
Hace poco me topé con un interesante artículo titulado ¿Qué cambia en un(a) mexicano(a) cuando vive en el extranjero? sobre lo que sienten las mujeres mexicanas que viven en el viejo continente, una divertida manera de intercambiar impresiones como europea viviendo en México.
Ciertamente son una minoría, apenas llegan a cien mil las mujeres mexicanas que viven en Holanda, Alemania, España, Italia o Suiza. Y es curioso, porque justo ayer conocí a David, alemán residente en Leipzig cuya madre es originaria de Tizimín, población donde nos hemos conocido casualmente mientras está visitando a la familia materna.
Leyendo el artículo me he imaginado estar en uno de esos interminables desayunos que acostumbran a hacer por aquí compartiendo experiencias y sensaciones mientras la mesa se llena de café, jugos, pastas y lo que a mí más me gusta, todo el repertorio de huevos chilangos, franciscanos, motuleños, tirados, etc.
Lo primero en lo que coincidimos es en la ventaja de poder hablar con extraños sin miedo a ser acosada. México no es un lugar seguro, y no lo digo yo, lo dicen ellas. Lo que más me ha sorprendido no es tanto el sentimiento de inseguridad sino la confusión que provoca ser amable con los varones. Es cierto que jamás me han lanzado improperios por la calle, pero hay mucha desfachatez a la hora de abordarte en cualquier lugar para intentar conocerte en treinta segundos, de los cuales cinco son para saber de dónde procedes y los otros 25 para cantar su currículum. Lo que he aprendido es a no dar mucha conversación si una quiere desprenderse de la inoportuna compañía masculina porque son muy insistentes. Y no se puede ser simpática por costumbre si no se quiere caer en la incómoda situación de que el guardaespaldas de tu vecina te invite a ir al cine a pesar de saber dónde vive tu marido sólo porque le saludas todas las mañanas y tienes la osadía de preguntarle cómo se encuentra hoy.
Otra de las cosas que me sorprendieron al llegar a Cancún fue descubrir que nos consideran a los españoles demasiado secos, demasiado directos e incluso maleducados. Y yo que pensaba que éramos los más salados de toda Europa. Pues efectivamente, de Europa, pero no del Caribe. Porque en México es de mal gusto decir que no, de ahí mis frustraciones cuando me prometen algo que jamás llegan a cumplir. En cambio, les sorprende que digamos que no cuando no nos comprometemos o no podemos hacer lo que nos solicitan. Les parece grosero e insensible y de ahí la fama de directos. Me pregunto qué pensarán de los alemanes, iban a saber lo que es ser rudo. Los mexicanos, o al menos en el Estado de Quintana Roo, su frase favorita es el “ahorita”, que equivale al “ja te diré coses” mallorquín. En otras palabras, puede que no suceda nunca.
Otra cosa curiosa es cómo adornan las frases. Yo soy de las que piensan que el lenguaje dice muchas cosas de la sociedad que lo emplea. Es decir, creo que a través de cómo se articula el lenguaje podemos extraer características culturales de quienes lo utilizan aunque hablemos el mismo idioma. Aquí se introducen una docena de palabras de cortesía antes de ir al contenido, por lo que ellos consideran que los españoles somos muy bruscos y hablamos duro. Por un lado es un regalo para los oídos, como cuando te piden “¿me regalaría una firma, por favor?”, o frases del tipo “una pregunta Señor, aprovechando su nobleza”. Pero mi falta de costumbre hace que me impaciente por querer ir directa al grano. No sé si se trata de simple verbosidad o de educación. De hecho, hace poco se abrió el debate entre un grupo de españoles reunidos alrededor de una mesa -como no podía se de otra manera- sobre cómo se ha perdido la educación en España. La incómoda sensación de entrar en una tienda y quien se supone que te va a atender no levante la vista del móvil para darte los buenos días; personalmente me quita las ganas de comprar y me invita a salir por el mismo sitio que he entrado. El debate es si prefiero que me adornen con palabras de cortesía mi visita a la tienda y no consiga nada de lo que andaba buscando porque «ahorita lo checo» o, por el contrario, que me ignoren pero que pueda llevarme a casa lo que necesito sin necesidad de establecer contacto visual.
También es graciosa su manera de expresarse como lo corrobora el mensaje que le mandó un joven empleado a mi marido a su whatsapp cuando nos sorprendió paseando por su ciudad una lluviosa noche de sábado: “es bueno que previno con su paraguas porque por aquí en Valladolid puede caer la lluvia más fuerte. Lo acabo de ver caminando y con todo respeto está hermosa su esposa”. Para mí es como retroceder en el tiempo y leer un pasaje de la literatura del Siglo de Oro. Y es que tienen gracia hasta para poner excusas, como cuando alguien llega tarde al trabajo porque se ha quedado dormido y te dice “se me durmió el gallo”.

