
Buenos Aires deja poso. No como otros lugares, porque Buenos Aires es nostálgica, es un poema con melodía de Gardel. Es la ilusión de lo que un día fue con aroma de café, a media luz y conversaciones sin fin.
Durante muchos años soñé con conocer esa ciudad de la que tanto oí hablar desde muy pequeña. Cuántos familiares se marcharon en época de hambruna a “hacer las Américas”. Mi madre aún recuerda que ahí siguen sus primas mientras otros regresaron a su lugar de origen.
Cuántas veces he paseado por las calles de mi ciudad admirando los maravillosos edificios modernistas cuyos gastos sufragaron los que ganaron su fortuna trabajando en tierras tan lejanas. Cuántos quisieron demostrar que su aventura había valido la pena invirtiendo sus ganancias en los pueblos que los vieron nacer. Cuántos se fueron para no regresar y cuántos se marcharon sin que nadie nunca supiera más de ellos.

Y Buenos Aires no defrauda con su mezcla de gran capital europea en el continente americano. Esperaba reconocer en sus calles un Madrid a lo grande y me encuentro la mezcla de cafés notables con la monumentalidad de París, con sus grandes avenidas y el imponente Teatro Colón.
En Buenos Aires se va al teatro un domingo por la tarde. Se da una propina al acomodador y se sale a cenar aunque al día siguiente haya que ir a trabajar. No importa que las salas huelan a naftalina o que el terciopelo de las butacas siga raído porque no se han rehabilitado desde su estreno.
“Mientras volvía a mi casa profundamente deprimido, trataba de pensar con claridad. Mi cerebro es un hervidero, pero cuando me pongo nervioso las ideas se me suceden como en un vertiginoso ballet; a pesar de lo cual, o quizá por eso mismo, he ido acostumbrándome a gobernarlas y ordenarlas rigurosamente;de otro modo creo que no tardaría en volverme loco”. Ernesto Sábato “El túnel”.

En Buenos Aires el tiempo se ha detenido. Lo único que permanece en constante movimiento es su moneda que sufre su particular caída libre sin motor. Pero hasta ello forma parte de la cotidianidad. Se respira resignación.
Cada vez que me subo a un taxi la conversación me deja más intrigada que la anterior. Me siento en la parte de atrás y me acomodo para escuchar la versión de cada porteño que recorre las calles maldiciendo en cada esquina y en cada semáforo al tiempo que elabora discursos con un vocabulario impecable. Perfectos eruditos a los que quieres seguir escuchando sin importar si has llegado a tu destino.

Nada ni nadie está a salvo de la crítica de los conductores que saben reírse de ellos mismos y de su mala fortuna. Siempre respirando ese aire de nostalgia de lo que un día parece que fue. Cuesta creer, entre tanto abandono, que ésta fuera una de las más prósperas capitales del mundo cuando Europa se desangraba en guerras fratricidas.
“Visto desde fuera, es un anciano apacible y limpio, vestido con sencillez y que, como tantos otros habitantes de la ciudad, toma su desayuno en un café de Buenos Aires. Por dentro, sin embargo, cada mañana, durante unos pocos minutos, a causa de esa asociación inconsciente a cuya repetición puntual ya se ha resignado después de tantos años, se dan cita, en la zona clara de su mente, todas las masacres del siglo”. Juan José Saer, “Con el desayuno”.

A los ojos del turista Buenos Aires es una ciudad de contrastes.El moderno barrio de Puerto Madero construido a golpe de rascacielos. El afrancesado y burgués barrio de Recoleta o el ambiente de mercado de San Telmo. Conocer algunos de los trágicos episodios del pasado argentino en la “Manzana (intelectual) de las Luces”. Palermo de día y Palermo de noche. Caminar arriba y abajo por la calle Corrientes y entrar en un cine después de comer y que se olviden de apagar las luces durante la proyección y que no te importe.
Sigo sin comprender la pasión por el mate, una infusión que forma parte del uniforme diario. Creo sinceramente que uno puede olvidarse las llaves o el teléfono en casa, pero dudo que se pueda salir sin su particular patrimonio cultural.
Me sorprende su exquisita educación y generosidad, la de los porteños, quizás porque una llega con demasiados prejuicios que se desmontan a la misma velocidad que fueron construidos.
Buenos Aires condensa la descripción que hizo en su día Borges “nuestro destino nacional sea el de la desdicha”.
Y como soy una hedonista, he prometido regresar a Buenos Aires gracias a su gastronomía, aunque deba hacerlo en bicicleta a lo Che Guevara para quemar las miles de calorías de sus empanadas, que ya no sólo están en el corazón de los argentinos sino en el mío propio.

Las milanesas napolitanas que se me deshacen en la boca, las fugazzettas de cebolla y queso que no puede ser otra cosa que la receta del mismísimo diablo. O los sorrentinos, siempre hechos a mano.
Como leí en algún lugar, “las facturas en Argentina no tienen números, tienen calorías”. Porque las facturas son la bollería que se toman con el mate o con el desayuno. Cualquier otro dulce vendrá regado de dulce de leche y las “medialunas” porteñas no tiene nada que envidiar a los cruasanes franceses. Y mi debilidad ¿quién no se derrite con los alfajores? Sin duda Argentina supo quedarse con lo mejor de cada casa.
Y por si agotara las excusas para regresar a Buenos Aires, siempre podré decir que me queda todo un país por conocer.
¿Adivina quien va mañana? Y me han entrado más ganas de ir aún, después de leerte. Me comeré una fugazzeta a tu salud 😉
Ohhhhh qué envidia me das ¡sin duda Buenos Aires ha sido el mejor destino del año! Y me muero por volver. Sólo lamento no haber encontrado más palabras para describir esta ciudad. Ha superado con creces mis expectativas.
Feliz viaje, felices fiestas y, por favor, esa fugazzeta a mi salud!
Besossssssss
Laura.
Gracias Laura por hacerme parte de tu post. Un privilegio colaborar contigo, aparte de toda la nostalgia y ganas de volver pronto a mi tierra que me has traido.
Un abrazo
Nos vemos en Buenos Aires o en cualquier lugar del mundo. Vale?
Gracias a ti, como siempre, por apoyar mis ideas locas. Ha sido uno de esos posts que se escriben de manera impulsiva y con mucho amor.
Nos encontraremos de nuevo, seguro, ¡cuando menos te lo esperes!!!!
Un abrazo,
Laura.