
Es muy común entre los españoles que vivimos en el extranjero hacer juicios de valor sobre las cosas que no nos gustan de nuestro país de adopción. Porque derecho al pataleo lo tenemos todos, sólo faltaría. Por supuesto, hay opiniones de todo tipo, desde el que cree que tiene derecho a criticar todo aquello que no le gusta hasta los que por deferencia consideran que es de bien nacido ser agradecido.
Otra variante es la de comparar lo que se tiene con lo que se ha dejado, y no son pocos los que consideran que comparar no es una opción. Pero en realidad es algo humano y natural comparar porque cuando opinamos lo hacemos dentro de un marco de referencia. Lo que se debe tener en cuenta son los parámetros de lo que comparamos, véase el caso República Dominicana respecto a España.
Por ejemplo, si alguien se va a vivir a la selva Amazonas no espere encontrar una zona libre de mosquitos, o si decides irte a vivir a Cuba ya sabes que no vas a tener wifi las 24h. Sería mezclar churras con merinas. Hay que ser, como siempre en esta vida, coherente. O por ejemplo, cómo criticar a los inmigrantes sin papeles que llegan a España todos los días pero, al mismo tiempo, regodearse de vivir en el extranjero de manera ilegal, algo muy común en todos los países visitados.

También es muy habitual criticar los sistemas educativos, sanitarios o políticos sin tener en cuenta la idiosincrasia del país. Personalmente hay cosas que me asombran negativamente de lugares como Qatar, México o República Dominicana, pero también me decepcionan cosas que suceden en España. Ya suele pasar que lo que ocurre en tu casa pronto se olvida y, mucho peor, se tolera. Del mismo modo que quién soy yo para criticar el sistema sanitario dominicano cuando no lo hacen sus propios ciudadanos.
Otra queja recurrente son las condiciones laborales o los sueldos que ofrece este país caribeño, y ciertamente es vergonzoso comparado con España, así como los sueldos españoles lo son comparado con los alemanes. Pero el tema entra en terreno conflictivo cuando se plantean argumentos del tipo: “has venido libremente, nadie te obligó, si no te gusta te vuelves a tu casa, bla bla bla…”, hasta los que hablan como si se hubieran visto obligados a aterrizar en la Isla de la Española o se declaran oficialmente expulsados de su tierra madre porque no les ha dado la oportunidad de realizar sus sueños.
Ya decía Shopenhauer que quienes discuten no luchan por la verdad –como si ésta existiera- sino que luchan por imponer su propia tesis. El debate debiera servir para compartir diferentes puntos de vista, invitar a la reflexión, hasta puede que para cambiar de opinión. Lo que a menudo se olvida en el debate es que cada uno cuenta su punto de vista desde su experiencia propia. Hay quienes creen que todo se arregla con el bolsillo lleno, cuando en realidad el dinero ayuda pero no te garantiza la felicidad. Como si no hubiera pobres felices.
Quienes discuten no luchan por la verdad, sino que luchan por imponer su propia tesis, Shopenhauer.
No sólo la experiencia personal cambia la perspectiva de la misma historia, sino que más bien depende de cómo de receptivos estemos con lo que nos ofrecen. Por poner un ejemplo banal, mi madre no podría vivir en la casa donde habito y de la cual estoy enamorada porque está llena de bichos -a los cuales mi madre tiene verdadera aprensión-, o porque hay que achicar agua cuando llueve a lo caribeño, esto es, las lluvias torrenciales que no dan tregua y se filtran por todas las ventanas.
En cambio, conozco gente feliz de vivir en Santo Domingo, ciudad que me pone enferma con su caos y tráfico. La realidad que hay ahí fuera es la misma para todos, e independientemente de las circunstancias personales de cada uno, depende de nosotros afrontar la vida con optimismo, humildad o llegar con aires de grandeza y frustrarse. Cada uno elige su posición de salida y con ello debemos apechugar las consecuencias.
Todos recibimos en función de lo que damos o de lo que estamos dispuestos a recibir.
Me ha tocado vivir en lugares muy dispares, con climas totalmente opuestos, en casa nuevas, viejas, grandes, pequeñas, con gente amable y otra no tan amable. Pero mi actitud ha sido siempre la de aprender y disfrutar de todo aquello que se me ofrezca. No fui capaz de cambiar nada en mi país de origen, con qué legitimidad voy a criticar a los demás.
No fui capaz de cambiar nada en mi país de origen, con qué legitimidad voy a criticar a los demás.
Se habla mucho de la inseguridad, y sólo hay dos maneras de opinar sobre ello, con las estadísticas en la mano o con la experiencia propia. Cierto que yo –que nunca me ha pasado nada en lugares como México o Dominicana- voy a tender a decir que no es para tanto, igual que si hubiera sufrido algún robo o agresión en mi barrio de toda la vida pensaría que es el peor lugar del mundo para vivir.
El dato objetivo de República Dominicana es que es el tercer país con más accidentes de tráfico con víctimas mortales de toda América Latina y Caribe (datos 2015) Y no es de extrañar porque no hay obligación de llevar casco o donde es habitual ver al piloto con una cerveza en la mano puesto que no existe ninguna ley sobre conducción bajo los efectos del alcohol o no tienen en cuenta la tasa 0,08g/dl (según la OMS).
