
Será por puro egoísmo o por vanidad, pero compartir mis propias experiencias me hace bien, y porque de algún modo me emocionan las historias de aquellas personas que afrontan el paso tan decisivo de rehacer sus vidas. Y es que últimamente se han incrementado los contactos con personas totalmente anónimas -pero también amigas- bien a través de este blog o al leer mensajes de socorro en las redes sociales. Es como una invitación a meterme en sus vidas a través de la mirilla de la puerta, hablando a través de ella para que nadie nos oiga.
Y cada historia es única, como la de quien no quiere dar su nombre por el miedo al qué dirán si fracasa y debe volver a casa, la que se aventura con tres hijos dejando atrás su vida estable en la capital andaluza, quienes emprenden la aventura caribeña tras unos años de exilio en la India, la que aterriza sin saber que su única compañía será ella misma durante un tiempo, o la historia de la joven pareja que cumple el sueño de vivir justo en las antípodas que tú acabas de dejar. De cada historia me alimento y me recreo en mis primeras emociones, en las dudas respecto a estar haciendo lo correcto, al qué dirán, a cuántas maletas debo llevarme, cómo hago la mudanza, qué hago con todo lo demás, qué puedo necesitar que no encuentre en mi nuevo destino, dónde voy a vivir, qué costará hacer la compra, la factura de la luz o hacer amigos. Cuánta incertidumbre.
Mi hermana mayor me sugirió hace un tiempo que montara una asesoría para todos los que, como yo, se lían la manta a la cabeza para iniciar la aventura más importante de sus vidas. Porque la vida del expatriado no es fácil, y cualquier ayuda es buena, especialmente cuando es tu primera vez.
Tres países en dos años dan cierta tranquilidad y un grado de experiencia que los demás perciben. Y sí, me gusta ayudar, porque es lo que hacemos los expats entre nosotros y valoramos cualquier consejo cuando nos encontramos cara a cara con lo desconocido. Sin embargo, no se mide la valentía en los kilómetros de distancia que ponemos entre nuestra vida cotidiana y nuestro nuevo proyecto vital. Se trata más bien de la credibilidad que ponemos en nosotros mismos al decidir romper con lo establecido.
Vivimos en un mundo plural, multicultural y lleno de opciones. Y precisamente, este amplio abanico de oportunidades puede resultar en algunos momentos contraproducente. La ventaja de vivir en una sociedad democrática y libre es el poder decidir, pero a la vez –según algunos sociólogos- una trampa en la que la libertad se convierte en una opresión. Todos los días debemos tomar decisiones, desde las más triviales como qué champú comprar, a las más básicas, qué coche quiero, dónde me gustaría vivir, a qué colegio voy a llevar a mis hijos o a dónde iremos de vacaciones este verano. Pero también se toman decisiones todos los días en nuestras relaciones sociales, personales y laborales. Cuántas veces no he oído la frase de cómo me gustaría que me lo dieran todo hecho. Quizás por esta razón es por la que proliferan tanto los hoteles vacacionales con el “todo incluido”. La gente está cansada de tener que tomar decisiones a lo largo del año, y las vacaciones en un resort all inclusive permiten a las familias descansar sin tener que preocuparse qué van a desayunar al día siguiente, por lo que auguro que las cartas de los restaurantes van a desaparecer en breve en virtud de nuestra salud mental siguiendo la máxima keep it simple!
Sin duda es una de las grandes consecuencias de la idea ilustrada de la libertad, por no decir la consecuencia directa del capitalismo occidental: poder elegir entre un millón de posibilidades. Y ello, a su vez, nos lleva a una pérdida de personalidad o de identidad propia al convertirnos en simples objetos de deseo de las compañías de marketing de cualquier empresa, por pequeña que sea.
Al llegar a la edad adulta ya hemos sufrido suficientes impactos para saber cómo debemos convivir en sociedad, pero también para haber aprendido que el color rosa se asocia a las niñas y el color azul a los niños, que los hombres no lloran y las mujeres deben entrar en una talla 38. Laboralmente hablando no triunfarás si eres un conformista y el más creativo se llevará las alabanzas de tu jefe, seguramente un cretino que jamás podrá gastarse todo lo que gana porque sencillamente no sale de su oficina pensando que va a heredar la empresa.
Nuestra vida parece estar programada según las instituciones occidentales han dictado que debe ser nuestra vida, estableciendo un orden cronológico vital para cada uno de nuestros cometidos, de lo contrario puedes llegar a los 40 y sin hijos y aún te preguntarán a qué esperas, dando por hecho que como mujer ni por asomo se te pasa por la cabeza renunciar al maravilloso viaje de la maternidad.
