
Habla James Rodhes que en 18 meses que lleva viviendo en España ha experimentado por primera vez en su vida la sensación agradable de pertenecer a una comunidad (Artículo Rhodes).
Y es que como seres sociales que somos necesitamos sentir que pertenecemos a un grupo. Ya desde pequeños, en la escuela, sentimos la necesidad de pertenecer a uno, sea el de los guapos, los malos o los empollones. Pronto tenemos que decidir si nos gusta más el baloncesto o el fútbol, si del Madrid o del Barça.
Y así el resto de nuestra vida, equipo solteros contra casados, de derechas o de izquierdas. Hasta la publicidad nos dice qué coche o qué perfume debemos comprar dependiendo del grupo social al que queramos pertenecer 🎯
Al menos así crecí yo hasta que hace tres años llegué casi de rebote a la República Dominicana, una isla del Caribe de la que sólo sabía que era un destino turístico de sol y playa que me remitía a un anuncio de ron que decía algo así como “me estás estresando” con una flojera que me hacía reír.
Lo cierto es que ahora me río de las palabras de Rodhes alabando a una sociedad española abierta generosa y cariñosa comparada, presupongo, con sus experiencia en su Inglaterra natal.
Y aquí estoy yo, seis años después de salir (para no volver, de momento) de mi querida España, pensando que si Rodhes viniera a estas tierras caribeñas tendría un orgasmo de campeonato.
Porque si algo he aprendido de vivir aquí, es que la sociedad Dominicana no juzga. Le importa un carajo tu historia, si eres un delincuente, un muerto de hambre, un alto ejecutivo o un sinsustancia. Seas quien seas y vengas de donde vengas, tengo la impresión de que todos somos bienvenidos. Somos su hermano, su príncipe, su Don o su Doña.
No importa si llegas con los bolsillos llenos o vacíos. Nadie te pregunta pero todos te reciben con los brazos abiertos. Todo el mundo te saluda aunque no te conozcan «¡Saludos!». Y es imposible que una comida te siente mal porque a cada persona que entra en un restaurante te deseará «¡provecho!».
Estando aquí siento nostalgia por esa educación que se ha perdido en el trato hacia el prójimo, esas buenas costumbres y hasta ese castellano antiguo que se conserva en este lado del charco, algo arcaico a la par que elegante.
Aprendes a relativizar todos los males del mundo porque Dios es quien dispone. Mañana Dios dirá, el presente es el aquí y el ahora. No importa cuánto tenga un dominicano para pasar el día porque siempre te abren las puertas de su casa. Todo el mundo es bienvenido.
Es difícil ver una cara triste, es como si las miserias fueran invisibles a sus ojos. Y esta felicidad por amanecer todos los días con un plato en la mesa es contagiosa.
Todo ello no significa que sea una vida perfecta. Demasiado he escrito ya sobre todo aquello que no me gusta, pero si de formar parte de una comunidad se trata, Dominicana deja poso.
Y aquí estoy yo, recién llegado a República dominicana, y directo al corazón de la vida dominicana y caribeña…..a Bocachica. Alejado de la exclusividad de punta cana y otros destinos. Tomando cerveza en la playa, pescado, uno que llega con puerco asado, yaniqueques…..y sintiendo ese calor humano que, aparte de verte como un cajero con patas, te ven como alguien que de verdad disfruta del lugar. Te aceptan tal cual eres y eso es muy de agradecer cuando llegas a un país que aunque has visitado, no conoces realmente. Comienza mi nueva vida, mi nueva aventura….RD, aquí me tienes como te prometí un día en 1986
¡Bienvenido a la República Dominicana Paco!!!
Y gracias por compartir tu mirada de quien llega por primera vez (esta vez para quedarse) y apreciar aquello que en la rutina del día a día se olvida.
Sin duda Bocachica es plato fuerte, y qué bien lo describes. Me recuerda la primera vez que fui, tal cual lo cuentas.
Un abrazo y te deseo una nueva aventura llena de experiencias 😉
Laura.