Y qué decir de los diminutivos, aquí todo el mundo me llama Laurita, especialmente si acaban de conocerme. La gente es amable, se ofrecen a todo, aunque luego todo se quede en palabras porque “ahorita regreso” y puede que nunca más vuelva a aparecer la persona que se había ofrecido a solucionarte la vida, por lo que no veo la forma de hacer amigos en este país a pesar de que todos te llaman “amiga”. Quizás es que aún debo familiarizarme con todo el vocabulario necesario para seguir una simple conversación. Es algo que valoran o reprochan las mujeres mexicanas en el extranjero, no llamas «amigo» ni a tus compañeros de trabajo que ves ocho horas al día porque se tienen menos pero buenos amigos. Al amigo de verdad en Cancún se le llama «carnal» y nuestro equivalente al tío/tía es el «güey«, así que mejor aprendérselo rápido para no entrar en situaciones confusas.

Por supuesto no podía faltar la perspectiva sexista. En México, dicen, la sociedad es claramente machista. Se sorprenden de que en Europa la opinión y voz de una mujer cuente igual a la de un hombre en todos los aspectos de la vida pública y de pareja. Aunque mi visión es que nos queda mucho por mejorar, comparado con algunos países hemos avanzado exponencialmente. Es frecuente que me pregunten por qué no tengo hijos y que insistan a qué espero para tenerlos. Esa prueba ya la superé en Catar donde me lo tomé como un juego para desternillarme de risa con sus reacciones. Por cierto, lugar donde tener un hijo es un regalo de Dios pero curiosamente si eres una de esas mujeres que trabajan en la administración pública catarí y solicitas la baja por maternidad descubres que no existe. Eso sí, puedes dejar de ir a tu puesto de trabajo el tiempo que necesites sin sueldo porque parece ser que algunos Dioses no mezclan sus regalos con los temas laborales y financieros. Al no tener hijos, la conversación en Cancún pasa a la responsabilidad de consentir a mi marido porque ya se sabe, si no cuidas de tu esposo habrá otra que lo haga, palabrita del niño Jesús.

Otra característica que resalta la encuesta sobre las mujeres mexicanas expatriadas es que se vuelven más independientes y autosuficientes para resolver cualquier tipo de problema, ya sea emocional, laboral o cotidiano. Sin embargo, yo lo atribuyo al hecho de vivir fuera del círculo de confort. Es innegable que todos y todas nos espabilamos cuando estamos en lugares nuevos. De entrada todo es diferente, leyes y costumbres nuevas, hasta el idioma cambia. Por lo que cualquier pequeño inconveniente se convierte en un monstruoso problema y nunca sabes por dónde empezar. Al mismo tiempo, cada pequeña victoria aumenta nuestra autoconfianza y seguridad. Da igual en el país que estés o de donde procedas, todas pasamos por el mismo trance.
Quizás el apartado que más satisfacción me produce leer es el de la puntualidad europea. No porque los españoles nos caractericemos por ella, sino porque yo pensaba que me había vuelto una neurótica de libro cada vez que oía la palabra “ahorita” y me quedaba horas o días esperando a que las cosas sucedieran. Las mujeres mexicanas en Europa reconocen que nada se basa en antojos, caprichos o posibilidades, sino en hechos. Eso me recuerda al español que se cansó de comer solo porque jamás llegaban los mexicanos con los que había quedado el día anterior. Personalmente, el no saber cuándo aparecerá la persona con la que tenía una cita me sigue desesperando, pero cada vez menos. Como dicen por aquí, unos nos acostumbramos a improvisar mientras otros aprenden a organizarse.

