
Hace unas semanas llegó hasta las antípodas, allá en el hemisferio sur, que la alcaldesa de la capital de un Reino llamado España había osado sugerir que estaría bien que quien genere basura aprenda a recogerla, algo relacionado con la conciencia social. Se dice que tales palabras generaron un gran revuelo entre los súbditos de ese lejano país, demasiado refinados -al parecer- como para realizar una tarea tan deshonrosa.
Por supuesto que este tipo de noticias ya no son noticia pasadas 48 horas, pero la he recordado cuando esta mañana he salido de casa y he visto los cubos de la basura de los vecinos perfectamente alineados enfrente de los portales. Y todo para que un camión –nada ruidoso por cierto- los pudiera vaciar y así los habitantes del barrio pudieran seguir almacenando sus desechos sin molestar a nadie, de una manera cívica, limpia y ordenada. Y digo ordenada porque he sorprendido a mi marido buscando quién era el que andaba por las calles dejando en perfecta línea recta los citados cubos.

Pero cada loco con su tema. Lo que me he quedado pensando yo es por qué ese curioso país llamado España, tan divertido y dicharachero, que recibe millones de turistas al año y tan generoso a la hora de compartir su sabiduría, por qué no aprovecha e importa algo muy barato que se llama civismo. Dicen que este sistema, bien implantado, sale muy rentable económicamente hablando y que sus habitantes viven más y con mejor calidad de vida. Y es que existen otras formas de vida que funcionan igual de bien.
Lo he aprendido en el país de los hobbits, del rugby y de las ovejas, donde aplican un modelo de comportamiento muy curioso. He estado anotando las extrañas costumbres que más me han llamado la atención en una libretita, y he creído conveniente compartir mis recientes descubrimientos a fin de que alguien pueda ponerlos en práctica y aprovecharlos en un futuro.
Lo primero que me sorprendió al llegar a Nueva Zelanda fue descubrir que los carritos de los supermercados no funcionan con monedas. Directamente te diriges al dispensador de carritos y voilà! Tras varios intentos en diferentes centros comerciales -para contrastar dicha información- lo confirmo. En este país no es necesario aplicar tal práctica porque absolutamente todos los clientes tienen la costumbre de devolver el carro de la compra en el mismo lugar de recogida, y ni mucho menos a nadie se le ocurre llevárselo a casa para hacer la mudanza. Calculo que he acudido 54 veces al supermercado y todas ellas ha sucedido así. Curioso.

Otra cosa que ha llamado mi atención es que no hay papeleras en los parques. Es nuestra costumbre salir todas las semanas a pasar el día en la montaña o en la playa, y el momento del picnic es el mejor del día. Sin embargo, he advertido que no hay papeleras donde dejar los residuos. Según he leído en los paneles informativos de las entradas y salidas de los parques, los desechos se los lleva cada excursionista de vuelta a casa. Hasta ahí nada nuevo, ya estaba inventado este recurso en otros lugares. Lo curioso del caso es que los ciudadanos respetan de manera estricta tal recomendación. Sorprendente.

Otro detalle lo descubrí recientemente en la reserva marina de Goat Island. Habíamos leído que a mediodía había una interesante salida en barca para disfrutar y descubrir la variedad de peces que habitan en sus aguas. Busqué la oficina del Glass Bottom Boat, pero para mi sorpresa descubrí que estaba justo detrás de mí: una mesa y una silla de playa con un datáfono para efectuar los cobros. Ni rastro del bar de turno con sillas en la playa, ni de agencia construida sobre la arena con fabulosas vistas al mar. En lugar de un exceso urbanístico, a pocos metros de la costa sólo dos instalaciones: un toilet y un campus marino de la Universidad de Auckland. Todo muy respetuoso con el medio ambiente a pesar del poco o nulo retorno económico.

