
Si alguien vio frustración en el post de la semana pasada donde confesaba cómo muchos expats nos sentimos fuera de lugar al regresar a casa, en realidad se trataba de dar a entender cómo se sienten muchas de las personas que un día decidimos hacer las maletas e iniciar una nueva vida en el extranjero. Para ello recreé un escenario verídico -con testimonios reales- para reflexionar sobre la frustración que provoca sentirse fuera de lugar. ¿Me creerías si te dijera que dejar de sentirte así depende sólo de ti?
Igual que ya no formas parte del día a día de tus amistades, recuerda que la que se ha ido eres tú. Todos tus sentidos están ahora puestos en todo aquello que es nuevo, y todas las emociones se magnifican. Tu atención se ha desviado completamente. Y aunque te mueras por compartirlo con tus seres queridos, es difícil que ellos practiquen la empatía hacia situaciones y emociones que jamás han vivido, ni han sentido, ni han elegido.
Leyendo muchos comentarios recibidos, noté resentimiento, como una búsqueda de culpables.
En mi opinión es un error culpar a los demás de nuestra frustración «¿se olvidó otro año de mi cumpleaños?». Asúmelo, quizás ya no estés en su lista de prioridades. ¿Para qué quieres mantener vivas amistades que ya no te aportan nada? Como la bandeja del e-mail. De vez en cuando no está mal hacer limpieza. No podemos culpar a los demás de no darnos lo que esperamos.
No podemos culpar a los demás de no darnos lo que esperamos, la frustración la creamos nosotros
Lo describió perfectamente Almudena, que tras leer mi post escribió que “sentirse fuera de lugar y darse cuanta de la pérdida de personas que creías que eran tus amigos forma parte del proceso de desarraigo. Es el precio que pagamos quienes nos vamos». Y añado: y descubrir quienes te quieren de verdad provoca un subidón que no tiene precio.
Algunas amistades son contextuales o circunstanciales. Te vuelves más selectivo, decides con quién vale la pena compartir tu tiempo y afinas la puntería. Como expat tus prioridades cambian. Asumes que un amigo no siempre es para toda la vida. Que por uno que sale de tu vida entra otro. Además, tampoco tenemos capacidad para tener demasiados amigos.
Pilar lleva muchos años viviendo fuera de España. A veces es como la voz de la experiencia. Su opinión es que cuando vives en el extranjero, la amistad es una cuestión de selección natural. Primero la criba se da con los amigos de tu lugar de origen. La distancia y el poco interés que profesan algunos por ti hace que se caigan de tu vida rápidamente. Otros mueren lentamente hasta que acaban por desaparecer de tus pensamientos. Pero en paralelo, vas conociendo personas extraordinarias en los lugares en los que te asientas.
La amistad nace en el momento que una persona le dice a la otra, “Qué ¿tú también? Creía que yo era el único», C.S Lewis
Y ahí va la pregunta que toda expat se ha hecho al menos una vez en la vida ¿por qué conectas y compartes más intimidades con desconocidos que con tu círculo más íntimo? Muy fácil, por la capacidad de empatía que tenemos los que vivimos experiencias similares.
No hay ningún secreto. Sólo quien ha pasado por la experiencia de empezar de cero en el extranjero y en una nueva cultura puede comprender la montaña rusa emocional en la que vivimos permanentemente. O sabrá lo duro que es aceptar tener que convivir con valores tan diferentes a los tuyos. O que se te salten las lágrimas cuando descubres, por fin, dónde comprar pan de verdad.
Qué decir tiene de poder hablar con alguien en tu idioma. O sacar el visado sin morir en el intento. Y una de mis favoritas: aceptar que te has integrado en el país cuando conduces como lo hace la gente local. ¿De verdad crees que alguien que no ha salido nunca del nido puede comprenderte?
Helga también lo explica muy bien cuando dice que los que no han vivido la experiencia de una expatriación no saben lo que significa echar de menos a alguien. Cómo emociona recibir un día un simple whatsapp de alguien que está pensando en ti y te pregunta cómo estás. Lo que representa la distancia, la lejanía, el necesitar un abrazo, una sonrisa.
