
Lo reconozco, estoy a un paso de convertirme en una adicta. Adicta a Internet y adicta a las redes sociales.
La adicción se define como una conducta de dependencia que hace referencia a la incapacidad de controlar el deseo de consumir. Y ya no es novedad que las redes sociales tipo Facebook pueden llegar a generar ansiedad. Por no hablar de la angustia que supone para muchos salir de casa sin el móvil, ¡se masca la tragedia!.
Aunque actualmente la comunidad científica todavía no reconoce la adicción a Internet como una patología, es sabido que ha generado una alarma social real. Se ha demostrado que el uso de Internet está cambiando nuestra forma de pensar, incluso de comportarnos.
Es absurdo ir en contra de las nuevas tecnologías, de hecho no se me ocurre ningún motivo por el que debiéramos hacerlo, pero del mismo modo que la aparición de la calculadora nos libró de realizar cálculos matemáticos mentales, igual sucede con Internet. Yo la primera, no hago demasiados esfuerzos en memorizar los números de teléfono, y doy Fe que me costó horrores retener mi nuevo número móvil, y estoy en la fase de aprenderme el de mi marido porque ayer me di cuenta de que si me pasa algo no me voy a llamar a mí misma, ¿no?. Obviamente tampoco pongo mucho empeño en recordar cosas que me vienen a la cabeza en medio de un atasco o en medio de una conversación, porque para eso está San Google de Todos los Santos. ¿Cuál es el problema?, pues que teniendo buena memoria, no la utilizo. Y peor aún, no sólo no la desarrollo sino que sospecho que se me está atrofiando.
Y no sólo lo digo yo, que sólo soy una víctima más del siglo XXI, lo dicen los expertos.

Internet nos distrae, y esta distracción merma nuestra capacidad de concentración. Cada mañana me conecto para leer varios periódicos con la excusa de tener una visión crítica de la realidad que nos quieren vender los medios. Pero al final me maldigo a mí misma por haber estado más de una hora, yendo de un enlace a otro. Porque no voy a mentir, empiezo con las noticias internacionales pero acabo en la sección de los cotilleos. Es como si alguien que empieza el día desayunando con “Expansión” acabara almorzando con el “Cuore”. Pues sí, es incongruente a la par que una gran pérdida de tiempo. Las encuestas dicen que al conectarnos a Internet hemos dejado, en primer lugar, de ver la televisión, pero también nos hemos quitado horas de sueño, leemos menos, hemos dejado que ir al cine, hemos dejado de hacer deporte, y muchas otras cosas más. Eso sí, nos llevamos el móvil cada vez que vamos al baño. ¿Pensabas que eras raro? Tranquilo, el 80% de los españoles lo hacen.
Que Internet es el sustituto “natural“ de la televisión es lógico, pues es la tv del siglo XXI, pero todo depende del uso que le demos: tú eliges si ver “Sálvame” o los documentales de La2.
La tecnología debe ser un medio, no un fin, pues es entonces cuando se convierte en adicción.
Volviendo a los expertos. Dedicar nuestro tiempo libre a Internet en lugar de a las relaciones reales y al pensamiento crítico nos deshumaniza. ¿Suena a rollo intelectual? Yo he sufrido una crisis de creatividad recientemente que me ha tenido semanas sin escribir. ¿Por qué? Porque los tiempos muertos en los atascos de Doha los utilizaba para desarrollar mi creatividad, y me surgían tantas cosas que agarraba mi Blackberry y empezaba a teclear entre semáforo y semáforo. Ahí surgieron la mayoría de mis posts. Dicen que la mayoría de las ideas surgen cuando sueñas despierto. Pero un día mi vena consumista hizo que cayera en las redes de Apple cual manzana prohibida. Y desde que me paseo con mi flamante iPhone 5S ya no sueño despierta dando rienda suelta a mi imaginación, sino que aprovecho cualquier semáforo en rojo para abrir mi Facebook. Y peor aún, cuando salgo con mi carrito de la compra, pongo en riesgo mi vida y la de los demás, porque con una mano empujo el carro pero con la otra whatsappeo. Difícil, sí, pero se puede.
Horror, ¿qué me pasa, doctor? Que estoy al borde de la adicción.
Así que no me parece exagerado cuando leo que el mal uso de las nuevas tecnologías nos pueden cegar hasta el punto de adormecer una parte esencial de nuestro ser. En otras palabras, no estamos desarrollando ni el intelecto ni la memoria.
Voy un poco más allá. Daniel Goleman se hizo famoso a raíz del libro La Inteligencia Emocional, y acaba de publicar Focus, donde habla de la necesidad de desarrollar la atención para alcanzar la excelencia. El uso de Internet ha provocado que nos distraigamos. La distracción no nos permite desarrollar la atención a nuestros propios procesos y sentimientos. Trasladado al uso cotidiano, Twitter. Reconozco que no soy usuaria activa, no consigo entender cómo funciona y aún no sé qué es un hashtag, a Dios gracias, sólo me faltaba. Pero tenía la percepción de que Twitter servía para la gente que tenía poco tiempo, sólo 140 caracteres. Pero ahora creo que es porque no somos capaces de centrar nuestra atención a más de estos 140 caracteres.
Esto me recuerda a una escena de IT Crowd acerca de lo que es Internet (video)

