
Mi vecino Unai llora sin parar y no deja dormir a todo el vecindario, es decir, a nosotros. Unai suena a nombre vasco, y la potencia de su voz le delata como futuro barítono, sin duda.
Yo me consuelo pensando que peor están sus padres, una reflexión un tanto egoísta pero que funciona maravillosamente bien para tranquilizarme. Y si me desvelo, como es el caso, enciendo el móvil y me pongo a escribir, pues es en estos momentos de duermevela cuando me pongo a divagar intensamente y me digo a mí misma «qué difícil es esto de ser padre«. A esto se le llama inspiración, nunca sabes cuándo va a aparecer y te pilla siempre en un estado semiinconsciente.
Toda mi vida gira en torno a los niños, los de mis vecinos, los de mis compañeros de estudio y trabajo, familiares, amigos y conocidos. Es lo que tiene cuando llegas a los 40 sin descendencia, sí o sí revolotean a tu alrededor sin haber sido invitados. Las redes sociales se llenan de fotos de los dulces retoños como si el mundo se hubiera detenido por y para ellos.
Qué hacer cuando no sabes de qué hablar, si nunca has cambiado un pañal ni has tenido que llevarlos a urgencias en mitad de la madrugada; pues darte el pego recordando el último artículo que has leído relacionado con niños para eludir el tema del color de sus cacas: educación y la inteligencia emocional. Porque puede que no haya sido madre, pero he sido niña y sigo siendo hija. Cuando me hablan de cómo educan a los niños los padres del siglo XXI, de la estrategia que cada uno elige (como la de dejarlos llorar hasta que se cansen a pesar de la contaminación acústica que desprenden hacia los demás), lo primero que digo es que el mejor remedio pasa por entender que no hay método. Eso, o me descuelgo de las conversaciones auto-marginándome de la vida social.
Nadie mejor que los padres para conocer a sus propios hijos, pero también los peores para dejar a un lado sus propias emociones en virtud del sentido común, paradojas de la vida. No defiendo la educación tradicional en plan “pues a mi no me mimaron nada y he salido normal” –porque la mayoría de la gente cree que ha salido normal– ni amparo la educación a golpe militar pero carente de efectividad, ni la híper-protección que no prepara a los niños para la vida real. Mucho se ha escrito sobre ello y las huellas que ha dejado a nivel emocional la férrea educación de los padres de la posguerra. Y al revés, las consecuencias de los padres que fueron hijos de los anteriores y cuya permisividad crea pequeños que jamás van a estar preparados para el mundo de verdad. Es la segunda vez que hago mención en este blog al hilarante capítulo de la serie “Sex in the City” sobre la escena de una baby shower. Una madre que trata a su pequeño como si fuera Dios, un niño que sin duda crecerá pensando que es Todopoderoso, y entonces imagino en qué tipo de hombre se convertirá: el más inadaptado y frustrado en un mundo terrenal dentro de veinte años pagando interminables sesiones a su psicoanalista de cabecera.

Lo dicen los expertos en psicoterapia infantil: cada niño es un mundo y expresa a su manera sus propias emociones. Lo importante es enseñar a los más pequeños a manejar sus frustraciones enseñándoles la educación emocional, la cual debiera ir ligada a la intelectual de una de manera equilibrada y transversal, nunca por separado. Quién nos hizo creer que razón y emoción eran incompatibles. Pero si cada niño es único, cómo pretender aplicar el mismo método a todos los retoños del mundo sólo porque esté de moda o porque a mi prima lejana le fuera bien dejar berreando toda la noche a su hijo. Tampoco se trata de reprimir las emociones de los niños presumiendo que ello los hará más fuertes. Las emociones básicas son universales, inherentes en el ser humano y no se aprenden, nacemos con ellas. Cualquier ser humano -incluso los chinos- son capaces de sentir alegría, tristeza, ira, sorpresa, miedo o asco, pues cada una de estas emociones nos protegen o advierten de algo. Lo que nos distingue de los animales es sólo la capacidad de gestionarlas, aprender a manejar los desengaños y a entender que la vida es una sucesión de etapas a través de las cuales el ser humano se desarrolla, cambia y se organiza adaptándose al entorno en un proceso continuo, irreversible y que conlleva una constante transformación física y psíquica.
Es por ello que cuando oigo los llantos de mi vecino de apenas un año al otro lado de la habitación me pregunto cómo exigir a los padres que a las 3 de la madrugada se planteen cómo gestionar las emociones o puedan detenerse a estudiar los cambios motores y sensoriales de su retoño. Obviamente, no es el momento más adecuado.

