
Lo más duro para mí no fue dejar mi vida, mi rutina, a mis familiares y amigos, ni mi casa, ni mi trabajo. A pesar de tentar a la suerte, la curiosidad y las ganas de vivir nuevas experiencias estaban por encima de todo.
Estaba como una niña con zapatos nuevos, deseosa de aterrizar en un país exótico, desconocido y tan diferente culturalmente hablando. Por fin cumpliría mi sueño de vivir en el extranjero, esa experiencia internacional que tanto había deseado.

¿Quién dijo miedo? Una nunca puede saber qué le de deparará el futuro. Qué poca gracia tendría la vida si supiéramos que todo va a ir bien. Lo mejor de este tipo de experiencias es que te sacan de tu estado de letargo, de la comodidad, seguridad y estabilidad de tu vida. La emoción está, precisamente, en no saber qué va a pasar a partir de mañana.
La emoción está, precisamente, en no saber qué va a pasar a partir de mañana.
Mi objetivo era el mismo que el de mi marido: salir, experimentar, tener esa oportunidad de vivir en el extranjero para conocer qué pasa en el mundo, ver la realidad desde otras perspectivas. Nos embarcamos en esta primera aventura cuando salió la oportunidad laboral que recayó en él. Y aquí encuentras el primer escollo que no te habías ni planteado.
Dejo mi trabajo y no me cabe duda de que me las apañaré cuando llegue a Doha, tengo mi currículum debajo del brazo y un nivel de inglés más que suficiente.

Pero ¡oh, sorpresa! La sociedad te reduce a ser la “Señora De” porque en tu pasaporte figura el visado familiar: ya eres oficialmente una ciudadana de segunda. Acabo de perder mi identidad.
En mi pasaporte figura el visado familiar: ya soy oficialmente una ciudadana de segunda
Si como mujer has luchado por equiparar tu trabajo y tu sueldo al de cualquier hombre, de pronto no sólo sigues siendo mujer, sino que lo eres en un país árabe y musulmán, y pasas (sin pedirlo) a la categoría de mantenida que debe pedir permiso a su marido hasta para poder sacar la licencia de conducir o para viajar. Por no hablar de que la mayoría de parejas que aterrizamos en Qatar nos casamos por obligación para poder tener una vida común fuera del pecado.
A nivel profesional te encuentras con el siguiente obstáculo: si pensaba que iba a poder seguir ejerciendo mi profesión como en mi país de origen me equivoqué, al menos en mi caso sin hablar árabe se me cerraban muchas puertas.

A nivel personal, cubrirme las extremidades y no poder lucir escotazo a pesar de los 50 grados a la sombra, no es un problema aunque sí una lata. Cambia todo tu armario, tu estilo al vestir y te acostumbras a llevar siempre un pañuelo o una chaqueta a mano.
Me lo tomo como si formara parte de una película cómica, un simple personaje. Pero sentirme literalmente relegada una y otra vez a un papel secundario es el trabajo más duro de mi vida. Si aún no me he acostumbrado a mi matrimonio, a decir “nosotros” en lugar de “yo”, qué mal encajo desde el minuto uno sentirme ignorada, observar que los hombres se dirigen siempre a mi marido, mi interlocutor a cada instante.
Sentirme literalmente relegada una y otra vez a un papel secundario es el trabajo más duro de mi vida
Pero no sólo en Doha. La sociedad iraní me hace literalmente invisible. Para dar aviso que debo cubrirme la cabeza con el hijab se dirigen a mi marido quien se supone debe tener un poder sobrenatural sobre mí.