Y qué decir de Facebook, si no estás en Facebook no existes. Cómo resistirme a colgar fotos de mis viajes o de mis momentos especiales. Sí, claro, con la excusa de que vivo fuera y necesito estar en contacto con los míos, bla, bla, bla…. Como todo en esta vida, todo depende del uso que le demos: para cotillear, para ver fotos, para ver cómo se divierte el compañero de trabajo que nos cae tan mal, para enterarse de lo que pasa en el mundo a través de titulares sensacionalistas, para que tus amigos te descubran novedades musicales, para ver infinidad de pies en la playa, para presumir de vacaciones (esa soy yo sin duda), para saber si nuestro ex es más o menos feliz sin nosotros o para descubrir blogs tan apasionantes como el mío 😉
Por no hablar de la dichosa foto de perfil. ¿Os habéis fijado cuánta gente es capaz de pasarse media hora haciéndose selfies para presumir de foto de perfil? Hacerse selfies es lo más normal del mundo, de hecho es lo que hay que hacer para no estar out. Lo curioso es observar cómo hay (mucha) gente que en lugar de disfrutar del momento se dedica a inmortalizarlo. Oí hace poco a mi profesor del curso de “Publicidad y consumo en Internet“ que, mientras disfrutaba de un maravilloso día de playa en Mallorca, observó a una turista en el agua dentro de un flotador gigante tipo donut haciéndose selfies ¡durante una hora! No nadaba, no tomaba el sol, no se relacionaba con nadie, no estaba leyendo, ni mucho menos soñaba despierta. ¿Se divertía?, quizás, no lo sé.
Me dio qué pensar. Disfrutar el momento: ¿lo hacemos, o estamos pensando en divertirnos sólo por el simple hecho de poder mostrárselo a los demás?

