
El escritor James Michener escribió que si vas a rechazar la comida, ignorar las costumbres, temer la religión o evitar a la gente, lo mejor es que te quedes en casa. Los turistas ven cosas, los viajeros las viven, y tras seis meses viviendo en Cancún y recorriendo la Rivera Maya he visto y he vivido cosas realmente sorprendentes. Si bien es cierto que nada más llegar auto generé cierto rechazo, ahora mismo puedo decir que me siento absolutamente proactiva y dispuesta a aprender y saborear todo lo que esta región tiene que ofrecer, porque todo depende de nosotros mismos y no de los demás.
Si hace una semana escribía acerca de las cosas que les sorprenden a las mujeres mexicanas que viven en el continente europeo, ahora es el turno de qué cosas sorprenden a la mayoría de españoles que visitamos estas tierras yucatecas. Porque México es un país demasiado extenso, demasiado poblado y culturalmente hablando tan rico que no se puede generalizar. Sería tan absurdo como pensar que los gallegos se parecen en algo a los andaluces, que en Valladolid vas a comer paella o que en Mallorca se baila flamenco. Porque quien lo hace no conoce España.
Quizás lo primero que llama más la atención es el lenguaje. Nadie podía suponer que fuera tan difícil la comunicación. Los primeros meses te los pasas pidiendo que te repitan las cosas. De cada diez palabras es posible que no entiendas la mitad, a lo que se le suma el sentido de las mismas. Hay palabras muy comunes para nosotros que son una ofensa para los demás, así que te acostumbras a agarrar las cosas, platicar en lugar de hablar o sentarte sobre la pompa. Mi última metedura de pata ha sido hoy mismo al pedirle al taxista que aparcara de culo para poder sacar la compra del maletero. Nada más decirlo he pedido disculpas consciente de mi grave error. Creo que el taxista aún se está riendo de mí «soy adulto -me dice- no me ofendo por estas cosas, pero aquí suena muy grosero, se aparca de frente o de reverso«. Tampoco te atreves a bromear, pues de buen seguro nadie te va a entender, y eso que los mexicanos son muy alegres. En cierto modo tienen un humor bastante infantil y son de risa fácil tal y como he comprobado en el cine o por las anécdotas que me cuenta mi marido en el trabajo. Pero se precisa un período de adaptación y aprendizaje para sentirte cómodo en una conversación con locales. Así que, en chinga me puse manos a la obra.

Igual que con una sonrisa lo consigues todo, con buenas palabras y educación se llega más lejos. La sociedad yucateca tiene una manera muy amable de prohibir las cosas, con lo cual se me antoja muy difícil desobedecer las normas sociales.

También son muy elogiables las iniciativas municipales por establecer el orden público, como por ejemplo educar a la ciudadanía a ceder el paso a los peatones en un lugar donde la conducción es harta temeraria. Como ejemplo, un cartel a la salida de la población de Río Lagartos donde saltarse un tope (el equivalente a un paso de cebra) se multa con un mínimo de 16 salarios. Es decir, cada infractor paga según sus rendimientos con un sistema de penalización de lo más socialista, aunque ante la perspectiva de pagar durante más de un año mi salario íntegro me pensaría muy mucho en salir a la calle con mi camioneta. De buen seguro el alcalde y sus vecinos deben estar esperando que se salte un tope Amancio Ortega o Carlos Slim.

Otra de las cosas que me llama la atención y que me hace sentir muy ruda es el saludo. Un «¡Hola!» suena casi grosero cuando todo el mundo –incluidos los niños- siempre se dirigen con un «buenos días«, «buenas tardes«, y si estás comiendo, pasarán por tu mesa y de regalarán un “provecho”, porque las palabras, efectivamente, se regalan. Todo se pide por favor, siempre se dan las gracias y no hay quien no te desee un bonito día. A pesar de todo ello, es curioso encontrarte con gente con la que llevas horas, días o semanas conversando y un buen día te pregunten si hablas español. Es uno de esos misterios que no he llegado todavía a comprender. ¿En qué idioma creen que hemos estado hablando mutuamente? Aunque he de confesar que incluso yo misma he tenido mis dudas en algún que otro momento. Les pasó también a mis amigos Jordi y Sandra, quienes compartieron mesa durante una semana entera con una pareja de mexicanos durante un crucero por aguas del Caribe. El último día, ya en la cena de despedida, les preguntaron si hablaban español.
Quizás tenga algo que ver la dificultad con la que no distinguen una <s> de una <z>, lo cual no acabo de entender. Si a mí me hablan de la Isla de Cozumel (pronunciado Cosumel), pregunto si se escribe con <s> o con <z> para escribirlo o buscarlo en Google Maps, pero al pronunciar mi apellido acabado en <z> (fonema fricativo sordo) y poniendo mucho énfasis en meter la lengua entre los dientes para no dejar ninguna duda, aún así siempre, siempre me preguntan ¿con “se” o con “seta”? Así que antes de la <ñ> la lengua castellana tendría que ponerse seriamente a proteger la <z> porque me huelo que está en serio peligro de extinción.