Sin duda los padres son los primeros obligados en dar ejemplo, en buscar un entorno seguro, a crear apego, aprender a decir que no, a contestar preguntas incómodas, cuestionar a sus hijos que ya no son el centro del universo a partir de los tres años, y así un sinfín de etapas hasta que llegan a la edad adulta en la que entran otras competencias. Pero hoy en día los niños saben demasiadas cosas y aprenden demasiado rápido. Como decía el escritor escocés James M. Barrie, saben tanto que pronto dejarán de creer en las hadas, y cada vez que un niño confiesa no creer en ellas una hada muere en algún lugar del universo.
Tampoco ayudan los anuncios publicitarios en los que las mujeres siguen siendo protagonistas de la logística familiar, madres y esposas perfectas que aparecen siempre estupendas, sin arrugas, sin sobrepeso, bien peinadas y maquilladas en un exquisito look casual, símbolo del éxito propiciado por el producto en cuestión. Al contrario, la imagen de perdedora y mala madre se asocia habitualmente a una mujer despeinada, con unos kilos de más, más baja que la anterior y con cara de haberse escapado del manicomio. Prototipos que la gente compra aumentando su grado de baja autoestima y auto-exigencia para estar a la altura. En cambio, más de una mañana me siento a trabajar con el pijama puesto y sin peinar, lo cual no creo que reste ni un ápice mi capacidad intelectual.

Con la maternidad intuyo que pasa lo mismo, no se puede llegar a todo, y reconocerlo está –aún- muy mal visto. A veces me pregunto si la maternidad está sobrevalorada, como se sobrevalora todo hoy en día. Aunque cada vez son más los valientes que reconocen en público –no sin cierto pudor- que ser padres es una faena que te cambia radicalmente la vida, no dejan de ser una minoría que se permiten el lujo de desahogarse cuando descubren que voluntariamente has decidido no tener hijos porque saben que no los vas a juzgar. Me parece un acto de reivindicación y de valentía, porque ser madre (o padre) no debiera significar renunciar a otras facetas de la vida. Actualmente la maternidad en el mundo occidental es un acto de amor incondicional, pero no hay que olvidar que no es una verdad absoluta. Muchas mujeres nos sentimos plenamente realizadas sin ser madres, y en muchas sociedades “primitivas” en países no industrializados los hijos siguen siendo una herramienta más de trabajo donde los valores son muy diferentes a los nuestros.

Sin duda el trabajo más duro de la vida es ser padres. Quizás por eso nunca me presenté a las oposiciones, porque este oficio no viene con manual de instrucciones ni temario definido en un mundo donde parece que todos debemos saberlo todo en esta loca carrera de la vida pero donde -paradójicamente- cada vez se tiene menos tiempo para educar a los hijos.
Hola!
Es la primera vez que escribo un comentario en tu blog, pero creo que la ocasión se lo merece.
Me presento: me topé por casualidad con tu blog desde tu época en Dubai, y te sigo desde entonces. Es cierto que no siempre consigo leerte el mismo día que publicas, pero siempre marco los mails en mi correo y «ya lo leeré cuando pueda». A veces, aunque tarde sólo 1 día de más en leer tu entrada, siempre veo algunos comentarios o respuestas a tus post. Pero esta vez he tardado 12 días en leer esta entrada, y ni un sólo comentario. Me ha llamado muchísimo la atención, y por eso me he decidido a yo misma escribirte un comentario. Y creo que te puedo explicar lo que ha pasado esta vez.
Vamos a ver. Tengo 33 años, estoy casada y tengo una niña que va a cumplir los 3 años. He seguido los estereotipos que marca la sociedad: estudios, trabajo, pareja, boda, hijos… vamos, lo típico que se supone que tienes que hacer. Ahora, con una niña que va a ir al cole, ya está el entorno otra vez pesado con aquello de «¿y para cuándo el segundo?» (bueno, miento, algunas señoras, desconocidas, por la calle ya me lo decían cuando todavía estaba con la baja de maternidad recién empezada!). Y es verdad eso que comentas de la madre y esposa perfectas, porque de cara la sociedad, parece que te exigen que lo seas. Hoy en día, se supone que debes lidiar con el trabajo, la casa, los hijos, el marido, y todo lo tienes que hacer a la perfección, con cuerpazo y sin una sola arruga (como la chica del anuncio). Si no llegas a todo eso, es que no estás a la altura.
