
¿Cuántas veces te han dicho “qué bien vives» o «qué suerte tienes de la vida que llevas»? ¿y cuántas veces has resoplado y pensado en silencio que nadie te comprende? Por fin un gráfico para mandar a tus familiares y amigos: la curva de (in)felicidad que todo Expat sufre en sus carnes.
Las empresas bien saben cómo analizar los elementos claves para que las expatriaciones de sus empleados sean un éxito. Pero han ido descubriéndolo a base de muchos errores y trompicones. No en vano desplazar a un trabajador y a su familia es una inversión económica importante de la cual se espero retorno.
Pero lo que realmente importa es saber cómo vas a encajar tú –y tu familia si viajas acompañado- en este nuevo rol. Vivir en otro país ya es de por sí todo un reto: la mudanza, las nuevas costumbres o el idioma. Pero cuando, además, viajas con mochila y con un nuevo proyecto laboral, la cosa se complica.
La curva de (in)felicidad es de sobra conocida: en toda experiencia en el extranjero se dan una serie de etapas lógicas y estadísticamente comprobadas.
Curva del choque cultural por el que pasa todo Expat
Fase de inicio
La fase inicial en la que te planteas un cambio radical, sea a nivel personal y/o profesional. Probablemente esta es una de las más difíciles porque es la fase en la que te planteas cambios vitales. Y claro, surgen muchas dudas y muy pocas respuestas. En esta fase distingo dos reacciones. La reacción positiva a ver todos los beneficios de dar el salto hacia una nueva experiencia de vida.
Y una reacción defensiva donde aparecen todos los miedos ¿Y si me va mal? ¿con qué cara vuelvo? ¿y si dejo mi trabajo y después regreso y tengo que empezar de cero? ¿y cómo lo hago para encontrar trabajo, o comunicarme en otro idioma o cómo encajaré en una cultura diferente? No sigo porque las preguntas son demasiadas y las únicas respuestas se encuentran en la acción. Si no lo intentas, nunca lo sabrás.
Fase de Fantasía
En la fase de la fantasía todo son emociones, un chute de adrenalina te recorre el cuerpo y te imaginas un futuro de color de rosa. Sea en una isla paradisíaca o en una megalópolis, siempre te visualizas en el mejor escenario posible. Aún recuerdo cuando para mi improvisada boda para mudarme a Qatar, la vendedora de la tienda de novias, al verme dudar si comprar o no el vestido, me soltó «¿no dijiste que te ibas a vivir a Qatar? Tiñes el vestido y encajará de maravilla con las fiestas de los jeques árabes» ¡y me lo creí!!!! Nada más lejos de la realidad, por supuesto. El vestido se quedó guardado como todos, en un armario en casa de mi madre. Y allí sigue cinco años después.
Fase de Interés
Pasada la fase maníaca en la que todo es fabuloso, llega el momento más sosegado y racional en la que te preocupas por saber algo del país de destino. Empiezas a leer, a buscar posibles contactos que ya residan allí, y oyes cantidad de consejos y frases contundentes del tipo “¿te va a ir a vivir a México con lo peligroso que es?», «¿a Nueva Zelanda? ¿no podías irte más lejos?». O mi favorita, “no te vayas a vivir a Dubai porque no podrás conducir, ni trabajar y no podrás salir a la calle sin burka”.
Es por este tipo de cúmulos de despropósitos que recomiendo que te asesores de manera profesional. Las redes y la gente no siempre aciertan con sus predicciones aleatorias.
Fase de aceptación de la realidad
Ahí viene cuando la curva de la felicidad empieza su caída libre y sin motor. La burocracia acaba con cualquiera, y más si tienes que tramitarla en un país con costumbres e idiomas diferentes al tuyo. Aún recuerdo las lágrimas de rabia cuando después de cuatro horas de cola me echaron del Departamento de Tráfico de Doha por ir en manga corta. O cuando tras tres horas de pie y al sol en plena calle para que me atendiera en la oficina de correos de Cancún descubro que nm paquete no está ni se le espera.
Por supuesto, el plan B es contratar a profesionales para que te tramiten visados y todo lo necesario para iniciar tu nueva vida como residente. Recuerdas todo lo que te habían contado y todo lo que habías leído. Y te preguntas por qué nadie te avisó de que vas a oír los rezos de la mezquita a las 4 de la mañana si has cometido el error de alquilar apartamento cerca de una mezquita. O que te llegarás a acostumbrar a que solicites un servicio en México o en República Dominicana y pasen los días sintiendo que se ha extinguido todo ser vivo en el planeta tierra. O de pronto descubres que poder emborracharte en cualquier bar de Nueva Zelanda es una costumbre sólo para adinerados teniendo en cuenta el precio del alcohol.
Esta fase es muy delicada porque en esta aceptación de la realidad pueden pasar dos cosas: que la superes con éxito ¡enhorabuena! O que te lleve por el camino del rechazo, de la comparación o de la frustración. Suele darse entre el cuarto o quinto mes desde tu llegada, y es importante estar atento a tus reacciones. Tiendes a pensar que todo lo que dejaste era mejor, a echar de menos a tus amigos y familiares y a entrar en una espiral de odio hacia lo diferente. Pero que no cunda el pánico, todos hemos pasado por esta fase y sueñas con la paella de los domingos de tu madre. Pero es un estado emocional pasajero que no te deja ver la cantidad de cosas que te esperan.