Ciertamente somos muy diferentes, y no sólo en el lenguaje, también en las revoluciones. Aquí todo va más lento, extraordinariamente lento. De hecho una de las cosas que más oímos los españoles es “no se enoje”, pues parece ser que no sólo somos rudos al hablar, sino que no tenemos paciencia para nada. Pero es una cuestión de tiempo que también nosotros bajemos el ritmo, adaptarse o morir. Por eso me sigue haciendo tanta gracia el “mande” o “a sus órdenes”, es sólo un gancho para tenerte esperando haciéndote creer que ahorita mismo vas a tener lo que pidas. Eso sí, no te atrevas a salir de ningún restaurante sin dejar propina aunque te hayan traído el plato que no pediste o se hayan olvidado de tu cerveza, viven de las propinas y es tu responsabilidad, no el del empleador que los meseros lleguen a fin de mes. Sin duda esta no es una costumbre que les dejamos los españoles, acusados siempre de los males de este gran país.
Otro hábito de sus vecinos del norte quizás sea la costumbre de tomar en exceso bebidas azucaradas. Es muy común acudir un domingo a desayunar y ver a los críos –pero también a los más mayores- tomar bebidas carbonatadas de buena mañana, igual que siempre sostienen comida en la mano. Lamentablemente, según fuentes de UNICEF, México ocupa el primer lugar de la clasificación mundial en obesidad infantil y el segundo en obesidad adulta. Da igual en qué lugar estés, comen constantemente y tienen muy malos hábitos, como que los niños merienden bollería en el patio del colegio. Me lo cuenta mi marido, quien no da crédito de la cantidad de alimentos que ingieren sus empleados durante las doce horas seguidas de jornada laboral. Son tan apasionados por la comida que incluso se interesan por la que se lleva todos los días a la oficina. Se sorprenden por la variedad de ensaladas de pasta, legumbres o arroz, huelen con deleite la salsa bolognesa, pero lo que más admiran es el exotismo de un curry de pollo al estilo indio, el hummus con galletas Quelys o la rareza de los edamames japoneses que han bautizado como nomames. Hasta hay quien pide las recetas de los extraños platillos que le preparo a mi marido mientras ellos devoran sus tortas. Por supuesto yo se las envío encantada, jamás antes nadie había apreciado mis artes culinarias. Es mi momento de gloria.
Uno de mis pasatiempos favoritos desde bien pequeña es leer toda la cartelería de los comercios mientras voy en coche o paseo por las calles. Sin duda este país es el que más curiosidades me ha regalado. La Tortillería Cuchi Cuchi, la Pizzería Chochito o la Condonería Contacto no tienen desperdicio, así como los incentivos de los bares que anuncian Miercolitros o Juevebes en honor a la cerveza. Podría escribir un post sólo con los mejores carteles de la semana.
Pero no sólo veo cartelería divertida, conducir por las calles de Cancún es observar todo un submundo, especialmente si sales de las calles principales. Descubres que no todo es artificio y ves cómo vive la gente de verdad, las calles sin asfaltar o que en su día estuvieron asfaltadas pero que ahora están tan llenas de agujeros que se convierte en un deporte de riesgo circular por ellas. Los portales de las casas abiertas, las señoras durmiendo en las hamacas mientras los niños se amontonan en el sofá delante del televisor, los hombres ordenando la chatarra que venden o arreglando trastos viejos. Los comercios son de lo más auténtico, los colmados o abarrotes que se llaman aquí, las peluquerías, las llanteras o tiendas de neumáticos. Pero la guinda se la llevan las camionetas tipo pick–up que en lugar de llevar materiales para la construcción, portan en las cajuelas a familias enteras. Y no es un episodio aislado, es muy común ver a las mujeres y a los niños sentados en la parte trasera tomando el fresco en plena autopista, ver a dos payasos charlando camino de su siguiente actuación o a una señora en silla de ruedas más cómoda que en la estrecha segunda fila de la camioneta. Ver para creer.
También en la parte trasera de los taxis he visto de manera recurrente la imagen de Jesucristo ocupando todo el cristal, lo cual no sé si es una infracción o un seguro de vida que protege a los inocentes clientes –creyentes o no- ante la temeraria conducción de los taxistas. Es una sociedad muy religiosa a pesar de que desde 1917 México es una nación laica. Los símbolos católicos impregnan las calles y casas, incluso cuando no se tienen recursos y en convivencia pacífica con la religión popular de la Santa Muerte.

