
A veces ocurre que un viaje sale de la manera más tonta, sin planificarlo, sin haberlo deseado antes. ¿Qué sabía yo de Montreal? Nada salvo que organizó los JJOO de 1976 tras la masacre de Munich 72, donde Nadia Comaneci sacó su primer 10 y el cubano Alberto Juantorena “El Caballo” lograría el oro en los 400 y 800 metros lisos. Yo no había cumplido aún mi primer año de vida pero estas hazañas debieron marcarme de algún modo para siempre -años después- en mi pasión por la gimnasia y el atletismo.
Lo que no sabía, entre otras muchas cosas, es que Montreal es una isla en el río Saint-Laurent. Curioso, ¿verdad? Lo que se aprende viajando.

¿Qué me lleva a viajar a Montreal? Tres motivos.
El primero: vivir en el Caribe me proporciona un radio de acción en torno a las 4 horas de vuelo totalmente nuevo para mí. Acostumbrada a las distancias europeas, más tarde al alcance desde Medio Oriente y el escaso radio desde Nueva Zelanda, esta nueva perspectiva del globo me depara sorpresas como volar desde Punta Cana a Montreal en apenas 4 horas.
Segundo motivo: mi fisioterapeuta en Bávaro, nacido en Alaska pero criado en la zona francófona canadiense me venía hablando maravillas de esta ciudad y alrededores.
Motivo número tres: la música. Harta de tanta bachata y merengue, la concentración de un festival de jazz, otro de blues y el festival de verano de Québec en tan sólo dos semanas me lanzan definitivamente a organizar la escapada veraniega huyendo del calor. No en vano los festivales de música liberan en nuestro cerebro dopamina y endocannabinoides, excelente cannabis natural para nuestro cuerpo.
Los festivales de música liberan en nuestro cerebro dopamina y endocannabinoides, excelente cannabis natural para nuestro cuerpo.
Primera en la frente, mi marido y yo parece que traemos el calor a Montreal. Así nos lo dicen aquellos con los que hablamos. Tras una falsa amenaza de lluvia, los días transcurren bajo un sol abrasador, con las ganas que tenía yo de ponerme ropa de abrigo guardada en el armario hace más de un año. Sorpresa número dos: todo el mundo habla francés. Toda la vida pensando que lo del francés en Canadá era una reliquia del pasado y lo cierto es que mucha gente lo que no habla es inglés, y otros lo hablan con más dificultades que yo. Maldigo haberme olvidado del francés que estudié hace ya 20 años, por aquel entonces me desenvolvía de maravilla con mi compañera de piso.
Tenemos por delante tres días y medio para patear la ciudad. Nuestro anfitrión nos espera con un mapa e infinidad de consejos sobre cómo recorrerla -a pie o en bicicleta -y qué cosas podemos ver. Pero lo más importante, nos da una lista de restaurantes en los que comer alta cocina francesa sin pagar los precios de las zonas más céntricas. Y sin duda seguimos sus consejos. La cena de la primera noche en La Kitchenette será para siempre inolvidable. Tanto me gustó que acabé abrazando al camarero (quizás fuera el propio dueño) al despedirme, al más puro estilo español en la fase de exaltación de la amistad. Este humilde restaurante no tiene las mejores vistas de la ciudad, pero el trato y la cocina de mercado quitan el sentido.

Alain, nuestro curioso anfitrión en el B&B Alexander Logan 1870 nos espera al día siguiente con un delicioso desayuno gourmet que cambia todos los días. Imposible desayunar mejor en ningún restaurante a la carta servido con creatividad al ritmo de la música francesa que te transporta a los años 20.
No sólo el Gay Village -área donde nos alojamos- está bien comunicada para recorrer la ciudad a pie, sino que está a tope de ambiente. Numerosos teatros, bares y restaurantes en la arteria principal: Rue Sainte Catherine. También dispone de tiendas y supermercados para comprar todo aquello que un turista puede necesitar en tres días de visita: una botella de vino en las licorerías SAQ (Société des Alcools du Québec) o una tarjeta SIM en Place du Puis.