Por otra parte, dada mi educación basada en el capitalismo puro y duro, me pregunto cómo es sostenible todo esto. Es decir, si la gente no ensucia no hace falta contratar tantos barrenderos, si una sola persona es suficiente para vender los tickets del paseo en barca cómo se crea empleo. Y lo peor de todo viene cuando descubro que la mayoría del personal que trabaja en los parques o en los museos son voluntarios. Normalmente se trata de gente mayor ya retirada que ofrece sus servicio al bien de la comunidad. Sin ir más lejos, estoy apuntada a un curso de inglés para mejorar mi pronunciación, dos horas a la semana con Margaret, una voluntaria que además de hacernos muy amenas las clases nos espera con té y pastas. O Rob, el entrañable ingeniero retirado que nos emocionó contándonos cómo había participado en la construcción del Harbour Bridge. Cierto que su edad le restó energía durante las dos horas de ruta guiada por la cuidad, pero teniendo en cuenta que lo hizo de manera gratuita no es para quejarse.
El tema de la conducción también es curiosa, pues he percibido que los vehículos empiezan a frenar cien metros antes de llegar a un paso de cebra. Al contrario a otros países que he visitado, caminar por la calle no es ningún deporte de riesgo, y al contrario de lo que había aprendido, no hay que acelerar cuando se llega al paso de peatones. Otro dato curioso es que las zonas para aparcar –al menos en mi barrio- indican el tiempo que puedes estar sin pagar, entre 30 minutos y 24 horas según la zona. Lo llamativo del tema es que no hace falta que indiques a qué hora llegaste, se da por hecho que nadie va a estar más tiempo del que se le permite. Es extraordinario observar que aquí la voluntad de la gente es suficiente. Para contrastar la información, probé (involuntariamente) dejar el coche aparcado más de 24 horas en el mismo sitio. Son tan cívicos en este país que alguien me dejó de recuerdo una nota en el parabrisas para asegurarse que no volverá a ocurrir.

Podría seguir con muchos más ejemplos, pero prefiero terminar con uno que me enternece sobremanera. En Scotts Landing, una de las miles de playas paradisíacas que nos rodean, vimos una pequeña casa de manera construida sobre la arena. Ante el asombro de tal atrevimiento nos acercamos a ver qué era. Resultó ser un antiguo hotel construido a finales del siglo XIX y que la comunidad quiso conservar ante el intento de derribo por parte de las autoridades kiwis. Al parecer, un grupo de voluntarios trabajaron durante 20 años para la rehabilitación del edificio que ahora es de uso público.
El servicio social al cual se refería la alcaldesa de la capital del lejano Reino de España sentó muy mal a gran parte de los ciudadanos –según leo en la prensa-, sin embargo, me pregunto si allí los individuos no conviven en sociedad como viene siento habitual en el resto de culturas que he tenido la oportunidad de conocer. Quizás la sociedad debiera saber que hay medidas sostenibles y muy económicas para una convivencia más alegre y saludable.
Me entristecería mucho saber que hay lugares en los que no existe la cultura del esfuerzo o que la solidaridad no esté dentro de sus prioridades. Aprender sólo la cultura de nuestro entorno nos atrapa socialmente apartándonos de otras culturas igual o más interesantes.
Me ha gustado mucho! Sí, aquí se nota el civismo la verdad. Aunque no se te ocurra dejar el coche aparcado más del tiempo necesario entre semana. Aunque no veas a los «revisores» si chequeas las llantas, las marcan con tiza para llevar el recuento. En finde no hay revisores normalmente 🙂
A ver si este finde nos vemos!!
Ya hicimos la prueba involuntaria de dejar el coche más de la cuenta, nos llevamos un «regalito». Seguro que sólo nos pasa a los españoles eso de tentar a la suerte.
Cuenta con nosotros y con el vino 😉
Besines.
Igualito que tu anterior y mi aún hogar….
Mejor no hacer sangre… ¡ánimo, ahora ya sabes que existe un mundo mejor!!! 😉
Qué bonito es poder seguir sorprendiéndonos! Disfrutad porque que esas experiencias ensanchan el alma! Ale a ser feliz!
A este ritmo necesitaré ensanchar mi cuerpo para dar cabida al alma 😉
You too!!!!