No obstante, sabiendo que todas estas situaciones son circunstanciales, las acabo encajando como si fuera una película que tarde o temprano llegará a su fin. Probablemente la peor parte de toda esta situación venga siempre del exterior.
Probablemente la peor parte de toda esta situación venga siempre del exterior
Una va descubriendo día a día lo que significa ser expatriada, «Señora de», mujer en un país musulmán bajo la Ley Sharia, escrutada continuamente por personas que no te conocen de nada pero que observan tu comportamiento en sociedad.
Pero para lo que una nunca está preparada es para el juicio interno. Me refiero a los prejuicios que cada una de nosotras siente que le corroen el alma cuando se pregunta: ¿y ahora qué?
Ninguno de tus planes ha salido como querrías y te encuentras en casa, delante del ordenador, dándote de alta en LinkedIn y buscando qué tipo de empleo podría ser bueno en un lugar como este ¿me pongo a vender pisos? ¿busco trabajo como recepcionista en un hotel? ¿Relaciones Públicas? ¿maestra de música?
¿Estoy a punto de cumplir 40 años y me encuentro en esta tesitura?
Porque la mayoría de nosotras llegamos como el apéndice de nuestros maridos pero sin contrato laboral debajo del brazo. Así que ponte a buscar curro, de lo que sea porque, siendo honestas, si no haces nada te vas a aburrir como una ostra pero tampoco te mates porque sin previo aviso os mudáis de nuevo. Así hasta cuatro veces en cuatro años, y empieza de cero otra vez.

Ser la “Señora De” en muchas culturas se ve como algo natural (incluso necesario), pero en otras eres automáticamente ninguneada, criticada, tachada de mujer florero o simplemente una vividora que da dos pasos atrás en tema de igualdad de género. Y todo ello sin conocerte y, por supuesto, sin preguntar.
Ese tipo de personas que al hablar ponen en evidencia sus carencias, aquellas que no te preguntan ni cómo te llamas.
Para qué perder el tiempo explicando que hay mujeres que han decidido criar a sus hijos por elección propia, o que muchas familias deciden ganar menos pero ser más felices y ganar calidad de vida.
- Si te reinventas eres otra “Señora De” aburrida que no sabe cómo matar el tiempo.
- Si te pones a estudiar dejan escapar una risa sarcástica y un ¿para qué a tu edad?
- Si eres una ama de casa que disfruta cocinando te cargas de un plumazo la lucha de los derechos de la mujer.
No importan tus actos, hagas lo que hagas, te juzgarán.
Así lo recuerda también mi amiga Carla quien dio un giro de 360 grados a su vida. Todas lo hacemos voluntariamente, pero ello no exime de la dificultad para salir adelante. Carla dejó una brillante carrera profesional para convertirse en madre de tres hijos. Cuenta que lo peor al principio fueron las críticas y opiniones de otras mujeres que hablan sin conocerte de nada y con bastante maldad. Pero superada la fase de cabreo, dice sentir lástima por ellas, incapaces de aceptar las decisiones de los demás. Su abuelo decía “vive y deja vivir” y en Dominicana dicen “coge y deja; lo que no te sirva, al zafacón”.
El peor juicio es aquel que viene de quienes se supone mejor te conocen
Es unánime la opinión de que el peor juicio siempre es aquel que viene de quienes se supone mejor te conocen. De las personas que han formado parte de tu círculo más íntimo y han dibujado un prototipo de lo que se imaginan es tu vida porque no alcanzan ni a preguntarte. Así que cada reencuentro se convierte en la manida retahíla de frases hechas del tipo: qué bien vives, siempre en unas eternas vacaciones, qué suerte tienes, qué envidia, bla bla bla.
Que voluntariamente muchas mujeres hayamos elegido esta forma de vida no significa que no hayamos tenido que renunciar a otras muchas. Muchas hemos abandonado un buen trabajo, renunciado a un mejor sueldo o a la independencia (material y/o emocional).

Es increíble cómo a pesar de haber sido la mujer más independiente, fuerte y decidida del mundo puedes llegar a sentirte vulnerable cuando estás fuera de tu círculo de confort. De repente te sientes sin confianza, sin encontrar tu sitio. Hay quienes tocamos fondo preguntándonos qué va a ser de nosotras sin poder lamentarnos mucho porque hay que seguir adelante. Se trata de una reinvención profesional pero también personal, si acaso la más importante
Se trata de una reinvención profesional pero también personal
Porque esta es una de las partes más duras: estás sola. Y tu única familia eres tú, tu marido y tus hijos si los tienes. Así que no puedes permitirte bajo ningún concepto bajar la guardia porque eres el sostén de la unidad familiar.
Ese cerrar la puerta cuando tu marido sale a trabajar y tú te quedas en casa preguntándote ¿he tomado la decisión correcta? Esa sensación, en una habitación de hotel, donde lloré sola un día tras otro, no la olvidaré nunca.

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