¿Qué hacer en Montreal?
No sé qué harán los canadienses en invierno, pero en verano pasear, comer, beber y escuchar música. La ciudad respira Jazz, como las fiestas de nuestros pueblos o la Revetl·la de Sant Sebastià en mi ciudad, Palma. En cada plaza un escenario y música a todas horas y todos ellos gratuitos. Entre los de pago, y entre toda la oferta musical me quedo con Pink Martini en Place des Arts. No tengo palabras para describir tanto talento. Mejor escuchar a esta banda sin igual en cualquier idioma, porque tanto le dan al japonés como al griego. Su último tema Je dis oui! (Pink Martini)
¿Qué hacer en Montreal? pasear, comer, beber y escuchar música.
Después de un gran concierto, la mejor opción para cenar es Montreal Pool Room: quizás no sea apto para todos los públicos, pero es ideal para una cena rápida después de un concierto. Los propietarios son unos tipos búlgaros dignos del metafeísmo. Los hot-dog con poutine (comida típica de la zona a base de patatas fritas con queso y salsa de carne) son espectaculares y además súper barato. Por ponerle un defecto, no sirven alcohol. El sitio es cutre pero muy auténtico.

Para alejarse un poco de tanta marabunta, nada mejor que empezar el día con una visita a uno de los mercados locales repartidos por la ciudad como Marche Atwater. Sólo lamento no tener hambre después del desayuno de Alain, porque apetece probarlo todo, desde los panes y bollería francesa en Première Moisson, degustar los quesos y el foie o, incluso, comprar productos españoles con un 10% de descuento en el Festival Espangol con su surtido de aceites, quesos y embutidos. Decidimos comprar un poco de todo y darnos un homenaje en el jardín de nuestro B&B por la noche con una buena botella de vino francés del SAQ.
Para bajar las calorías tras tanta comida (porque los franceses dejaron en herencia el buen comer) nada mejor que subir hasta el parque urbano Le Mont Royale, ya sea para caminar, ir en bici, hacer yoga, jugar con las ardillas, montar un pícnic sobre la hierba o admirar las vistas de la ciudad desde, por ejemplo, el Chalet du Mont Royale. Y si además sabes tocar el piano, te encontrarás uno de los muchos pianos públicos repartidos por la región para amenizar a los turistas como yo. Eso sí, el cartel lo deja bien claro: «sólo para aquellos que sepan tocar».

Pianos públicos repartidos por la ciudad «sólo para aquellos que sepan tocar».
Para cuando uno se cansa de tanta comida francesa (y de sus precios) una parada rápida para comer una hamburguesa de calidad junto a una de las ricas cervezas de la provincia de Québec: Deville. De ahí, un paseo por el barrio conocido como Golden Square Mille, la calle Crescent, llena de pequeñas galerías y restaurantes, y The Montreal Museum of Fine Arts. También se encuentra el típico observatorio 360º que toda ciudad presume de tener con las mejores vistas de la ciudad en Au Sommet Place Ville Marie.
Otra opción para quemar grasas es acercarse hasta el estadio olímpico. Nosotros lo dejamos para el último día. Después del copioso y último desayuno, nos dirigimos hasta la zona olímpica donde, además, se encuentra Le Jardin Botanique de Montréal (el segundo más grande del mundo y que data de 1931) y el Insectarium. Fantástico para pasear y al que se puede llegar en bicicleta o en coche (nosotros optamos por un Uber por disponer de poco tiempo).

Las bicicletas son omnipresentes. Por 10 dólares canadienses puedes alquilar una bicicleta para moverte por la ciudad y acceder a todos los lugares de interés. A menos de 100 metros de nuestro B&B tenemos dos parkings, y puedes dejar las bicis y volver a cogerlas en cualquier otra estación. Y si estuvieran llenas o vacías, tienen su propia App que te indica la estación más cercana con disponibilidad. Gracias a una amable vecina que tenía instalada esta App conseguimos la bici justo a tiempo que nos tendría que llevar al concierto de Pink Martini. En cinco minutos estábamos aparcando frente a Place des Arts vestidos para la ocasión.
Otra ruta en bicicleta la que te lleva al Vieux-Port de Montréal. La ciudad tiene perfectamente definidos los carriles bici por los que circular con total seguridad (esta vez no tuve ningún percance sobre las dos ruedas ni bajo ellas). Paseando por la ciudad vieja uno se da cuenta del pasado industrial de Montreal. Las vistas sobre el río Saint-Laurent tampoco desmerecen, por lo que seguimos la ruta del antiguo puerto hasta Hábitat 67, un complejo de residencias fácilmente reconocibles por su diseño rompedor de ese mismo año. De ahí, cruzando el río, se llega a las islas donde se puede visitar el Casino de Montreal, el Circuito Gilles Villeneuve, la estructura Biosphère o pasear por las zonas verdes de la Île Sainte-Hélène.

