
Quizás la pregunta que más me han hecho en los últimos días ha sido la de ¿te vas otra vez? seguido de un ¿por qué? ¿a dónde? y ¿por cuánto tiempo? Y no se me ocurre otra respuesta que quien ha elegido viajar está siempre dispuesto a hacer las maletas para empezar nuevas aventuras antes de acomodarse demasiado en un mismo lugar. Y, sobretodo, porque me queda aún mucho por descubrir.

Sin embargo, tras la alegría y motivación inicial que supone haber tomado la decisión de iniciar un proyecto vital y laboral nuevo, te das cuenta que es el momento de la despedida, por no hablar de la pesadilla de volver a hacer la enésima mudanza. Sólo seis meses se me antojan pocos para decir adiós a México, a la península de Yucatán y a la Riviera Maya donde he sido tan feliz. Es la vida del expatriado, lo sé, pero nadie dijo que fuera fácil. Justo cuando sientes que tienes por fin tu día a día controlado y empiezas a disfrutar del entorno y de su gente, te pega ese estornudo inoportuno que hace caer estrepitosamente el castillo de naipes que con tanto cuidado habías levantado con no poco esfuerzo. Pero así es la vida, al menos la que he elegido vivir.
Hace algún tiempo leí “dime cómo escribes la historia y te diré cómo eres”. Sería una desfachatez por mi parte intentar describir cómo es México, aunque por mis palabras se aprecie lo que siento por este país. Mejor me limito a despedirme explicando cómo lo he vivido en primera persona, que no es más que mi esencia como viajera empedernida. Porque no hay viaje que no cambie algo en mi percepción del mundo.

México no me lo puso nada fácil hace seis meses, todo me parecía demasiado complejo, demasiado caótico. Un lugar extremadamente polarizado desde mi experiencia personal, o quizás otra vez demasiado polarizado tras mi paso por Catar. Socialmente jerarquizado y compartimentado chocó de frente con la inocente suposición de que un país con cultura y lengua similar a la mía iba a ser más asequible. Todo lo contrario. Sin embargo, como sucede con el amor y el odio, sólo hay una estrecha, casi imperceptible franja. Dudo que haya alguien que, a pesar de haber renegado de ella una y mil veces, no pueda enamorarse de estas tierras llamadas un día Nueva España.
Afortunadamente se recuperó la toponimia antigua que identifica México con su historia, su cultura y con su espíritu. México es una forma de ser, una actitud y una concepción de sí misma respecto a los demás, a mi modo de ver, compleja. Geográficamente ubicada en el hemisferio norte, culturalmente dentro de los países latinoamericanos, pero marcadamente americanizada. Me iré sin llegar a descubrir la verdadera identidad de los mexicanos, si es que es posible que haya sólo una. Sólo con la variedad de los nombres geográficos -indígenas, españoles y extranjeros- uno puede hacerse a la idea del mestizaje cultural de este país.

Justo me voy cuando hoy mismo empiezo mis vacaciones, mi nueva vida y mis estudios sobre el colapso de la civilización maya, paradojas de la vida. Justamente ahora que por fin me he acostumbrado a agarrar en lugar de coger, a la alberca en lugar de la piscina, a la regadera en lugar de la ducha o a los popotes para beber a grandes sorbos los margaritas. Echaré en falta mis escapadas a las ruinas arqueológicas repartidas por todo el país y me voy con la conciencia de no haber alcanzado a saber apenas nada de su rica cultura y sus tradiciones. Cada estado es diferente, con sus propias tradiciones y gastronomía, sus dejes, su acento y su sentido del humor. Echaré de menos los tacos de pescado y los camarones en sus múltiples variedades, los margaritas en las rocas, la música de los mariachis y un buen tequila reposado. ¿Cómo he podido vivir hasta ahora sin ellos? Pero sobre todo echaré de menos la pacífica convivencia entre el pasado y el presente, el cristianismo latente y la Santa Muerte persiguiéndome en mis quehaceres diarios. Es el ritmo de la vida y la muerte, algo que no se puede explicar con palabras pero que se siente.