Fase de experimentación
Esta es mi fase favorita, y lo digo con conocimiento de causa. Tras vivir en cuatro países muy diferentes reconozco que me libero de la frustración de la fase anterior cuando me paso horas buscando información en las redes sociales y tengo siempre Google Maps abierto. En esta fase siento que no me va a dar la vida para conocer a fondo el lugar o el país donde resido.
Busco de todo: desde restaurantes, excursiones para el fin de semana, actividades culturales. Me suscribo a todas las newsletter, sigo a los influencers de los temas que me interesan en Instagram. Leo blogs de otras personas que escriben sobre las áreas de interés. Cuando llega el fin de semana exprimo cada minuto como si fuera el último.
El día a día no deja de ser más o menos el mismo que el que tenías en tu lugar de origen si trabajas, aunque con matices importantes. Si eres de las que renunciaste a tu trabajo para acompañar a tu pareja, esta fase de experimentación es tu tabla de salvación. Te permite hacer todo aquello que en tu rutinaria vida jamás soñaste. Desde ir al gimnasio a medio día, a patearte los mercados locales, aprender a cocinar –como fue mi caso-, o empezar a estudiar. Unirte a clubs de aficiones que te interesen -como la esgrima-, o mil cosas más. ¿No se te ocurre nada? ¿en serio? ¿jamás pesaste en qué dedicarías tu tiempo si no tuvieras que trabajar ocho horas al día?
Fase de la búsqueda de significado
A veces ocurre que no, que jamás te planteaste qué hacer con tu vida si dispusieras de más tiempo para ti. Esta fase es otra de las peligrosas si no se trata con cuidado. Se da tanto en los empleados como en los cónyuges si no trabajan. Los trabajadores porque se enfrentan al reto de los equipos multiculturales donde es muy importante adaptarse y establecer sinergias y estrategias para optimizar recursos sin perder la cabeza. La posibilidad de fracasar en tu nuevo rol laboral provoca estrés añadido que se traslada al ambiente familiar.
En el caso de las parejas que renuncian a su carrera, como me sucedió a mí, te llegas a preguntar ¡y qué demonios hago yo aquí!? Tranquila, esta etapa también la hemos pasado todas, y algunos hombres también. Al choque cultural se le suma que tu pareja trabaja todo el día. Puedes llegar a sentir que no te atienden. Estás sola todo el día hasta que consigues rehacer tu vida social o laboral. Estás irritable, inquieta y te sientes inútil. Puedes llegar a somatizar todo el estrés, padecer noches de insomnio y hasta ganas de querer volver a tu país de origen. No en vano muchas parejas deciden regresar antes de hora o, tristemente, acaban separándose.
Fase de integración
¡Por fin la curva de la felicidad empieza a subir como un cohete! Si has superado todas las pruebas anteriores, corres el peligro de no querer regresar jamás a tu vida anterior. Hay quien llega al primer año, hay quien necesita algo más de tiempo. Pero es un subidón cuando amaneces cada mañana habiendo dormido como un lirón. O cuando de pronto un día te das cuenta que has interiorizado costumbres locales. Que has asumido como tuyas algunas expresiones del lugar, o el acento, o que has adaptado tu alimentación a la gastronomía del país sin ningún tipo de problemas gástricos.
El mayor problema al que te puedes enfrentar si llegas a esta fase de sentirte como en casa, serán los reproches de tu familia que, algo inquieta, te preguntará si no piensas volver.
Así que ya sabes, si te vuelven con la canción del “qué bien vives y que envidia me das”, quizás puedas compartir este post y te ahorras tener que explicar que tu vida la elegiste tú con todas las consecuencias. Pero que de color de rosa nada.
Palabra de Expat.
Qué gran verdad Laura!!! Yo estoy en la fase de querer volver a empezar…Qué loca, verdad?
¡Bendita locura!!!
Ya lo sabes, soy de las tuyas, así que… why not?
Te deseo lo mejor en la próxima aventura, cuentas conmigo 😉
Bssssss,
Laura.
No podrías haberlo explicado mejor Laura!
Me he sentido muy identificada cuando comentas que si tu pareja trabaja todo el día y una se siente sola y que no la atienden.
No es facil y hay culturas que cuesta adaptarse más que otras pero es parte del cambio.
Como siempre le digo a mi pareja, «cuando nos vayamos de aquí, también extrañaremos este lugar»
Gracias por compartir este post tan real en la vida de los expats!
Un abrazo.
Istar, me alegra que destaques este punto porque es un tema «tabú» entre las personas que acompañan a sus parejas porque no se dan permiso para quejarse o para pedir ayuda. Y lo llevan en silencio por no molestar, por creer que no tienen derecho a quejarse. Y es posiblemente una de las etapas más duras de la adaptación.
Aquí estamos para compartir y ayudar, ¡así que mil gracias!
Y sin duda vais a extrañar lo que dejéis atrás, porque forma parte de vuestra esencia 😉
Un beso.
Laura.
Gran artículo Laura! Todo muy acertado
Sergio ¡qué alegría leerte!!!!
Gracias, muchas gracias. Creo que podrías escribir mucho sobre ello también 😀
Un abrazo,
Laura.