Así pues, parece que la estructura social y personal está perfectamente diseñada para que seamos felices. Pero, he aquí la sorpresa, cuando un grupo de valientes deciden desviarse del camino correcto en busca de aventuras conscientes de querer dar prioridad a su espiritualidad o a su creatividad en lugar del trabajo de oficina cada vez más monótono, cada vez menos valorado y cada vez peor pagado. Se las conoce como las “ovejas descarriadas”. Hay quienes se atreven a decir que estas ovejas que se alejan del camino correcto huyen de algo o de alguien, oh pobres, cuando en realidad está empíricamente demostrado -en las sesiones en las que estas ovejas se reúnen para tomar unas cañas- que nadie se arrepiente de la decisión tomada, y no sólo no la cambiarían por nada del mundo sino que se preguntan por qué no lo hicieron antes. Y es que hay vida más allá de nuestros ombligos.
Volviendo al inicio del blog. La mayoría de nosotros nos hemos preguntado alguna vez si de verdad estamos viviendo la vida que deseamos y si no deberíamos haber vivido de una manera absolutamente distinta. Hay quien va más allá y recuerda con nostalgia que cualquier tiempo pasado fue mejor. Es propio de nuestros padres y abuelos decir que en su tiempo no había dónde elegir y que todo era más fácil. Quizás no había tanta libertad, pero el mundo era un lugar más seguro. La competencia actual es feroz, la mayoría de la gente se siente insegura, perdida, y se pregunta qué hemos hecho con nuestros valores. Esos valores que nos inculcó nuestra educación –la mayoría religiosa- y que nos recuerda que hubo un tiempo en que nuestra guía de comportamiento social y moral, nuestros valores y nuestro destino los dictaba la Iglesia. Por supuesto no había dónde elegir más que ir al cielo o al infierno.
Como decía el historiador Julián Casanova hace unos días, nos han quitado la fe en la religión y la fe en la política, no nos queda nada a lo que aferrarnos y eso es muy peligroso. Sin embargo, en mi humilde opinión, le faltó decir que nos queda la fe en nosotros mismos, pero para ello hay que realizar el esfuerzo de pensar y tomar decisiones, y eso es lo difícil, porque no todo el mundo está dispuesto a realizar tal hazaña. Nos contentamos con cumplir nuestro rol social de ser buenos padres, buenos empleados, buenos hijos, buenos contribuyentes, buenos consumidores, y por el camino se nos olvida ser felices con nosotros mismos.
Hemos automatizado nuestra forma de relacionarnos, cronometramos nuestra vida a golpe de agenda y de repente un día nos despertamos y nos preguntamos qué vida estamos viviendo para inmediatamente cerrar los ojos y volver a escondernos bajo las sábanas. Reinventarnos y salir del guión establecido supone mucho esfuerzo. Por eso las decisiones de hacer un quiebro a la rutina las toman sólo los valientes de manera individual con toda la presión que uno esté dispuesto a soportar. Cada vez somos más los que decidimos vivir nuestra propia vida sin un credo al que aferrarnos más que la fe en nosotros mismos, sin saber cuándo vamos a volver, ni si vamos a volver, sin echar la vista atrás por si acaso nos hemos dejado algo por el camino.
Ya que nos ha tocado vivir en la era de las múltiples opciones, qué mejor que poder elegir una vida que consideramos mejor para nosotros mismos, acorde con nuestros valores, donde nuestra existencia dependa de nuestras propias decisiones y no de las compañías de marketing o de lo que les gustaría a los demás. Por una vez, somos libres de trazar nuestro camino atreviéndonos a cuestionar lo establecido, a poner en duda lo que se daba por supuesto, a dejar de lado el miedo para abrir los ojos a otras realidades, otras miradas, otras maneras de entender el mundo. Hay quien prefiere el mundo de la certeza porque es lo que proporciona seguridad, como el creyente fiel a una religión o a una ideología porque marcan el camino seguro a seguir. Pero salir de esta esfera de seguridad es dejar a un lado las ataduras sociales y vivir una vida llena de sorpresas e inquietudes. Eso sí, como dice el poeta francés Paul Valéry, sólo apto para quienes necesitamos alimentar nuestras mentes de estímulos permanentemente renovados.
………»hay que realizar el esfuerzo de pensar»……
Ardua labor, si.
No propia de la buena oveja gregaria.
Es una paradoja, tener el don y no utilizarlo…
Juan, eres una inspiración para mí, te deseo mucha suerte en tu nuevo proyecto, justo estás cumpliendo mi sueño, y sin tener que irte muy lejos 😉
Hasta pronto, ¡oveja descarriada!
La valentia no es exclusiva de los que apuestan por el «carretera y manta». Sin obligaciones es mas facil emprender aventuras. La verdadera felicidad se alcanza disfrutando de cada momento que uno pueda disfrutar, sea en la rutina o en las situaciones excepcionales. Para mi esa es la verdadera libertad.
«No se mide la valentía en los kilómetros de distancia que ponemos entre nuestra vida cotidiana y nuestro nuevo proyecto vital. Se trata más bien de la credibilidad que ponemos en nosotros mismos al decidir romper con lo establecido».