Ligado al sentimiento religioso, una de las cosas que más me ha llamado la atención ha sido presenciar la celebración de los 15 años. Es tradición empezar la celebración con una misa de agradecimiento, le sigue la sesión de fotos pertinente con familiares y amigos a la puerta de la iglesia tras la cual se realiza un fastuoso banquete y culmina con un baile. Todo ello recuerda a las puesta de largo europeas o a Sissí Emperatriz, con los vestidos largos y abullonados y las tiaras cual princesas de Walt Disney acompañadas por sus chambelanes. Tiene una carga simbólica importante y representa el paso de la infancia a la edad adulta a modo de iniciación social. Al margen de las consideraciones personales de cada uno, sin duda es un acontecimiento extraordinario digno de presenciar. No es extraño que paseando por las calles del barrio de Coyoacán en Ciudad de México un sábado por la tarde entrara en la iglesia pensando que estaba presenciando una boda hasta que advertí que no había novio y que la novia iba vestida de rojo. Por supuesto me quedé hasta el final cual turista despistada.

Sin duda, aunque los comienzos nunca son fáciles, es inevitable acabar enamorándose de este lugar. No se trata nunca de despreciar al que no es como tú, sino de resaltar todo aquello que nos sorprende, para bien o para mal. Es una tendencia muy natural comparar y criticar, pero una actitud positiva es como la del antropólogo: llegar sin prejuicios, abrir mucho los ojos y aprender, porque para los otros, quizás los raros seamos nosotros.
Efectivamente, los raros somos los que llegamos y también los que debemos adaptarnos y no pretender cambiar el lugar donde hemos aterrizado. Hay personas que no consiguen adaptarse nunca y lo pasan muy mal.
Qué graciosa la explicación de cómo usar la palabra «chingon» y sus múltiples combinaciones y conjugaciones, incluyendo palabrotas también jajajajjajaj
La morriña como decimos en Galicia va siempre por dentro, pero experimentar culturas nuevas enriquece hasta el alma.
Me ha gustado mucho este post de hoy incluidas las ilustraciones.
Gracias y que tengas un lindo día 😉
Muchas gracias Amparo, sin duda la magia reside en la capacidad de seguir sorprendiéndonos con todo lo nuevo. Y desde nuestra condición de extranjeros debemos aprovechar la oportunidad de disfrutar de todo aquello que nos separa por diferente. Si te digo que la palabra «chingón» es sólo una de muchas con múltiples acepciones… pero igual pasa con el castellano, siempre hay una palabra para todo (sería el equivalente a «huevos» ¿no?)
Las ilustraciones están padrísimas, eh? son fotos tomadas con el móvil desde el coche o paseando por la ciudad, jajajajajajaja… lástima que no podía ponerlas todas ¡podría ilustrar un libro entero!
Gracias y feliz fin de semana, güey! 😉
Este post me alegra más que ninguno. Ya te llegó el amor por esta pequeña parte del gran país que es Mexico…
Muchos besos a los dos!!
¿Dudaste de que no llegara el día en que caería rendida a sus pies? Òrale, pues ya llegó el momento 😉
Si es que es imposible no quererlos…
Bssss.
Hola, soy Mexicana y he vivido muchos años fuera, justo ahora comienzo una nueva aventura en España 🙂 Así que disfruté mucho leyendo tu post.
Solo por aclaración, lo de las multas se cuentan con salarios mínimos, ósea que todos pagan lo mismo; por suerte para Slim jejeje…
Saludos!
Vaya vaya, se ve que mi subconsciente me ha jugado una mala pasada. Al leer «Min.» interpreté «mínimo 16 salarios» en lugar de «16 salarios mínimos», leí lo que quise leer jajajajajajajajajajaja… la verdad es que la primera opción me gustaba más 😉 ¡Muchas gracias por la aclaración!
Te deseo una buena estancia en mi tierra, seguro que podrás escribir mucho acerca de cómo somos desde tu perspectiva ¡¡¡no te olvides de compartirlo!!!!
Un beso.
Laura.
Buenas Laura,
Me encantan tus entradas, me siento super reflejada y me divierto mucho leyéndolas. Yo soy española y llevo viviendo dos años en Puerto Morelos y de momento no tengo ninguna prisa por volver. A ver si nos coincidimos pronto.
Besitos
Gracias Piedad, este lugar atrapa ¿verdad? La vida es mejor tomársela con buen humor, sabe mejor, El primer fin de semana nada más llegar a Cancún fuimos a comer al «Merkadito» de Puerto Morelos, para mí fue un flechazo a primera vista.
Quedan pendientes unas chelas 😉
Besines.
Sister! Com m’agrada el teu blog! No tens mai ganes que s’acabi el que expliques…i quanta rao que tens! «Llegar sin prejuicios, abrir mucho los ojos y aprender! »
Love you darling!
Estimada Eva, espero que la teva nova aventura t’aporti tant com m’està aportant a mi, ja ho contaràs algun dia, segur!
Obri molt els ulls i gaudeix, perquè ja mai res serà igual 😉
No saps lo contenta i orgullosa que estic de tu, enhorabona valenta dona!!!!