Un abrazo,
Laura.
Holaaaaa
Que sepas que te sigo leyendo. Muy curioso e interesante todo lo que nos cuentas. Está bien saberlo por si algún día pasamos por ese destino.
Les deseo todo lo mejor.
Besos
Gracias por seguir al otro lado, espero que estéis fenomenal.
Este lugar es maravilloso en muchos aspectos, pero bien sabes que no es lo mismo estar de vacaciones que vivir. Qué te voy a contar… pero sin duda, si algún día os decidís a visitar este lugar no os va a decepcionar ¡es una caja de sorpresas!
Besos y a cuidarse 😉
Laura.
Bueno!!! leo y releo, lo referente al mocheo, asi se le llama en Cancun, Mexico y se da , cierto que se da. Lo he tenido que vivir como experiencia propia, si no estas acostumbrado a esta version cultural, de dar un dinero doblado en billete… Lo pasas fatal… Es algo peligtoso, deleznable, pero sin embargo de una eficacia infalible, pero pongamonos a pensar por que se da esto, y seguramente hay muchisimas caudas, reconozco que no es el foro indicado, pero entiendo la frustacion por un lado y la satisfaccion por otro, al final debemos aplica tefranero… «Donde fueres haz lo que vieres»
Saludos a todos
Efectivamente, es una doble moral. Por un lado te soluciona la vida pero por otro la conciencia te recuerda que no estás haciendo lo correcto y que de alguna manera al entrar en el juego sucio lo legitimas. Sin embargo, también me siento víctima de un sistema ineficaz y corrupto. Las causas, seguramente sean múltiples: salarios bajos y poca motivación para hacer bien las cosas con un Estado que no sólo lo consiente sino que -como otros muchos en el mundo- participa. No me atrevo a decir que sea un rasgo cultural, pero lo que es seguro es que nunca lo había vivido antes y por eso me sorprende tanto.
Aunque creo que es necesario de vez en cuando pararse a reflexionar, prefiero tomármelo con humor.
Saludos.