No es sólo una cuestión de suerte sino de probabilidades si no utilizas el sentido común. Es más fácil sufrir un atraco si frecuentas ciertos lugares a ciertas horas, aquí y en Pekín, por lo que el tema de la seguridad será relativo.
Pero hay aún una tercera opción, y es la percepción que cada uno tiene de la seguridad. Si eres una persona propensa a ver enemigos en todas las esquinas o fácilmente influenciable por los titulares sin molestarte en informarte bien antes de opinar es normal que todo te parezca peligroso, y al contrario, si relativizas todo y andas despreocupado porque nada depende de ti puedes vivir felizmente en la ignorancia.
Sentido común, respeto por el lugar de acogida y una cuestión de expectativas son, en mi opinión, las claves del éxito. Mucha gente sale de su país por vivir una experiencia, porque estaban cansados y aburridos de su monótona vida o porque les han hecho una oferta laboral irrechazable. No importa el motivo, dos millones de españoles vivimos en el extranjero.
Sentido común, respeto por el lugar de acogida y una cuestión de expectativas: las claves del éxito.
Los que más me llaman la atención son los que dicen haberse ido de su país por no haber encontrado oportunidades en su tierra, vamos, lo que se ha llamado siempre buscarse la vida. Y es la gran mayoría dado como está España en los últimos años. Y dentro de este grupo numerosas personas siempre se repiten el mismo esquema: los que han triunfado, los que no y los que salen en “Españoles por el mundo” contando sólo las maravillosas vidas que tienen ahora.
Personalmente prefiero escuchar las historias de los que nunca saldrán en televisión porque me parecen las más auténticas. Sin embargo, a nadie le interesa contar sus miserias aunque seguro que tendría más espectadores que la primera versión de los ganadores.
Como sigue siendo costumbre, parece ser que el éxito sólo se mide en términos económicos y la gran queja en Dominicana tiene que ver con los bajos salarios de este país. Recientemente seguí un debate sobre la falta de compañerismo entre patriotas sin trabajo aquí. Lo que me sorprendió no fue la queja de un español desesperado sin trabajo, sino algo aún más español: echar la culpa a los demás de nuestras propias desgracias. Que si las empresas españolas prefieren contratar a venezolanos sin papeles, que si no se contratan españoles por ser más exigentes, y así una ristra de comentarios y opiniones que me dieron mucho que pensar.
Algo muy español: echar la culpa a los demás de nuestras propias desgracias.
No me gusta opinar con datos que no tengo y pienso que no se puede hacer una ley general de una sola experiencia u opinión. Por otro lado, quien busca trabajo no debe anteponer su nacionalidad cual colonizador en tierras americanas, aunque para lo que interesa sí que conviene recordarlo. Y finalmente, porque cada uno debe demostrar su valía con independencia de lo que haga el vecino.
Es absurdo pensar que en la era del liberalismo económico prevalezca el proteccionismo ¿por qué contratar a un español sólo por el hecho de ser español? Me parece tan absurdo que no doy crédito a la pregunta en sí misma. Pensar que en España somos tan buenos es como olvidar de golpe la situación en la que se encuentra el país y los motivos por los cuales la gente sigue huyendo.
Otro tema curioso es el de clasificar a los españoles en el extranjero según su condición de inmigrante, emigrante, exiliado, expatriado o cualquier otra etiqueta que permita establecer diferencias entre unos y otros como si no tuviéramos identidad o vida propia. Yo suelo utilizar la palabra expatriado porque designa a aquella persona que abandona su patria (DLE), y he observado la reticencia a utilizar la palabra inmigrante por su connotación peyorativa para algunos a pesar de su significado «llegar a un país extranjero para radicarse en él».
Cuatro países en tres años igual requiere otro calificativo por estar arrastrando a la familia en constante viaje o desplazamiento ¿nómada, tal vez? Mi conclusión es que hay mucha tontería sobre este asunto. Me cansan las etiquetas porque me parece mucho más interesante tomarse la molestia en conocer a la otra persona antes de ponerle un adjetivo con boli de tinta indeleble.
Lo que uno vive es reflejo de lo que uno es, la riqueza o pobreza que percibimos parte de nosotros, Almudena Prieto.
Los mayores incrementos de españoles en el extranjero se han registrado en los últimos años en Argentina, en los Estados Unidos pre-Trump, en el Reino Unido pre-Brexit, en la Alemania pro-Merkel y en la Francia pre-LePenn, mientras que los países que más españoles residentes tienen registrados en valores absolutos (sin contar los que aún no se han registrado en los consulados) son Argentina por apabullante diferencia, seguida de Francia, Venezuela (en descenso por motivos obvios) y Alemania con el siempre recuerdo de Paco Martínez Soria. El rango de edad entre los españoles residentes en el extranjero: el 62% tiene entre 16 y 64 años, así que hay de todo un poco según datos de Instituto Nacional de Estadística (2016).
Como dice uno de los participantes del foro Españoles en República Dominicana con muy buen criterio “el que es llorón aquí en Dominicana lo es en España y en todas partes. Mejor apartarse de ellos que sólo traen malas vibraciones”.
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