Como el ciclo de la vida, los atardeceres ardientes que te recuerdan que cada día muere abrasándose el sol tras el horizonte para dejar paso a los batallones de mosquitos que cada día mudan su apariencia. Cuando crees que te has inmunizado de unos aparecen otros con nuevos métodos de ataque.

O las tormentas tropicales, violentas y oscuras que parecen anunciar el apocalipsis. En cierto modo parecen recordar al viajero el contraste que se vive en este lugar, donde pasas de la belleza más absoluta de sus playas y de la calidez de sus gentes al cataclismo inminente como símbolo de los desequilibrios sociales permanentes.

Pero después de la tormenta siempre nace un nuevo día, con amaneceres no menos espectaculares que las puestas de sol, y con ellos de nuevo la calma. Cancún es pleno Caribe, como dicen por aquí, el lugar menos mexicano de todo México, a lo que yo añado que es donde más mexicanos hay de todo el país. No en vano es una ciudad joven a la que las oportunidades laborales han atraído a población de todo el territorio y parte del extranjero.
Pero no sólo es cosmopolita y poliédrica, sino que es Caribe en pleno sentido de la palabra: diversidad cultural, modo relajado y amable, tropical y lleno de vida. Es imposible salir de casa y no encontrarse decenas de inofensivas iguanas tomando el sol. Hasta es posible cruzarse con un cocodrilo mientras juegas al golf. O salir a pasear por la playa y observar el cielo repleto de pelícanos, menos elegantes a como los recordaba en mi infancia gracias a los materiales escolares, especialmente cuando un domingo por la mañana un chistoso pelícano defeca sobre tu vestido nuevo. Es entonces cuando tomas consciencia del tamaño que tienen estas aves marinas.


Pero quizás la vida en mayúsculas se encuentre en el mar. El Caribe, uno de los que gozan con mayor biodiversidad así como la segunda barrera de coral más grande del mundo. Es un espectáculo de la naturaleza nadar con delfines, con mantas-raya del tamaño de una sábana, resistir el acoso de un hambriento tiburón gata durante toda una inmersión o nadar con tiburones ballena que parecen un trolebús abriendo la boca para succionar todo el plancton posible de una sola tacada. No menos espectacular es encontrarse con tortugas en época de apareamiento y todo el repertorio de peces de colores haciendo snorkel en cualquier playa de la Riviera Maya. Es un no parar. A veces uno no sabe hacia dónde mirar. Quieres explorarlo todo, abarcar tanta vida, absorber tanta energía. Pero aunque te atraiga y te atrape, te recuerda que el hombre es insignificante ante la inmensidad de la naturaleza, especialmente en el Caribe, tan amable regalándote un verano eterno y tan intransigente cuando las corrientes originan caprichosos huracanes que devastan todo lo que encuentra por su paso.

El tiempo cíclico de la vida aunque nos empeñemos en ordenarlo horizontalmente. Es el momento de las despedidas, del volver a empezar, de convertir en cibernéticas esas relaciones personales de carne y hueso que han sido tu familia a lo largo del viaje. Saber que quizás no los vas a volver a ver, a sabiendas que aquella chica que conociste podría haberse convertido en tu mejor amiga. Pero con el buen sabor de boca del tiempo compartido. Al fin y al cabo el hombre es un ser social que no puede sino interactuar allá donde va, y nuestra historia no es sólo la personal sino la suma de todo aquello que compartes con los demás.