El tema del reciclaje lo vivo ya como algo lejano. Después de años luchando por aprender qué va en el contenedor azul, qué en el amarillo, qué cosas en el verde y que otras en el marrón, fue llegar a Catar y darme cuenta que el esfuerzo de unos se va por el desagüe por el despropósito de otros. Vale que en Catar apenas viven dos millones de personas, pero sucede que en México tampoco oigo hablar de reciclaje y ya van por 125 millones de habitantes. Por supuesto, mis homólogas en Europa han tenido que aprender el rosario de los contenedores, de las bolsas reutilizables y haber tomado conciencia de que un mundo más sostenible es posible, aunque visto así me parece todo un sin sentido.
Otro tema que me entristece es el de la limpieza, las papeleras brillan por su ausencia. Las calles de algunos barrios de Ciudad de México o de Cancún están sucias, muy sucias. Lamentablemente México tiene una de las tasas de contaminación más altas del mundo y graves problemas de infraestructuras para tratar residuos, aunque se agradecen las iniciativas para reclutar Brigadistas con el objetivo de limpiar las calles del país. No es de extrañar que pasear por las calles de Estocolmo, Oviedo, Oslo o Amsterdam deje boquiabierta a más de una. Pero en mi opinión, sin concienciación ciudadana es una causa perdida. Del mismo modo que limpiar es un hábito contagioso (en mi caso obsesivo), ensuciar y dejar caer al suelo todo aquello que no necesitamos es un hábito aún más fácil de adquirir.
Y qué decir del clima. Llegué a Cancún en pleno invierno y ya hacía calor. El invierno caribeño es más caluroso que Bilbao en Agosto, y más de lo que será nunca cualquier ciudad alemana en pleno verano. No es extraño que las mujeres mexicanas que viven en el centro y norte de Europa salgan a tomar el sol cual lagartijas al ver asomar un rayito de sol. Recuerdo cuando empecé a viajar a Alemania hace unos años que lo que más me sorprendió fue ver las sillas de los cafés al aire libre perfectamente alineadas de cara al sol, eso sí, con la manta para no pasar frío. Nada de sentarse uno frente a otro para charlar, todos de lado porque aquí a lo que hemos venido es a darnos uno baño de luz solar. Aquí en Cancún si amanece un día nublado -a pesar de estar a 25 grados en pleno invierno- se sacan las botas y las pieles porque hay que lucir modelito invernal, para lo cual no hay muchas ocasiones. Siempre queremos lo que no tenemos. Pero sin duda, vivir un eterno verano es para mí, y a pesar de las tormentas tropicales y el viento huracanado, el mejor de los regalos.
Respecto al tema laboral ya me di cuenta nada más llegar que la calidad de vida que tenemos en Europa es única. No sólo se trabajan demasiadas horas de lunes a sábado, sino que no han oído nunca hablar de la conciliación familiar, no hay regulaciones asociadas a la contratación y al despido del personal y eso en un lugar donde los menores de 30 años ya son padres de una prole generosa. Los sueldos son bajos, los horarios infernales y no se tienen vacaciones pagadas de un mes al año ni seguro de desempleo. No sólo no hay motivación por trabajar, sino que parece ser que la meritocracia no existe. Ante este escenario es lógico que les sorprenda que en Europa un carpintero o un electricista cobre más la visita que un doctor. Me lo cuenta Gabriel, un arquitecto que se gana la vida con su taxi para llegar a fin de mes. Una sociedad de bajo costo implica sueldos reducidos insuficientes para familias de clase media. No tienes futuro si no eres “hijo de” que te asegure un buen trabajo al salir de la facultad, una historia que lamentablemente suena demasiado familiar. Se lamenta que las empresas extranjeras se instalen en su país donde los beneficios se multiplican a costa de los bajos salarios locales. Sin duda un país donde la polarización es cada vez mayor. «¿Y qué podemos hacer?» –me pregunta Gabriel- «si te manifiestas en contra del Gobierno puede que te secuestren o te asesinen, y si te quedas de brazos cruzados permites que todo quede igual«. Cómo decirle que ése es el precio que los inocentes han pagado y siguen pagando a lo largo de la historia en toda revolución.

Escribió Marcel Proust que el verdadero viaje del descubrimiento no consiste en ver nuevos paisajes, sino en tener nuevos ojos. Sin duda viajar nos permite apreciar lo que tenemos, conocer nuestro propio país y, de paso, tener una visión global del mundo en el que vivimos no para comparar, sino para mejorar.
Como me place ergirme los Jueves para interesarme por sus escritos Laurita! Hasta ya he tomado la saludosa costumbre de preparar la despertadora 10 min previos a las 6 para poder leerme lo dicho por la señora de usted sin interrupciones wei! :-p un saludito y nos vemos ahorita!
Jajajajajajajajaja, güey, qué chingona es usted Florita, güey!
Me he dicho ahorita lo checo y le contesto y se me durmió el gallo güey…
La verdad es que debe de ser la primerita en leerlo todos los juernes, como yo lo publico los miércoles güey, ahora que vivo en el pasado güey, pues no leo vuestros comentarios hasta que amanezco al día siguiente, güey!
Me alegra mucho que se siga divirtiendo güey con mis desventuras, pero hacerlo con unos huevos rancheros con chilaquiles en el desayuno sabe mejor, güey!
Mi carnal cibernética, un súper abrazo 😉
PD. Me has hecho mucha, pero que mucha gracia… ¡aún me río Florita!
El gallo claro…. Como no he caído en esa!!!! Hahaha la verdad es qué suena todo tan chuli! Viva México!! 🙂
A pesar de todo acabas enamorándote de este lugar, pero eso sí, yo sigo con mi curso intensivo de modismos ¡¡¡no se acaban nunca!!!!
Una charola para galletas Ekco especial para nosotras las mujeres?? No manches güey!!
Pues no te pierdas el capítulo de mañana… 😉
Ay Señor, dame paciencia…