
Siempre he afirmado que hecha una mudanza hechas todas ¿no tienes esa misma sensación? Quienes vivimos en permanente cambio ya hemos aprendido que no vale la pena acumular demasiadas cosas. Tu vida tiene que caber sí o sí en cuatro maletas. Pero, hecha una mudanza ¿te adaptas a todos los destinos por igual? ¿te resulta más fácil? ¿más difícil? ¿te encuentras con los mismos obstáculos?
Lo hablaba hace unos días con María, quien va ya por su segundo destino. De Oriente Medio a México. Dice que la primera vez llegó con las mariposas en el estómago por esas primeras sensaciones y sentimientos intentando que no se le escapara nada. Pero en su segunda mudanza todo fue diferente. Primero porque ya conocía el destino. Había estado de vacaciones y todo le resultaba familiar. Llegó más tranquila que la vez anterior por aquello de lo exótico y desconocimiento más absoluto de la primera parada en Abu Dhabi.
¿Vives cada mudanza en un nuevo país por igual?
Fue entonces cuando me quedé pensando ¿cómo he vivido yo todos estos cambios? Cuatro países en continentes diferentes y desconocidos para mí. Por ejemplo, Nueva Zelanda era el sueño de las antípodas desde pequeña. Qatar no sabía ni que era un país. En México y Dominicana nunca había estado. Lo curioso de estos tres últimos países es que llegué con todos los prejuicios y estereotipos habidos y por haber. Y claro, la adaptación me costó más de lo previsto. Porque primero hay que conocer para poder opinar.
Nuestra primera mudanza fue Doha, capital de la península qatarí. Todo empezó el día posterior a nuestra boda, que ya de por sí fue algo curioso: ceremonia por papeles, por aquello de las costumbres del destino. Estábamos en la piscina del hotel leyendo un artículo publicado en la revista dominical del periódico «El País» ¡cómo olvidarlo! Hablaba maravillas del país, tan rico, tan exótico, tan fabuloso. Me imaginaba asistiendo a fiestas glamurosas y viviendo un cuento de hadas.
Primero hay que conocer para poder opinar
Como todo en esta vida, la adaptación a Doha fue una cuestión de expectativas. La decepción fue enorme al ver que se trataba de una ciudad en el desierto, calurosa y sin rastro de vida. Recuerdo que lo que más me impactó fue darme cuenta de que el fabuloso skyline de Doha era en realidad un solar de asfalto y edificios vacíos.
A pesar de todo, Qatar fue el primer destino y el más fácil a nivel logístico. Nos fuimos con el paquete de expatriado con todos los “calambres”. Sólo me tuve que ocupar de buscar casa, comprarme un coche, sacarme la licencia de conducir y mi certificación médica para obtener el visado familiar. Todo ello ya supuso todo un reto en un país árabe, musulmán y machista. Yo iba sola a todas partes y no hubo ni un solo día en el que no me preguntaran por qué no tenía hijos.
Pero al ser mi primera experiencia en el extranjero, lo viví con la misma ilusión que de niña pasaba la noche despierta en la víspera de los Reyes Magos. Estaba tan fascinada por las novedades y por todo lo que ocurría a mi alrededor, que todo me parecía fabuloso. Mi curiosidad era insaciable y no podía sentirme más feliz por estar viviendo una experiencia como aquella. Sentía de verdad que era una privilegiada por vivir algo tan especial y diferente.
No hay nada como conocer a fondo una cultura tan distinta a la tuya como para después enamorarte de ella
Pasé por todas las fases. De la fascinación por todo lo nuevo, al odio por el choque cultural y de valores. Después a la predisposición por adaptarme hasta que finalmente tuve la sensación de que ya le he pillado el ritmo. No hay nada como conocer a fondo una cultura tan distinta a la tuya como para después enamorarte de ella. Ahora sólo me quedan los buenos recuerdos. He borrado de mi memoria todo lo que me hacía enfurecer, gritar y decir «¡qué demonios hago yo aquí!?»
