
Es la cuarta vez que visito grandes urbes de Sudamérica, hasta hace poco desconocidas para mí. Y es ahora cuando empiezo a entender los tópicos y estereotipos de las megalópolis desparramadas por las laderas de las montañas, lo cual las hace absolutamente encantadoras. Esta vez Bogotá, Colombia.
Una no puede dejar de preguntarse cómo lo hacen sus habitantes para desplazarse de un lugar a otro, o cómo puede llegar el agua y la electricidad a todas esas casas que parecen escalar la tierra centímetro a centímetro sin que parezca haber un plan logístico ni urbanístico previo.

Son estas ciudades de tráfico imposible que crecen por donde pueden y cuya polución invitan a pasear con la mascarilla para no morir de una enfermedad respiratoria. Nada tiene que ver con las tradicionales ciudades europeas, tan limpias y ordenadas, y a la vez tan pequeñas. Aquí los habitantes se cuentan por millones y se asemeja a un “sálvese quien pueda”.
Colombia se me antoja un país desconocido que sorprende
Colombia se me antoja un país desconocido que sorprende más allá de su victoria sobre el narcotráfico y el terrorismo. Aunque ninguna lacra desaparece de la noche a la mañana, paseo por sus calles pensando que debe ser un gran país por la capacidad de seguir adelante. El pueblo colombiano parece que no se rindió, después de todo.
De Bogotá me llevo la sorpresa de una ciudad que se transforma de Norte a Sur
De Bogotá me llevo la sorpresa de una ciudad que se transforma de Norte a Sur. Me quedo con la calidez de su gente, su exquisita educación y los taxistas parlanchines que te preguntan “de qué parte de la tierra Patria nos visitan”. Imprescindibles el Museo del Oro y el Museo Botero.
Me quedo con el decadente casco histórico de La Candelaria, los buenos restaurantes, el ambiente nocturno del barrio de Chapinero o de la Zona Rosa. Me reservo el domingo para visitar el barrio de Usaquén con su colorido mercado y paso la tarde en el Cinema Paraíso cual antiguo teatro, con sus butacas aterciopeladas mientras un camarero nos prepara un par de margaritas para que disfrutemos de la película.

Es en Bogotá donde empiezo mi diccionario de vocablos locales que me recuerdan la riqueza del idioma español. Me puedo quedar horas escuchando embelesada este acento tan melodioso y señorial con el exclusivo uso del “ustedes”.
Es en Bogotá donde empiezo mi diccionario de vocablos locales que me recuerdan la riqueza del idioma español
Me ofrecen un “abrebocas” a modo de aperitivo y me preguntan si estamos “apañados” en lugar de si estamos contentos. Por la mañana me sirven un “tinto” en lugar de un café bien cargado. Después de comer me sirven un “perico” que no deja de ser un café cortado. Por la noche es el momento del “guaro” o aguardiente y me ofrecen una “cobija” para la noche en lugar de una manta.
Los taxistas hacen una “orejita” en lugar de un cambio de sentido para llevarnos al lugar indicado y se quejan de los “trancones”, que es como llaman a los atascos que hacen de Bogotá una ciudad “aburridora” en las horas punta donde se aplica el período de “pico y placa”. Las zonas verdes están llenos de “puro árbol” mientras escucho a las mujeres hablar de sus “espositos”, porque aquí en Colombia, todo se habla en diminutivo.
Quizás lo más bonito es ver un domingo a las siete de la mañana una ristra de jóvenes en las puertas de los colegios porque acuden a realizar las “pruebas del saber”.

Como suele pasar cuando viajas a golpe de taxi, el anonimato del asiento trasero y el conocimiento de que todo lo hablado se olvida nada más cerrar la puerta amarilla, hace que se cree un clima de confidencialidad entre desconocidos nunca visto.
En Bogotá la crítica generalizada es contra el presidente Juan Manuel Santos al no escuchar el NO del pueblo a firmar el acuerdo de paz con las FARC en el plebiscito del año 2016. Se le pedía a los ciudadanos colombianos aprobar o rechazar el cese al fuego. «El pueblo ha hablado» –afirman- «y hemos dicho No a acceder a las condiciones de paz como legalizar la participación política de estos asesinos».
Todos se preguntan qué habrá ofrecido el gobierno a cambio de contradecir a toda una nación.
Los tiranos no pueden acercarse a los muros invencibles de Colombia sin expiar con su impura sangre la audacia de sus delirios, Simón Bolívar
Cartagena de Indias es un oasis recomendable para salir del caos de la ciudad y que bien merece la visita por su historia. Como la fortaleza de San Felipe y las andanzas del vasco Don Blas de Blezo contra los arrogantes ingleses que venden la piel del oso antes de cazarlo.
Pero también por su “corralito de piedra” con sus casonas y balcones de madera adornadas con flores de todos los colores, el centro histórico colonial más bonito que he visto en mi vida. Y por los agradables paseos por el barrio de Getsemaní, más auténtico, más mochilero y donde los lugareños sentados en los portales de sus casas ven la vida pasar.

Sin embargo, se respira puro espíritu caribeño con aquellos que venden su alma al diablo. Porque viven del turista sin ningún tipo de escrúpulo.
Como cuenta la escritora puertorriqueña Mayra Santos-Febres en este artículo, no se puede entender la cultura caribeña si no es desde la contradicción de la vida en un Caribe donde predomina el mar sobre la tierra. Un conjunto de islas donde su historia es la de los miles de esclavos que llegaron desde las costas africanas.
No se puede entender la cultura caribeña si no es desde la contradicción de la vida en un Caribe donde predomina el mar sobre la tierra
Una cultura que funciona como el jazz, el blues o la salsa, pura improvisación sin el orden racional de occidente.
Así es como manipulan al turista blanco con las forjas llenas de dólares, recordándote que los patrones pagan poco y mal y que viven de tus bolsillos a sabiendas que nuestro color de piel nos delata y apelan al “derecho a la pereza”, como el libro del caribeño Paul Lafargue (artículo). La pereza como arma revolucionaria que legitima, al parecer, el robo y el engaño.
Cartagena es, para quienes bien la conocen, una ciudad de contrastes
Cartagena es, para quienes bien la conocen, una ciudad de contrastes. El lugar donde puedes ver el lujo elevado a su máxima potencia y barrios tremendamente pobres que alcanza al 80% de la población. Es el ejemplo opuesto a Medellín. Se dice de Cartagena que es una sociedad tremendamente clasista y poco solidaria. Que se lo digan a Gabriel García Márquez, quien siempre tuvo una complicada relación con su ciudad.

Cartagena está dirigida por políticos corruptos que han hecho las cosas realmente mal influenciados, sin duda, por la lucrativa lacra del narcotráfico y hasta de la guerrilla. No faltan opiniones al respecto, algo difícil de entender a mis ojos extranjeros.
Sin duda es una lástima porque la mayoría de su gente es maravillosa, pero donde hay mucho por coser y reconstruir.
En este continente de la América Latina hay un país que no es de tierra, sino de agua, que es el Caribe, Gabriel García Márquez.
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