
Que hay vida más allá de los fabulosos resorts y las no menos espectaculares playas de Bávaro es cierto. Como no es menos cierto que pasar 48 horas fuera de la burbuja playera está llena de riesgos e imprevistos, por lo que la manida frase de “hay vida más allá de…” puede volverse en tu contra puesto que de lo que se trata es de realizar una ginkana de la cual de lo que se trata es de salir vivo de tanto tigueraje dominicano y de tanto Fitipaldi. Vayamos por partes.
Primera situación de riesgo: conducir por las carreteras dominicanas sin sufrir un solo rasguño. Conseguido ¿cómo? Con mucha paciencia y con mucha Fe en que todo va a salir bien. No en vano te encuentras en cada kilómetro recorrido pintadas en todas las paredes, muros o soportes el aviso “Ya viene Cristo”, augurando que los del MOPC (Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones) estarán siempre ahí para rescatarte.

No verás policías, ni señales que te indiquen la velocidad. Después de un año aún no me ha llegado ninguna multa por exceso de velocidad, por adelantar en doble línea continua, por hablar por teléfono mientras conduzco, por ir sin cinturón y todo aquello que hemos aprendido en la vieja Europa. Aquí puedes conducir con un ron en la mano y no pasa nada porque en caso de accidente –lo cual es algo que ocurrirá más temprano que tarde- encontrarás el eficiente vehículo del MOPC presto a ayudarte. Lo de la prevención aún no ha llegado a este país, sólo algunas señales recordándote que debes “respetar la vida” o bien señales varias agujereadas por balas de pistola. Algo inaudito a la par que habitual en las carreteras de la zona de Jarabacoa, lo cual no te deja del todo tranquila.

Como no me deja tampoco tranquila situaciones como la que viví el domingo pasado durante mi bajada al Salto Jimenoa. Después de treinta minutos de peligrosa bajada en vertical (casi mejor bajar arrastrando el pompis/trasero) porque la hojarasca seca hace del camino una verdadera pista de patinaje. La excursión es preciosa porque te acompaña el estruendo de la cascada que vas a ver nada más llegar y a la cual te acercas todo lo que la naturaleza permite. Estaba yo disfrutando del enorme salto llegando a su base cuando nos cruzamos con dos chavales que estaban de regreso iniciando el camino de ascenso. A los dos minutos los dos jóvenes regresan corriendo hacia donde mi marido y yo estamos, llegando al final de la caminata. Con mi mirada fija en el que me adelanta y vigilando al que se queda a mi espalada, empiezo a preocuparme pensando lo peor que nos puede pasar. Quise pensar que al chaval que me había adelantado se le habría olvidado algo mientras veo que regresa tranquilo hacia mí. Ya sucede al final de todas las excursiones, uno se relaja y vienen los accidentes. Pues bien, veo como regresa junto a su amigo y al pasar por mi lado observo que lleva un cuchillo en la mano. Es entonces cuando no miro donde piso, mi pie acierta con una zona de roca pulida y mojada y me voy al suelo entre el estupor por la caída y el miedo ante la amenaza inminente. No sé si fue imaginación mía o con mi caída en defensa propia asusté al posible atacante, pero todo quedó en un susto.

Aún con las piernas temblándome, emprendemos la visita al siguiente. Otro salto con una breve caminata que discurre entre puentes colgantes cuya heroicidad consiste en sortear a los domingueros locales que hacen oídos sordos al cartel de “máximo 5 personas”. Teniendo en cuenta lo que se balancean los dichosos puentes no es plan cruzarlo con familias enteras que no entienden lo que es respetar turnos de llegada, además de tener que esperar que se hagan los selfies y retratos de familia de rigor. Por suerte habíamos desayunado lo suficiente como para tomarnos las cosas con calma.
Otra situación de riesgo, por cierto, es salir del hotel de Santo Domingo sin tomar café y conducir una hora hasta el Típico Bonao sin mediar palabra. Pero lo conseguimos, y el premio es un desayuno de campeonato, situación de riesgo número tropecientos. Tomar un desayuno criollo completo y estar apunto de echarnos la siesta y abortar operación Jarabacoa.

Sin duda Jarabacoa es una población llena de sorpresas. Puedes encontrarte un jardín japonés y descubrir la historia de las numerosas familias que emigraron a Dominicana en la época del dictador Trujillo y que tan próspera hizo la zona con sus saberes agrícolas y pesqueros (+ información).

Pero también puedes volverte creyente y dar las gracias a Dios por haberte salvado la vida. Camino del Salto Baiguate, tercera caminata donde acampamos para darnos un baño, realizar un pic-nic casero y una siesta para reponer fuerzas, ponemos el intermitente para girar a la izquierda tal y como nos señala el camino hacia la catarata desde la calle principal del pueblo. En ese preciso instante, yo que voy en el asiento del copiloto, veo cómo una camioneta cargada hasta los topes nos adelanta a toda velocidad en circuito urbano por la derecha en un carril para un solo vehículo.
No recuperada aún del episodio del cuchillo, un estruendo resuena en mi cabeza cuando veo saltar un tapacubos y veo como la rueda delantera derecha de la camioneta estalla mientras la furgoneta zigzaguea delante de nuestras narices. Cuando te cuentan que todo sucedió a cámara lenta, creedme que sucede así. Lo recuerdas todo con una precisión absoluta porque crees que son tus últimos momentos de vida. He de reconocer la habilidad del conductor para pasar entre nuestro coche y el muro del carril urbano sin dañar nuestro coche. Con lo que no debió contar el colega era con la zanja que había entre el carril y la acera, lo cual hizo que reventara el neumático.
- Teoría uno: iba borracho/despistado/hablando por el móvil y no le dio tiempo a frenar y, antes de estrellarse contra nuestro vehículo, decidió probar suerte.
- Teoría número dos: como es costumbre en este curioso país, le dio pereza (o no le dio la gana) frenar, por lo que decidió igualmente adelantar por la derecha a pesar del poco espacio existente.
- Teoría número tres y asociada a las dos: en este país no se frena porque nadie espera que en su sano juicio alguien quiera girar y se detenga, pues es sabido que aquí uno se mete sí o sí.
- Teoría número cuatro: no sabía lo que hacía porque todo está en manos de Dios. Ya viene Cristo a cambiarte la rueda, no te preocupes.