El recuerdo que me queda ahora es el grupo de amigos con los que salíamos ir el After Work. La experiencia vital de haber dejado todo mi pasado personal y profesional atrás ¡toda una vida! Fue también la prueba de fuego que nos unió como pareja a mi marido y a mí para siempre (porque una experiencia así te une o te separa).
Me quedo con lo bueno que está el hummus. Con los cantos de las mezquitas que acabas por incorporar a tu día a día. Con las dunas en el desierto que mueren en el mar.Y con todos los lugares que conocimos estando en ese punto geográfico que nos permitió viajar a Dubai, Abu Dabhi, Omán, Irán, Uganda y Maldivas. Todos estos destinos en un radio de sólo 4 horas. Pero el proyecto terminó y vivimos la fase del que ningún expat se atreve a hablar: la repatriación.
Vivimos la fase del que ningún expat se atreve a hablar: la repatriación
Si algo tuvimos muy claro mi marido y yo es que habíamos tardado 38 años en romper el cascarón. La experiencia había sido brutal pero muy corta, un año y medio «¡no podemos volver ya!» nos dijimos. Así que volvimos a liarnos la manta a la cabeza. Segunda mudanza esta vez rumbo a las antípodas.
Y con Nueva Zelanda me pasó una cosa extraña porque seis meses antes habíamos ido de vacaciones para conocer el país. Ir a las antípodas fue todo un reto para nosotros. Así que a punto de cumplir los 40 nos plantamos en Auckland sin trabajo y sin contactos. Sólo lo puesto, nuestros ahorros y muchas ganas de vivir otra experiencia vital.
Nuestro bien más preciado era el visado que tanto costó obtener para residir legalmente en el país mientras buscábamos empleo. Eso sí, tuve la habilidad de buscar alojamiento antes de llegar y alquilamos para los dos primeros meses una preciosa casa en la bahía, lugar donde ya nos quedamos hasta el fin de la aventura kiwi. La mejor ayuda que tuvimos en esta experiencia fue la de nuestro casero Anthony. Un personaje curioso pero que fue nuestro mayor apoyo todos y cada uno de los días en Nueva Zelanda.
Así que esta segunda vez fue completamente diferente a la primera. En primer lugar porque ya sabes qué tipo de obstáculos te vas a encontrar, como el idioma. La dificultad para conocer gente y posibles trabas burocráticas. La realidad es que nos metimos de lleno en un cultura anglosajona, y eso era desconocido a pesar de haber estado antes en el país.
No es lo mismo viajar que vivir en el extranjero
Pero una vez más, no es lo mismo viajar que vivir. El reto más desafiante fue tener que buscarse la vida, buscar un trabajo para subsistir antes de arruinarnos. Y cuando pasan las semanas y ninguna entrevista se materializa te entran los siete males. Sin duda esta es la gran diferencia entre llegar con el pan debajo del brazo y lanzarse a la aventura.
Nos pusimos un plazo de tiempo según el cual podíamos permitirnos intentar cumplir el sueño de nuestra vida. Vivir en la gran tierra de la nube blanca. No salieron las cosas como esperábamos así que de nuevo tocó hacer las maletas cuando llegó una oferta de trabajo en Cancún, México.
¿Piensas que hubo frustración? Pues aciertas. Durante unos días en casa sólo se habló de apostarlo todo por el sueño de quedarnos en Nueva Zelanda. La opción «A» era sacrificar nuestros ahorros y aceptar trabajos por debajo de nuestras capacidades. La opción «B» era ir a lo seguro y aceptar que el sueño kiwi había llegado a su fin.
«Cariño, lo hemos intentado, hemos vivido una experiencia increíble. Fue nuestro momento y lo aprovechamos, pero no ha podido ser», nos dijimos esta vez.
La frustración duró lo que dura un suspiro ¿México? Allá vamos. Eso sí, antes de iniciar nuestra tercera mudanza aprovechamos y dilapidamos más ahorros recorriendo Australia durante un mes. De Sydney a Cancún y tiro porque me toca.
