
«Bienvenida a la república independiente de tu casa», me digo a mí misma un sábado por la noche después de haber puesto en orden mi vida, otra vez. Porque por fin tengo un hogar, sea circunstancial o no, durante tres meses disfrutaré de cada momento en mi penúltimo refugio. Esta vez, un giro radical a mi vida urbana en una ciudad polvorienta y calurosa de Oriente Medio. El destino elegido ha sido tan acertado como imprevisto, quién me lo iba a decir a mi, pero nada como rodearse de amigos que traen buena suerte y te facilitan la vida cuando crees que no podrás con todo. Así que tras dos semanas de caótico reencuentro con mi isla, abro una botella de vino y brindo por una nueva etapa de esta loca carrera que es la vida.

Nunca es tarde para seguir experimentando nuevas cosas. Esta vez rehago mi vida en un bucólico pueblo a los pies de la Serra de Tramuntana de Mallorca. Y descubro todo un mundo que hasta ahora desconocía, la mayoría de las cosas banales años atrás, pero que de repente se tornan detalles que me provocan una inmensa felicidad. Qué cierto es aquello de que hay cosas que sólo valoramos cuando las dejamos atrás.
Despertarse por la mañana y oír el canto de los pájaros bien puede parecer el anuncio de los cereales que alivian tu tránsito intestinal, pero lo cierto es que es agradable. Nada del ruido de las obras, ni del tráfico, ni los pitidos de los energúmenos al volante. El canto de los pajarillos, ni más ni menos. Abrir la ventana y descubrir que el sol asoma, como cada mañana, para colorear un nuevo día tal y como te propongas. De lejos, como si se tratara de una música de fondo, el sonido del centenario tren de Sóller, el canto del gallo y los cencerros de las ovejas en su camino a pastar.

Lavarse la cara, abrir la puerta de casa y descubrir que la única manera que tengo para desplazarme hasta la plaza del pueblo es a pie, pues debo bajar una calle sólo apta para peatones, empedrada y con escalones que dudo que un Land Cruiser v8 de color blanco pueda bajarla, especialmente porque la calle se va estrechando cada vez más hasta llegar a la plaza del pueblo. Por increíble que parezca, hay lugares en el mundo donde tener un vehículo es un estorbo, y es que aquí ni siquiera te lo aparcan. Es fabuloso darse cuenta una mañana que llevas varios días sin utilizar ningún tipo de transporte salvo salir andando de casa.
Pero lo que más me embelesa es oler a pan recién hecho cien metros antes de llegar a la panadería mientras los vecinos te saludan con un honesto “buenos días” (o en lenguaje autóctono: ueeeep, com va?) y que algunos sean capaces hasta de llamarte por tu nombre.

Y mientras pido un pan y dos ensaimadas, me pregunto cómo he podido subsistir casi cuarenta años sin este tipo de mundología en mi haber. Nada como regresar a casa subiendo todo lo bajado y preparar el sacrosanto desayuno.
Otra de las curiosidades que me tienen cautivada es la posibilidad de salir a estirar las piernas después de una dura jornada de estudio. Es cierto que ya no vivo en un hotel donde sólo debo subir un piso para acceder al gimnasio, a la piscina y al spa, pero cómo comparar un centro fitness con un maravilloso encinar. Pues a sólo un agradable paseo de diez minutos entre las calles más empinadas y desde la puerta de mi nuevo hogar llego a un precioso encinar, Sa Comuna de Bunyola, más de 700 hectáreas de superficie forestal en un paisaje que es Patrimonio Mundial según la UNESCO. ¿De verdad? Cada vez que me quejo por algo, cosa bastante frecuente, intento cerrar los ojos, respirar hondo y recordarme cuán afortunada soy, o me limito a sentarme en el alféizar de mi nuevo hogar para dejarme llevar al ritmo de la puesta de sol entre las montañas.