Todo esto me recuerda que debo dejar el teléfono más tiempo en el bolso. He probado con la táctica de tenerlo en silencio, y en parte funciona, aunque claro, a cada momento miro si ha entrado algo nuevo. Y tengo mis propias reglas para no cometer el error de hacer justo aquello que me molesta: mientras se come o se está con otra gente el móvil lejos o en silencio, y nunca encima de la mesa.
Pero la palma se la llevan los catarís, pues no sólo no silencian el móvil, sino que hacen uso de él en cualquier lugar. Caso número uno: cines. He dejado de ir al cine hace seis meses. La razón principal porque en los cines de Doha no oyes la película, sino los móviles de los que llevan pijama y, por supuesto, sus conversaciones. Caso número dos: los aviones. Mi último vuelo fue hace dos semanas, Qatar expensive Airways, ruta Salalah-Doha. Pues bien, no sólo mis vecinos catarís no apagaron el móvil durante el despegue sino que no lo hicieron en todo el vuelo. Las azafatas, conté, pasaron hasta cuatro veces para rogar que apagaran sus teléfonos pero caso omiso. Una vez despegamos volvieron a recomendar apagar los móviles por megafonía dos veces más, hasta que desistieron. Y mientras tanto, mi vecino del pasillo chateando con una rubia mientras él se hacía selfies y se las enviaba vía whatsapp.
Entonces me pregunto yo, ¿acaso está reñido el avance tecnológico con la educación?

Me viene a la memoria el primer impacto visual que tuve con lo que me pareció una verdadera adicción al móvil. Tokio, agosto 2010. Vagón de metro en Shibuya. Sabía de antemano que estaba completamente prohibido hablar por teléfono en los metros de Japón (cosa que celebro), lo que no sabía es que iban a estar todos los pasajeros con los ojos pegados a sus pantallas. Obviamente, todo en silencio. Volví tres años después y ciertamente, la situación no había cambiado. La que había cambiado era yo, porque ya no me sorprendió.
Por supuesto no voy a ser yo quien demonice Internet, ni las redes sociales. Gracias a las nuevas tecnologías de la información, como clientes, empezamos a tener la sartén por el mango con las grandes empresas. Las redes sociales son el mejor altavoz para expresar nuestras opiniones, los abusos y nuestras quejas y, aunque a menudo se excede con ellas, son la herramienta ideal para seguir en contacto con los seres queridos, para no perderte el cumpleaños de tu madre o el nacimiento del bebé de tu amiga. Y para hacer nuevos amigos, por qué no.

En nuestras manos está no confundir la realidad que nos rodea con la realidad virtual en la que es fácil perderse. Y si tienes un momento este vídeo que te dirá cuántas cosas puedes perderte en la vida (cinco minutos para pensar).
Prefiero alimentar mi insaciable ego con sonrisas y caricias que con los millones de “me gusta” imaginarios.
Es cierto, Internet nos ha embobado, ya no somos capaces de vivir sin esa información que la mayoría no sirve de nada, nos anestesia la capacidad de pensar, de actuar y de vivir por nosotros mismos.
Antònia, li podem posar remei o ja no esteim a temps? 😉
Un beso.
Debo ser un bicho raro. Toda una licenciada en Informática y no tengo whatsapp. Tal vez acabe rindiéndome a él, porque la verdad es que la gente te mantiene un poquito «al margen», pero es tan agradable sentirse libre…
Xisca, sempre has estat un «bicho raro» ;p
Al final lo més IN serà no tenir whatsapp!
Però sí que és cert que la majoria de la gent cau en les xarxes socials i en les noves tecnologies precisament per evitar l´exclusió social.
Quan escrivia aquest post vaig pensar molt en tu i en la conversa familiar a Santa Ponça envers aquest tema, i un poquet esclau sí que és…
Besos.
Yo estoy totalmente enganchada a las redes sociales pero, aunque suene a tópico, viviendo aquí LO NECESITO. Es mi cordón umbilical con mi familia, mis amigos, y la vida que dejé en España.
No tengo ansiedad si no veo el móvil cada cinco minutos, pero necesito echarle un vistazo todos los días… ¿A ti no te pasa lo mismo?
Hola Diana, sin duda, sin las redes sociales estaríamos perdidas y totalmente out en nuestra situación.
Pero en mi caso, entre escribir el blog, conectarme con familiares y amigos y que estudio online… me he vuelto una adicta, lo mío ya es patológico, reconozco que me cuesta dejar el móvil a un lado o pasar un día sin mi ordenador, un desastre… ¡¡¡jajajajajajaja!!!
Un besazo.