Sólo quien ha pasado por la experiencia de empezar de cero en el extranjero y en una nueva cultura puede comprender la montaña rusa emocional en la que vivimos permanentemente
Efectivamente, cada vez que regresas a casa “sientes que has crecido, que has vivido un montón de cosas. Pero que en tu ciudad todo sigue igual, nada ha cambiado”. Y eso te hace sentir, como decimos todos, fuera de juego.
Quizás la clave esté en cambiar la perspectiva y pensar en positivo. Afortunadamente, si todo sigue igual significa que puedes reconocer los lugares y a los amigos de siempre. Porque la que ha cambiado eres tú. Y en tus manos está disfrutar de lo que fue tu vida hasta hace unos años. Aunque no siempre es fácil reconocernos en ese papel, no tenemos por qué renegar de nuestro pasado. Lo más hábil es aparcar cierto resentimiento que produce sentirse fuera de lugar y cambiarlo por los buenos recuerdos de un pasado que fue el tuyo.
También podemos ponernos en la piel de los que se quedaron, nuestros padres. Me lo recuerda Pilar C. «nadie habla de los que se quedan y siempre están esperando. Un día abren los ojos y los cierran muy lentamente porque se dan cuenta de que su hijo tiene otra vida muy lejos de ellos. Que los abrazos llegan tarde. Que quizás esta navidad estarán juntos, o no».
Es posible que tus seres queridos no te comprendan y teman decírtelo o no sepan cómo actuar
Muchos de los comentarios recibidos -y algunos propios- hacen referencia a la vida que dejamos con expresiones “todo sigue igual, todo el mundo sigue con la misma vida de siempre, la misma rutina, las mismas cosas, los mismo lugares. Entonces una llega y se siente fuera de lugar» ¿Quién no ha dicho algo similar alguna vez? Es posible, y pondría la mano en el fuego, de que más de una de nuestras amistades pueden haberse ofendido por comentarios de este tipo.
Sea como sea, lo hablaba con otra aventurera por el mundo llamada Istar. Nuestras vidas han cambiado tanto, de manera tan rápida y tan bestia que todo lo demás se nos queda pequeño. Y no es que las vidas de nuestros amigos sigan igual, es que sus cambios nos pueden parecer insignificantes al lado de nuestras vivencias.
Un amigo es alguien que te da libertad para ser tú mismo, Jim Morrison.
Pero no perdamos el foco y no nos miremos tanto el ombligo. Como me decía Patricia, «efectivamente, la vida sigue para los que nos quedamos (¡y menos mal que sigue!) pero no exactamente igual». Porque puede que yo me haya mudado ya media docena de veces, pero mi amiga Patricia acaba de ser madre ¿con qué autoridad digo yo que su vida es la de siempre?
Si me dan a elegir, me quedo con mi tranquila vida nómada antes de embarcarme en la aventura de ser madre. Todo es una cuestión de perspectiva.
Debes aceptar que forma parte de la decisión de irte el sentirte extraña e incluso excluida en algunos casos. No puedes pretender dar un giro a tu vida y que algunas cosas no cambien, empezando por ti. O que cambien los demás para que te comprendan. Dar el salto, querer descubrir el mundo y vivir en otras culturas implica un camino en el que aprendes y te transformas. Pero lo que no puedes decidir es lo que va a cambiar y lo que va a permanecer como siempre.
Flora lo explica perfectamente. Lleva 18 años fuera de su Galicia natal. Reconoce que la vida de expat es muy rica, pero a veces muy solitaria también. Los amigos de verdad van menguando y en cada mudanza hay que empezar de cero. Confiesa que a veces ya no le quedan ganas ni fuerzas para hacer nuevas amistades. Se ha acostumbrado a pasar tiempo consigo misma o viendo gente diferente cada día. No tiene que ser el mismo grupo cada día. A menudo está acompañada pero se puede sentir a veces igual de sola. Eso sí, no cambiaría su vida por nada.
«Yo lo he elegido esta vida y mi marido y mi hija son mis únicos compañeros de viaje. Ellos son los que siempre están ahí y eso no ha cambiado en todos estos años. No podemos ser nómadas y llevarnos a todos los colegas detrás. Es lo más normal del mundo que las relaciones se acaben o se pierdan. Es la vida en sí.»