Salir a comer a la pizzería de la carretera, donde la segunda vez que acudes ya te reconocen y te hacen sentir como en casa, mientras en la mesa de al lado se sucede la típica comida de negocios española. El dueño de la empresa, con su barba canosa, su sobrepeso, sus tirantes sujetos al pantalón, fumando en pipa, echando chorrito de whisky al café cada par de minutos y hablando con una solemnidad como si estuviera sentando cátedra, Por supuesto, encantado de haberse conocido. A su diestra, su fiel encargado respondiendo todo aquello que el señor quiere oír, a su izquierda, el peón aburrido preguntándose qué hace ahí pensando que bien podría estar en su casa echándose una siesta.

Otra de las cosas que me llaman la atención, y también genera un poco de controversia, por qué no, son las campanadas de la iglesia. El primer día que las oí me sonaron a gloria, cuántos recuerdos de la infancia de cuando veraneaba en Sóller, el pueblo de mi madre, yo que siempre he vivido en ciudad. Me reí y comenté que jamás he entendido qué significan las diferentes campanadas, que si los cuartos, que si las horas, la llamada a misa, el anuncio de las bodas o los funerales, etc. Por respuesta recibo el comentario de mi ingenioso marido: ¿un musulmán consideraría invasivas nuestras campanadas? Ahí, yo que no concibo quedarme callada, empiezo a enumerar los motivos por los cuales las campanadas son mucho mejor que los “call the prayer” cinco veces al día. Pero sólo una es defendible: en los países laicos de origen cristiano del siglo XXI hay libertad de credo y religión, nadie te obliga a acudir a misa ni te cierran el supermercado los viernes a mediodía, ni se ausentan los trabajadores veinte minutos para ir a rezar. En fin, que es parte de nuestra cultura ¿cómo va a molestar a nadie? Pero ni yo misma me convenzo aunque mucho hayamos avanzado en Europa para distanciarnos de las reglas y costumbres religiosas. Porque una cosa es nuestra tradición cristiana de diecisiete siglos y otra, muy diferente, es la libertad u obligación para pofesar nuestras creencias individuales.