(*) Agradecimientos a Buda-Foto by Paco Astur por las fotos de esta entrada, el mejor regalo para mi despedida 😉
Otra experiencia enriquecedora que te llevas en tu currículum de vida. Mucha suerte en tu próximo destino. Las mudanzas lo enseñan a uno a que necesitamos muy poca cosa para vivir y que dejando mitad de los trastes, ropa, etc. Dejas también mitad del estrés de lo que implica mudarse.
Y también está la pregunta de si echas de menos a tu país….. Uno echa de menos no sólo el lugar que has dejado, si no también la gente, algunas costumbres, el clima, sabores, paisajes, olores, acentos y hasta el aire acondicionado 24 horas en temperaturas extremas. Cada país que vas dejando atrás se convierte de alguna manera en tu país y los amigos tu familia y todo eso lo echas de menos incluso estando en tu país de origen.
Ya sabremos más de tu siguiente aventura!
Amparo, la verdad es que me siento extremadamente afortunada. Soy consciente de estar viviendo una vida más allá de la que soñé en mi juventud. Quería viajar, pero no pensé nunca que podría vivir en lugares tan diferentes y crecer absorbiendo tantas culturas, de un continente a otro.
No echo de menos mi país, sino que he aprendido a aceptarlo, apreciarlo y a verlo con otros ojos. Echas de menos a los seres queridos, la comida, la calidad de vida, pero de una manera diferente a los lugares que dejo tras de mí porque sé que volveré a mi tierra algún día, y no siento que esté perdiéndome nada en ese sentido. Al contrario, sé que voy a echar de menos a la gente que he ido conociendo a lo largo de mis viajes porque sé que es posible que no nos volvamos a ver, lugares a los que quizás no vuelva jamás. Es un sentimiento diferente.
Respecto a las mudanzas… lo mío es patológico, porque me estreso haciendo la bolsa de la playa, jajajajajaja… afortunadamente, cada vez viajamos con menos equipaje, uno aprende a desprenderse de los bienes materiales. Lo que me llevo son los recuerdos, las vivencias y mis escritos para cuando me falle la memoria.
Eso sí, seguiré escribiendo desde cualquier lugar del mundo, ¡vaya donde vaya!!!! 😉
Preciosas las fotos por cierto.
Ahhhhh, regalazo de Paco, compatriota en la Riviera Maya. De hecho, me inspiré en sus fotos para escribir el post 😉
Ha llegado el momento… Me entristece saber que, cuando vuelva, no vais a estar allí y aún más no percibir algo que me recuerde a Cancún en tus posts… Pero una nueva etapa empieza y seguro que la disfrutaréis muchísimo. Esa vez partís con ventaja!
Espero que os pase como me pasó a mi y os llevéis un pedacito de México en el corazón.
Muchísima suerte y a seguir rodando!!
Besos a los dos!!!!
Si te digo la verdad, Carla, justo ayer pensé en tus palabras cuando me despedía de las playas de Tulum «México siempre será un lugar especial para mí porque aquí he sido muy feliz», y me acordé que tú tenías la misma sensación. Quizás idealizamos los lugares en función de lo que hemos vivido en ellos, y sin duda estos seis meses han sido muy intensos. Ya sabes que me da mucha pena no estar aquí para cuando regreses, pero doy gracias por haber tenido la oportunidad de enamorarme de la Riviera Maya, gracias por descubrirme «La Parrilla», «las Mañanitas» y tantas otras cosas… ¿Quién sabe lo que nos depara el futuro???
Besos y a por la siguiente aventura, que tampoco pinta mal 😉
Te desearia suerte en la nueva aventura pero no hace falta, la suerte te la estas currando en cada viaje, la creas, la transformas, la vives y nos la cuentas, asi que gracias por el oasis q nos regalas cada jueves de reflexiones y q permite viajar a traves de las letras. un beso enorme y buen viaje amiga
Creo que las gracias te las debo yo a ti por estar ahí cada jueves, es la mejor manera de seguir con nuestras eternas charlas ¡si hasta la mayoría de las veces escribo con una copa de vino en la mano! 😉
Que lo sepas, ¡la energía positiva llega hasta aquí!!!
Espero verte pronto…
Si, señora.
Vaya fotos!!!
Y vaya marcha!!!
Cada vez que amanece empieza el resto de tu vida. Y si estás atento, cada día es una oportunidad de empezar de nuevo.
No es fácil. Más bien, no es cómodo, pero, a tí, qué te voy a contar……….
A ver si avisas cuando pases y te convido a «un gelat de ametlla a Ca’n Joan de S’aigo», o un menú del peregrino si es en la península. Porque una viajera empedernida como tú no puede dejar de hacer el Camino de Santiago (je, je, publicidad descarada).
¡Buen viaje!
Ahhhhhhh… ¿y no me puedo apuntar a las dos invitaciones??? 😉
Sin duda el Camino de Santiago está en mi lista de deseos para cuando vuelva a casa, no lo dudes ¡te buscaré!