No podemos ser nómadas y llevarnos a todos los colegas detrás. Es lo más normal del mundo que las relaciones se acaben o se pierdan. Es la vida, Flora.
Somos nosotros, los que nos fuimos, quienes tenemos que asumir que dentro del paquete del cambio está el perder y ganar amigos, como los cromos. No podemos esperar comprar el sobre y que salgan sólo los que nos faltan ¿no?
O como dice Karolina CB, «tenemos que aceptar que ahora somos la amiga que se fue, la hermana que nunca está, la hija invisible para nuestros papás». Marta es otra de las personas que se adelantó a la frustración anticipando lo que podía suceder, cosa que no todo el mundo tiene presente cuando se marcha. Después de su paso por Nueva Zelanda, Marta reconoce que le dolía sentirse fuera de lugar cuando en su grupo de amigos hablaban de fiestas de cumpleaños, bodas, rupturas, etc. Y que ciertamente siempre hay gente que te decepciona. Pero se queda con aquellos que le mandaban los sobres de Cola-Cao o las invitaciones de boda que recibía aún estando en las antípodas.
Y si debo hablar de mi experiencia personal, he tardado casi cinco años en asumir esta realidad. Aceptar que cada uno sigue con su vida. Que hace tiempo dejé de ser yo el centro de atención. Que mis pensamientos más íntimos y mis preocupaciones del día a día están con personas que apenas conozco y con las que jamás me hubiera cruzado una sola palabra. Como con Flora, Helga, Luz, María, Susana, Karolina y tantas otras personas que el destino ha puesto en mi camino. Algunas de ellas sólo de forma virtual, es cierto, y muchas otras como compañeras de aventuras o de confesiones íntimas.
Quienes decidieron un día lanzarse a la aventura son las únicas que te van a comprender
Y son estas personas, las que también decidieron un día lanzarse a la aventura, las únicas que te van a comprender. De pronto ya no importa la edad, ni la nacionalidad, ni la clase social. Lo que todos nosotros necesitamos, extranjeros en nuestros nuevos hogares, es comprensión y solidaridad. Es un hombro en el que llorar cuando tienes un mal día y una borrachera cada vez que haya algo que celebrar. Reunirse una noche cualquiera para compartir una buena cena, o unos tragos, o un domingo para pasar un bonito día de playa.
No son tu familia, ni siquiera hubieran sido tus amigos en el pasado. Pero hoy son tus “manis”, tus “cuates”, tus “mae”, tus “frens”, tus “parce”, tus “locos”, o tus “carnales”. Ellos y ellas, hoy, son tu todo.
Palabra de Expat.
Me ha encantado, como siempre, aunque esta vez lo haya leído un poco tarde. Ahora el momento café y cigarro del viernes con tu post no siempre existe.
Cada palabra que escribes creo que las suscribiríamos cualquiera que nos hayamos alejado de nuestras ciudades de origen aunque sigamos en el mismo país. Por supuesto sin las dificultades añadidas de otra cultura idioma costumbres etc
Cada vez que vuelvo a casa soy consciente de que no pertenezco al día a día de aquí, pero de otra manera distinta, los amigos de verdad siguen estando y yo formo parte de sus vidas de otra manera.
Uno de los lujazos de vivir lejos de casa es la nueva familia que eliges, los amigos son más que amigos, y los has elegido, no es un vínculo preestablecido.
Es increíble la union que da el hecho de vivir lejos de la familia….. ¡por mi familia mallorquina mato!
Lo que tiene mérito es que acabes de ser madre y encuentres un hueco para leer y ¡escribir!!!!
Me quedo con que todo sigue «de otra manera», por eso he querido hacer un poco de autocrítica: nada de culpables, nada de pérdidas. Si pongo en la balanza todo lo ganado ¡soy inmensamente rica!!!
Los amigos de verdad se quedan (y se afianzan para siempre) y la nueva familia que eliges… ¡no tiene precio!!!!
G R A C I A S
A M I G A