Tras tantas emociones decidimos darnos un merecido descanso a pesar de llevar las botas llenas de barro y yo pasear unos pantalones que dan fe de mi caída en la mañana. Aún así, llegamos hasta la Jamaca de Dios que, al contrario de lo que me había imaginado, es una zona privada de “alta montaña” en la que a medida que subes ves un paisaje espectacular. Pero lo más sorprendente es ver los chalets estilo suizo, construidos en madera, en un país caribeño como es Dominicana. A pesar del ambiento de la alta sociedad dominicana –que cumple con todos los requisitos que caracteriza la high society de cualquier otro lugar- decidimos que nos merecemos unos tragos. Son las cinco de la tarde, una hora perfecta.
La odisea para conseguir mesa para dos es una sucesión de invenciones, mentiras y despropósitos. Que si mejor suban a la planta de arriba que hace menos calor, ahora cambio mi versión y te digo que si la de abajo son sólo para comer, que si la carta se la pide a la chica y la chica te dice que al camarero, que si esta mesa no que es muy grande para dos, que si mejor esta aunque ponga que está reservada y esté a pleno sol (que por algo traen unas pintas que para qué), que sí bueno, les dije arriba porque aquí hace mucho calor aunque sabía que no había mesas libres, que si no se puede mover la sombrilla, pero espere que ahora sí.
Después de veinte minutos conseguimos sentarnos y pedirnos ese trago bien merecido para disfrutar de las hermosas vistas sin rastro de playa ni merengue. Eso sí, al pagar la cuenta, el amable camarero me advierte que me cobra la piña colada sin alcohol, que así me sale más barata. Sin duda se asegura una buena propina por el detalle de obviar el ron.
Así es como regresamos a Santo Domingo para, al día siguiente, enfrentarnos a no menos situaciones de riesgo.
El tigueraje es un arte, sin duda. Y voy camino de convertirme en uno de ellos, es una cuestión de supervivencia.
Tigueraje: Es la forma de actuar o pensar con cierta habilidad y rapidez.
Quien haya acudido alguna vez a una embajada española sabrá que se sabe a la hora que se entra pero no a la hora ni en qué condiciones se sale. El primer problema siempre es encontrar un sitio, no muy lejos, no muy expuesto al sol y no muy peligroso porque no sabes cuántos días vas a tardar en regresar. Nadie te lo aparca, no hay parqueos ni públicos ni privados. Lo dejas a pleno sol y en plena calle (hablamos de Santo Domingo). Nada más bajar del coche se acerca un morenito que nos hace entrega de un “ticke” y nos informa de que son 200 pesos (casi 4 euros) por adelantado por dejar el vehículo bajo su vigilancia. Me hago la rubia tonta y le pregunto si hay que pagar por dejar el coche en la calle, a lo que me responde el tigre de turno afirmativamente si no quiero que me roben. Solución: cuando retire el coche cobrarás. Lección aprendida del día anterior donde los vigilantes (los que te prometen no robarte si les das una propina) si cobran por adelantado se van con la ganancia en le bolsillo. Así pues, nos dirigimos a la embajada previa parada para hacernos las fotos de rigor.
Siguiente en la frente: no se pueden entrar teléfonos móviles ni aparatos electrónicos en la embajada. Además, no tiene taquillas para dejar los aparatos, pues no se hacen responsables de los mismos. La opción uno es dejarlos en el coche bajo el calor sofocante y la atenta mirada del guachimán (del inglés, watchman). La segunda opción es pedirle a la amable señorita que nos ha hecho las fotos que nos los guarde. Claro que sí guapi, son 100 pesos por dispositivo. Haciendo números, nos sale más a cuenta dejarlos en el coche.
Así pues, nos disponemos a pasar el resto de nuestra vida en la embajada de España en Dominicana. Siendo positiva, nada malo nos puede pasar ahí. Lo que sucede en Las Vegas queda en Las Vegas, dicen, así que sólo rendiré homenaje a la señora de la oficina número dos quien estuvo sola ante el peligro todo el santo día. Un bravo por su paciencia y saber estar. No sucede todos los días ver a un funcionario tan eficiente.
Sin duda podría seguir contando anécdotas sobre mi devenir fuera de Bávaro, como estar en un semáforo a la salida de la Embajada y observar cómo a un Policía de los Nacionales se le dispara el arma «sin querer» en pleno centro urbano. Pero me doy cuenta de que sería la historia interminable.
Cada uno con sus costumbres y su manera de ir resolviendo en la vida. Lo importante, parece ser, es tener mucha Fe, porque de otro modo perdería la poca cordura que me queda.
Mare meva, estarem entretinguts!!!!!
Ja podeu fer es capviu, Albert!