
“Nunca he entendido del todo eso de tener un hogar. Vale, es el sitio donde duermes y estás a cubierto, pero, al margen de eso, el concepto hogar no tenía para mí demasiado sentido”. Son las palabras del pianista y escritor inglés James Rhodes en su artículo en el que habla de las maravillas de vivir en España donde todo es mejor.
Naturalmente, es la descripción de lo bello que es vivir en un país que no es el tuyo con esa mirada curiosa, de mente abierta y sin prejuicios. Y es un ejemplo fantástico para recordarme que es inevitable comparar, pero que puede hacerse en dos sentidos: haciendo hincapié en todo aquello que no nos gusta o bien en aquellas cosas que aparecen en nuestra vida para hacernos cada día más felices. Dicho de otro modo, ver la botella medio vacía o medio llena.
Hogar ¿qué es el hogar? Como para James, mi concepto de hogar no lo define un espacio físico. Mi hogar es allí donde cada noche me acuesto con mi marido, donde puedo disfrutar de un café con leche por la mañana y donde pueda sentarme a escribir.
Mi hogar es ese espacio en el que me siento cómoda, segura y querida
Y todos esos espacios los creo yo esté donde esté. Porque de lo que se trata es de crear mi propia zona de seguridad que llevo siempre a cuestas, como la tortuga que vive arrastrando su caparazón.
No echo de menos nada. Y aunque pueda sonar frívolo, así lo siento. No dependo de nada material salvo de mi compañero de aventuras, mi ordenador -o en su defecto lápiz y papel- y mi cafetera que viaja conmigo a todas partes.
No necesito absolutamente nada más. Así resulta mucho más fácil dar tumbos por la vida y no encariñarse con nada ni con nadie. Mi primera mudanza fue como llevar la casa a cuestas. Ahora mismo, si tuviera que salir corriendo saldría mucho más ligera.
Mi hogar son los momentos del día a día compartidos
Mi hogar son los momentos del día a día compartidos, unas rutinas que se construyen con el tiempo en función de su contexto. Me adapto a ellas como la piel de un lagarto. Y mudo esa piel esté donde esté. Mi apodo Sargantana tiene una historia que me define perfectamente. Necesito sol y sentir el calor en mi piel, que viene a ser como cargar la batería del teléfono móvil.

Sin esa capacidad de adaptación al entorno probablemente no hubiera sobrevivido a mi primera experiencia fuera del mundo conocido.
Ciertamente no tenía ni idea de lo que había allá fuera cuando mi marido y yo nos planteamos hace cinco años tomar la decisión más importante de nuestras vidas: salir del que había sido nuestro “hogar” durante 38 años y dar la vuelta al mundo. Aunque queramos definirlo y buscarle una explicación, no hubo un solo motivo por el cual quisiéramos salir de ese cascarón donde nada ocurría.
“Tu hogar es tu refugio, pero no acabes encerrado en él», Pablo Picasso
Sólo sabíamos que nos gustaba viajar, que nos lo pasábamos bien juntos y que nos atraían las novedades. Nos dimos cuenta de que nos estábamos perdiendo algo sin saber el qué. Estábamos solos en esa idealización de lo que podría suponer dar el salto hacia lo desconocido.
Sentíamos que estábamos en un estado de letargo, cómodo y seguro, como cuando vas fumao. Pero esa misma sensación era para mí una señal de alarma: nos estamos perdiendo algo.
Así fue como nos liamos la manta a la cabeza, y aún hoy no hemos parado. Y lo escribo desde mi soleado despacho rodeada de vegetación natural propia de un manglar, escuchando de fondo las cotorras que cada mañana me despiertan con la salida del sol y junto a un pavo que parece haberse instalado ya para siempre en mi jardín mientras me tomo el café matutino.
«Si el hogar no puede ser el lugar de donde uno es, entonces es lo que uno hace del lugar donde va», Eleanor Catton
Este es el tipo de rutina con el que empiezo el día a las seis de la mañana. Pero podría ser otra como lo fueron las mañanas en otros lugares en los que he vivido y donde el contexto o el entorno fueron completamente diferentes. Algunos no tan amables, ni de lejos. Aún recuerdo mi primer escrito cuando sólo llevaba tres meses en territorio hostil.
Por ello es tan importante para mi supervivencia y mi felicidad adaptarme a lo que tengo aquí y ahora, esté donde esté. Aunque no siempre es fácil. A menudo tiendo a comparar desde mi perspectiva y educación europea mi presente en el Caribe, igual que lo hice viviendo en un país árabe y musulmán. Y con demasiada frecuencia con condescendencia.
Para mi supervivencia y felicidad necesito adaptarme a lo que tengo aquí y ahora, esté donde esté
Sin embargo, me hago el propósito de enmienda de cambiar mi forma de pensar y poner el foco de atención en todo aquello que echaría de menos si me fuera mañana mismo ¿Resultado? Ataque de ansiedad.
Me ocurrió hace unas semanas. En una cena con amigos empezamos a imaginar que nos volvíamos a mudar. A punto de cumplir dos años en el mismo país y ya camino de aplatanarme, dije que era el momento de cambiar de aires. Al decirlo en voz alta entré en pánico.
Nada nuevo en realidad. Me ocurre siempre que nos planteamos un nuevo cambio. Como cuando rompes con tu pareja porque parece que ya os habéis dado todo lo que os ibais a dar. Pero cuando os separáis sólo recuerdas los buenos momentos y olvidas por completo los motivos por los cuales ya os habéis dejado de amar. Entonces, aunque ya esté todo roto entre vosotros, te agarras con fuerza a esa última oportunidad, como si fuera tu último aliento.
Así voy yo por la vida recordando que Mallorca es el mejor lugar del mundo para vivir. Recuerdo con nostalgia las amistades y la divertida vida social que teníamos en Doha. O los maravillosos e infinitos paisajes de Nueva Zelanda. Y no paro de repetir que México es el país que lo tiene todo. Son todos los lugares en los que construimos un hogar ¿cómo no idealizarlos?
«El hogar es la cáscara del hombre», Le Corbusier
Y aquí me encuentro, en mi enésimo hogar. Cuando se disparan todas las alarmas porque llevo días buscando en Pinterest ideas para decorar tu jardín. ¿Qué ha ocurrido?
Llevaba un chip activado en mi cuerpo que me impedía acumular bienes materiales. Nada de comprar muebles u objetos de decoración. Apenas lo básico para darle un toque personal a nuestro hogar.
Sin darte cuenta con muy pocas cosas sientes que lo tienes: los cepillos de dientes, un par de libros, la cafetera y la omnipresente Thermomix. Todo lo demás es accesorio ¿Me estaré aplatanando de verdad?
«El espacio en el que vivimos debería ser para la persona en que nos estamos convirtiendo ahora, no para la persona que fuimos en el pasado», Marie Kondo
En realidad me aferro a lo que no quiero olvidar, a lo que me hace feliz. Quiero estar segura que recordaré los momentos, las personas y los lugares que han ido formando mi hogar a lo largo de los años.
Al mismo tiempo, paradojas de la vida, no hay noche que no cierre los ojos y trate de imaginarme qué sorpresas nos depara el destino. A dónde llevaré mi hogar, cuál va a ser la siguiente aventura. Porque de alguna manera me aferro a la idea de que permanecer demasiado tiempo en el mismo sitio me volverá a adormecer. Y como rezan las palabras de Marie Kondo, seguir en el mismo lugar me recuerda al pasado.
Quizás me autoengañe una temporada más y redecore nuestro hogar para creer que me he convertido en alguien diferente 😉
Deja una respuesta