Sinceramente, nunca he entendido por qué tanto interés por la vida ajena. Cada familia, cada hogar, cada pareja y cada niño es un mundo. El problema en todo esto, es precisamente la super-mujer y super-madres que debemos ser, y te puedo decir que en esto tenemos más culpa las propias mujeres, madres o no, que nos juzgamos/criticamos/opinamos entre nosotras, y casi siempre es sin saber.
Para empezar, un consejo de una madre a otra no siempre es bien encajada por quien la recibe, ya que muchas veces (o casi siempre) se toma como una crítica. Yo misma reconozco que, según quién y según el qué, lo que a veces quieren darte como consejo, no siempre lo he recibido así, o también no siempre «se da» como consejo, sino como un «pues yo a mi hijo etc etc etc». Este es un tipo de competición bastante absurdo hoy en día, pero que existe porque la sociedad se ha vuelto así. Lo que antiguamente era un :»como se entere tu madre de lo que has hecho, te vas a enterar» es, a día de hoy, «pero qué clase de educación te ha dado tu madre». Y eso lo promovemos las propias mujeres madres entre nosotras (sí, y reconozco que también he juzgado sin saber más de una vez).
Personalmente considero que criar hijos hoy en día es más difícil que antiguamente. La sociedad y la vida en general es cada más exigente. Seguimos teniendo el peso de los hijos y de la casa. Los hombres colaboran cada vez más, es cierto, pero las críticas de algo malo siempre van a la mujer, no al hombre (una noticia real de hace pocos meses, que refleja esa doble-moralidad: la madre es la mala pero al padre no se le dice nada: http://www.telva.com/2016/04/27/celebrities/1461755249.html – y casos como este hay muchos).
Te puedo contar otra anécdota más personal. Hace unos años, paseando con mi marido por su barrio, me señaló a una mujer rubia sentada sola en una cafetería, tomándose un café. Era tarde-noche y estaba disfrutando de un momento de relax. Mi marido me dijo que es una chica del barrio de toda la vida, y que hace un par de semanas había dado a luz. Yo en ese momento no era madre, pero consideraba que, al ser tan reciente el parto, eso de «tomarse algo por allí» y dejar sola al bebé, era una irresponsabilidad, y que por lo menos el primer año, había que sacrificarse y estar a tope en todo lo que concierne al bebé. Pero esos mismos pensamientos me las tuve que tragar cuando nació mi hija. El primer mes fue tan catastrófico que deseaba ser yo quien estuviera en esa cafetería sola, relajada, aunque fuera por unos minutos. En ese momento me di cuenta de que es muy fácil opinar desde fuera lo que uno haría en la situación del vecino. Y es que hace falta «ser el vecino» para darte cuenta de que no es tan sencillo como parece.
Más anécdotas: hace poco tenía programada toda una tarde de recados y compras que debía hacer, y a última hora la persona que tenía que quedarse con mi hija finalmente no pudo, así que no me quedó más remedio que llevármela a todos lados. Pensé que no aguantaría ni una hora, y que no iba a poder hacer todo lo que tenía planeado. Estuvimos fuera de casa desde las 16h y terminé sobre las 21h. En todo este tiempo, mi hija se portó mil veces mejor de lo que me esperaba, y no me dio problemas. Yo alucinaba y estaba muy feliz y agradecida hacia ella. Sobre las 20h aproximadamente, el cansancio empezaba a hacer mella en ella, y ya sobre las 21h, en la última tienda en la que estuvimos, la pobre estaba dando vueltas por la tienda cantando en alto la canción del verano de Enrique Iglesias. Me fijé que en la gente de alrededor (casi todas mujeres por cierto), había caras de todo tipo: algunsa personas se reían, divertidos por la imagen de la niña cantando «Si tu te vaaas, yo también me voooy», y otras personas tenían más bien cara de «Vaya escándalo está montando la niña». En ese momento, mi postura era la siguiente: con todo lo que ha aguantado la niña durante la tarde, demasiado bien que se ha portado como para decirle nada a la pobre. Cantaba en alto en la tienda, sí, y hasta yo me reía divertida, y sinceramente agradecida hacia ella por haberme dejado terminar todo lo que tenía que hacer. Por supuesto que no le iba a decir nada en ese momento (en otras ocasiones, soy la primera que le pido que «cante bajito»). Lo que quiero decir, es que quizás desde fuera habré parecido que soy demasiado permisiva, no sé, pero sólo yo conozco la historia completa. Y es que da igual lo que hubiera hecho en ese momento (dejarla cantar o decirle que se calle), para alguna persona en la tienda no lo habré hecho bien. Y eso se acentúa mucho más cuando la otra persona no tiene hijos.