Por primera vez desde que había salido de casa sentí una tristeza absoluta. Y la culpa fue de mis expectativas.
Creo que jamás había llorado tanto en mi vida. Por primera vez desde que había salido de casa sentí una tristeza absoluta. Y la culpa fue de mis expectativas. Por fin iba a un país que siempre me había fascinado. Un país culturalmente, musicalmente, históricamente y gastronómicamente muy rico. Iba a poder expresarme en mi idioma. Se acabó el inglés mal hablado y peor entendido. México era la mejor opción posible.
Por fin iba a vivir en un lugar con clima agradable. Donde podría conocer fácilmente a mucha gente. Donde me faltaría tiempo para ir al teatro, al cine, a las bibliotecas, a los museos. Pero ya dicen que ningún plan sobrevive al primer contacto con su enemigo. Cancún es una ciudad turística que su historia no va más allá del primer hotel “all inclusive” construido en sus playas.
Ni rastro de toda la actividad cultural que estaba esperando. Al contrario, me pareció una ciudad relativamente segura por lo que me habían contado. El clima amable todo el año, no en vano estás en el Caribe. Pero sientes que estás en un lugar que no tiene alma. La casa provisional era triste, húmeda, abandonada.
Las fases de la expatriación son cíclicas
La búsqueda de apartamento se convirtió en una verdadera pesadilla. Un clásico de los lugares más turísticos que no paran de crecer. La especulación urbanística es un hecho y te imaginas viviendo en un cuchitril con las paredes desconchadas por la humedad. Todo eran mentiras, desplantes, promesas sin cumplir.
Y si pensé que el idioma iba a ser un punto a favor, lo que me encontré fue un choque cultural totalmente inesperado. No me sentí bien recibida. Obviamente no culpo al lugar ni a su gente, al fin y al cabo es lo que vives en ellos lo que define tu nivel de felicidad. Y es que a nivel laboral tampoco la cosa resultó fácil.
Pero como todo es cíclico, esta fase de tristeza, odio y frustración pasó en pocos meses al subidón que supuso comprarme un coche. Lección aprendida: el coche es la primera compra que se debe hacer, porque sin él no alcanzas a descubrir dónde se encuentra la verdadera belleza del lugar. Los fines de semana se convirtieron en una gyncana. «Cariño, súbete al carro que te voy a llevar a sitios increíbles».
No son los lugares, es lo que vivimos en ellos lo que deja huella
A pesar de disfrutar sólo de fines de semana de 36 horas, nunca fueron tan bien aprovechados. Recorrimos toda la península de Yucatán: Chichen Itzá, Tulum, Cobá, Valladolid, Isla Mujeres, Cozumel. Descubrimos su gastronomía, su folklore, su música ¡Por fin me reconcilié con México! Y la guinda fue escaparnos a CDMX para asistir al concierto de uno de mis grupos favoritos. Descubrí que es cierto la cultura musical que tienen los mexicanos ¡lo dan todo!
Pero una puerta llama a otra puerta, así que en breve volví a escuchar eso de:
– Cariño, nos vamos.
– ¿A dónde esta vez?
– A República Dominicana
– ¿En serio? ¿qué hay allí?
– Dos buenas razones: un buen trabajo y dos de mis mejores amigos.
Lo confieso, me dolió en el alma tener que dejar México. Justo cuando empezaba a tener mis amistades. Ahora que sabía lo mucho que me podía ofrecer el país y su inagotable cultura. Ahora que había encontrado la casa de mis sueños. Ahora que estaba en la fase de luna de miel. Pero en esta aventura somos dos y es preciso avanzar.
¿Qué pasó con República Dominicana? Que me la pintaron tan y tan mal que llegué pensando que iba a vivir en una república bananera. Y bueno, como no fue para tanto, pues todo fluyó maravillosamente. Eso sí, las etapas se repiten, sólo que duran menos.
Palabra de Expat.
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PD. si quieres saber todo lo que he aprendido en mi vuelta al mundo, no te pierdas el próximo post 😉
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