Para finalizar la ruta, cruzar el puente Jaques-Cartier para encontrarse de nuevo en el punto de partida: la vieja Montreal. Aparcamos las bicis y decidimos caminar un poco para soltar las piernas a demás de salir en busca y captura de un buen restaurante sorteando la cantidad de edificios religiosos incluida la Basílica de Notre-Dame.
Montreal cumple hoy 375 años en un país que celebra sólo 150 años de vida bajo una atmósfera tan francesa.
A primera vista todo puede decepcionar, especialmente si has vivido en Europa toda tu vida. Su encanto en ser una de las ciudades más antiguas de Canadá: cumple hoy 375 años en un país que celebra sólo 150 años de vida bajo una atmósfera tan francesa. La Rue Saint Paul es realmente bonita, pero sufre la gentrificación actual: los antiguos comercios han desaparecido para dar cabida a restaurantes que dan de comer a los hambrientos turistas. Quien ha vivido en el Mediterráneo reconoce rápidamente estos espacios. Aún así, no podemos elegir mejor: Stash, un restaurante polaco que nos enamora tanto que regresamos para cenar unos días después. Buen servicio, acogedor y no muy caro. Las salchichas y crêpe rebozadas rellenas de setas están riquísimas.

Este barrio es sin duda singular a pesar del desplazamiento original a favor de las clases aburguesadas y empresarios que, a su vez, han posibilitado la rehabilitación de una zona tan histórica como esta. Incluso se puede recorrer un itinerario iluminado por lámparas de gas. También vale la pena pararse a visitar -o simplemente tomarse un café en silencio si los ruidosos turistas palo de selfie en mano lo permiten- en Crew Café, un antiguo banco que data de 1926 transformado ahora en espacio para las startup, para los creativos y para todos aquellos que deseen alquilar salas donde reunirse rodeados de glamour, mármol y decoración art decó. Un concepto refrescante en los tiempos que corren.

Para quienes prefieran algo más dulce (o seguir con las tradiciones francesas), la pastelería Maison Christina Faure, un espectáculo para los sentidos. No sabes si comerte las bandeja con los ojos o con la boca.
Pero aún hay más, Montreal nos mima y yo estoy rendida a sus pies. Para descansar después de tanto ajetreo y para reposar todo lo ingerido, gran decisión acercarse hasta el Cinema IMAX donde disfrutamos como enanos con el documental de la BBC Incredible Pedrators. Para los amantes del cine y de los animales, no puede haber nada mejor (salvo viajar junto al equipo de rodaje en estos lugares tan inaccesibles para el resto de los mortales).
Montreal nos mima y yo estoy rendida a sus pies
Pero el clímax llega cuando al salir del cine, paseando por el muelle, a menos de cien metros vemos instalada la carpa del Cirque du Soleil que por la mañana me había pasado inadvertida. Vamos a poder asistir al gran espectáculo canadiense ¿quién da más?

Si pudiera pedir una única cosa es poder volver algún día a esta ciudad tan llena de vida en verano porque me voy con la sensación de haberme quedado muy en la superficie. Por momentos me pregunto cómo es posible vivir todo el año en una ciudad que ha llegado a registrar los 37 grados bajo cero y que por ello construye una segunda ciudad subterránea con 30 kilómetros de corredores para desplazarse en invierno.
Sin duda es un reclamo para los extranjeros que visitamos el país en pleno Julio fomentar las actividades al aire libre, celebrar festivales y conciertos como el Festival Internacional de Jazz para mostrar la cara más amable de Montreal, porque entran ganas de acudir a la oficina de inmigración para solicitar un visado de trabajo y descubrir esta multicultural y singular ciudad.
Hola!! Recién llegado de Wellington y habiendo seguido vuestros pasos por allí, ahora resulta que vosotros seguís los míos ja ja ja!! Hace unos 20 años que estuve por aquella zona del mundo y creo que os ha faltado explorar los impresionantes bosques lagos y paisajes…de haberlo sabido yo! Una excursión por el río S. Lorenzo es lo que más recuerdo…pero nunca da tiempo a todo, así tenemos excusa para volver ja ja!
Saludos!!!
No tan rápido forastero, este viaje ha sido taaaaaaaan bonito que lo voy a narrar por capítulos. Ha sido realmente impresionante.
Espero que traigas buenas noticias desde Wellington ¿no saliste volando? 😉
Un abrazo Juan Pablo, y besos caribeños para toda la familia.