Todo esto te lo cuento por el ejemplo de tus vecinos, cuyo hijo no te deja dormir. Es cierto que yo tampoco estoy deacuerdo con dejar que un niño llore, pero también es cierto que cada familia y cada niño es un mundo. Hay muchas cosas que yo idealizaba antes de ser madre como aquello de «yo a mi hijo esto», o «yo a mi hijo lo otro», pero la mitad de veces he tenido que tragarme mis propias palabras, y es que en la crianza de los hijos, del dicho al hecho hay un buen trecho. Con todo esto, no te estoy haciendo ninguna crítica al artículo en absoluto. Todo lo contrario: me parece todo muy cierto. Pero es que aplicarlo en la vida real no es tan sencillo como parece. La maternidad es un camino muy duro, y quien decide recorrerlo se expone a todo lo que te he dicho antes. Pero quien decide no recorrerlo, que veo que es tu caso, también se expone a las críticas de otra mucha gente. En resumen: da igual si no tienes hijos porque no quieres, o si no los tienes porque no puedes, o si tienes un hijo, dos, o cuatro. Siempre habrá alguien a quien algo le parezca mal. Ya está bien de que estemos siempre justificándonos por todo lo que hacemos o dejamos de hacer (y yo la primera).
Bueno, no sé si después de habértela torrado (si, yo también soy mallorquina :P) con todo lo que he escrito, he conseguido reflejar la otra cara de la moneda, la de las mujeres que tenemos hijos pero que igualmente somos criticadas por una razón u otra. No sé si tu circulo de lectores, conocidos o amigos que te suelen escribir son madres o padres, o si por el contrario no tienen hijos, pero intuyo que sí, y que tal vez por eso no hayan sabido encajar muy bien tu entrada. Así que aqui tienes tu primera respuesta 🙂
Espero que no te moleste o te ofendas con nada de lo que te haya dicho,
Un saludo,
Una fiel seguidora anónima
Muchas gracias por compartir tus experiencias, mi fiel seguidora anónima.
En primer lugar decirte que jamás ofende un punto de vista diferente, de lo que se trata es precisamente de compartir y aprender. En este caso, sin embargo, ni siquiera estamos en perspectivas opuestas. Puede que no me haya expresado del todo bien en el post, pero te aseguro que estoy en línea contigo. Imagino que al ser madre te has expresado mucho mejor que yo. Precisamente porque mi vida se ve rodeada de niños de mis familiares, amigos y entorno más cercano, sé lo duro que es ser madre, y es por ello no me veo capaz de asumir el papel. No creo que encuentres a una aliada mejor que yo en este tema. Y tienes (lamentablemente) mucha razón al decir que las mujeres somos nuestro peor enemigo, hagas lo que hagas siempre te criticarán, una lástima. Me lo decía una amiga hace sólo una semana que acaba de ser mamá (y le encantó el post): «esperaba ayuda de otras madres y parece que sólo quieren cotillear en mi vida privada, me siento sola. Todas te dan sus consejos como si yo lo hiciera todo mal».
Por otro lado, decirte que este post tuvo récord de comentarios, pero no por esta vía. Justamente me pasé todo el jueves respondiendo comentarios, la mayoría vía Facebook y muchos otros en privado. Sin duda eres una seguidora fiel, porque ciertamente es la primera vez que nadie publica comentarios en el post en casi sus tres años de vida, así que darte un enorme GRACIAS por abrir fuego. En cualquier caso, para mí fue una sorpresa que las docenas de comentarios (de amigas o desconocidas) todos fueron positivos, ninguna crítica, lo cual fue una enorme satisfacción.
Por ponerte el ejemplo de mi vecino que lloraba, en ningún caso fue una crítica, todo lo contrario. Acababa de realizar un curso sobre las emociones y la educación emocional en los niños. Como no podía dormir me levanté a escribir sobre lo difícil que debe resultar educar a los niños hoy en día cuando todo el mundo te dice lo que tienes que hacer, cuando (y lo escribo en el post) cada niño es un mundo y no creo en los métodos universales. No todo vale.
Así que no puedo por más que darte las gracias por compartir tus anécdotas, las cuales no me son del todo extrañas. Yo también he acompañado a mis amigas una tarde de compras con sus hijos y sé lo duro que resulta, también he ido a pasar un día de playa con bebés y sé lo poco que os relajáis las madres. Por eso, porque lo sé, os dedico este post, tenéis toda mi admiración.
Saludos y espero leerte más por aquí, es de agradecer 😉