Pero yo aquí he venido a hablar de mi nuevo hogar. Con qué facilidad nos adaptamos al medio cuando ya llevas varias carreras en las piernas. Me decían los amigos que nos ayudaban con la mudanza, «pero qué habilidad para ponerlo todo en su sitio en un momento». Pues sí, eso sólo es cosa de práctica, ya verás cómo iremos mejorando la técnica.
Porque al fin y al cabo, todos los expatriados-repatriados hemos aprendido a viajar con la casa a cuestas, todo lo imprescindible para crear un hogar confortable y acogedor cabe en dos maletas. No hay bienes materiales que puedan dar calor a un hogar salvo los que caben en esos dos bultos, la ilusión que uno tenga y las ganas de devorar la vida, digan lo que digan los suecos.
Porque tu hogar está donde estés tú, keep it simple!
«Sóller, el pueblo de mi madre» Eso me suena.
Y si lo que querías era dar envidia……Lo has conseguido!
Yo que creía que estaba a gusto, jajajaja.
Cada uno tiene su ciclo. Pero como sigas poniéndome los dientes largos voy a tener que dejar de leer…..
Bon dia!!!!!!
Ets solleric??? Mmmmmm…. bona pasta 😉
Juan, no te olvides que también hay cosas malas malísimas que no cuento: los carteles electorales con los mismos caretos de siempre, en Buynola no hay quien aparque, «bajas» a Palma y te dejas el sueldo en los tickets de la ORA,…
En fin, ¡no me abandones!!!!!
Una abraçada.
Can Garau, encara que el seu llinatge es Marqués.
Ja ens hi prendrem junts un reventat quan torni. Si tu encara ets a s’illa, que no ho crec, cul inquiet.
Me gusta tu disfrute, en los últimos años he aprendido a disfrutar a través de los otros, en vez de tener envidia. Es más sano y constructivo.
Y si, en todas partes hay de todo.
Lo mejor es discernir lo que te conviene, tomar lo que te hace bien y dejar lo que no.
Contruyendo.
Siempre positivo Juan, nunca negativo, así me gusta 😉
La envida, que sea sana para que nos motive a mejorar, a hacer cosas nuevas, a quitarnos el miedo y a no quedarnos con el «y si…».
Aquí estaré hasta el día 10 de agosto exactamente, y no descarto subirme al tren de Sóller a hacer de «guiri» ;p
If you never try, you will never know…
Me encanta Buñola, su comuna, que solía sobrevolarla cuando volaba en parapente por la isla y patearla cuando tenía ocasión. Me encantan todos los detalles descritos, los tejados, la plaza, el pan y las ensaimadas, la sargantana en la puerta, el uep matinal… Y sobretodo adoro estar dormida y escuchar las campanas de fondo. Bienvenida a casa, disfruta.
Aunque he de confesar que según donde me pille el call to pray del ocaso, como en el zoco o en el MIA, me relaja también. Pero eso es ya cuestión de gustos 😉
Un relato de nuevo encantador. Besitos nina! Cuídate.
¿Parapente??? Qué gran idea me has dado para este verano Ana 😉
Yo nunca había vivido en un pueblo, y mira, me ha tocado este maravilloso lugar, y ¡me encanta!!!! Me parece tan auténtico… aunque claro, yo lo disfruto a mi manera, a un mes de los exámenes, todo el día en casa, disfrutando de los sonidos y el ritmo pausado, ya sabes, poc a poc…
Ya me conoces, hablo para dar guerra, pero estoy de acuerdo contigo. Rápidamente te acostumbras al «call the pray», y a mí me encantaba cuando arrancaban por sorpresa en medio de mi silencio, toda la megafonía al unísono, tiene algo de… ¿místico?
Besets i molts d’anys!!!!
Lauraaaa, qué bien hacen sentir tus palabras a una enamorada de pueblos y campos, de verdes y paseos. Cierro los ojos e imagino tu nuevo hogar intentando acallar en mi mente el infernal ruido del nuevo edificio de QP las 24h… Respirando hondo sin pensar en cuánto smog y polvo estaré tragando caminando con un vestido ligero en el que mi barriga se sienta cómoda y sin que nadie mire de forma indiscreta… Ay…
Disfrútalo por todos nosotros cariño. Un besazo y un abrazo fuertote.
Sherley… muchas gracias, aunque debo reconocer que al ser novata con el tema pueblos ¡todo me impresiona más! Especialmente porque ha sido totalmente improvisado, un «dicho y hecho», y pienso «cómo puedo tener tanta suerte». Esto es maravilloso, tal y como lo lees.
Mucho ánimo, por la recta final, por la llegada del verano… espero que todo te vaya fenomenal. Disfruta de todo lo que te rodea, al final ya sabes que le cogemos cariño a todo 😉
Un beso y seguimos, show must go on!!!!!
xx
Laura.
M’encanta! Bravo! Salutacions des de Catar. Sara.
Gràcies Sara, contenta de que t’hagi agradat.
Ànim i «bon estiu», vinga!
Laura.
Bienvenida!
Alerta, protegete del encanto de los «pueblos con encanto» porque atrapa y asi como pasa, el tiempo en lugar de echar en falta las cosillas cosmopolitas que le faltan al pueblo, acabas echandolas demas. El siguiente paso es valorar el numero de personas censadas en el pueblo y mirar con ojitos de amor esos pueblecitos aun mas pequeñitos con un censo menor y menor…
Por cierto a mi las campanadas a determinadas horas de la madrugada me despiertan, deberian hacerse mirar la necesidad de darnos las diez y las once y las doce
y la una y las dos y las tres…
Besitos dobles
Qué oportuna eres Condesita, justo llevo días diciendo: «no voy a querer irme de aquí nunca». Esta vida tranquila, tan cerca de la naturaleza, ayyy este «alzinar» de Sa Comuna, las casas «enfiladas» y este ritmo pausado, ¡¡¡me ha enamorado!!!!
No me des ideas, esta es mi primera vez y estoy muy, muy ilusionada.
Lo de las campanadas, creo que va por barrios, aquí sólo suenan para dar «avisos», pero aún no me aclaro, supongo que va en relación al censo lo de dar las horas, cuantos menos sois más os cuidan 😉
Besos dobles back, y nos vemos tan pronto acabe los exámenes.